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El Salmo 90 es uno de los más especiales en la Escritura. Es el único escrito por Moisés durante el peregrinar de Israel en el desierto y es posible que hayan sido de las primeras palabras escritas por Moisés antes del mismo Pentateuco.

En el tiempo del éxodo, cuando Dios liberó a Israel de la esclavitud en Egipto y ellos estaban por entrar a la tierra prometida que Dios decidió entregarles, este pueblo se rebeló contra Él. Ellos dudaron de su bondad y traicionaron el pacto que Dios hizo con ellos. ¡Muchos dijeron incluso que preferían volver a Egipto en vez de estar en la tierra prometida con Dios!

Dios decidió castigar a esta nación haciéndolos vagar por cuarenta largos años en el desierto. Esto duraría hasta que toda una generación de israelitas muriera (a excepción de Josué y Caleb, dos hombres que sí confiaron en Dios) y entonces una nueva generación, nacida en el desierto, sí entraría en la tierra prometida y renovaría su compromiso con Dios.

Trata de imaginar la vida que Moisés experimentó durante esos años en el desierto. Imagina a este hombre viendo morir todos los días a personas del pueblo, día tras día, mientras vagaban bajo el sol de un lugar a otro. Cada muerte era un recordatorio del juicio de Dios y Moisés sabía que pronto también llegaría su turno.

Es en ese contexto que Moisés escribe un salmo que contrasta la eternidad de Dios con la fragilidad y lo pasajero del ser humano. Pocos pasajes de la Biblia presentan este contraste de manera tan fuerte. Sin embargo, a pesar de ser un salmo de lamento por nuestra condición mortal, también nos habla del consuelo que tenemos en Dios y resulta ser una oración apropiada para tiempos de crisis.

En este salmo se presentan cuatro verdades principales que necesitamos recordar si queremos vivir con esperanza verdadera.

1. Dios es un refugio eterno

Señor, Tú has sido un refugio para nosotros
De generación en generación.
Antes que los montes fueran engendrados,
Y nacieran la tierra y el mundo,
Desde la eternidad y hasta la eternidad, Tú eres Dios (vv. 1-2).

Moisés inicia reconociendo quién es Dios: Él es el refugio eterno de su pueblo. Cuando todas las cosas en esta vida van y vienen; cuando la muerte nos afecta de cerca, la enfermedad nos trae dolor, las crisis parecen no tener solución y se sienten como largos años en el desierto, Dios permanece como un refugio seguro en medio de nuestra fragilidad y temporalidad humana. Antes de que existiera todo lo que conoces, Él ya era el Dios que puede sostenernos en todo tiempo. Y luego de que todo en el mundo termine de pasar, Él seguirá siendo tal y como es.

Solo en el Dios soberano y eterno podemos hallar nuestro hogar, donde podemos estar seguros y en paz

La palabra que aquí se traduce como «Señor» no es el nombre de Dios (Yahvé), sino un título que afirma que Dios es soberano sobre todas las cosas. La palabra hebrea que se traduce como «refugio», en otras partes de la Biblia se traduce como «guarida». Por ejemplo: «Rugen los leoncillos tras su presa, y buscan de Dios su comida. Al salir el sol se esconden, y se echan en sus guaridas» (Sal 104:21-22).

No sé si has visto documentales sobre los animales en la selva o lugares inhóspitos. Muchos de ellos, como los leoncillos, tienen un lugar al que vuelven siempre para tener descanso y estar a salvo. Allí se esconden mientras afuera acechan las tormentas o merodean enemigos. Allí pueden estar seguros y reposar tranquilos. Ese lugar es el centro del universo para ellos porque todo lo que hacen gira en torno a ese pequeño espacio.

La idea que Moisés nos transmite es que Dios es ese lugar para nosotros. Solo en el Dios soberano y eterno podemos hallar nuestro hogar, donde podemos estar seguros y en paz. Todo otro refugio es una casa de papel que no podrá amparar por siempre. No nos conviene tener como refugio cosas que sean pasajeras. Necesitamos a Dios.

Esta verdad nos invita a la reflexión. En nuestros momentos difíciles, Dios suele ser la última persona a la que acudimos, el último refugio en el que pensamos. A veces los cristianos vivimos como si Él no existiera. Tratamos de valernos por nosotros mismos, cuando la verdad es que sin Él no podemos vivir con verdadera paz y seguridad.

Se cuenta que Martín Lutero dijo en una ocasión algo como esto: «Tengo tantas cosas por hacer y dificultades que enfrentar, que pasaré las primeras tres horas del día en oración». ¿Cuántos de nosotros diríamos algo así? Con esto no me refiero a que todos debemos pasar tres horas orando en la mañana, sino a que somos llamados a poner a Dios primero. Él es el refugio al que necesitamos acudir en primer lugar.

