La relación incómoda de la humanidad con el cuerpo es una historia tan antigua como el tiempo mismo. Durante miles de años, el pueblo de Dios ha buscado la sabiduría del rey David en el Salmo 139 para formar su perspectiva sobre el cuerpo. Hoy, ese antiguo himno sigue hablando. Sea cual sea tu lucha particular con tu cuerpo, el Salmo 139 la aborda al revelar la gloria, la finitud y el propósito del diseño de Dios.
Glorioso de principio a fin
¿Por qué una madre, después de dar a luz, se maravilla con su recién nacido? ¿Por qué mira con asombro cada dedito del pie, revisa cada uña, nota las marcas de nacimiento y la forma de las orejas, y se alegra con cada pequeño temblor de la barbilla? Porque no conoció los procesos ocultos que trajeron a este niño, con todas sus características únicas, a sus brazos.
De igual forma, David en el Salmo 139 se asombra ante el milagro de la obra de Dios al formar su cuerpo y su alma. El rey rubio, apuesto y de ojos hermosos (1 S 16:12) no se impresionó solo con la belleza o la fuerza humana, como podría esperarse. Más bien, al reflexionar sobre cómo Dios lo formó desde el vientre, uniendo su cuerpo, su personalidad y su ser interior, su corazón se llena de adoración hacia Él: «Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; / Maravillosas son Tus obras, / Y mi alma lo sabe muy bien» (Sal 139:13-16). David entiende acertadamente que él, en cuerpo y alma, es una creación del gran Artesano.
Tú también lo eres. Tu cuerpo, al igual que tu alma, es una de las obras gloriosas de Dios. Tiene la marca única del artista divino, de modo que, como la creación, tu cuerpo «declara la gloria de Dios» (Sal 19:1). ¿Cuándo fue la última vez que pensar en tu cuerpo te hizo adorar?
El Salmo 139 no solo cambia nuestra manera de ver nuestros cuerpos, mostrándonos que son obras gloriosas de Dios, sino que también nos enseña a adorar a Dios por Su arte
Por desgracia, muchos hombres y mujeres, al pensar en sus cuerpos, se comparan con ideales culturales y terminan rechazándolos con desprecio, criticándose a sí mismos y a otros. El Salmo 139 llega justo para un momento como este. No solo cambia nuestra manera de ver nuestros cuerpos, mostrándonos que son obras gloriosas de Dios, sino que también nos enseña a adorar a Dios por Su arte.
Finito de principio a fin
Aunque el cuerpo humano tiene algo de gloria, no hay duda de que es una gloria que se va apagando. Por eso, después de adorar a Dios por su origen glorioso, David empieza a hablar de su propia finitud. Describe cómo Dios lo creó en secreto, en las escondidas «profundidades de la tierra» (Sal 139:15), para recordarnos que nuestros cuerpos (por más gloriosos que sean) vienen del polvo y al polvo vuelven. Después de todo, son cuerpos finitos: «En Tu libro se escribieron todos / Los días que me fueron dados, / Cuando no existía ni uno solo de ellos» (v. 16). Así como Dios fijó los días de David, también ha fijado los tuyos, marcando su número desde el vientre hasta la tumba.
Por ahora, tu cuerpo glorioso es terrenal y se desgasta. Cada día te acerca más a la muerte. Envejecer no se puede evitar; la juventud no se puede guardar. La fuerza se pierde y la belleza se desvanece. Si algunos viven más que el promedio «por su vigor» (Sal 90:10), es solo porque Dios así lo quiso.
La soberanía de Dios sobre la duración de la vida es una verdad difícil para quienes no han dejado de buscar la fuente de la juventud o para quienes «se rebelan contra el apagarse de la luz». Pero libera a quienes, como David, conocen a Dios y son conocidos por Él.
