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A principios del siglo 21, “relevancia” se convirtió en la palabra de moda en el cristianismo evangélico de occidente. Los pastores, líderes de iglesia, y personas cristianas de gran influencia trataron de renovar la imagen de la fe, ya que sintieron una nueva urgencia de hacer que el evangelio fuera más atractivo para la próxima generación (la cual se estaba apartando de la fe en números cada vez mayores según mostraban las encuestas). Este fue el tiempo de la puesta en circulación de la revista Relevant, el libro de Donald Miller Tal como el Jazz, y el ascenso de Rob Bell como un prototipo evangélico de Steve Jobs. Fue el momento cuando la tela a cuadros, los skinny jeans, las barbas, y los tatuajes formaron parte del uniforme no oficial de los pastores. Fue un esfuerzo de publicidad para mercadear una fe menos legalista, más amigable a la cultura, y “emergente”; muy diferente de la religión polvorienta de tus abuelos.

Escribí una crónica de esta era extraña, detallada meticulosamente en Hipster Christianity (Cristianismo hípster), el cual fue lanzado hace 10 años atrás este mes. En muchas formas este libro ya es una reliquia, una cápsula de tiempo de ciertos segmentos del evangelicalismo a la vuelta del milenio. Pero la naturaleza anticuada del libro prueba el punto que estaba tratando de hacer: que el “cristianismo cool” es, si no un oxímoron, por lo menos un ejercicio fútil. El cristianismo enfocado en la relevancia siembra la semilla de su propia obsolescencia. En vez de rescatar o reavivar el cristianismo, una fe hípster la reduce a un producto de consumo, tan voluble y pasajera como la última moda de pasarela. Atar la relevancia del cristianismo a su habilidad de encontrar el favor de los “chicos cool” (la última de una larga historia de obsesión evangélica con la imagen) es un grave error.

Aquí hay unas cuantas razones.

Ir detrás de la “relevancia” es agotador e insostenible

Como escribo en el último capítulo, es problemático asumir que la verdadera relevancia quiere decir estar constantemente al día con las tendencias y “encontrar a la cultura en dónde está:

“Esta mentalidad asume que nadie nos escuchará si no somos lo suficientemente ruidosos e innovadores; nadie nos tomará en serio si no somos versados en la cultura; y nadie encontrará a Jesús interesante a menos que Él pueda adaptarse al espíritu de este tiempo. Pero este tipo de ‘relevancia’ es definida primariamente e indisolublemente por aquella cosa que el cristianismo resueltamente vence: la transitoriedad. Las cosas que son permanentes no son pasajeras, volubles, ni las que están de moda. Son sólidas… la verdadera relevancia perdura”.

Mi argumento se centró en la transitoriedad inherente de lo “cool” que hace al “cristianismo cool” insostenible por definición. El pastor a la moda y de portada de revista de hoy es el pasado de mañana. La iglesia cool de hoy, de rápido crecimiento, llena de veinteañeros, será las viejas noticias (solía ir allí) del año siguiente. La obsolescencia instantánea es inherente al sistema del cristianismo hípster (o cualquier cosa que sea hípster). El hecho de que la mayoría de las figuras del cristianismo de moda perfiladas en el libro hoy están fuera del radar de la influencia evangélica, es revelador. Donald Miller es un consultor de mercadeo. La megaiglesia de Seattle de Mark Driscoll se disolvió. Rob Bell es un gurú de la nueva era respaldado por Oprah y Elizabeth Gilbert. Y así sucesivamente. El hecho de que la mayoría de los nombres y tendencias enfatizadas en Cristianismo hípster hace apenas una década han sido casi olvidadas (y que serían reemplazadas con un nuevo grupo de personalidades y tendencias hoy) prueba la premisa del libro.

