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El contentamiento es la capacidad de estar satisfechos con lo que tenemos. Es la disposición gozosa del creyente incluso a pesar de las necesidades, la escasez, o la incomodidad.

El contentamiento del corazón descansa en la sabia y bondadosa providencia de Dios, quien ordena cada estación de nuestras vidas. Del otro lado encontramos la constante queja, el lamento, y la murmuración como la fiel antítesis del contentamiento, y las señales inequívocas de que nuestros corazones están insatisfechos.

A este respecto, el apóstol Pablo le escribió a una iglesia, diciendo: “No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad” (Fil. 4:11-12).

Esta confesión de Pablo no era una mera aspiración o una meta que procuraba alcanzar, pues sabemos que la escribió desde una prisión. Él sabía estar contento en la abundancia y en la escasez, saciado y con hambre, en libertad o encarcelamiento. El deleite del apóstol no descansaba en la provisión, ni en las circunstancias ideales, sino más bien en poseer a Cristo.

En otra de sus cartas, Pablo le dijo a su querido discípulo Timoteo que “la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento. Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él. Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos” (1 Ti. 6:6-8).

Este llamado se extiende a los cristianos de todos los tiempos y en toda circunstancia, incluso cuando sentimos que no somos bien remunerados. La Palabra de Dios nos exhorta a estar contentos con lo que tenemos, aun cuando lo único que poseamos sea nuestro sustento y abrigo.

Para cultivar un corazón contento y agradecido en toda circunstancia, debemos cuidarnos de al menos tres actitudes que pueden llevarnos a la frustración e inconformidad cuando no recibimos la paga que quisiéramos o que creemos merecer.

1. Cuídate de la avaricia

La Biblia nos dice: “Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: ‘Nunca te dejaré ni te desampararé’” (Heb. 13:5). Algunas versiones en inglés traducen este pasaje así: “Que su vida esté libre del amor al dinero”. La idea es la misma. El autor de Hebreos nos está llamando al contentamiento, a considerar las cosas que ya tenemos.

Ahora bien, este pasaje también nos sugiere que en la raíz de la falta de contentamiento puede haber un amor por el dinero. Es decir, que la avaricia puede ser la razón de nuestro descontento, y no necesariamente la falta de provisión. Un corazón lleno de avaricia siempre estará pensando en lo que no tiene. No importa el aumento que recibamos o las ganancias extras que logremos alcanzar, pues el problema no es la falta de dinero sino nuestra avaricia.

La avaricia es una pasión que no permite que los corazones consideren, celebren, ni den gracias por lo que ya tenemos

2. Cuídate de la ingratitud

El apóstol Pablo dijo: “Den gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús” (1 Ts. 5:18). Es decir, Dios desea que sus hijos estén agradecidos con lo que tienen en cualquier situación en la que se encuentren. Un corazón agradecido busca razones para dar gracias, y un cristiano lleno de gratitud estará abrumado y conmovido por las cosas que ha recibido de parte de Dios.

El pastor puritano Jeremiah Burroughs decía que “los cristianos atribulados deberían recordar cuán grandes cosas les ha dado Dios, y cuán insignificantes son sus carencias”.[1] Cuando el creyente contempla los bienes que ha recibido de parte de Dios, su corazón rebosará de gratitud y así la insatisfacción y la amargura no tendrán parte en su mente.

La gratitud es el combustible del contentamiento

El corazón que está constantemente abrumado por la gracia del evangelio, y que contempla todas las riquezas de la salvación y el futuro glorioso que le espera, encontrará mayores motivos para vivir agradecido y así estar contento.  Y esto incluso en medio de la escasez y la mala remuneración.

3. Cuídate de la desconfianza

La falta de contentamiento también puede ser un fruto de la desconfianza en la bondad y el cuidado de Dios. El afán y la ansiedad socavan el gozo cristiano. Por eso el Señor le dijo a los discípulos: “Por tanto, no se preocupen, diciendo: ‘¿Qué comeremos?’ o ‘¿qué beberemos?’ o ‘¿con qué nos vestiremos?’ Porque los Gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que el Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas” (Mt. 6:31-32).

En este verso, Jesús nos enseña que la manera de ser libres de afanarnos por la provisión terrenal es confiar en Dios como un Padre que cuida de los suyos. Muchas veces nuestra falta de contentamiento está fundamentada en la desconfianza.

La falta del contentamiento cristiano también puede ser un síntoma de incredulidad en las promesas divinas. Jesús nos recuerda que Dios es nuestro Padre, y que Él cuidará de nosotros. Velemos por un corazón que descansa en Dios y confía en que Él proveerá aun cuando sintamos que no ganamos lo suficiente para vivir. Cultivemos una confianza sólida en Dios, en su bondad, en su poder, y en sus promesas.

Conclusión

Una antigua oración puritana decía: “Señor, si tuviera que padecer necesidad, y estar desnudo y en situación de pobreza, haz a mi corazón estimar tu amor, conocerlo, estar avergonzado por él, a pesar de estar negado de todas las bendiciones”.[2]

Guardemos nuestros corazones de la avaricia, contemplemos la provisión terrenal y eterna para que demos gracias, y cultivemos una confianza en la provisión de Dios, como la confianza de un niño en su padre.

Quizá sea cierto que es más fácil hablar del contentamiento que encontrarlo. Y por eso, como escribió Jeremiah Burroughs, es que “los nuevos creyentes deberían hacer un esfuerzo por cultivar un espíritu quieto y contento desde el principio de su vida cristiana. Los creyentes viejos deben fijarse cuánto les falta todavía por aprender. Ningún creyente estará satisfecho hasta que encuentre la felicidad verdadera que es otorgada por Dios”.[3]


Imagen: Lightstock.
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