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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de La fórmula del liderazgo: Cómo desarrollar a la nueva generación líderes en la iglesia (B&H Español, 2019), por Juan Sánchez.

El cristianismo está bajo ataque y siempre lo ha estado. El libro de Apocalipsis nos recuerda que continuará estándolo hasta que Cristo regrese. Pero las amenazas al cristianismo no provienen solo de afuera. De hecho, las amenazas más peligrosas provienen de adentro.

Las doctrinas heréticas como el arrianismo y el pelagianismo fueron introducidas en la iglesia por teólogos cristianos que afirmaban estar defendiendo la fe. Tanto el legalismo como el libertinaje, son promovidos por los maestros cristianos que mandan lo que la Biblia no manda (legalismo), o niegan lo que la Biblia sí manda (libertinaje). Y la confusión actual sobre temas culturales como la sexualidad y el género, son propagados por autores y artistas cristianos reconocidos que niegan o distorsionan la clara enseñanza bíblica sobre la sexualidad humana.

A estas grandes amenazas se suman la gran cantidad de formas en las que somos constantemente tentados a comprometer el mensaje del evangelio, tal vez sin ni siquiera darnos cuenta. Todos queremos que el cristianismo sea más atractivo y atrayente para los incrédulos. Sin embargo, si no tenemos cuidado, queriendo ganar más personas para Cristo, nos podemos ver tentados a suavizar las enseñanzas de la Biblia sobre nuestro pecado y la santidad de Dios. Al fin y al cabo, siempre ha sido más atractivo hablar del amor de Dios que de Su juicio venidero.

La iglesia necesita levantar a hombres con convicciones que pastoreen al rebaño de Dios a los verdes pastos de Su Palabra.

Los ataques contra el cristianismo, ya sea por causa de las herejías o al pragmatismo, crearán división en la iglesia, desviarán a los creyentes inmaduros, y ofrecerán una falsa seguridad a aquellos que abrazan un falso evangelio. Para poder resistir fielmente esos constantes ataques, la iglesia ha de levantar a hombres con convicciones que pastoreen al rebaño de Dios a los verdes pastos de Su Palabra y protejan a los corderos de Jesús de los lobos voraces.

¿De dónde provienen las convicciones cristianas? Para responder a esta pregunta, acompáñame a la ciudad de Éfeso del primer siglo. Timoteo está allí pastoreando la iglesia, y Pablo le escribe preocupado por la influencia de los falsos maestros. Es un ministerio difícil.

Los falsos maestros manifiestan el carácter opuesto a lo que Pablo detalló que se espera de los ancianos en 1 Timoteo 3:1-7. Están inmersos en el amor a sí mismos y el amor al dinero; son arrogantes, faltos de amor, carecen de autocontrol y no aman lo que es bueno. Más bien, aman el placer en vez de a Dios (2 Ti. 3:1-5). Como serpientes, se deslizan astutamente en los hogares de mujeres crédulas para alejarlas de la fe alentándolas a sus propias pasiones. Estos falsos maestros parecen estar siempre aprendiendo, pero nunca pueden “llegar al conocimiento de la verdad”, ya son “corruptos de entendimiento” (2 Ti. 3:6-8).

Así que Pablo escribe para animar a Timoteo a resistir fielmente en medio de circunstancias tan difíciles. Mientras que los falsos maestros se resisten a la verdad, Timoteo debe mantenerse firme en sus convicciones. ¿Cómo? Continuando en lo que había aprendido y creído firmemente (2 Ti. 3:14). Timoteo debe sufrir y cumplir su ministerio por medio de ser firme en sus convicciones. ¿Qué convicciones? Las convicciones que derivan del conocimiento de la Escritura. “Toda la Escritura”, dice Pablo, “es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruír en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16-17 RV60).

La Escritura nos corrige, indicándonos la dirección correcta para que podamos ser instruidos en justicia.

La Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, proviene de Dios; es literalmente “inspirada por Dios”. Es decir, no son palabras escritas por el hombre; son palabras inspiradas por Dios. Y por eso son verdaderas y autoritarias. Y porque son la verdad de Dios y transmiten Su autoridad, son útiles. Proporcionan a los cristianos provechosa instrucción. Nos enseñan sobre Dios. Nos enseñan que nacemos pecadores y que merecemos el juicio de Dios; nos enseñan sobre el bondadoso amor de Dios al dar a Cristo al mundo para salvarnos de nuestros pecados. Pero la Escritura también nos redarguye; nos reprende cuando nos desviamos; y cuando nos deslizamos en el pecado, la Escritura nos corrige, indicándonos la dirección correcta para que podamos ser instruidos en justicia. ¿Con qué fin? Para que “… el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16).

Aunque tendemos a aplicar 2 Timoteo 3:16-17 de manera general para comunicar la doctrina de la inspiración de la Escritura, y eso es correcto, Pablo en realidad está aplicando estas palabras específicamente a Timoteo. Era esa Escritura inspirada por Dios la que era útil para el mismo Timoteo a la hora de llevar a cabo su ministerio. Solamente permaneciendo en la Escritura que había abrazado desde la infancia, podía predicarla a otros, ya sea que la recibieran o no, reprendiendo, corrigiendo y alentando a la iglesia con gran paciencia y doctrina (2 Ti. 4:2). La Escritura es la fuente de nuestras convicciones cristianas, y por eso necesitamos atesorarla y enseñarla fielmente.


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Imagen: Lightstock.
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