Este es un fragmento adaptado del libro Sal: En un mundo cambiante, el evangelio sigue siendo relevante (Andamio, 2021), por Rebecca Manley Pippert.
El nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesucristo cambiaron nuestro planeta para siempre, pero a veces olvidamos que hubo otro acontecimiento glorioso que también transformó la tierra. Ocurrió siete semanas después de que el Jesús resucitado ascendiera al cielo, durante la fiesta judía llamada Pentecostés: el Señor Jesús llenó a sus seguidores con el poder del Espíritu Santo (Hch 2:1-13).
Desde el momento en que los seguidores de Cristo recibieron el don del Espíritu Santo, la marea de vida divina que comenzó a fluir a través de ellos empezó a extenderse por el mundo. ¡Tenían un nuevo poder, un nuevo propósito, una nueva alabanza y un nuevo derramamiento de amor y vida que los trastornó a ellos y al mundo en el que vivían!
El Espíritu Santo transforma y da poder
Cuando el Espíritu prometido vino y llenó a todos los creyentes (Hch 2:3), eso fue una clara señal de que, a partir de ese instante, todos los que emplearan el nombre de Jesús recibirían el Espíritu de Dios que transforma la vida y da poder. La tercera persona de la Trinidad está con todos aquellos y en todos aquellos que estamos en Cristo, sin excepción.
La tercera persona de la Trinidad está con todos aquellos y en todos aquellos que estamos en Cristo, sin excepción
El Espíritu es vital para cada área de la vida cristiana. Pablo explica que estamos siendo transformados a la semejanza de Cristo con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu (2 Co 3:18). Cuando estamos en Cristo, pasamos a ser una nueva creación (2 Co 5:17) y, con el tiempo, el Espíritu Santo nos transforma a semejanza de Cristo haciendo crecer en nosotros el fruto del Espíritu. No solo eso, sino que el Espíritu nos da dones que Dios usará mientras le servimos en el mundo (1 Co 12:12, 17).
El Espíritu también nos da el poder espiritual que fortalecerá nuestro testimonio de Cristo. Entre las últimas palabras que sabemos que el Jesús resucitado dirigió a sus discípulos está la siguiente promesa: “pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán mis testigos” (Hch 1:8). Debemos recordar que la palabra “testigo” es un sustantivo, no un verbo. Jesús está describiendo lo que estamos llamados a ser. La cuestión no es si queremos ser testigos, sino si seremos testigos fieles. Todos somos testigos de Jesús; la cuestión es si vivimos de acuerdo a nuestra identidad.
Todos somos testigos de Jesús; la cuestión es si vivimos de acuerdo a nuestra identidad
Por eso el papel del Espíritu Santo en la evangelización es tan importante. Gracias al poder del Espíritu de Dios que habita en nosotros logramos hacer lo que nunca hubiera sido posible por nosotros mismos. Saber que Dios es el poder que actúa en la evangelización nos libera de cualquier temor porque la evangelización no es algo que hacemos solos; de hecho, ¡la evangelización se trata de Dios y su poder!
Cuando pedimos a Dios que nos dé valentía, fuerza y poder para compartir las buenas noticias, ¡lo hará! Cuando compartimos el evangelio no solo damos información; necesitamos que el poder del Espíritu dé a nuestras palabras significado y eficacia. Lo que lleva a las personas a la fe no es nuestra brillantez o nuestros argumentos inteligentes; es el Espíritu de Dios obrando en nosotros, y también actúa en los no cristianos abriendo sus ojos espiritualmente ciegos, convenciéndoles de pecado y persuadiéndoles para que a Jesús le llamen Señor (1 Co 12:3). El Espíritu de Dios es quien obra el nuevo nacimiento y quien produce vidas transformadas (Jn 3:5-8). Nosotros no tenemos ese poder, pero el Espíritu de Dios sí. Somos los instrumentos que Dios usa, pero no somos los agentes de transformación.
El Espíritu Santo y el problema de las iglesias
Nuestra falta de dependencia del poder del Espíritu es tal vez la deficiencia más flagrante de la iglesia occidental moderna, especialmente si la comparamos con la iglesia primitiva. Esta daba testimonio con gran valor y rebosaba poder espiritual, incluso cuando las consecuencias de proclamar el evangelio eran catastróficas. Por el contrario, nosotros muchas veces nos retraemos cuando el otro levanta las cejas.
¿Por qué la iglesia occidental de hoy parece tan espiritualmente anémica cuando la comparamos con la iglesia primitiva? Porque la iglesia primitiva comprendió algo que debemos aprender de nuevo: que el poder sobrenatural de Dios está a nuestra disposición; que el Dios vivo habla y actúa, y que su poder, a través de su Espíritu y su palabra, es capaz de hacer nuevas todas las cosas de un modo que trasciende todas las categorías humanas.
Para vivir como testigos de Cristo en el siglo XXI es fundamental que abracemos el poder del Espíritu, que reside en nosotros. Sin embargo, como señala perspicazmente el autor Fleming Rutledge, podemos encontrar nuestro problema en las palabras que el Señor dirigió a un grupo de saduceos: “Jesús les dijo: ‘¿No es esta la razón por la que están ustedes equivocados: que no entienden las Escrituras ni el poder de Dios?’” (Mr 12:24).
Para vivir como testigos de Cristo en el siglo XXI es fundamental que abracemos el poder del Espíritu
Entonces, ¿cómo empezamos no solo a entender el poder del Espíritu de Dios de forma teórica sino a experimentarlo en la práctica?
Primero, tenemos que reconocer la gran diferencia que hay entre la visión bíblica de la realidad y la visión que nuestra cultura tiene de la realidad.
Toda la Escritura está llena de una clara consciencia de la presencia sobrenatural de Dios. Los antiguos escritores hebreos se referían a Dios como “el Dios viviente” (Dt 5:26; 1 S 17:26; Jos 3:10; Jr 10:10). Es un Dios dinámico y vivo. Habla y actúa. ¡Lo que distinguía a Israel de las demás naciones de la tierra era que la presencia de ese Dios habitaba en medio de ellos!
Así que hay más de lo que podemos ver físicamente. Cuando el criado del profeta Eliseo fue a él asustado porque había visto al ejército enemigo rodeando la ciudad, Eliseo oró: “Señor, ábrele los ojos para que vea”. El texto dice que “el Señor así lo hizo, y el criado vio que la colina estaba llena de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 R 6:16-17). Aunque la presencia de Dios normalmente es invisible, así de real era para Eliseo. ¡Para los antiguos hebreos, la “realidad invisible”—es decir, la presencia de Dios— estaba a su lado y era más real y más poderosa que cualquier ejército invasor!
El poder del Espíritu es aún más evidente en el Nuevo Testamento. Cuando Jesús comienza su ministerio y declara que Él es el Mesías esperado, dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc 4:18- 21). Aunque Jesús siempre actuó de acuerdo con sus dos naturalezas: predicar las buenas nuevas no fue lo único que Él hizo por el poder del Espíritu; por el poder del Espíritu también hizo milagros. De la misma manera, el Espíritu Santo dio poder a la iglesia primitiva para predicar la palabra de Dios con valentía y poder; y también le dio poder para realizar señales y maravillas, pero debemos hacerlo con la guía de la Palabra.
La visión bíblica de la realidad abarca tanto lo que se ve como lo que no se ve. Lo que se ve es solo una parte del mundo, ¡pero la realidad invisible: la presencia sobrenatural de Dios y el Espíritu Santo es incluso más real!