Marcos 10:22 ofrece una explicación sorprendente para la tristeza de un hombre rico: «Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes» (Mr 10:22). No se marchó triste porque hubiera perdido su hogar definitivo en un incendio. No se fue triste porque hubiera perdido su fortuna en una caída de la bolsa. Más bien, se marchó triste porque tenía una gran fortuna.
¿Cómo puede ser esto? ¡Este no es el gran sueño que se suele buscar! Los hombres y mujeres ricos no son tristes, ¿verdad? Los he visto: sus familias son brillantes, felices, sanas y hermosas.
En su evangelio, Mateo nos dice que este hombre es joven (Mt 19:22) y, en el suyo, Lucas dice que es un hombre prominente (Lc 18:18). Sin embargo, es lo suficientemente sabio como para saber que su vida está incompleta y acude a la persona adecuada para completarla: Se arrodilló delante de Jesús. «Maestro bueno», le preguntó, «¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Mr 10:17).
Jesús se encuentra con un joven rico prominente
La pregunta del joven rico prominente implica que debe haber algo que él puede lograr para heredar la vida eterna. Está acostumbrado a alcanzar logros en sus propias fuerzas. Pero Jesús sabe lo que está pasando en el corazón de este joven rico: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios» (Mr 10:18).
El hombre rico ve a Jesús como (simplemente) un buen maestro que puede ayudarle a ser bueno. Pero Jesús declara que nadie es bueno; nadie es como Dios. Nadie puede ganarse el derecho a ser hijo de Dios, entrar en el reino de Dios o heredar la vida eterna. Al igual que los niños pequeños de la escena anterior del Evangelio de Marcos, no tenemos ningún derecho sobre Dios (Mr 10:13-16). Solo podemos reconocer nuestra incapacidad moral ante Él y arrojarnos a Su misericordia.
Jesús se niega a dejar al hombre en un estado ‘suficientemente bueno’. Con amor, descubre su verdadero yo, revelando así su verdadera necesidad
Jesús invita al joven a considerar la segunda mitad de los Diez Mandamientos, que tiene que ver con el amor al prójimo (Mr 10:19; cp. Mr 12:29-31). A esto, el hombre responde con audacia que los ha cumplido todos desde su juventud (v. 20). El lector puede mostrarse escéptico, lo cual es comprensible: ¿puede este joven rico afirmar honestamente que ha amado perfectamente a todos sus prójimos?
Pero Jesús entiende lo que realmente está pasando. Se niega a dejar al hombre en un estado «suficientemente bueno». Con amor, Jesús descubre su verdadero yo, revelando así su verdadera necesidad:
Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y me sigues» (Mr 10:21).
Y luego leemos estas tristes, tristes palabras: «Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes» (v. 22).
Nos conformamos con muy poco
Esta era su oportunidad para amar verdaderamente a Dios (seguir a Jesús) y a su prójimo (dar sus riquezas a los pobres). Pero no pudo ni quiso hacerlo. No podía creer que la promesa de Jesús de un tesoro en el cielo pudiera ser mejor que el tesoro que estaba acumulando en la tierra.
Se marchó triste porque, a pesar de su aparente libertad, era un esclavo. Se acercó a Jesús porque pensaba que quería la vida eterna. En realidad, su corazón había sido cautivado por el ídolo de Mamón (Mt 6:24). Como dice C. S. Lewis:
Nuestro Señor considera que nuestros deseos no son demasiado fuertes, sino demasiado débiles. Somos criaturas con el corazón dividido, que nos entretenemos con la bebida, el sexo y la ambición cuando se nos ofrece un gozo infinito, como un niño ignorante que quiere seguir haciendo pasteles de lodo en un barrio pobre porque no puede imaginar lo que significa la oferta de unas vacaciones en el mar. Nos conformamos con muy poco.
