Mi lectura anual de las Confesiones de Agustín siempre saca algo nuevo a la superficie, y este año no ha sido la excepción. Quizá porque acababa de terminar el aclamado libro de Kevin Vanhoozer, Mere Christian Hermeneutics [Mera hermenéutica cristiana], me llamó la atención una sección del libro 12 de las Confesiones acerca del debate teológico sobre la interpretación bíblica, en el que Agustín asume una postura que deberíamos adoptar en las disputas actuales sobre el significado del texto.
Agustín reflexiona sobre las verdades expuestas por Moisés en Génesis y la dificultad de navegar entre múltiples interpretaciones aparentemente legítimas. La nueva traducción de Anthony Esolen expresa el proceso mental de Agustín:
¿Quién de nosotros puede descubrir este significado entre todas las cosas verdaderas que nos vienen al encuentro cuando las buscamos en estas palabras, entendiéndolas de una manera u otra, de modo que pueda afirmar con seguridad que esto es lo que Moisés pensaba, o que eso es lo que él quería que se entendiera en ese relato, y con la misma certeza con la que podría decir: «Esto es verdad», aun si Moisés estuviera pensando en otra cosa?
Mira cuán seguro me siento al decir que Tú creaste todas las cosas en Tu Palabra inalterable, todas las cosas visibles e invisibles, pero de ninguna manera estoy tan seguro como para decir que Moisés tenía esta intención… porque, aunque lo veo como algo cierto en Tu verdad, no puedo verlo de la misma manera en su mente, para estar seguro de que él estaba pensando en esto cuando escribió esas palabras.
Observa dos elementos aquí. Agustín expresa total confianza en la verdad y la autoridad de la Palabra de Dios. Eso no está en disputa. Su confianza está en Dios. Pero expresa menos confianza en haber entendido correctamente la intención original del autor. Él cree que entiende lo que el texto significa, pero su nivel de certeza en relación con su interpretación no es tan alto como su confianza en que Dios habla la verdad.
El peligro del orgullo en la reflexión teológica
Pero Agustín descubrió que no todo el mundo sostiene su interpretación con este nivel de humildad.
Que nadie me irrite ahora diciendo: «Moisés no pensaba como tú dices, sino como yo digo». Porque, si me preguntara: «¿Cómo sabes que Moisés pensaba lo que tú infieres de sus palabras?», lo soportaría con ecuanimidad y le respondería lo que he dicho anteriormente, y podría entrar en el tema de un modo más completo si se mostrara obstinado al respecto.
Agustín expresa total confianza en la verdad y la autoridad de la Palabra de Dios. Su confianza está en el Señor
Agustín argumentará a favor de su punto de vista y considerará con gusto otras perspectivas, siempre y cuando se mantengan dentro de los límites de la ortodoxia. Le encanta el ir y venir del debate teológico, pero se frustra cuando la persona con quien conversa no comparte la misma apertura hacia las perspectivas diferentes, así que le pide paciencia al Señor.
Pero cuando dice: «Moisés no pensaba como tú dices, sino como yo digo», aunque no niega que lo que cualquiera de nosotros diga sea cierto, entonces, oh, vida de los pobres, Dios mío, cuyo seno no alberga contradicción alguna, derrama una lluvia tranquilizadora sobre mi corazón, para que pueda soportar pacientemente a tales personas. Porque no me dicen esto porque ellos mismos sean divinos y vean en el corazón de Tu mayordomo lo que dicen, sino porque son orgullosos. No conocen la opinión de Moisés, pero sí aman la suya propia, no porque sea verdadera, sino porque es suya. De lo contrario, amarían igualmente otra opinión verdadera, como yo amo lo que ellos afirman cuando dicen la verdad, no porque sean ellos quienes la dicen, sino porque es verdadera; y, por lo tanto, debido a que es verdadera, en realidad no les pertenece en absoluto. Pero, si llegan a amarla porque es verdadera, entonces es tanto suya como mía, ya que es la posesión común de todos los que aman la verdad.
«Sí aman [su propia opinión], no porque sea verdadera, sino porque es suya». Eso es clave para Agustín. Él pela las capas del debate original hasta que ve la motivación detrás de la controversia. En nuestro tiempo, al igual que en el de Agustín, están aquellos que sostienen sus opiniones con un nivel impropio de certeza, como si pudieran ver directamente en la mente del autor. Esto es orgullo. Esto lleva a conclusiones precipitadas en el debate teológico.
Pero cuando discuten y dicen que Moisés no quiso decir lo que yo digo, sino lo que ellos dicen, no lo aceptaré, no me agrada. Porque, aunque tuvieran razón, su precipitación no proviene del conocimiento, sino de la audacia. No es el discernimiento, sino el orgullo excesivo lo que la ha engendrado. Por eso, Señor, debemos temblar ante Tus juicios, ya que Tu verdad no es mía, ni de este hombre, ni de aquel, sino que nos pertenece a todos los que has llamado como pueblo para compartirla en comunión, y terrible es Tu advertencia de que no la retengamos como algo privado, para no ser privados de ella.
