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Nota del editor: 

Esta es la primera entrada en una nueva serie de artículos mensuales sobre la espiritualidad bíblica y las disciplinas espirituales.

Contra toda expectativa, el momento histórico en el que vivimos se caracteriza por una gran preocupación por la espiritualidad.

Esto es sorprendente porque, por un momento en el siglo XX, nuestra cultura parecía avanzar sin oposición al agnosticismo y el ateísmo. En 1966, por ejemplo, la prestigiosa revista de noticias Time publicó una tapa con la pregunta: “¿Dios está muerto?”. El artículo principal exploraba las sutilezas de una tendencia de la teología liberal del momento, pero aquellas sutilezas tuvieron menos impacto que la cruda pregunta de la tapa en sí. En ese año, los países del occidente pasaban por un momento de agudas dudas existenciales. La cortina de hierro parecía avanzar irremediablemente. Detrás de aquella cortina se escondía el misterio de una nueva civilización que decía guiarse por los principios objetivos de la ciencia, y mantenía el ateísmo como artículo de fe.

¿Quién se hubiera imaginado que 50 años más tarde, el siglo XXI sería marcado por el resurgimiento de fundamentalismos religiosos? En el medio oriente, el Islam reclama su lugar en el mundo. En India, el fundamentalismo Hindú (Hindutava) busca establecer su hegemonía en el subcontinente que lo vio nacer. En el occidente, la ciencia aun tiene gran influencia, pero su hegemonía ha encontrado límites, y la fortaleza del racionalismo mismo ha sufrido los embates del posmodernismo.

Marcas de una nueva espiritualidad en Latinoamérica

Mientras tanto, en el occidente, y en América Latina en particular, prima una nueva espiritualidad. Se ha vuelto un cliché la figura mediática que declara algo parecido a esto: “No soy una persona religiosa, pero soy muy espiritual”. Esta nueva espiritualidad es una que rechaza toda definición. Es abierta a todas las opciones y entiende como discriminación cualquier intento por dar definiciones precisas. Tiene una predilección por los sabores religiosos del oriente, pero puede sumar a sus gurúes algún místico católico como Teresa de Ávila. En la sala de estar de muchos latinoamericanos, no es extraño encontrar una copia de Las moradas del castillo interior apoyada en una estatuilla de Buda. De esta forma se señala que el dueño de la casa es un ser aventurero, osado y abierto, pero que no ha abandonado lo mejor de su cultura latina y católica.

Por cierto, hay un nivel de similitud entre el misticismo católico y el oriental. Y no es nueva la infatuación de figuras de gran influencia cultural en América Latina con los gurúes orientales. Por ejemplo, podemos recordar la relación de la autora argentina Victoria Ocampo con Rabindranath Tagore, el gran poeta místico Bengalí a principios del siglo XX. Por lo tanto, no sorprende que el actual presidente de Argentina, Mauricio Macri, se relacione mejor con su “armonizadora” budista que con el papa argentino.

En Argentina, por ejemplo, esta fascinación por el misticismo oriental quedó nuevamente en evidencia este año. Sucedió durante la crisis en Tailandia de los adolescentes que quedaron atrapados en una cueva por las inundaciones provocadas por las lluvias del monzón. En un diario importante de Argentina, un articulo se dedicó a las técnicas budistas de meditación que se usaron para tranquilizar a los jóvenes durante su rescate.[1] Olvidaron mencionar que también se administraron ansiolíticos, por si acaso la meditación no fuese un recurso suficiente.

La espiritualidad bíblica tiene definición, y rechaza como falsas ciertas ideas mientras afirma otras como verdaderas.

Esta nueva espiritualidad latinoamericana es altamente personal. Por lo tanto, no se puede esperar que se le de una presentación sistemática. La única medida es pragmática: ¿Me produce paz y tranquilidad? ¿Sirve para reducir el estrés? Pretender alguna coherencia doctrinal es dar evidencia de no estar entre los entendidos. “¿Por qué no hemos de construir un espiritualidad personal de elementos budistas, hindúes, y católicos? Y si nos parece, también mezclemos elementos racionalistas y cientificistas, con elementos heterogéneos como el culto a la Pachamama”, parecen decir algunos. Agreguemos nuestro compromiso ecologista y los últimos consejos de nuestro psicoanalista, y tenemos que andar muy bien. Quizá para algunos solo falte comprar unos cristales, ordenar nuestra casa según las pautas del Feng Shui, y tener un encuentro con algún ovni extraviado.

