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El 5 de diciembre de 1858, a la tierna edad de 24 años, Charles Haddon Spurgeon predicó su mejor sermón. ¿Qué hace que un sermón sea grandioso? Para un ganador de almas como Spurgeon, una prueba de grandeza es sumar las almas convertidas. De este sermón, Charles confesó: “Creo que nunca he predicado otro sermón en el que tantas almas fueron ganadas para Dios”. De principio a fin, la exhortación fascinante, “Fuérzalos a entrar”, está llena de fervientes súplicas para que los pecadores vengan a Cristo.

Tono evangelístico

Aunque predicaba el domingo por la mañana a la iglesia reunida para adorar, Charles no asume que está hablando solo a los redimidos. Cerca del final del sermón, habla de manera ingeniosa contra los asistentes profesantes que no viven a la altura de los altos estándares del evangelio.

Spurgeon señala muchas razones por las que las personas se niegan a venir a Cristo. Tal vez están mutiladas y cegadas por el pecado. Luego detalla las maravillas de la conversión a todos los que estén dispuestos a escuchar. Tal voluntad de exponer la hipocresía y llamar a los pecadores a la conversión revela el tono de este gran sermón: extraordinariamente evangelístico.

“Te exhorto, pues, a que mires a Jesucristo para que tu carga sea aligerada. Pecador, nunca lo lamentarás”.

Suplicando a los pecadores

Suplicando a sus oyentes que miren a Cristo, Spurgeon les recuerda la fragilidad de su vida.

“¿Qué van a hacer en medio de las crecidas corrientes del Jordán sin un Salvador? Los lechos de muerte son cosas frías sin el Señor Jesucristo”.

Muchos hombres fuertes han fallecido por el menor de los accidentes. La fecha es el 5 de diciembre, algunos oyentes puede que no vean llegar Navidad. En una multitud tan grande, tal vez dos o tres se habrán ido para el Año Nuevo. Charles es deliberadamente amenazante, su objetivo es que más personas puedan disfrutar de la dulzura de la salvación.

“Vamos, pues, deja que la amenaza tenga poder sobre ti. No te lo digo para amenazarte sin motivo, sino con la esperanza de que la amenaza de un hermano pueda conducirte al lugar en donde Dios ha preparado el banquete del evangelio”.

Spurgeon hace que el asunto sea urgente. El tiempo no puede desperdiciarse. Con una petición desesperada, incapaz de soportar la idea de que sus oyentes sean condenados en el fuego eterno, el apasionado predicador hace su súplica:

“No tengo autoridad de pedirte que vengas a Cristo mañana. El Señor no te ha invitado para venir a Él el próximo martes. Pecador, en el nombre de Dios te ordeno que te arrepientas y creas… Me parece que todos los cabellos de mi cabeza se ponen de punta al pensar en la condenación de cualquiera de mis oyentes”.

Respondiendo a las objeciones

Dos veces en su sermón, Spurgeon habla a oyentes que se oponen y que piensan que son demasiado pecadores para venir a Cristo. Él ofrece buenas noticias a aquellos que son espiritualmente pobres.

“Ustedes no tienen fe, no tienen virtud, no tienen buenas obras, no tienen gracia, y lo que es peor aún, no tienen ninguna esperanza. Ah, mi Señor les ha enviado una invitación inmerecida. Vengan y sean bienvenidos a la fiesta de matrimonio de Su amor”.

A los que se oponen y creen que son muy culpables, los que se autodenominan como “el mayor de los pecadores”, Charles expone su falso título. El mayor de los pecadores fue Saulo de Tarso, ¡y ya está en el cielo! Aun el peor pecador vivo sigue siendo solo el segundo peor, más razón para venir a Cristo. Spurgeon sabe por experiencia que nadie puede pecar demasiado para estar fuera de la gracia de Dios. Estaba en desesperación y en oscuridad, creyéndose a sí mismo el más pecador y vil de las criaturas, cuando Dios lo salvó durante una fatídica tormenta de nieve en 1850.

“Entre peor sea la condición de un hombre, con mayor razón debería ir al hospital o con un médico. Entre más pobre seas, mayor razón tienes para aceptar la caridad que te ofrece otro. Ahora bien, Cristo no busca ningún mérito tuyo. Él da gratuitamente. Entre peor seas, más bienvenido eres”.

Sin excusas

Cuando él comenzó a predicar en el Surrey Gardens Music Hall, Spurgeon determinó que “ya sea que mis oyentes reciban el evangelio, o lo rechacen, al menos deben entenderlo”. Recordó que un amigo dijo una vez cuando se iban: “Hay ocho mil personas esta mañana que no tendrán excusa en el día del juicio”. A pesar de las críticas injustificadas, Spurgeon predicó con un alto fervor evangelístico ese día.

“Es de poca importancia para mí ser condenado por el juicio de los hombres, porque mi Maestro puso su sello muy claramente en ese mensaje”.

Muchos escucharon el evangelio con claridad y lo entendieron. Sin embargo, después de suplicar, amenazar y rogar, Spurgeon reconoce que algunos todavía no serán movidos. Solo Dios puede salvar.

“¿Qué podemos hacer entonces? Podemos ahora apelar al Espíritu… No puedo forzarlos, pero Tú Oh Espíritu de Dios, que tienes la llave del corazón, Tú puedes forzarlos”.

Spurgeon predicó miles de sermones. También sabía que las conversiones por sí solas no hacen grande el ministerio, sino solo la fidelidad. ¿Qué hace que este sermón sea grandioso? Dios lo usó para señalar fielmente a Cristo y convertir a los pecadores. Por eso es digno de nuestra consideración.

Lee el sermón completo, “Fuérzalos a entrar”, aquí.


Publicado originalmente en For The Church. Traducido por Felipe Ceballos Zúñiga.
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