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Nota del editor: 

Este es el octavo artículo de la serie Diez hechos básicos sobre el canon del Nuevo Testamento que todo cristiano debe memorizar. Puedes leer el artículo anterior aquí.

Por cualquier conjunto de razones, existe una creencia generalizada por ahí (internet, libros populares) de que el canon del Nuevo Testamento fue decidido en el Concilio de Nicea en 325 d.C., bajo la influencia conspiratoria de Constantino. El hecho de que esta afirmación se hiciera en el best-seller El código Da Vinci de Dan Brown, muestra cuán generalizado es realmente ese concepto. Brown no inventó esta creencia; simplemente la usó en su libro.

El problema con esta creencia, sin embargo, es que es evidentemente falsa. El Concilio de Nicea no tuvo nada que ver con la formación del canon del Nuevo Testamento (ni Constantino). Nicea estaba preocupada por cómo los cristianos debían articular sus creencias acerca de la divinidad de Jesús. Así nació el credo de Nicea.

Cuando la gente descubre que Nicea no decidió el canon, la pregunta subsiguiente suele ser: “¿Qué concilio decidió el canon?”. Ciertamente no podríamos tener un canon sin algún tipo de acto oficial autoritario de la iglesia por el cual se tomó la decisión. Ciertamente tenemos un canon porque algún grupo de hombres, en algún lugar, votó sobre esto. ¿Verdad?

Esta línea de razonamiento revela una suposición fundamental sobre el canon del Nuevo Testamento que necesita ser corregida, a saber, que fue (o tuvo que ser) decidido por un concilio de la iglesia. El hecho es que cuando miramos la historia de la iglesia primitiva no existe tal concilio. Claro, hay concilios eclesiásticos regionales que hicieron declaraciones sobre el canon (Laodicea, Hipona, Cartago). Pero no fue que estos concilios regionales “escogieron” libros que les gustaban, sino que afirmaron los libros que entendían habían funcionado como documentos fundacionales para la fe cristiana. En otras palabras, estos concilios estaban declarando cómo habían sido las cosas, no como ellos querían que fueran.

Por lo tanto, estos concilios no crearon, autorizaron, o determinaron el canon. Simplemente fueron parte del proceso de reconocer un canon que ya estaba allí.

Esto plantea un hecho importante sobre el canon del Nuevo Testamento que todo cristiano debe saber. La configuración de nuestro canon del Nuevo Testamento no fue determinada por un voto o por un concilio, sino por un amplio y antiguo consenso. Aquí podemos estar de acuerdo con Bart Ehrman: “El canon del Nuevo Testamento fue ratificado por consenso generalizado en lugar de una proclamación oficial”. [1]

Esta realidad histórica es un buen recordatorio de que el canon no es un constructo del hombre. No fue el resultado de una jugada de poder negociada por ricas élites culturales en una habitación llena de humo. Fue el resultado de muchos años de lectura, uso, y respuesta a estos libros por parte del pueblo de Dios.

Lo mismo ocurrió con el canon del Antiguo Testamento. Jesús mismo usó y citó los escritos del Antiguo Testamento sin ningún indicio por doquier de que había incertidumbre acerca de cuáles libros pertenecían en el canon. De hecho, responsabilizó a su audiencia por conocer estos libros. Pero, en todo esto, no había ningún concilio de la iglesia del Antiguo Testamento que los escogiera oficialmente (ni siquiera Jamnia). Estos libros también fueron el resultado de un consenso antiguo y generalizado.

Al final, ciertamente podemos reconocer que los humanos jugaron un papel en el proceso canónico. Pero, no el papel que se les atribuye tan comúnmente. Los humanos no determinaron el canon, respondieron a él. En este sentido, podemos decir que el canon realmente se eligió a sí mismo.


[1] Cristianismos perdidos, 231.


Publicado originalmente en el blog de Michael J. Kruger. Traducido por Felipe Ceballos Zúñiga.
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