Al mismo tiempo, el inicio de este salmo es muy instructivo para nosotros. Antes de considerar nuestra miseria y dificultades, algo que Moisés hará en los siguientes versículos, lo primero que hace es reconocer quién es Dios. Medita en la eternidad de Dios y Su fidelidad como refugio para los suyos. En otras palabras, Moisés ha caminado tan de cerca con Dios que, antes de pensar en otras cosas, piensa primero en Dios.

¿Tiene Dios el primer lugar en nuestros pensamientos como nuestro refugio? Esa es una buena pregunta para examinar nuestra vida espiritual. La siguiente verdad nos empieza a mostrar por qué necesitamos ver a Dios como refugio eterno.

2. Los seres humanos somos pasajeros

Haces que el hombre vuelva a ser polvo,
Y dices: «Vuelvan, hijos de los hombres».
Porque mil años ante Tus ojos
Son como el día de ayer que ya pasó,
Y como una vigilia de la noche.
Tú los has barrido como un torrente, son como un sueño;
Son como la hierba que por la mañana reverdece;
Por la mañana florece y reverdece;
Al atardecer se marchita y se seca (vv. 3-6).

Mientras Dios no tiene comienzo ni final, nosotros sí tenemos un comienzo y un final en este mundo. Dios hace que el ser humano vuelva al polvo. Esto nos recuerda a las palabras de juicio luego de la caída: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (Gn 3:19).

Nuestro pecado nos lleva a actuar como si fuéramos importantes y más grandes de lo que somos

La muerte nos borra de este mundo como un río torrencial que se lleva un arbusto. Somos como hierba que en la mañana empieza a reverdecer, pero ya para la tarde está marchita y seca. Por otro lado, la imagen que Moisés presenta de Dios es que para Él mil años serían como un solo día. Esta es una forma poética de decir que toda tu vida en la tierra es un abrir y cerrar de ojos a la luz de la eternidad de Dios. Él mira toda la historia como si fuera un lienzo y mil años es tan solo una parte infinitesimal de ese gran panorama.

¿Has pensado en cómo esto cambia nuestra perspectiva de la vida? Nuestro pecado nos lleva a actuar como si fuéramos importantes y más grandes de lo que somos. Pero en realidad no somos los protagonistas del universo; solo somos actores secundarios. Somos tan pasajeros en este mundo como la hierba que se marchita.

Ahora, ¿por qué somos pasajeros en este mundo? Bueno, resulta que todos cargamos en nuestros corazones una enfermedad más mortal que el COVID-19; una que garantiza que moriremos al menos que Dios haga algo. Esa enfermedad es nuestro pecado. Adán nos representó y junto con él le dimos la espalda a Dios (Ro 5:14-15). Ahora esperamos la muerte desde el mismo día en que nacemos. Esto nos conduce a la siguiente verdad que destaca el salmo.

3. Nosotros estamos bajo ira

Porque hemos sido consumidos con Tu ira,
Y por Tu furor hemos sido conturbados.
Has puesto nuestras iniquidades delante de Ti,
Nuestros pecados secretos a la luz de Tu presencia.
Porque por Tu furor han declinado todos nuestros días;
Acabamos nuestros años como un suspiro.
Los días de nuestra vida llegan a setenta años;
Y en caso de mayor vigor, a ochenta años.
Con todo, su orgullo es solo trabajo y pesar,
Porque pronto pasa, y volamos.
¿Quién conoce el poder de Tu ira,
Y Tu furor conforme al temor que se debe a Ti? (vv. 7-11).

Nuestra vida en esta tierra es corta porque estamos bajo la ira divina por nuestro orgullo e idolatría. La paga del pecado es la muerte (Ro 6.23). Por eso no podemos tratar el pecado a la ligera. Por eso, cuando estés frente a la tentación de mentir para lucir mejor ante los demás, o ver contenido sexual en la televisión o computadora, o codiciar, piensa en las consecuencias del pecado y detente. La muerte es la consecuencia de darle a otras cosas el primer lugar que solo merece Dios. Fuimos hechos para no morir, pero ahora la muerte es una realidad en esta tierra.

Aunque Moisés llegó a vivir 120 años (Dt 37:4), él sabe que eso no es lo normal en este mundo afectado por el pecado. Él dice que la expectativa mínima de vida es tan solo setenta años. Piensa en lo breve que es eso. Eso son tan solo 3570 semanas. Es algo que pasa volando. Dios es así de poderoso para hacer breves nuestras vidas en este mundo. Por eso Moisés pregunta: «¿Quién conoce el poder de Tu ira, y Tu furor conforme al temor que se debe a Ti?» (v. 11).