Sería fácil burlarnos de todo esto, pero este mover que estamos viendo es evidencia de una gran inquietud espiritual. Como se le atribuye a Chesterton en una célebre frase: “Cuando el hombre deja de creer en Dios, no es que crea ya en nada, sino que cree en cualquier otra cosa”. Es por eso que el tema de la espiritualidad bíblica y la práctica de las disciplinas espirituales (como la lectura de la Biblia y la oración, entre otras) tiene tanta vigencia hoy. Hay un camino que lleva al verdadero encuentro con Dios. Tanto para creyentes, como para los que todavía no conocen al Dios verdadero, es un camino confiable y sirve para atravesar la jungla neopagana del mundo actual.

¿Qué es la espiritualidad?

Antes de definir la espiritualidad bíblica y las disciplinas asociadas a ella, nos conviene definir la espiritualidad en general. Esta definición presupone por lo menos dos cosas: primero, la existencia de una realidad espiritual; y segundo, la capacidad humana de conocer e interactuar en alguna medida con ésta realidad espiritual. Por lo tanto, la espiritualidad puede definirse como el estudio (o quizá mejor, la experiencia) de la capacidad humana de conocer una realidad o entidad espiritual.

Para describir una espiritualidad específica haría falta contestar tres preguntas que mencionaré más adelante. Por ahora, la definición que presenté sobre la espiritualidad nos debe conducir a preguntarnos: ¿Cuál es la naturaleza de la realidad espiritual en sí? Para responder a esto podemos afirmar que, a muy grandes rasgos, en el mundo hay dos polos geográficos importantes que ofrecen dos modelos distintos de la realidad espiritual: uno es el valle del río Indo, donde nace la cultura India; el otro son las tierras bíblicas del medio oriente.

Del valle del Indo sale una efluencia que ha tomado incontables formas. El hinduismo y sus religiones hijas como el budismo no pueden entenderse de la misma forma que las religiones bíblicas. En realidad, abarcan centenares de mutaciones como el sikhismo y el jainismo. Dentro del mismo hinduismo hay una gran variedad de sectas. Es tal la diversidad que muchos estudiosos modernos del hinduismo creen que el hinduismo en sí no existe como tal, sino que es el producto del análisis occidental de los siglos XVIII y XIX, que impuso cierta estructura sistemática al buscar entender y categorizar la increíble diversidad de creencias, prácticas, y dioses venerados en India.[2]

El hinduismo tiene la particular capacidad de absorber influencias externas y de reabsorber movimientos divergentes con sus contradicciones incluidas. Junto a su capacidad absorbente está su concepto de la realidad donde todo sin distinción es de naturaleza espiritual. Todo es divino. Este panteísmo, al exportarse al occidente, se ha visto como algo positivo. Ha producido una espiritualidad que afirma: “Yo soy dios y tú eres dios, porque todo es dios”. Sin embargo, en el occidente se conserva aún la idea bíblica del valor del individuo. Esto se acopla de forma incoherente al panteísmo para afirmar el potencial infinito de cada persona. Esta transmutación de ideas al occidente ha ayudado a reducir el canon ético de nuestra sociedad a un solo mandamiento: no discriminarás.

Sin embargo, en su lugar de origen, las implicaciones del panteísmo se han percibido de otra forma. Allí, la existencia se entiende como sufrimiento y solo se aspira al alivio del ciclo interminable del samsara, por medio de moksha, la aniquilación de la individualidad en el eterno abandono. En India, por lo tanto, se ha producido una espiritualidad no de autosuperación como en el occidente, sino de abnegación. Allí, la tolerancia tan valorada en el occidente no encuentra cabida.

La espiritualidad bíblica es muy distinta. Para empezar, tiene definición. Rechaza como falsas ciertas ideas y afirma otras como verdaderas. Se hacen distinciones, y los conceptos se prestan para el estudio sistemático. Esto es porque parte de otra base. En la cosmovisión bíblica, la creación lleva las marcas de su Creador, pero no es equivalente a Él. Dios es personal, y su personalidad y voluntad preceden el orden creado. Lo que es más, Dios habla, y nos revela su carácter y voluntad por medio de su creación y en las Escrituras.

Para adeptos del misticismo oriental, esto es limitante. De cierta forma lo es, de la misma manera en que la realidad misma es limitante. La gravedad es limitante, por ejemplo, pero provee el marco necesario para la existencia de los seres humanos sobre este planeta. Los factores limitantes de la cosmovisión bíblica dan la ventaja de hacer que el ser humano, el individuo, encuentre que su individualidad no se diluye. En cambio, bajo la mirada benevolente de Dios, se cristaliza y alcanza su máximo potencial.

La Biblia mantiene que el corazón es engañoso y por lo tanto no puede ser fuente de entendimiento. Nuestros intentos autónomos por definir la naturaleza de lo espiritual producen idolatría.

En el hinduismo, los seres humanos son amebas que pasan de una forma a otra hasta que su identidad se pierde en el flujo infinito de la existencia. Pero la espiritualidad bíblica ve la realidad y los seres humanos de otra forma. La realidad es concreta y dura, definida como una roca. Hay muerte, pero también vida, gracia, y amor que nos pueden levantar como águilas sobre un viento de adoración donde encontramos la satisfacción máxima de cumplir con nuestro propósito.