El cristianismo enfocado en la relevancia siembra la semilla de su propia obsolescencia

Conozco unas cuantas personas que se han quedado en iglesias de moda la mayor parte de la última década, pero muchos se han ido a otras iglesias (usualmente litúrgicas y refrescantemente aburridas). Otros han abandonado el cristianismo por completo. Resulta que la iglesia que parecía super cool para tu yo de 23 años puede no ser atractiva para tu yo profesional de 33 años con hijos. Resulta que una iglesia que predica sermones sobre “¡Dios en las películas!” más que la doctrina de la expiación, no te sirve bien a largo plazo. Resulta que un pastor con el que puedes beber, fumar, y ver Breaking Bad no es tan importante como un pastor cuya santidad poco cool podría, quizás podría, impulsarte a crecer en la semejanza a Cristo. 

David Wells tiene razón, en El valor de ser protestante, cuando dice: 

“[La] iglesia que hace marketing ha calculado que a menos que haga adaptaciones culturales serias y profundas, dejará de existir, especialmente para las generaciones más jóvenes. Lo que no ha considerado con suficiente cuidado es que bien podría estar dejando de existir para Dios. Y la ironía adicional es que las generaciones más jóvenes que están menos impresionadas por la tecnología de los genios, que a menudo ven a través de lo que es elegante y ostentoso, y que han recibido suficiente marketing como para darles náuseas, tienen la misma probabilidad de marcharse de estas iglesias tan relevantes, como de entrar en ellas”.

Para los pastores y las iglesias, perseguir lo “cool” es una tarea de tontos. Es invertir energía en cosas que te fallarán. Es completamente agotador (¿quién puede seguir el ritmo de las tendencias?) y absorbe energía de las tareas más importantes, aunque menos atractivas, de enseñar la sana doctrina y hacer verdaderos discípulos.

Somos frecuentemente cambiados por la cultura que intentamos alcanzar

El énfasis excesivo en la aceptabilidad cultural, en cualquier cultura en la que te encuentres, conduce inevitablemente a un compromiso teológico. La obsesión por la imagen del evangelicalismo, impulsada por el pragmatismo, ha sido su ruina. Ser sensible al buscador casi siempre significa suavizar doctrinas difíciles o ignorarlas por completo. Predicar para recibir aplausos, clics, y credibilidad de un grupo en particular casi siempre conduce a una distorsión teológica. “Es hora de llevar el cristianismo al siglo XXI” suele ser un código para “dejemos de insistir sobre el sexo, las malas palabras, la santidad, la inerrancia, y todas esas cosas fundamentalistas impopulares”. Los intentos de cuadrar el cristianismo con la política de cualquier audiencia que deseas impresionar (y esto sucede en todo el espectro) eventualmente conducen a una fe moldeada por la política en lugar de una política moldeada por la fe.

Predicar para recibir aplausos, clics, y credibilidad de un grupo en particular casi siempre conduce a una distorsión teológica

He notado un patrón en la década transcurrida desde Cristianismo hípster. Un graduado de seminario de veinte y tantos años, teológicamente conservador, está entusiasmado con la idea de plantar una iglesia en algún lugar poscristiano que tenga un café espectacular (Portland, Brooklyn, San Francisco). Se muda allí y comienza una iglesia con buenas intenciones de transformar la cultura altamente secular para Cristo. Pero con el tiempo, la cultura altamente secular lo transforma a él. La inmersión aparentemente misional en la moral libertina, la política “woke”, y la escena de la cerveza artesanal del barrio aburguesado de la ciudad, lo forma a su imagen. En lugar de cambiar la cultura, él es cambiado por ella. Un intento inicialmente serio de “cristianismo relevante” dio paso al cinismo, un testimonio comprometido, y tal vez incluso al abandono de la fe. Mark Sayers habla de esta dinámica de manera perspicaz en su libro del 2016, Disappearing Church (La iglesia desaparecida). Es una gran razón por la que el cristianismo hípster no ha logrado energizar el movimiento evangélico.

Sin duda, involucrar a la cultura es vital: comprenderla, diagnosticarla, apreciar aspectos de ella. Pero no seas ingenuo acerca de sus riesgos (hablo aquí con mucha experiencia). No subestimes el poder formativo de nuestro mundo cada vez más poscristiano y mediado digitalmente.

