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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de La fórmula del liderazgo: Cómo desarrollar a la nueva generación líderes en la iglesia (B&H Español, 2019), por Juan Sánchez.

A nuestro alrededor, el liderazgo se ejerce constantemente. Ya sea que tus padres te pidan que limpies tu habitación, o que un oficial de policía te ordene que aminores la velocidad al conducir, que un maestro te asigne una tarea, o que tu jefe te dé un nuevo cargo, todos experimentamos relaciones de autoridad y sumisión.

Al ser hechos a imagen de Dios, fuimos creados para reflejar el dominio soberano de Dios sobre la creación, representar su cuidado amoroso hacia aquellos que están bajo nuestro cuidado. y tener descendientes piadosos hasta que toda la tierra se llene de la gloria y la imagen de Dios.

Al igual que con todo lo relativo a la humanidad, el concepto de liderazgo empieza en Génesis, donde Dios declara: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (1:26). En el Salmo 8, el salmista nos brinda una imagen poética de la creación humana, declarando: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites? Lo has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos, todo lo pusiste debajo de sus pies…”. Ciertamente, la creación humana es única. Aunque Dios hizo todo lo demás “según su género” (Gén. 1:11,12,21,24,25), solo los seres humanos son creados después según el “género” de Dios: su imagen y semejanza. ¿Qué significa eso?

Algo único del relato bíblico de la creación es que todos los seres humanos son hechos a imagen de Dios.

La palabra “semejanza” es fácil de entender. Significa ser “como” algo o alguien. Damos ese sentido a la palabra a menudo. Cuando comparamos las imágenes de nuestra nieta de cuatro años con las fotos de su madre a la misma edad, es sorprendente lo mucho que se parecen. Ella es “semejante” a su madre. La semejanza comunica parecido físico, un reflejo de alguien o de algo. 

Pero en el Antiguo Testamento, la imagen y la semejanza se usan normalmente en relación con los ídolos. En el mundo antiguo, la gente adoraba imágenes o semejanzas de sus dioses. Es decir, adoraban sus representaciones físicas: por ejemplo, una imagen tallada en madera recubierta de oro. Se creía que estos dioses gobernaban o tenían dominio sobre cierta porción de tierra, territorio o nación. Por tanto, eran territoriales. Los dioses de los egipcios, por ejemplo, gobernaban Egipto. En consecuencia, dado que cada nación tenía sus propias deidades con sus propias imágenes, Dios abordó el tema de la idolatría al inicio de su relación de pacto con Israel. 

En el primer mandamiento, Dios prohibió a Israel adorar a otros dioses (Éx. 20:3), y en el segundo mandamiento, les prohibió “imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éx. 20:4). Debido a la gran cantidad de imágenes que poseían las naciones con las que Israel tendría contacto cuando entrara en la tierra prometida, Dios no solo quería proteger a Israel de la adoración a otros dioses, también quería protegerlos de la tentación de adorar una imagen hecha por el hombre para representarlo. 

Él ya había creado una imagen física para representarlo: la humanidad. Somos la imagen de Dios, creados para representarlo en la tierra. Ahora bien, la idea de que la imagen de Dios tenga algún tipo de implicaciones físicas pone a algunas personas nerviosas, así que, antes de que malinterpretes lo que estoy diciendo, permíteme explicarlo.

Fuimos creados como representantes de Dios en la tierra para mostrar su gobierno soberano y su cuidado amoroso por la creación.

En el mundo antiguo, solo el rey era considerado la imagen de la Deidad. En Egipto, se creía que el faraón era el hijo de dios(es) y, por lo tanto, su imagen. Como imagen de dios(es), el faraón era su representante físico (humano) en la tierra. Ejercía el gobierno de las deidades sobre Egipto, como representante de dios(es) ante las personas y de las personas ante dios(es). 

Lo que es realmente único del relato bíblico de la creación es que todos los seres humanos son hechos a imagen de Dios. Génesis 1:26 declara que tanto Adán como Eva son hechos a imagen y semejanza de Dios. Es decir, ambos representan a Dios en la tierra. Incluso después de la Caída, aunque distorsionada como resultado del pecado, los hijos de Adán y Eva continúan portando la imagen de Dios (Gn. 5:1-3). 

La imagen de Dios, por tanto, no se limita a un individuo en especial; toda la humanidad es a imagen de Dios. En la actualidad, cuando leemos que Dios hizo al hombre y a la mujer a su imagen y a su semejanza, debemos entender el trasfondo antiguo para comprender ambos términos. Adán y Eva fueron creados para ser hijos e hijas de Dios quienes representarían su señorío sobre la creación como reyes y reinas. Es decir, fuimos creados como representantes de Dios en la tierra para mostrar su gobierno soberano y su cuidado amoroso por la creación.


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Imagen: Lightstock.
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