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«Eso dolió muchísimo. Muchas gracias».

De todos los comentarios de «Gracias, pastor, por el sermón de hoy», que he recibido a lo largo de los años, ese fue particularmente memorable y alentador. Venía de un hombre a quien conocía bien, un propietario de una empresa de reparación de automóviles, reflexivo, humilde, centrado en la familia y que ama a Jesús. No era anciano ni diácono, pero oraba por mí todos los días. Apreciaba su amistad y, aunque nunca lo hubiera lastimado intencionalmente, las palabras de este hombre fueron un recordatorio útil de que la predicación bíblica a menudo puede causar un dolor profundo pero bueno y necesario.

Enseñamos para presentar a nuestra gente completa en Cristo. Dirigimos sus vidas a Dios revelado en Jesús. Así que cuando dicen: «Buen mensaje», me alegro. Pero también he aprendido que cuando la verdad duele, cuando es dura y suscita preguntas más que palabras de aliento, también es una buena señal.

“Esto lo sé, por causa del dolor”

Ese mismo año en que mi amigo me dijo que el sermón le había dolido, leí el clásico francés Diario de un sacerdote rural, de Georges Bernanos. Con respecto al ministerio de la Palabra de Dios, este hombre afirma:

¡La enseñanza no es una broma, hijo!… ¡Lo llaman verdades reconfortantes! Pero la verdad debe salvarte primero, y después viene el consuelo… La Palabra de Dios es un hierro candente. Y tú, que la predicas, más te vale tomarla con pinzas por miedo a quemarte; no te atrevas a agarrarla con las dos manos… Porque el sacerdote que baja del púlpito un poco acalorado pero satisfecho consigo mismo, no ha estado predicando, en el mejor de los casos ha estado ronroneando. Eso nos puede pasar a todos, todos estamos medio dormidos; a veces es el diablo el que nos despierta; los apóstoles durmieron bien en Getsemaní… Ten en cuenta que muchos de los que agitan los brazos y sudan como un descargador de muebles no están necesariamente más despiertos que los demás. Al contrario. Simplemente quiero decir que, cuando el Señor ha sacado de mí alguna palabra para el bien de las almas, lo sé por el dolor que produce (énfasis añadido).

¿Por qué la verdad tiene que doler a veces? Porque «la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón» (He 4:12). La Palabra de Dios proclamada pondrá las cosas al descubierto, hasta los huesos, y eso va a doler para sanar. Está bien admitirlo.

No está diseñado para entretener

En realidad, los sermones no están diseñados para el disfrute, y mucho menos para el entretenimiento. Están diseñados para informar, liberar, convencer, inspirar, confrontar, consolar, desafiar, construir, perturbar, alterar y demoler. Son misiones de búsqueda y destrucción lanzadas por el Espíritu Santo contra las fortalezas de falsedad erigidas en nuestras mentes por el infierno. Son un llamado a la resurrección dirigido a personas que prefieren la muerte a la gracia. Los sermones ahuyentan las tinieblas y, a veces, eso conlleva agonía. «Ese sermón me enfureció» o «Ese mensaje fue doloroso» pueden ser respuestas mucho mejores a un mensaje dominical que cualquier otra palabra que uno pueda o deba decir. «Mis cadenas cayeron» también es una respuesta válida.

La Palabra de Dios proclamada pondrá las cosas al descubierto, hasta los huesos, y eso va a doler para sanar

Por eso Annie Dillard tuvo el acierto de observar que los servicios de adoración cristianos son entornos complicados en los que las personas están en construcción y, a veces, los escombros se levantan. Es un dolor compartido. Las lágrimas de los pastores cuando se preparan y predican son reales. Nos arrepentimos de nuestros pecados mientras tratamos de ofrecer el hierro candente del evangelio a todos. Sabemos que será doloroso, pero no dañino.

Llamado al arrepentimiento y a la renovación

No muy diferente de Eustace Scrubb en La travesía del Viajero del Alba, experimentamos el doloroso zarpazo de la afilada garra de Aslan en nuestras almas, desgarrando las escamas de nuestra servidumbre dracónica y restaurando nuestra humanidad:

Entonces el león dijo —aunque no sé si realmente habló—: «Tendrás que dejar que te desvista». Yo tenía miedo de sus garras, puedo decírtelo, pero estaba casi desesperado. Así que simplemente me tumbé de espaldas para dejar que lo hiciera.

El primer desgarrón que hizo fue tan profundo que pensé que había llegado hasta mi corazón. Y cuando empezó a arrancar la piel, dolió más que cualquier cosa que haya sentido antes. Lo único que me permitió soportarlo fue el puro placer de sentir cómo se desprendía aquello.

Mi viejo amigo conocía ese dolor. Conocía esa verdad. Sabía que la palabra que había escuchado ese día, la palabra que «dolió muchísimo», era en realidad un llamado del cielo al arrepentimiento, a una fe renovada, a dar pasos dolorosos fuera de la zona de confort y a enderezar algunos caminos torcidos. Y así lo hizo. Amigos, ese es un buen mensaje. Para eso sirve un sermón.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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