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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Caminar en sintonía con el Espíritu: Cómo encontrar la plenitud en nuestro andar con Dios, de J.I. Packer. Publicaciones Andamio.

¿Cuál es el elemento central y principal en el ministerio del Espíritu Santo? ¿Existe una actividad básica con la que deba relacionarse su obra de empoderamiento, capacitación, purificación, y presentación a fin de comprenderse completamente? ¿Existe una única estrategia divina que une todas estas facetas de su acción dadora de vida como medio hacia un fin?

Creo que la hay, en términos de la idea de presencia. Con esto quiero decir que el Espíritu da a conocer la presencia personal del Salvador resucitado que reina, el Jesús de la historia, que es el Cristo de la fe, en y con el cristiano así como en la iglesia. Las Escrituras muestran que desde el Pentecostés de Hechos 2 eso es fundamentalmente lo que el Espíritu está llevando a cabo en todo momento cuando empodera, capacita, purga y dirige a generación tras generación de pecadores a enfrentarse a la realidad de Dios. Y lo hace a fin de que puedan conocer, amar, honrar y alabar a Cristo, y confiar en Él. Este es su objetivo y el propósito de Dios Padre también. Tras el análisis definitivo, en esto consiste el ministerio del nuevo pacto llevado a cabo por el Espíritu.

El Espíritu da a conocer la presencia personal del Salvador resucitado que reina, el Jesús de la historia

La presencia de la que hablo aquí no es la omnipresencia divina de la teología tradicional, que textos como Salmos 139; Jeremías 23:23-24; Amós 9:2-5 y Hechos 17:26-28 nos definen como la conciencia de Dios de todo en todas partes sostenido en Su propio ser y actividad. La omnipresencia es una importante certeza, y lo que estoy diciendo aquí la presupone, pero cuando empleo el término presencia estoy considerando algo diferente. Con el mismo hago referencia a lo que los escritores bíblicos expresaban cuando hablaban de la presencia de Dios con su pueblo, concretamente, la intervención de Dios en situaciones particulares para bendecir a sus fieles y darles a conocer así su amor y su ayuda, dando lugar a la adoración de ellos. Claramente, Dios “visitaría” y se “acercaría” en ocasiones para juzgar; es decir, actuaría de una forma que provocase que los hombres se diesen cuenta de su desagrado ante sus actos, como de hecho sigue haciendo. Sin embargo, lo habitual en las Escrituras es que la venida de Dios a su pueblo y el regalo de su presencia signifiquen su bendición.

Frecuentemente, este hecho se expresaba diciendo que Dios estaba “con” ellos. “Y el Señor estaba con José, que llegó a ser un hombre próspero”. Cuando Moisés se aterrorizó ante la idea de regresar a Egipto, donde habían puesto precio a su cabeza, y de desafiar a Faraón en su guarida, Dios dijo: “Ciertamente yo estaré contigo”, una promesa cuyo propósito era tranquilizarlo (Éxodo 3:12; véase también 33:14-16). Dios repitió la misma promesa a Josué cuando este asumió el liderazgo tras la muerte de Moisés: “… Así como estuve con Moisés, estaré contigo… Sé fuerte y valiente… porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:5, 9; véase también Deuteronomio 31:6,8). Israel recibió palabras tranquilizadoras parecidas: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo… No temas, porque yo estoy contigo…” (Isaías 43:2,5). Mateo recurre a este pensamiento de la presencia de Dios con Su pueblo para bendecirles cuando da comienzo a su evangelio proclamando el nacimiento de Jesús como el cumplimiento de la profecía de Emmanuel de Isaías (Emmanuel significa “Dios está con nosotros”) y de nuevo al final cuando recoge la promesa de Jesús a todos Sus seguidores hacedores de discípulos: “… he aquí, yo estoy con vosotros todos los días…” (Mateo 1:23; 28:20). Porque Jesús, al autor y portador de la salvación, es Dios encarnado, y la presencia de Cristo es precisamente la presencia de Dios.

La verdad del asunto es esta. El ministerio básico, distintivo y constante del Espíritu Santo bajo el nuevo pacto es mediar la presencia de Cristo a los creyentes —esto es, otorgarles ese conocimiento de su presencia con ellos como su Salvador, Señor, y Dios—.


Imagen: Lightstock.
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