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Lo vi mientras estacionaba el carro en frente de un restaurante. Un rótulo de una iglesia promocionando sus servicios de sanidad. De hecho, cada fin de semana tenían una hora específica para que la gente pudiera llegar y ser sanada. El rótulo no tenía mucha más información que los tiempos de servicio y unas palabras de estímulo (“¡Dios quiere lo mejor para tu vida!”).

En otra ocasión, estaba hablando con un amigo y él me contó que quería ser parte de una iglesia que experimentaba físicamente la sanidad. “¿No sería increíble experimentar el Espíritu Santo de esta manera? ¿No sería maravilloso volver a como eran las cosas en la iglesia primitiva, con tantos testimonios de sanaciones?”. Pensemos en esto por un momento.

El punto de la sanidad

Si bien entiendo lo atractivo de la sanidad física, no puedo evitar hacer la pregunta, ¿es este realmente el punto de la iglesia? ¿Deberíamos estar invitando a la gente a venir y “experimentar el poder sanador de la presencia de Dios”? ¿Es esta una correcta comprensión de los efectos de la resurrección de Cristo? ¿Puede nuestra motivación para formar parte de la iglesia ser conducida por un deseo de ser sanado físicamente? ¿Es esto correcto?

A lo largo de los tres años de su ministerio, Jesús hizo muchos milagros (ej. Juan 2:1–11, 4:43–54; Lucas 4:31–41, 5:1-14, 5:17–26, 6:6–11, 7:1-10, 8:22–39, y muchos más). Estos milagros fueron hechos para testimonio de lo que enseñaba Jesús, y mostraban su compasión (Mateo 9:36, 14:14, 15:32, 20:34), así como nos daba una representación de cómo Dios obra nuestra salvación (Mateo 8:16–17, Isaías 35:4–6). A lo largo de la vida de la iglesia primitiva, como leemos en Hechos, los apóstoles también realizaban muchos milagros (Hechos 2:43, 3:7-11, 5:12,-16, 6: 8, 8:6-7, y más). El poder de estos milagros fue dado por Cristo y fue facultado por el Espíritu Santo (Hechos 2:4, Hebreos 2:4, Marcos 16:20). Y estos milagros de sanidad física revelaban la autoridad de los apóstoles y mostraban el poder de Dios obrando en ellos (Hechos 15).

El problema con los milagros

El problema con los milagros no es que no ocurren o que no deben ocurrir en la iglesia de hoy, sino que muchas veces malinterpretamos su propósito y lugar en la iglesia. Los milagros no son el objetivo. Son solo un medio hacia un fin. No debemos unirnos a una iglesia únicamente para experimentar un milagro. No debemos desear ser parte de una iglesia solamente para “recibir”. Los milagros no son el punto final: son simplemente un medio para mostrar la gloria de Dios, la veracidad de Su evangelio, y la compasión de Su carácter.

En las Escrituras vemos varios casos en los cuales los milagros no son necesariamente útiles en cuanto a la proclamación del evangelio. Por ejemplo, Hechos 14. Pablo y Bernabé llegaron a Listra donde sanaron a un hombre que había sido cojo desde su nacimiento. Inmediatamente al Pablo dar la palabra, el hombre cojo brotó y comenzó a caminar. ¿Cuál fue la reacción de la gente? No adoraron a Jesús. Por el contrario, adoraron a Pablo y Bernabé, creyendo que eran los dioses griegos Hermes y Zeus. El sacerdote del templo pagano incluso les ofreció sacrificios. Pablo y Bernabé se rasgaron las túnicas y les suplicaron a los griegos que vieran que no eran nada más que hombres como ellos. Pero no funcionó. Los habitantes de Listra todavía quisieron ofrecerles sacrificios, y sin embargo, era solo cuestión de tiempo antes de que los judíos manipularon a la misma multitud a ponerse en contra de Pablo y Bernabé y apedrearlos.

Entonces, ¿qué es lo que verdaderamente propaga el evangelio? Hechos 14:20-21 nos muestra que es la predicación del evangelio. De hecho, si regresas a Hechos 13 verás que lo que trae muchos gentiles a conocer a Jesús es la predicación de las buenas nuevas de que Jesucristo ha venido a salvarlos. Considera el sermón de Pedro en Hechos 2. ¿Por qué se añaden miles a la iglesia? ¿Por el milagro de la sanidad? ¿Por la expulsión de los demonios? ¿Por todas las enfermedades que fueron sanadas? ¡No! Miles vienen a Jesús porque ellos escucharon y respondieron al evangelio.

El problema con un ministerio impulsado por los milagros es que 100% de las personas que son sanadas eventualmente mueren. Ocurrió con Jesús y ocurre hoy. La iglesia simplemente no se puede tratar de la sanidad. Es demasiado temporal. Necesitamos una visión más grande de los milagros y una visión más grande de Dios. Aquí es donde el evangelio nos puede ayudar.

El evangelio nos ayuda a no cometer el mismo error que Simón cometió: buscar milagros en lugar de buscar a Jesús (Hechos 8:20-23). El evangelio enfoca nuestra visión para ver que Dios está más interesado en cambiar nuestros corazones que en cambiar nuestras circunstancias. Nos ayuda a desear más el milagro eterno de salvación que los milagros temporales de la sanidad.

Orando por sanidad

Entonces, ¿qué pasa con aquellos que están verdaderamente enfermos? ¿Es incorrecto desear ser sanados? Por supuesto que no. Debemos ser cautelosos a no caer al otro extremo y acallar a aquellos que desean ser sanados. Jesús no se enojó con las multitudes que lo buscaron. Él vio sus aflicciones y tuvo compasión de ellos (Mateo 14:14). Así que si vienes a mí hoy y compartes conmigo la historia de tu enfermedad, no voy a tratar de ser Jesús y darte una palabra de sanidad. Mis palabras no cargan el mismo poder que las Suyas. Sin embargo, voy a orar para que seas sanado y creer que Dios lo puede hacer por la gloria de Su nombre. Y si no lo hace, eso está bien, porque el evangelio me dice que Jesús murió, no para quitar mi sufrimiento inmediato, sino para darme la fuerza, esperanza y gozo para poder aguantar el sufrimiento inmediato y para salvarme de cualquier sufrimiento eterno.

Oremos por sanidad, pero no olvidemos que somos pecadores y que el evangelio siempre será la mejor sanidad a nuestra peor enfermedad.

Nota: Si eres un creyente que se quedó sin sanidad, por favor lee esto.

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