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La diáspora coreana y el gran siglo de las misiones

La narrativa popular que explica el surgimiento del cristianismo asiático en la era moderna es una historia de misioneros occidentales enviados por remitentes occidentales, y hay algo de verdad en eso. Las guerras del Opio de los años 1830, 1840, y 1850 sirvieron como impulsoras para abrir el paso a China. Siguieron oleadas de misioneros, siendo el más famoso J. Hudson Taylor (1832-1905), cuya Misión al Interior de China hizo importantes incursiones.

Pero la historia es más complicada.

Comienzos del cristianismo coreano

Es cierto que el occidente protestante veía a China como una manzana codiciada del este de Asia, pero no era el único objetivo misionero. Tomemos Corea, por ejemplo. Apodado el “reino ermitaño” por un observador occidental en 1882, Corea cerró sus puertas a los extranjeros y mostró hostilidad hacia el cristianismo. Pero desde la década de 1860, la inestabilidad y la opresión en el país impulsaron un movimiento de dispersión que llevó a personas fuera de la península. Algunos lograron llegar a Manchuria a través de la frontera china, donde se encontraron con cristianos chinos y misioneros occidentales incapaces de cruzar a Corea.

Una de esas figuras que llegó a Manchuria en ese momento era el empresario y comerciante Seo Sang-ryun (1848-1926), que había estado comerciando ginseng desde Corea. En un viaje a través de la frontera cayó gravemente enfermo. Dos presbiterianos escoceses, los cuñados John Ross y John Macintyre, lo cuidaron hasta que recuperó su salud. Se convirtió al cristianismo y fue bautizado. El regreso de Seo a Corea unos años más tarde resultó un acontecimiento crucial en la historia de la iglesia, y debería cambiar drásticamente cómo recordamos en occidente el papel de las misiones en la globalización de la fe.

El Movimiento de las Misiones Modernas y Corea

Para entender por qué, tenemos que remontarnos casi un siglo atrás a la publicación de William Carey titulada Una investigación sobre la obligación que tienen los cristianos de usar sus medios para la conversión de los paganos (1792), que moldeó sustancialmente la manera en que los cristianos occidentales pensaban (y todavía piensan) acerca de las misiones. Por “medios” Carey quiso decir formar sociedades misioneras, lo que Paul Pierson llama “una comunidad comprometida estructurada de hombres (y eventualmente mujeres) que sabían que su llamado era llevar el evangelio a otras áreas del mundo”. Esta innovación permitió coordinar los recursos entre distintas confesiones, no solo con los recursos humanos de quienes se fueron al extranjero para llevar el evangelio hasta los confines de la tierra, sino también de aquellos que se quedaron en casa y apoyaron la misión financieramente, de forma relacional, y en oración.

La respuesta fue sorprendente. Se formaron redes y sociedades de enviados, impulsando el cristianismo (y es cierto que fue un cristianismo con un sabor occidental) alrededor del mundo. La capacidad financiera, la extensión geográfica, y el peso político del Imperio Británico fue presionado al servicio de esta causa. Otras naciones occidentales siguieron su ejemplo, frecuentemente uniendo conveniencia política con fervor religioso a medida que el evangelio avanzaba en las propiedades coloniales.

Esta historia, o algo parecido, sustenta la manera en que recordamos el progreso sustancial de la globalización cristiana en los últimos dos siglos. Pero este modelo de remitentes (occidentales) y enviados (occidentales) no explica su propio éxito. Entonces, como ahora, la evangelización de los pueblos no alcanzados frecuentemente depende de la presencia de una comunidad en diáspora en un lugar donde la iglesia ya existe, en vez de la inserción de misioneros extranjeros en una cultura inalcanzada. Podemos ver esto en la historia de Seo Sang-ryun y los orígenes del protestantismo coreano.

La Biblia en Corea

Resulta que John Ross, uno de los presbiterianos que bautizó a Seo, había estado buscando oportunidades de alcanzar a Corea para Cristo desde principios de 1870, pero no pudo entrar. El gobierno coreano prohibió incluso enseñar el idioma a los extranjeros. Sin embargo, desde su base en Mukden (ahora Shenyang), Ross encontró un tutor. Se centró en aprender y traducir textos al coreano, y ministrar a la diáspora en Manchuria. Sus trabajos comenzaron a dar fruto.

Los conversos comenzaron a adorar junto a los cristianos chinos y hacían contrabando de literatura a través de la frontera. Desde finales de 1870, un pequeño grupo de coreanos que incluía a Seo se asoció con Ross y MacIntyre para traducir la Biblia. En 1882 completaron el Evangelio de Lucas, los otros tres Evangelios en 1884, y todo el Nuevo Testamento en 1887. De manera significativa, no se tradujeron al idioma de la élite educada sino a la lengua vernácula hangul.

Un vendedor ambulante anónimo llevó los evangelios (junto con su propio testimonio de fe en Cristo) a la diáspora coreana de Manchuria oriental. A su regreso a Mukden, informó que muchos querían ser bautizados. En invierno de 1884, Ross viajó allí, bautizó a 75, y puso otros nombres en una lista para su próxima visita.

