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No pases por alto la importancia de la ascensión de Jesús

El Día de la Ascensión parece ser la cenicienta del calendario eclesiástico. La Navidad nos cautiva porque celebra la encarnación del Hijo de Dios, la cual trae gozo al mundo. En Viernes Santo, con sobria gratitud, recordamos el sacrificio de nuestro Salvador. La Pascua nos impulsa a celebrar Su triunfo sobre la muerte. Pentecostés, aunque no tiene la misma notoriedad que las otras tres, al menos cae en domingo y conmemora el derramamiento del Espíritu Santo que capacita a todo el pueblo de Dios para el servicio. ¡Son grandes acontecimientos que merecen ser recordados una y otra vez!

Pero ¿prestamos atención al Día de la Ascensión, que cada año pasa discretamente un jueves? (Fue el 29 de mayo de 2025, por si te lo preguntabas). ¿Nos detenemos a contemplar con asombro el mensaje de la ascensión de Jesús? Ese acontecimiento en el que fue llevado en una nube a la diestra de Dios en el cielo, y que constituye el puente indispensable entre la Pascua y Pentecostés.

Para entender la verdadera magnitud del mensaje de la ascensión, es útil reflexionar sobre la influencia del Antiguo Testamento en el relato de Lucas en Hechos 1-2. Tres antiguas Escrituras iluminan la partida corporal culminante de Jesús de la tierra: la ascensión de Elías al cielo en un torbellino (2 R 2), la visión de Daniel de «uno como un Hijo de Hombre» que se acerca al Anciano de Días sobre las nubes del cielo (Dn 7) y la entronización del Señor de David a la diestra de Dios (Sal 110).

Elías asciende y Eliseo recibe el Espíritu (2 R 2)

A lo largo de su evangelio, Lucas describe el paralelo y patrón (tipología) que Dios diseñó entre los profetas Elías y Eliseo, por un lado, y Jesús como el profeta definitivo de Dios, por el otro.

Por ejemplo, de la misma manera que aquellos profetas llevaron de la gracia salvadora de Dios a una viuda fenicia afligida y a un comandante sirio (Lc 4:24-29; 1 R 17:8-16; 2 R 5:1-14; cp. 2 R 4:18-37), Jesús extendió Su gracia vivificante a un centurión romano y a una viuda también afligida, al resucitar a su hijo y devolvérselo (Lc 7:1-16). Y así como Eliseo alimentó a cien hombres con veinte panes, Jesús alimentó a más de cinco mil con solo cinco panes, y en ambas ocasiones sobró comida (2 R 4:42-44; Lc 9:10-17).

La ascensión de Jesús mantiene el vínculo entre esas «sombras» proféticas y su cumplimiento escatológico en Cristo. De la misma forma que Elías «fue llevado en un torbellino al cielo» (2 R 2:11, traducción del autor), así también Jesús «fue llevado arriba» (Hch 1:2); como los ángeles dijeron a los apóstoles: «Jesús, que ha sido tomado de ustedes al cielo» (v. 11). La vindicación impactante y visible de Elías, presenciada por su asombrado discípulo y sucesor, prefiguraba la glorificación aún mayor de Jesús, la Palabra definitiva y suprema de Dios (He 1:1-2; Jn 1:1, 14).

Pero aún hay más: cuando Eliseo recogió el manto y el ministerio de su mentor, recibió inmediatamente el Espíritu que había investido de poder a Elías (2 R 2:9-10, 15). De manera similar, Jesús pronto derramaría el Espíritu Santo sobre Sus apóstoles, capacitándolos como Sus testigos (Hch 1:4-5, 8; 2:33). Este relevo profético y la unción del Espíritu de Elías a Eliseo ya sugerían que, siglos más tarde, la ascensión de Jesús prepararía el camino para Pentecostés, momento en que el Espíritu de Dios, el don prometido del Padre, descendería sobre Sus testigos que lo esperaban.

El Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo (Dn 7)

La «nube» que ocultó a Jesús de la vista de los apóstoles mientras ascendía al «cielo» (Hch 1:9-11) nos remite a la visión de Daniel. En ella, «uno como un Hijo de Hombre» venía «con las nubes del cielo» ante el Anciano de Días en Su corte celestial para recibir un reino indestructible (Dn 7:13-14). Cuando estuvo ante el sanedrín judío, Jesús conectó Daniel 7 con la entronización celestial del rey-sacerdote anunciada en el Salmo 110: «Verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo con las nubes del cielo» (Mr 14:62, traducción del autor).

De acuerdo con la visión de Daniel, Jesús estaba anunciando a los líderes de Israel que Él, el Hijo del Hombre, vendría con las nubes al cielo para recibir autoridad suprema y tomar Su trono eterno. Hasta Sus perseguidores verían la evidencia de Su entronización. En otras palabras, la nube que acogió a Jesús al dejar la tierra fue la misma en la que (tal como vio Daniel) Él entró al cielo para ser entronizado como Señor a la diestra de Dios (cp. Hch 2:33-35). Así, la nube de la ascensión proclama visiblemente que el Hijo del Hombre ahora ejerce un dominio eterno sobre un reino indestructible. El derramamiento inminente del Espíritu, con señales que se verían y oirían, confirmaría la coronación celestial del Hijo del Hombre.

Sentado a la diestra de Dios (Sal 110)

El Salmo 110:1 ocupaba un lugar central en los pensamientos de Jesús a medida que se acercaban Su cruz y resurrección. Días antes de Su juicio, citó este versículo para demostrar que el Mesías no sería solamente el hijo de David, sino también el Señor de David (Lc 20:41-44). Más tarde, ante el sanedrín, en el relato de Lucas que es paralelo a Marcos 14:62 (mencionado antes), Jesús recalcó el cumplimiento inminente de la entronización celestial del Hijo del Hombre: «Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios» (Lc 22:69, traducción del autor).

Entonces, el día de Pentecostés, Pedro citó el Salmo 110:1 y proclamó que las señales del derramamiento del Espíritu, que todos podían ver y oír, eran la prueba divina de la ascensión de Jesús al cielo para tomar Su lugar a la diestra de Dios:

Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, [Cristo] ha derramado esto que ustedes ven y oyen. Porque David no ascendió a los cielos, pero él mismo dice: «Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a Mi diestra, Hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies”» (Hch 2:33-35, énfasis añadido).

Pedro primero hizo alusión al Salmo 110:1 (la «diestra» de Dios) y después lo citó. Relacionó tanto la alusión como la cita con la ascensión de Cristo usando palabras como «exaltar» y «ascender»: Jesús fue «exaltado» a la diestra de Dios, mientras que David no «ascendió» a los cielos, sino que habló de su Señor, quien sí lo hizo.

Sin ascensión, no hay Pentecostés, donde se distribuyen los dones del Espíritu al pueblo de Jesús… Todo depende de Cristo, ascendido y reinante

Al usar el Salmo 110 para interpretar la ascensión de Jesús, Pedro dejó claro que la entronización real de Cristo a la diestra de Dios era el requisito fundamental para que Él derramara el Espíritu Santo sobre Su pueblo. Esto era algo que el Padre había prometido en el Antiguo Testamento, y que tanto Juan el Bautista como Jesús mismo habían anunciado.

Sin ascensión, no hay Pentecostés. Sin Pentecostés, no se distribuyen los dones del Espíritu a todo el pueblo de Jesús. Sin la distribución de estos dones, no hay testimonio del evangelio al mundo entero ni edificación del cuerpo de Cristo mediante los diversos ministerios de todos Sus miembros. Todo depende de Cristo Jesús, ascendido y reinante.

Las citas y alusiones del Antiguo Testamento, tanto en el relato de la ascensión de Jesús como en el comentario apostólico de Pedro (Hch 1-2), revelan el maravilloso mensaje de este acontecimiento: Jesús ha entrado triunfante al cielo, gloriosamente vindicado como el Revelador del Padre; Él es el Hijo del Hombre que reina de manera suprema, ahora y para siempre; y es el Mesías que derrama el Espíritu, Aquel que es el Señor de David y también el nuestro. Este Cristo viviente, ascendido y reinante, actúa hoy en tu vida y en Su iglesia por medio de Su Palabra viva (la Biblia) y Su Espíritu omnipresente y todopoderoso.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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