La espiritualidad bíblica

Sin duda, al oído evangélico le puede resultar extraño hablar de espiritualidad bíblica y disciplinas espirituales. En parte, esto es porque se puede asociar con la jerga de la nueva era que hemos descrito recién. Tampoco es de ayuda que en ciertos ambientes supuestamente cristianos se mezclan mucho los conceptos. No es difícil encontrar ejemplos de iglesias protestantes liberales que, habiendo abandonado su verdadero legado confesional y bíblico, se han volcado a un integracionismo repudiable. Pero, bien entendida, la espiritualidad bíblica no es otra cosa que la vida piadosa que exaltaban los puritanos.

Por ejemplo, Bruce Waltke escribe: “La mayoría de los evangélicos estaría de acuerdo con Agustín y Calvino en que la espiritualidad se define mejor como el amor a Dios y amor al hombre”.[3] Stephen Yuille dice que, para entender la espiritualidad cristiana, conviene comenzar “con la forma en que la gente cree que Dios se comunica con ellos”.[4] Richard Lovelace añade: “La meta de una auténtica espiritualidad es escapar del circulo cerrado de la autoindulgencia espiritual, o incluso autosuperación, para absorberse en el amor a Dios y otras personas”.[5] Michael Haykin, por su parte, pone el énfasis en la iniciativa del Dios trino de buscarnos a nosotros.

Si buscamos una respuesta netamente bíblica que nos explique de qué se trata la espiritualidad bíblica, quizá no haya mejor texto que Colosenses 1:28: “A Él nosotros proclamamos, amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo” (LBLA). Es el impulso por “ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe” (Fil. 3:9, LBLA). O sea, es la lucha por vivir vidas piadosas; por vivir en genuina santidad sin la cual nadie verá a Dios (He. 12:14), creciendo a imagen de Cristo conforme a la Biblia. Donald Whitney nos ayuda a entender esto con las siguientes palabras prácticas: “Los limites de la espiritualidad son la autorevelación escrita de Dios”.[6]

Respuestas a preguntas cruciales

Ya hemos dicho que, para poder describir una espiritualidad especifica, hace falta contestar tres preguntas. La primera de ellas es: ¿Cómo se obtiene información o conocimiento de lo espiritual? Las religiones del oriente enseñan un camino ascético de la meditación que lleva a la iluminación. Según ellas, la verdad está en nosotros y debemos callar los clamorosos llamados del deseo con el fin de percibir la realidad profunda de nuestra existencia.

La Biblia, sin embargo, mantiene que el corazón es engañoso y por lo tanto no puede ser fuente de entendimiento. Nuestros intentos autónomos por definir la naturaleza de lo espiritual producen la idolatría. La respuesta del Dios verdadero es su revelación. Jesús señaló esta diferencia en Juan 3:13: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (LBLA).

La segunda pregunta que hacemos es: ¿Qué se requiere de nosotros? El misticismo enseña que nuestra gran deficiencia es ontológica. Al aferrarnos a nuestra individualidad, somos limitados por el cuerpo y la mente humana. La solución, según el misticismo, consiste en desprendernos de nuestra individualidad por medio de la abnegación ascética. El deseado fin es la absorción de nuestra personalidad en el universo.

La Biblia, sin embargo, enseña que nuestro defecto es moral y no ontológico. Nuestro problema no es la limitada existencia del ser humano individual, sino el pecado. El remedio a nuestro dilema pasa por la redención y la restauración de toda la creación, incluyendo nuestra personalidad individual. En el programa divino no somos absorbidos como individuos, sino reformados y potenciados en la medida que Cristo se establece en nosotros. Al final, el profeta Miqueas nos da la respuesta a esta segunda pregunta sobre qué se requiere de nosotros: “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (Mi. 6:8 LBLA)

El mundo creado con sus limitaciones no es nuestro problema. Al contrario, nosotros somos los que por nuestro pecado hemos dañado a la creación perfecta de Dios.

La tercera pregunta es: ¿Cuál es la naturaleza de la relación o comunión con lo espiritual? Pablo refuta la idea central del misticismo ascético cuando escribe contra aquellas practicas que “tienen a la verdad, la apariencia de sabiduría en una religión humana, en la humillación de sí mismo y en el trato severo del cuerpo, pero carecen de valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2:23 LBLA). El misticismo, en su versión más extrema, es destructivo para la vida humana. Corta los vínculos del individuo con los afectos, la familia, y la misma existencia física y corporal que Dios ha creado y bendecido. Supone que el problema es nuestra conexión con el orden creado porque supone que la materia es mala y debemos desasociarnos.