Si queremos ver la vida desde una perspectiva correcta, necesitamos cultivar en nosotros el temor a Dios

Si Dios es tan poderoso para hacer que las vidas de todas las personas en este mundo, billones de personas a lo largo de la historia, poderosas y débiles, ricas y pobres, hombres y mujeres, sean como un suspiro a la luz de la eternidad… ¿no deberíamos temer ante Él? Si Dios es eterno y nunca cambia, entonces su ira también es eterna. Eso nos ayuda a entender mejor el infierno que merecemos por nuestra rebelión. ¿No deberíamos estar asombrados ante Dios, honrarlo, obedecerlo?

Si queremos ver la vida desde una perspectiva correcta y tomar decisiones que nos beneficien eternamente y honren a Dios, necesitamos cultivar en nosotros el temor a Él (Pr 1:7). Esto es mirarlo tan grande y poderoso como se revela en la Biblia y obedecerlo. Esto es algo que podemos hacer cuando pensamos en cómo Él hace que nuestra vida sea corta en este mundo: «Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (v. 12).

Es como si Moisés estuviera orando: «Señor, no podemos ser sabios si no reconocemos tu eternidad y lo pasajero que somos; cuando pensamos en lo breves que son nuestros días terrenales, estando toda la humanidad bajo tu justa ira, eso nos hace sabios porque entonces podemos vivir para lo eterno y lo que realmente cuenta».

Hoy la mayoría no piensa en lo eterno. Actuamos como si fuésemos a vivir para siempre o como si el ahora fuese todo lo que cuenta. Por eso vemos razonable priorizar cosas que no deberían tener tanta prioridad: muchos pasamos más tiempo viendo memes en Internet que en oración delante de Dios; nos preocupamos por lo que otros piensan de nosotros y olvidamos que ellos también son personas mortales y pasajeras; nos afanamos en exceso por las noticias de última hora en vez de predicar la Buena Noticia del evangelio eterno. Pudiéramos decir mucho más, pero ya entiendes el punto. Damos el primer lugar a cosas que no lo merecen y nunca podrán saciarnos.

Necesitamos aprender a contar nuestros días para no desperdiciarlos al preocuparnos demasiado por cosas pasajeras. Jesús habló de esto cuando dijo: «¿Quién de ustedes, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?» (Mt 6:27). Vamos a morir. Reconocer esto nos anima a vivir sin ansiedades y distracciones. Nos recuerda que el tiempo que tenemos y nuestra atención no son recursos renovables. Seamos intencionales al vivir en primer lugar para lo eterno y no para lo pasajero.

Seamos intencionales al vivir en primer lugar para lo eterno y no para lo pasajero

No podemos hacer esto en nuestras fuerzas debido a nuestro pecado que nos lleva a desperdiciar nuestras vidas. Peor aún, nosotros merecemos la muerte por nuestro pecado. Moisés reconoce esto. Él termina el salmo volviendo al inicio, volviendo a Dios, para compartirnos una cuarta verdad.

4. Dios es abundante en misericordia

Vuelve, SEÑOR; ¿hasta cuándo?
Y compadécete de Tus siervos.
Sácianos por la mañana con Tu misericordia,
Y cantaremos con gozo y nos alegraremos todos nuestros días.
Alégranos conforme a los días que nos afligiste,
Y a los años en que vimos adversidad.
Sea manifestada Tu obra a Tus siervos,
Y Tu majestad a sus hijos,
Y sea la gracia del Señor nuestro Dios sobre nosotros.
Confirma, pues, sobre nosotros la obra de nuestras manos;
Sí, la obra de nuestras manos confirma (vv. 13-17).

Una de las cosas más asombrosas de Génesis, donde leemos la caída de Adán y el castigo de Dios, es que Dios le había dicho a Adán que el día en que él pecara iba a morir. Pero luego de que Adán y Eva pecaron, aunque experimentaron muerte espiritual al ver rota su relación con Dios, ellos no murieron físicamente ese día. Vivieron otro día más; y otro, y otro, y otro. Adán vivió 930 años (Gn 5:5). ¿Cómo es esto posible si era un pecador?

Porque Dios es misericordioso. Moisés lo entiende porque ha caminado de cerca con Dios y ha experimentado su misericordia, viendo cómo perdona a su pueblo del pacto una y otra vez, siendo paciente. Moisés atesora esta verdad y en esta porción del salmo llama a Dios por su nombre de pacto, Yahvé. Dios es compasivo y Él no se goza en nuestra miseria y dolor. Por eso, aun en nuestra fragilidad y temporalidad humana, podemos vivir un día más todos los días.

