Con frecuencia, los cristianos abrumados por el pecado sexual son prácticamente empujados al altar por sus comunidades eclesiásticas. Los pastores pueden decir a las parejas que una vez que se han unido dentro de una relación matrimonial bíblicamente legítima, la actividad sexual tiene el sello de aprobación de las Escrituras, y que pueden trabajar juntos en cualquier pecado sexual que les asedie y que traigan a su unión.
Pero como pronto descubren los recién casados, el matrimonio tiende a amplificar, no a aliviar, el pecado que les asedia. No cura las relaciones malsanas, sino que las codifica. De repente, una relación formada para honrar a Dios tiene todos los ingredientes de una tragedia humana.
Pero ¿no dice el apóstol Pablo a los cristianos que si no pueden controlar sus deseos sexuales, es «mejor casarse que quemarse» (1 Co 7:9)? ¿No es entonces el matrimonio la receta de Dios para tratar el pecado sexual? Aunque esta visión rehabilitadora del matrimonio está muy extendida, distorsiona 1 Corintios 7 y crea una situación peligrosa para los cónyuges.
¿Pasión o lujuria pecaminosa?
Al promover el matrimonio como medio bíblico para combatir la lujuria, la visión rehabilitadora no distingue entre los deseos piadosos y la perversión parasitaria de los mismos por parte del pecado.
En el Nuevo Testamento, la palabra griega que en ocasiones se traduce como «lujuria» puede indicar tanto una pasión santa (Lc 22:15) como deseos degradantes (1 Ts 4:5). Considera a un congregante que confiesa a su pastor: «Estoy siendo consumido por la lujuria». Si quiere decir «me consume el deseo pecaminoso y la codicia sexual», un ministro nunca debe responder: «Bueno, entonces deberías casarte». ¡Dios no lo quiera! Aconsejar a alguien consumido por la codicia sexual a que se case es como animar a un hombre que regularmente dispara a sus vecinos con una pistola de goma a que se registre para obtener un arma de fuego. Es dar licencia a un desprecio temerario por los demás.
Nunca recomendaríamos el matrimonio a un mentiroso compulsivo como una forma de remediar su falta de honradez. Dadas las promesas hechas de amar y honrar al cónyuge, mentir dentro del matrimonio es especialmente diabólico. También lo es la codicia sexual, que a menudo se inspira en la pornografía. Es deshumanizante para el cónyuge que es utilizado como catarsis para la impureza sexual del otro.
A través de Pablo, el Espíritu Santo prohíbe hacer provisión alguna para los deseos pecaminosos (Ro 13:14). Hay que matarlos de hambre, y no podemos matarlos de hambre alimentándolos con las bendiciones que pertenecen a la fidelidad.
Sin embargo, el enfoque de la rehabilitación hace exactamente eso. Recompensa una pecaminosa falta de autocontrol con los beneficios sexuales del sagrado matrimonio. Utiliza erróneamente una justificación para el divorcio (Mt 19:8-10) para justificar el matrimonio. Este fruto práctico malo sugiere una raíz interpretativa podrida.
Cónyuges y solteros
Además de no distinguir entre los deseos sexuales santos y los profanos, el punto de vista de la rehabilitación tampoco reconoce las dos audiencias distintas de Pablo en 1 Corintios 7.
En primer lugar, Pablo se dirige a los cónyuges. Para evitar la tentación hacia un comportamiento sexualmente codicioso, los cónyuges deben ejercer las prerrogativas sexuales de su relación con generosidad, frecuencia y exclusividad (1 Co 7:2-3). De lo contrario, Satanás podría aprovecharse de su pasión y convertirla en una oportunidad para la codicia sexual. Aquí las relaciones conyugales ayudan a prevenir la tentación; no se ordenan como consecuencia de ceder a la tentación.
A continuación, Pablo se dirige a los solteros que «no pueden ejercer el dominio propio». Les dice que deberían casarse en lugar de quemarse de pasión (v. 9). Pero contrariamente a la lectura de rehabilitación, este quemarse no es codicia sexual, y eso es porque esta falta de dominio propio no es iniquidad.
La frase «dominio propio» se refiere aquí a la disciplina necesaria para vivir una vida como la de Pablo al servicio del Señor. Aunque Pablo puede desear esta vida para todos, admite claramente que no es para todos (vv. 6-9). Pablo ve las grandes ventajas de la soltería en el servicio al Señor (vv. 32-35), pero tiene cuidado de no exigirla a todos los cristianos. Su punto es que todos los creyentes deben servir al Señor según los dones que Dios les ha dado o no (v. 7). Un fuerte deseo sexual, guiado por el deseo más fundamental de amar y de darse a uno mismo entera y solamente a otro, mira con justificación bíblica en pos del matrimonio.
Ayuda y esperanza
Una de las bendiciones más hermosas del matrimonio es la ayuda mutua que los cónyuges se prestan para su santificación. En efecto, los privilegios sexuales exclusivos del matrimonio pueden ayudar a los cónyuges a crecer en santidad. Pero cualquiera que sean nuestras circunstancias o estado civil, el Señor mismo es el que santifica (Ef 5:26). Ni el matrimonio ni sus beneficios son necesarios para esta obra (1 Co 7:32), y mucho menos son obligatorios a causa de nuestro pecado.
El matrimonio no debe ser motivado por el pecado asediante, sino por la voluntad de la pareja de amar, honrar y obedecer al Salvador
Rechazar el punto de vista de rehabilitación no significa rechazar el matrimonio para las personas que luchan con el pecado sexual. Todos los matrimonios se ven acosados por continuas luchas contra el pecado. En nuestra cultura hipersexualizada, el pecado sexual nos afecta a todos. Además, ningún pecador está fuera del alcance del poder transformador del evangelio (1 Co 6:9-11), pero el matrimonio no es un derecho. Los pastores nunca deben tratarlo como una conclusión inevitable en la consejería prematrimonial. Cuando una visión de rehabilitación precipita a las parejas hacia el altar, esto va en contra de lo que Pablo enumera como el primer atributo del amor: la paciencia (1 Co 13). La preparación bíblica para el matrimonio requiere identificar y confrontar el pecado sexual. Busca patrones de obediencia que florezcan en el fruto del Espíritu, cuya corona es el dominio propio (Gá 5:23-24).
El matrimonio no debe ser motivado por el pecado asediante, sino por la voluntad de la pareja de amar, honrar y obedecer al Salvador, cuyo amor santificador es representado de manera hermosa a través del matrimonio.