Al librarse de intentos inútiles por alargar sus años, el pueblo de Dios se enfrenta más bien a la idolatría de obsesionarse con el cuerpo. Examinan con cuidado cuánto gastan en tratar de adaptar sus cuerpos a los estándares de belleza de hoy, en retrasar el envejecimiento o en evitar los daños de la enfermedad. Aunque cuidan y fortalecen sus cuerpos frente al desgaste inevitable, no lo hacen para tratar en vano de ganar más días, sino para honrar a Dios con cada día que Él les da.
Creado con propósito por Él y para Él
Lejos de temer su finitud, David ve un propósito eterno para su cuerpo finito. El versículo 18 sugiere la resurrección: «Al despertar aún estoy contigo» (Sal 139:18). Para quienes conocen a Dios y son conocidos por Él, el sueño de la muerte dará paso a la vida eterna cuando dejen atrás sus cuerpos temporales y corruptibles para despertar en la presencia de su Creador.
Hasta ese día, Dios da a cada cuerpo finito la fuerza suficiente para soportar los días que le ha asignado. Tu cuerpo resistirá hasta que cruces el velo hacia la presencia de Dios, donde Él lo transformará para que sea mucho más glorioso que antes. Ese cuerpo será incorruptible. «La edad no lo marchitará». Y con una fuerza y belleza que no se apagan, durará por toda la eternidad.
Tu cuerpo resistirá hasta que cruces el velo hacia la presencia de Dios, donde Él lo transformará para que sea mucho más glorioso que antes
Pero más allá de llevarlo a través de sus días contados en la tierra, David apunta a un propósito mayor para su cuerpo y su alma: ser conocido y examinado por el Dios que lo formó con tanta habilidad (Sal 139:1, 23-24). Se alegra de que Dios lo conozca tan de cerca. Se abre al examen de Dios con la esperanza de pertenecer —en cuerpo y alma— a Él.
Tú también le perteneces a Dios. Tu cuerpo es Suyo porque Él lo creó con cuidado desde el momento de tu concepción. Y, si te alegras de ser conocido por Dios, tu cuerpo es doblemente Suyo porque Él lo redimió a un gran costo personal, al costo de otro cuerpo: el cuerpo que Dios formó en secreto para Su precioso Hijo, un cuerpo cuyos días fueron contados antes de nacer, un cuerpo que fue quebrantado y entregado en la muerte para comprarte y hacerte Suyo.
Ante una verdad tan gloriosa, difícilmente podríamos decir: «Mi cuerpo, mi decisión». Tampoco podemos ceder a los deseos pasajeros ni vivir para el placer o la aprobación del mundo. De principio a fin, somos de Dios: gloriosamente creados, gloriosamente sostenidos, gloriosamente redimidos, gloriosamente destinados a un propósito en esta vida y gloriosamente recreados en el futuro.
Tu cuerpo, Su servicio
Estas verdades antiguas deberían poner fin tanto a los comentarios negativos como al orgullo vacío sobre el cuerpo. ¿Te ha dado Dios fuerza para hacer muchas cosas buenas? ¡Agradécele por eso! No te preocupes por el desgaste que esto traiga. Alégrate de que Él te haya sostenido hasta aquí.
¿Te ha detenido alguna enfermedad? Aun así, tu cuerpo está sirviendo a los propósitos gloriosos (aunque a veces misteriosos) de Dios.
¿Te ha dado una belleza o fuerza especial? Úsalas para servirle a Él y mostrar a otros Su belleza divina, que no tiene comparación.
¿Estás encorvado por años de cargar peso? ¿Tienes los dedos torcidos por la artritis? Tal vez tus días estén llegando a su fin, pero Dios te dará la fuerza que necesitas para seguir haciendo el bien hasta el último momento. ¡Para eso te creó!
Hasta que despiertes en la presencia de tu Creador, sirve a Dios con lo que Él te da. Como Jesús, usa tu cuerpo para ayudar a quienes dependen de ti. Pon tu energía en seguir la obra del que dio Su cuerpo por ti. Vive cerca de Jesús en Su vida, en Su obra y en Su muerte; comparte Su alegría de conocer y obedecer a Dios. Y como Él, entrega tu cuerpo esperando con ansias volver a tomarlo, esta vez glorificado y sin fin.