Cuando Moisés en una ocasión le pidió a Dios que le mostrara su gloria, se la mostró diciendo quién es Él: «El SEÑOR, el SEÑOR, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad» (Éx 34:6). Si la Biblia fuese una canción, este sería el coro, porque es uno de los versículos que más se repiten (Nm 14:18; Sal 86:15, 103:8; 145:8). Moisés ha escuchado a Yahvé proclamar y demostrar esta verdad. Moisés sabe que la humanidad está bajo la ira de Dios y por eso nuestros días son cortos, pero conoce a Dios y puede estar seguro de que Él es misericordioso. Él es un Dios al que podemos provocar a ira por nuestro pecado, pero no podemos provocarlo a la misericordia porque Él es por naturaleza misericordioso. Él se complace más en la misericordia que en la ira.

Nuestro Dios es tan rico en misericordia que puede saciar nuestras vidas con ella y llenarnos de alegría. Incluso en medio del desierto

Por eso Moisés presenta ante Él todas las peticiones de los últimos versículos del salmo. Nuestro Dios es tan rico en misericordia que puede saciar nuestras vidas con ella y llenarnos de alegría. Incluso en medio del desierto o cuando estemos encarando la muerte. De hecho, hay un juego de palabras en el salmo: Dios dice al hombre «vuelve al polvo», pero nosotros, por la misericordia de Dios, podemos decirle «vuélvete a nosotros»; mientras en este mundo todos nuestros días están llenos de dolor y dificultades, por su misericordia podemos cantar con gozo y alegrarnos todos los días.

¿Miras a Dios de esta forma, capaz de ser un refugio para ti y saciarte con su misericordia? Hay una diferencia abismal entre saber que Dios es un refugio eterno y tenerlo como nuestro refugio eterno. Es la diferencia que hace su misericordia. Lamentablemente, muchas personas dentro y fuera de la iglesia saben esto sobre Dios, pero no conocen a Dios; no descansan en Él. ¡Que este no sea nuestro caso! Hoy Dios te llama a refugiarte en Él y, por su gracia, tenemos un mayor entendimiento que el que tuvo Moisés sobre su misericordia porque estamos del otro lado de la cruz.

La respuesta de Dios

Fue en la cruz donde Dios entregó a su Hijo para que tomara por completo la copa de la ira que merecemos, para que seamos reconciliados con Él y recibamos vida eterna. Por eso Jesús dice: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» (Jn 11:25).

Aunque muramos en este mundo, la muerte no tiene que tener la última palabra. Sí, como humanos somos frágiles y temporales, pero podemos recibir por fe la promesa de la vida eterna. Somos llamados a dejar el pecado y aferrarnos a la misericordia de Dios que se nos muestra en Jesucristo. Él promete ser nuestro refugio eterno; nuestro búnker en medio de las bombas de la vida y que permanecerá incluso luego de que Dios venga a consumar su juicio en este mundo.

Él también promete hacer que nuestras vidas valgan la pena aquí. Para meditar en esto, quiero que mires cómo termina el salmo que hemos visto, cuál es la última petición que hace Moisés: «Confirma, pues, sobre nosotros la obra de nuestras manos; Sí, la obra de nuestras manos confirma» (v. 17). En otras palabras, Moisés le dice a Dios: «Señor, cuando ya no estemos sobre la tierra, haz que las cosas que hicimos hayan valido la pena. Haz que ellas permanezcan y no se vayan con nosotros al polvo».

Es solo porque Cristo resucitó que las cosas que hoy hacemos en obediencia a Él y dependiendo de Su gracia cuentan para siempre

Más adelante en la Biblia, vemos cómo el evangelio es la respuesta a esta oración. En su primera carta a los corintios, Pablo dice que si Cristo no resucitó de entre los muertos, entonces nada de lo que hagamos en este mundo tiene valor porque nos morimos y punto (1 Co 15). No hay vida eterna; no vale la pena obedecer a Dios y trabajar para hacer de nuestros hogar y el mundo un lugar mejor. «Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos» (v. 32).

¡Pero Cristo sí resucitó! Por eso Pablo puede escribir: «Por tanto, mis amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano» (v. 58). ¿Puedes ver cómo esto se relaciona con la petición final del Salmo 90? La resurrección de Jesús es el «amén» de Dios y la respuesta a la oración de Moisés y de toda persona que ama al Señor.

Es solo porque Cristo resucitó que las cosas que hoy hacemos en obediencia a Él y dependiendo de su gracia cuentan para siempre. Es solo por su evangelio que podemos descansar en su misericordia sabiendo que Él da propósito a nuestra vida. Cree en Jesús. Refúgiate en Él. Decide vivir tus días para Él. Solo así seremos sabios, al vivir para lo eterno en vez de lo pasajero. Solo así podemos tener gozo y esperanza en medio del desierto de esta vida mientras vamos a nuestra tierra prometida.

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