El costo del discipulado
Después de la dramática salida del hombre rico, Jesús mira a los discípulos y declara: «¡Qué difícil será para los que tienen riquezas entrar en el reino de Dios!» (Mr 10:23). Los discípulos se asombran por Sus palabras (vv. 24a, 26a), pero Jesús no cede; no da marcha atrás:
¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios (Mr 10:24-25).
Los discípulos aún están tratando de comprender lo que realmente significará para ellos seguir a Jesús. Este incidente sacude su mundo. Aquí hay un hombre que obviamente ha sido bendecido por Dios con una gran riqueza. Un hombre aparentemente moral y justo. Pero, en lugar de darle la bienvenida, el desafío directo de Jesús hace que sea más difícil, incluso imposible, que se una a ellos. De ahí la pregunta incrédula de ellos: «¿Y quién podrá salvarse?» (v. 26).
Hay un final feliz para los hijos de Dios: la vida eterna que la muerte no puede tocar; la vida con Dios a través de Su Hijo en la nueva creación
Al igual que hizo con el hombre rico (v. 18), Jesús ahora deja claro a Sus discípulos que, por nosotros mismos, «es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios» (v. 27). El reino de Dios vuelca por completo la economía de este mundo. La muerte vergonzosa de Jesús en la cruz es la expresión perfecta de la economía del reino (p. ej., Mr 8:31-38; 10:35-45). Como Jesús les dice a continuación, «muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros» (Mr 10:31). Dios nunca es nuestro deudor; en Cristo, Él es nuestro todo suficiente Salvador.
Las bendiciones del discipulado
Pedro y los demás discípulos lo han dejado todo para seguir a Jesús (Mr 10:28; cf. Mt 13:44-46), pero en este momento necesitan consuelo. Y Jesús se los da:
Jesús respondió: «En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de Mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna» (Marcos 10:29-30).
Tiene sentido seguir a Jesús. Es bueno ser parte de la familia de Dios. Si dejamos nuestro hogar y nuestra familia por Su causa, Él nos proveerá todo lo que necesitamos: un lugar donde vivir y trabajar; hermanos, hermanas, madres e hijos en Cristo.
En Cristo Dios me provee todo lo que necesito, no solo para vivir ‘mi mejor vida’, sino para heredar la vida eterna y llegar a ser como Su Hijo en gloria
Jesús es un optimista del evangelio, pero también un realista del evangelio: Él también les promete persecuciones. Lo más significativo es que les promete «la vida eterna en el siglo venidero». Hay un final feliz para los hijos de Dios: la vida eterna que la muerte no puede tocar; la vida con Dios a través de Su Hijo en la nueva creación.
No codicies las riquezas mundanas
El peligro al que nos enfrentamos al aplicar un pasaje como este es que siempre podemos encontrar a alguien más rico que nosotros a quien señalar con el dedo. Sin embargo, este pasaje sigue siendo impactante para nosotros hoy porque, incluso como cristianos, a menudo admiramos y codiciamos en secreto lo que disfrutan aquellos que son más adinerados que nosotros. ¿Por qué codiciamos las riquezas mundanas? Si soy honesto, es por la comodidad, la seguridad y la libertad que parecen proveer.
Olvido que Dios me provee en Cristo todo lo que necesito, no solo para vivir «mi mejor vida», sino para heredar la vida eterna y llegar a ser como Su Hijo en gloria (1 Jn 3:1-3; He 2:10). Como dice C. S. Lewis, «nos conformamos con muy poco». Desvalorizamos las bendiciones del perdón y la reconciliación con Dios, de la vida compartida con el pueblo de Dios, de recibir todo como un don de Dios, para que podamos sostenerlo con la mano abierta. Olvidamos nuestra verdadera «herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos» para nosotros (1 P 1:3-4), y en su lugar preferimos grandes diseños oxidados y nidos de muerte sin salida.
¿Cómo podemos romper las cadenas de nuestros ídolos, entregarlos y finalmente ser libres? ¿Cómo puede un hombre rico entrar en el reino de Dios? Jesús nos dice que no podemos; es imposible para nosotros. Pero Dios puede y lo hace.