El ministerio y trabajo de Seo Sang-ryun

Seo regresó a Corea ese mismo año. Trabajó como evangelista y organizó reuniones de oración, inicialmente en Ŭiju (su hogar ancestral), justo sobre la frontera de Manchuria en el Río Yalu. Pero después de soportar críticas debido a sus contactos extranjeros, estableció un ministerio más permanente en Sorae, un remoto pueblo pesquero sobre las montañas de Changyon en la provincia de Hwanghae, donde vivía su familia extendida. Fue en Sorae donde Seo Sang-ryun y su hermano, Seo Sang-u, establecieron lo que ahora es considerado como “el aspirante más probable en ser la primera iglesia coreana”. Se reunieron en secreto para adorar detrás de puertas cerradas.

Ministrar a las comunidades en diáspora resultó ser una manera fructífera de cumplir la Gran Comisión. Todavía lo es

¿Pero era realmente una iglesia? Los teólogos reformados frecuentemente describen una verdadera iglesia como una caracterizada por la predicación de la Palabra de Dios, la administración de los sacramentos, y el ejercicio de la disciplina eclesiástica. Según todos los relatos, el primero de ellos estaba presente. Pero como un evangelista no ordenado, Seo nunca declaró autoridad para bautizar o administrar la Cena del Señor. Tampoco implementó la membresía de la iglesia. Aparentemente se contentó con esperar hasta que su rebaño pudiera ser formalmente incorporado en la iglesia visible de Cristo.

En la práctica, esto significaba esperar a un misionero occidental y, desde antes de 1885, la congregación de Sorae pidió repetidamente a Ross que viniera. Después de firmar una serie de “tratados injustos” con naciones extranjeras, Corea abrió lentamente sus puertas, pero el trabajo misionero seguía prohibido, y Ross no estaba disponible para ir hasta allá. En cambio, presentó a Seo por carta al estadounidense Horace G. Underwood (1859-1916), otro presbiteriano, que había llegado recientemente a Seúl y estaba silenciosamente comprometido en misiones médicas, educación, y cuidado de huérfanos mientras aprendía el idioma. Seo conoció a Underwood a finales de 1886.

Aunque la evangelización de los coreanos era ilegal y la conversión era un crimen capital, Underwood recibió una pequeña delegación de cristianos de Sorae la primavera siguiente. Registró: “Fueron examinados ante toda la Misión, y descubriendo que habían sido creyentes durante algunos años, y eran capaces de exponer de manera inteligente el fundamento de su fe, la Misión decidió unánimemente que tres de ellos debían ser admitidos en la iglesia mediante el bautismo”. (Algunos, tal vez todos, de los restantes miembros de la delegación ya habían sido bautizados).

En otoño de 1887, la misión de Underwood se sintió lo suficientemente valiente como para intentar una gira itinerante de predicación, desde Seúl hasta Sorae, Pyongyang, y Ŭiju. Otros siete fueron bautizados en Sorae, donde los creyentes continuaron reuniéndose regularmente para adorar bajo el cuidado pastoral de Seo.

En septiembre de ese mismo año, quizás justo antes de que Underwood partiera, Ross finalmente visitó Corea. Se reunió con Underwood en Seúl, donde fue testigo de la fundación de la Iglesia Presbiteriana Saemoonan, la primera iglesia en Corea pastoreada por un ministro ordenado. Su membresía estaba compuesta por 14 coreanos, 13 eran de Sorae. Una semana más tarde, dos ancianos coreanos fueron ordenados, y al año siguiente se bautizaron las primeras cuatro mujeres coreanas. En una década, Saemoonan había plantado varias iglesias hijas, y el crecimiento continuó.

John Ross quería llevar el evangelio a Corea, pero no le fue dado el privilegio. En cambio, pasó una década entre los miembros de la diáspora coreana en Manchuria. Dios, en su providencia, usó a Seo Sang-ryun y a otros miembros de la comunidad de la diáspora para sentar las bases para el ministerio del evangelio que se estaba llevando a cabo en su patria (Ro. 15:20; 1 Co. 3:10).

El fruto del ministerio de la diáspora

En la magistral obra History of the Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) de Kenneth Scott Latourette (1937), él dedicó tres de los siete volúmenes al siglo siguiente de la publicación de Una Investigación de Carey. Era principalmente una historia de misioneros occidentales llevando el evangelio a las naciones.

Pero eso no es exactamente lo que sucedió. En cambio, frecuentemente los misioneros eran recibidos en nuevas tierras por creyentes nativos que habían conocido a Cristo o crecido en su fe mientras vivían en otro lugar. Durante ese “gran siglo”, como Latourette apodaba el siglo XIX, ministrar a las comunidades en diáspora resultó ser una manera fructífera de cumplir la Gran Comisión. Todavía lo es.

El pueblo de Sorae es ahora parte de Corea del Norte, donde los cristianos se reúnen una vez más en secreto y detrás de puertas cerradas. Pero esta no es la última palabra. La iglesia coreana se ha convertido en una de las fuerzas más activas en la evangelización transcultural del mundo, con alrededor de 30 000 misioneros en el campo. Irónicamente, cuando los misioneros occidentales fueron expulsados de China en las décadas de 1940 y 1950, los creyentes coreanos se convirtieron en testigos de su vecino mayor. Lo que parecía ser una nota de pie de página sobre la expansión del protestantismo en Asia resultó ser una trama importante en la historia del cristianismo global.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Felipe Ceballos Zúñiga.
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