La visión bíblica de la vida espiritual tiene otros matices. Como ya vimos, el mundo creado con sus limitaciones no es nuestro problema. Al contrario, nosotros somos los que por nuestro pecado hemos dañado la creación perfecta de Dios. La esencia de nuestro problema pasa por la infidelidad relacional entre nosotros como personas y la persona de Dios. O sea, hemos violado el pacto, la ley de Dios. La solución que necesitamos está en la persona de Cristo, quien cumplió los requisitos del pacto y se ofreció como sacrifico y mediador. Su rol abre las puertas a la obra regeneradora del Espíritu Santo. Ahora hallamos que los requisitos del pacto se han escrito sobre nuestros corazones (Jer. 31:30).

La obra santificadora de Dios en nuestras vidas comienza con una maravillosa obra del Espíritu Santo. Pero esta obra es muy distinta a la intuición mística propuesta por las religiones orientales. No puede perderse en la subjetividad porque siempre se ancla en la revelación objetiva de las Escrituras. El Espíritu produce entendimiento y convicción, pero en cuanto a los eventos bíblicos y la historia de la salvación que son parte de la realidad tangible: “Porque cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no seguimos fábulas ingeniosamente inventadas, sino que fuimos testigos oculares de su majestad” (2 P. 2:16 LBLA). En las Escrituras encontramos un fiel relato y una interpretación correcta de los grandes actos de Dios en la historia. A modo de pacto, la Palabra de Dios sirve como el marco de una nueva relación: un nuevo pacto entre nosotros y el Dios que nos creó.

Conclusión

Para resumir lo que hemos explorado, quizá sirva contrastar dos jerarquías distintas. El misticismo, tanto en sus formas orientales, neoplatónicas, y católicas tiende a enseñar el siguiente orden en al avance espiritual:

  1. El esfuerzo ascético para remover impurezas y distracciones mundanas
  2. La iluminación que revela realidades espirituales a veces incomunicables
  3. La unión con Dios.

La Biblia, sin embargo, revierte tal orden de esta manera:

  1. La unión con Cristo por medio de la obra regeneradora del Espíritu Santo
  2. La iluminación de las verdades Bíblicas por el Espíritu Santo
  3. El crecimiento en santificación.

La verdadera espiritualidad no nace de una intuición interna ni se desarrolla en base a nuestros propios esfuerzos de superación.

Por lo tanto, las disciplinas espirituales se deben entender como elementos importantes de la tercera etapa del proceso bíblico. Tomarlas en un sentido parecido a la primera etapa del misticismo clásico lleva al legalismo y a la frustración espiritual. Esto lo descubrió Martin Lutero antes de su conversión: “Aunque viví como monje sin reproche, me sentía un pecador ante Dios con una conciencia perturbada. Estaba seguro que nada de lo que pensaba, o hacia, u oraba satisfacía a Dios”.[7]

En uno de sus mensajes, John Piper señala la importancia de la Biblia para la fe de Martín Lutero. Él cita el comentario de Lutero sobre el Salmo 119: “En este salmo, David dice que hablará, pensará, oirá, leerá, día y noche, constantemente —pero solo de la palabra de Dios y sus mandamientos. Porque Dios quiere dar su Espíritu pero solo por medio de su Palabra externa” (énfasis añadido).[8] Esta frase nos puede resultar algo extraña, pero contiene la semilla fecunda de la genuina espiritualidad bíblica.

La verdadera espiritualidad no nace de una intuición interna ni se desarrolla con base en nuestros propios esfuerzos de superación. Nos llega desde afuera. Dios ha hablado y ha dejado sus palabras registradas en la Biblia. Estas palabras son vida. Desde afuera nos llega su Palabra, y por el Espíritu encuentra morada en nosotros. El proceso a veces es doloroso y extenuante como un parto, pero su fin es “Cristo formado en nosotros” (Gá. 4:19). Descubrir las dinámicas de este proceso debe ser la labor principal de nuestras vidas.


[1] Evangelina Himitian, El método de meditación que ayudó a los chicos atrapados en la cueva (La Nación).

[2] Por ejemplo, Brian K. Pennington en “Was Hinduism Invented?” (Oxford University Press, 2005).

[3] Bruce Waltke, “Evangelical Spirituality: An Evangelical Scholars Perspective”, Journal of the Evangelical Theological Society, Marzo 1988, 9.

[4] Stephen Yuille, “Four Views on Christian Spirituality by Bruce Demarest, Ed. | Books at a Glance,” accessed November 16, 2015.

[5] Waltke, “Evangelical Spirituality: An Evangelical Scholars Perspective”, 9.

[6] Donald S. Whitney, “Defining the Boundaries of Evangelical Spirituality”, 2001, 1.

[7] Martin Luther, Life and Works, volume 34, 336.

[8] Martin Luther: Lessons from His Life and Labor.


Imagen: Lightstock.
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