Una práctica común en las culturas del Antiguo Medio Oriente era la “ordalía”, o el “juicio de Dios”. Consistía en un ritual mediante el cual se pretendía demostrar la inocencia o culpabilidad de una persona por medio de prácticas que involucraban fuego o agua.
Por ejemplo, para saber si alguien había robado o no, le obligaban a sujetar hierro candente con las manos, o bien, le obligaban a permanecer determinado tiempo bajo el agua. Si la persona juzgada no se quemaba con el hierro candente o no salía ahogada, entonces se entendía que era inocente. Se creía que la deidad que la juzgaba le había rescatado de las consecuencias del crimen, concediéndole absolución de cualquier cargo que se hubiese presentado en su contra.
Esta práctica siguió hasta la Edad Media, y se dejó de realizar porque no era una forma correcta de juzgar a alguien. Muchas veces se incurrió en situaciones inhumanas que ocasionaron la muerte de personas inocentes.
Esta es una de las razones por las que nos resulta tan raro leer Números 5:11-31. Allí encontramos el relato de cómo Dios instituye la forma en que los israelitas debían lidiar con los casos de sospecha de adulterio por parte de una esposa hacia su esposo. Es un pasaje conocido como la “ley de los celos”. ¿Cómo entender este texto?
Diferencias con la ordalía
Primero, es importante entender las diferencias entre lo que vemos en Números y la ordalía que practicaban los otros pueblos de la antigüedad.
En el relato bíblico, la institución del procedimiento ordenado por Dios no pone en riesgo la vida de la mujer. Por otro lado, en los otros pueblos de aquella época, la vida de la persona llevada a juicio era expuesta a peligros que podían ocasionar la muerte.
La “ley de los celos” nos muestra que nuestro Dios es misericordioso y actúa sobrenaturalmente.
Además, mientras alguien que fuera sumergido en agua por tiempo indefinido no sería rescatado por un falso dios, o alguien que metiera la mano al fuego no saldría sin quemadura alguna, seguir la instrucción en Números y beber el agua que el sacerdote daría a tomar no ocasionaría ningún daño en caso de inocencia. Esto nos muestra que nuestro Dios es misericordioso y actúa sobrenaturalmente.
Más aún, aunque este artículo no es una disertación sobre los derechos de la mujer, vale señalar que para el contexto cultural, geográfico, e histórico de su época, la ley hebrea es muy innovadora por encima de la legislación de los pueblos circundantes. Por ejemplo, mientras que en otros sistemas legales la mujer era solo una especie de “accesorio” o “ciudadano de segunda categoría”, para Israel ya las mujeres podían heredar a título personal (Nm. 27:1-8; Jos. 17:3-4). Esto da evidencia de un Dios que dignifica a la mujer y que, como vemos en la “ley de los celos”, extiende misericordia a través de la presunción de inocencia.
Es evidente, entonces, que Dios actuaba sobrenatural y directamente en el pueblo de Israel, como vemos en la “ley de los celos”. Un ejemplo de este actuar de Dios lo vemos en Josué 7:10-25, en el relato del pecado de Acán. Él fue juzgado por Dios y sentenciado a muerte, ya que por su responsabilidad el pueblo había sido derrotado.
Podemos ver, pues, que Dios tuvo una interacción especial con el pueblo de Israel, en una época en que Israel se estaba consolidando como nación bajo la teocracia. Pero como veremos a continuación, para la Iglesia hay algo más grande.
El pentateuco en su contexto
Lo más importante de todo esto es recordar que el Pentateuco no son libros de instrucción jurídico-legal de aplicación para todos los pueblos de la tierra, en distintos espacios geográficos y tiempo. Esta llamada “ley de los celos” ya tuvo su aplicación en un determinado lugar y momento de la historia.
A la luz del Nuevo Testamento, aprendemos también que la ley dada al pueblo hebreo apuntaba a algo (alguien) más grande: Cristo Jesús, unigénito de Dios, quien la cumplió a cabalidad, sin falta y excepción alguna (Mt. 5:17-18). Por lo tanto, para nosotros, la ley acerca de los celos queda como un registro de una sombra que ya pasó para dar paso a la realidad del Nuevo Pacto que ahora disfrutamos.
El Pentateuco fue el código de conducta civil, penal, y más importante, ceremonial, para el pueblo de Israel. Esto sucedió en una determinada época y debido al trato directo de Dios con ellos, con el fin de quitar el pecado de en medio de ellos.
Es a Cristo, nuestra justicia (1 Co. 1:30), a quien en última instancia todo esto apuntaba. Hoy nosotros podemos ser beneficiarios de lo que ya se hizo en la Cruz del Calvario. Que nuestra vista siempre pueda dirigirse al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.