Somos herederos, no inventores, del cristianismo

En última instancia, la obsesión por la relevancia de la iglesia evangélica, de la cual el “cristianismo hípster” es solo una manifestación, proviene de una de sus mayores vulnerabilidades: el presentismo ahistórico. El evangélico promedio tiene, lamentablemente, poca comprensión de la historia cristiana y la tradición de la iglesia (porque cómo podrían ser relevantes para las necesidades totalmente únicas de los millennials los tipos muertos de antaño como Agustín). Pero la ignorancia del pasado hace que los evangélicos sean susceptibles a todo tipo de confusión teológica y eclesiológica. En lugar de continuar con el pasado de la iglesia, construir sobre los cimientos de la historia cristiana, y administrar gozosamente la doctrina y la praxis recibidas, muchos están más interesados ​​en la reinvención constante. La suposición es que cada nueva generación debe “hacer iglesia” de una nueva manera.

La ignorancia del pasado hace que los evangélicos sean susceptibles a todo tipo de confusión teológica y eclesiológica

Ciertamente la contextualización es importante, y la adaptación a los tiempos es necesaria hasta cierto punto. Ciertamente, no vale la pena conservar todo lo heredado de generaciones anteriores. Pero los observadores seculares tienen razón en sospechar cuando se dan cuenta de la gran cantidad de iglesias que se presentan como nuevas, diferentes, y originales (“¡Nos encontramos en un J.C. Penney abandonado!”. “¡Nuestro grupo de adoración suena como una mezcla de Pink Floyd y Sigur Rós!”. “¡Somos calvinistas carismáticos con un tostador de café en la iglesia!”). No se puede evitar sentir que las iglesias son solo productos de consumo que buscan diferenciarse en un mercado abarrotado: esquemas empresariales y trucos para vender algo de experiencia espiritual.

Eso es lo que es la “iglesia a la moda” comunica invariablemente: simplemente otra cosa que se te vende. Esto es un problema por muchas razones, como escribí en Cristianismo hípster:

“Si elijo principalmente el cristianismo porque es hábilmente comercializado, como podría elegir un iPhone, el riesgo de que no seré fiel a esa ‘marca’ para siempre es alto. Después de todo, nunca me sentí atraído por la ‘cosa’ en sí, solo por el marketing atractivo, que los competidores pueden superar fácilmente en el futuro. Intentar vender el evangelio como cool, entonces, es una propuesta peligrosa, porque basa el atractivo del evangelio en una definición externa de comerciabilidad y genialidad que atraerá a la gente pero que tiene muy poco que ver con el contenido real del mensaje. Los conversos a este evangelio probablemente serán como las semillas en suelo rocoso en Mateo 13: sin raíz alguna”. 

Vender un “cristianismo cool” no funciona

Puede ser tentador para los pastores y líderes de la iglesia en estos días desesperarse, recurriendo a novedades y trucos escandalosos para ganar la atención de la gente y hacer que se sienten en la iglesia. Pero recuerda que si la fe a la que atraemos a las personas no refleja con precisión la fe que nos dio Jesús, si nuestra iglesia atractiva minimiza el costo del discipulado (Lc. 14:25-33), por ejemplo, no será una fe sostenible o transformadora. 

Todas las iglesias cool, los pastores bien peinados, y  las elegantes “nuevas formas de ser cristiano” lanzadas en las últimas dos décadas no han revertido la tendencia a la baja de la afiliación cristiana en Estados Unidos. La estrategia del “cristianismo 2.0” de una fe reinventada y “relevante” no funcionó. Tal vez lo que realmente necesitamos es la adopción del cristianismo básico 1.0.

Mejor que la incómoda desesperación del “cristianismo cool” es la tranquila confianza del cristianismo fiel. Más convincente que cualquier pastor célebre o empaque a la medida es la presencia constante, comprometida, y de mano a mano de una iglesia que crea un cambio duradero para mejor en vidas y comunidades. Si hay algo que he llegado a ver en la década desde que escribí Cristianismo hípster es esto: una fe recibida es más confiable y transformadora que una fe reconcebida.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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