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Lo que aprendí al predicar la doctrina de la elección

Todo pastor sabe que le espera una mañana difícil cuando predica sobre la doctrina de la elección y se enfrentará a una semana (como mínimo) de correos electrónicos, llamadas y conversaciones.

Prediqué hace poco sobre un pasaje que me llevó a tocar el tema de la elección y descubrí lo que muchos antes que yo han descubierto: a algunas personas les encantó y otras se sintieron (muy) incómodas con él. Aprendí mucho sobre por qué la doctrina de la elección es tan difícil de aceptar, por qué es sumamente reconfortante y por qué los predicadores necesitan predicarla a pesar de las reacciones que pueda provocar.

La elección requiere una fe grande

La pregunta más común que recibí cuando terminé de predicar sobre la elección no fue sobre cómo interpretar versículos bíblicos clave o los puntos más delicados del debate Calvino vs. Arminio, sino que preguntaban cosas como: «¿Qué significa esto para mi hijo/hija que ha abandonado la fe que tenía de niño? ¿No los ha elegido Dios? ¿Cómo podría Dios no elegirlos? ¿Significa que no soy libre de elegir a Dios?». Aquí es donde los predicadores vemos cómo la teología debe hablar (y habla) a la vida.

Me di cuenta una vez más de por qué la doctrina de la elección es tan difícil de aceptar. Exige que confiemos a Dios nuestros miedos más profundos y que dejemos atrás nuestro pecado más querido (nuestro deseo de tener el control).

La elección exige que confiemos a Dios nuestros miedos más profundos y que dejemos atrás nuestro deseo de tener el control

La elección exige que confiemos en Dios (quien hace todas las cosas por el bien de quienes le aman) con todo, incluidas las almas de nuestros hijos y familiares más queridos. Dios es bueno y bondadoso, pero también es nuestro soberano. Él no tendrá rivales para nuestros corazones. Como dice C.S. Lewis, Dios no permitirá que conservemos ni el más mínimo recuerdo del infierno.

Confiar en Dios es difícil, exige todo de nosotros. Jesús nos ha dejado Sus palabras sobre lo difícil que es creer. Nos dice que seguir Su camino angosto es difícil (Mt 7:13). Dice que a un camello le será más fácil pasar por el ojo de una aguja que a nosotros creer (Mt 19:24), y que si queremos ser «perfectos» tendremos que dejarlo todo y seguirle (Mt 19:21).

La elección nos pide que confiemos a Dios el cuidado de las almas que más apreciamos y nos exige que renunciemos a nuestra ilusión de control. Aquí hay una tensión: la doctrina de la elección parece exigirnos todo sin exigirnos nada. Al decirnos que no tenemos nada más que nuestro pecado para contribuir a nuestra salvación, y que Dios de forma misteriosa y perfecta elige a un pueblo para Sí, la doctrina de la elección no nos pide nada. Pero como exigimos tener algo que decir y desempeñar un papel en nuestra propia salvación, la insistencia de la elección en que no tenemos nada que hacer nos exige demasiado. Dios exige que renunciemos a nuestro anhelo profundo de participar en nuestra propia salvación.

Es difícil.

Parece que al pedirnos menos, para muchos la doctrina de la elección exige demasiado. Empiezo a entender por qué Jesús parecía tan asombrado cuando encontraba personas fieles entre las multitudes a las que ministraba (Mt 8:10; Lc 7:9).

La elección trae un consuelo extraordinario

Esta semana he recordado la raíz latina de la palabra comfort (en inglés) para consuelo viene de cum, que significa «con», y fortis, que significa «fuerza». Ser consolado por algo no es solo sentirse a gusto (que es más de lo que hablamos hoy en día), sino llenarse de fuerza.

La doctrina de la elección es un gran consuelo porque nos libera de la carga de ansiedad que llevamos por la salvación y la deposita en Dios. Nos resistimos, en parte, al Dios de la elección porque no estamos convencidos de que se pueda confiar en Él para que tome la decisión correcta. Resulta que la forma en que vemos la doctrina de la elección está relacionada con la forma en que confiamos en Dios.

La doctrina de la elección es un gran consuelo porque nos libera de la carga de ansiedad que llevamos por la salvación y la deposita en Dios

Recuerdo cómo llegué a ver la elección como una doctrina sumamente reconfortante. Vi que si Dios era perfecto, me amaba y estaba comprometido con mi bien por causa de Su Hijo, entonces no solo tenía que confiar en Él, sino que también tenía todas las razones para confiar en Él. Recordé las palabras de Abraham cuando interrogaba a Dios sobre su decisión de destruir Sodoma: «El Juez de toda la tierra ¿no hará justicia?» (Gn 18:25). Me encontraba en un momento de crisis, en una encrucijada: ¿confío en que Dios es justo?

He descubierto que entre más he estudiado la Palabra de Dios y confiado en que Él es justo (después de todo Él es mi Juez, pero también mi Salvador), más me he sentido consolado por Su elección de Su pueblo. Estoy llamado a entregarme y amar a mis hijos y a mi iglesia, instándoles a la fe y orando por ellos con regularidad, confiando en que Dios conoce a las ovejas que son Suyas y hará lo que es justo. Ahora puedo descansar.

Predicar la elección vale la pena

A las personas no les gusta esta doctrina. Después de mi sermón, muchos se sintieron alentados y me hicieron preguntas para profundizar su comprensión de la elección, pero al menos una pareja quería dejar la iglesia y algunos otros piensan que estoy un poco loco. Alguien que ha asistido a nuestra iglesia durante décadas se me acercó y me dijo que nunca antes había oído hablar de la elección desde el púlpito.

Fueron noticias tristes.

Predicar la elección es un trabajo duro para nosotros, los predicadores, porque tenemos que anticiparnos a las objeciones además de las razones profundas y personales por las que las personas resisten esta doctrina.

Necesitamos elegir cuidadosamente nuestras palabras, estudiar en profundidad y orar fervientemente.

También tenemos que estar preparados para perder nuestra buena reputación a los ojos de algunos (una persona se me acercó y me dijo con burla poco disimulada: «¡Sabía que te gustaba Calvino, pero no creía que fueras calvinista!»). Pero ¿qué podemos esperar?

Debemos preocuparnos si ofendemos a las personas. Pero si el evangelio los ofende, debemos sentirnos reconfortados. ¿Por qué? Porque el evangelio siempre ha ofendido a las personas. Si predicamos la doctrina de la elección con claridad, fidelidad bíblica y compasión, deberíamos descansar sabiendo que hemos honrado a Dios y hemos hecho lo mejor por nuestra congregación. No descuides en tu predicación esta doctrina maravillosa y misericordiosa.

No rehuyas los pasajes que hablan de la predestinación y la elección porque te preocupen las consecuencias. Por el contrario, confía en que el Espíritu usará la verdad sobre la misericordia de Dios para rescatar a los elegidos del mundo y llevarlos al reino a través de la predicación del amor de Dios por los Suyos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition: Canada. Traducido por Equipo Coalición.
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