La naturaleza comunal de la interpretación bíblica
Observa aquí el enfoque comunal de la interpretación bíblica. Nadie tiene un rincón en la verdad, asegura Agustín. La verdad viene de Dios en su totalidad y pertenece a todo el pueblo de Dios. Nos necesitamos unos a otros si queremos interpretar bien la Biblia. La humildad requiere apertura a lo que nuestros hermanos deducen del texto, algo que quizá se nos pasó.
El objetivo central de la interpretación bíblica es aumentar nuestro amor por Dios y por el prójimo
¿Cómo deberíamos lidiar con los creyentes que insisten con obstinación en una opinión particular y condenan a todas las demás interpretaciones razonables consistentes con la ortodoxia? Agustín apunta a la verdad por encima de todos los involucrados.
Escucha, oh, Dios, mejor Juez, Verdad misma, escucha lo que tendré que decirle a este hombre que habla contra mí […] Porque yo le respondería con esta respuesta fraternal y pacificadora: «Si ambos vemos que lo que tú dices es verdad, y si ambos vemos que lo que yo digo es verdad, ¿dónde, te pregunto, lo vemos?». Yo ciertamente no lo veo en ti, ni tú lo ves en mí, sino que ambos lo vemos en esa Verdad inalterable que se eleva por encima de nuestras mentes. Entonces, ya que no estamos peleando por la misma luz de nuestro Señor Dios, ¿por qué deberíamos pelear por lo que piensa nuestro prójimo, al cual no podemos ver como vemos la Verdad inalterable?».
Mira aquí, qué insensato es, entre la gran abundancia de opiniones verdaderas que podemos recoger de esas palabras, ser tan atrevido como para afirmar cuál de ellas fue la intención más probable de Moisés, y con perniciosas controversias ofender a la misma Caridad que le movió a decir todas las cosas que estamos tratando de exponer.
Buscando la verdad con amor y humildad
Como dice Agustín en otra parte, el objetivo central de la interpretación bíblica es aumentar nuestro amor por Dios y por el prójimo. Producimos un cortocircuito en este camino hacia la santidad cuando, con arrogancia, no mostramos amor y paciencia a nuestros oponentes. Aun si tuviéramos razón, sin amor y humildad, estamos equivocados.
De Agustín aprendemos a permanecer abiertos a la incertidumbre en nuestras interpretaciones porque somos intérpretes falibles de la Palabra infalible de Dios
Agustín imagina un arroyo que fluye con la verdad. De esa agua que brota se puede extraer más de una verdad. Podemos extraer del río cualquier verdad que nos ofrezca, siempre y cuando esté de acuerdo con la regla de la fe.
Es como un manantial impetuoso, confinado en un lugar estrecho, cuyo caudal es más abundante y alimenta más arroyos en una extensión más amplia que cualquiera de los ríos que nacen de él y que fluyen a través de muchas regiones. Así también, tu dispensador de la verdad y su forma de contarla beneficiarán a muchos predicadores que vendrán, y de un estrecho paso de palabras brotarán arroyos de verdad pura y clara. De esos arroyos, todo hombre puede extraer la verdad que pueda, uno una cosa y otro aquella, a través de largos meandros de conversación.
Me doy cuenta de que esta visión de la interpretación puede desafiarnos hoy en día, ya que su enfoque premoderno no confina el significado del texto a lo que es más evidente. Él escribe:
Así que cuando alguien dice: «Moisés quería decir lo mismo que yo», y otra persona responde: «No, él quería decir lo que yo quiero decir», creo que puedo decir con más reverencia: «¿Por qué no podría ser lo que ambos quieren decir, si ambas opiniones son ciertas?». ¿Por qué no podría haber una tercera opinión, y una cuarta, y cualquier otra cosa que alguien pueda ver en estas palabras que sea verdad? ¿Por qué no creer que él vio todas ellas?
Abrirse a múltiples visiones y perspectivas sobre un texto plantea la cuestión de qué interpretaciones deben tener más peso. Agustín nos remitiría a todo aquello que sea consistente con la ortodoxia y esté alineado con el objetivo principal de las Escrituras: desarrollar el amor a Dios y al prójimo.
De Agustín aprendemos a permanecer abiertos a la incertidumbre en nuestras interpretaciones porque somos intérpretes falibles de la Palabra infalible de Dios, y porque el propósito del debate teológico debería ser el crecimiento en el amor y la santidad. Aquí encontramos una postura de apertura y humildad: nos preocupamos por afirmar las cuestiones básicas de la ortodoxia, pero seguimos siendo cautelosos a la hora de emitir juicios «definitivos» en áreas más disputadas. «Que no haya discusiones obstinadas», escribe, «sino una búsqueda diligente, preguntas humildes y un llamado persistente».