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4 verdades del evangelio sobre el arrepentimiento en Oseas

¿Qué viene a tu mente cuando escuchas la palabra «arrepentimiento»? Supongo que el libro de Oseas del Antiguo Testamento no encabeza la lista. Pero entre las muchas oraciones piadosas de arrepentimiento en la Escritura (p. ej., Ez 9:4-15; Dn 9:3-19; Sal 51), Oseas 14:1-3 sobresale como un modelo culminante y poderoso de lo que es un regreso genuino a Dios:

Vuelve, oh Israel, al SEÑOR tu Dios,
Pues has tropezado a causa de tu iniquidad.
Tomen con ustedes palabras y vuelvan al SEÑOR.
Díganle: «Quita toda iniquidad,
Y acéptanos bondadosamente,
Para que podamos presentar el fruto de nuestros labios.
Asiria no nos salvará,
No montaremos a caballo,
Y nunca más diremos: “Dios nuestro”
A la obra de nuestras manos,
Pues en Ti el huérfano halla misericordia» (Os 14:1-3).

A diferencia de otras oraciones descriptivas del Antiguo Testamento, estos versículos describen lo que se ha llamado una «liturgia de arrepentimiento» para el pueblo de Dios. Al leer esta liturgia, vemos al menos cuatro verdades sobre el arrepentimiento genuino que consuelan a los creyentes con la esperanza del evangelio.

1. El arrepentimiento es una invitación de Dios

El libro de Oseas no duda en exponer el pecado del pueblo (1:2; 4:1-3; 7:2). Aunque está repleto de anuncios de pecado y juicio, concluye con una invitación culminante a volver, dirigida a quienes han «tropezado a causa de [su] iniquidad» (14:1). Dios no se hace ilusiones sobre la condición de Su pueblo, pero aun así los recibe con gracia.

¿Puedes ver la bondad de Dios en este llamado a volver? Él no nos exige que nos limpiemos primero para merecer Su invitación. De hecho, las únicas personas que pueden acercarse a Dios son las que reconocen su pecado y escuchan la voz de su Salvador.

Dios no nos exige que nos limpiemos primero para merecer Su invitación. Solo pueden acercarse quienes reconocen sus pecados y escuchan la voz de su Salvador

Si hoy te sientes agobiado y abrumado por tu pecado, puedes encontrar consuelo en esto. Oseas te recuerda que Dios se deleita cuando pecadores como nosotros se acercan a Él. Jesús no vino a llamar a justos, sino a pecadores para estar con Él (Mr 2:17).

2. El arrepentimiento mira al carácter de Dios

Esta liturgia nos enseña que quienes se arrepienten vienen a Dios en Sus términos. El Antiguo Testamento enfatiza la necesidad de que la iniquidad del pueblo de Dios sea quitada (Lv 16:21-22). De manera más específica, la petición a Dios de «quita [nśʾ] toda iniquidad» (Os 14:2) apela al carácter mismo de Dios revelado en la Escritura: «Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, el que perdona [nśʾ] la iniquidad, la transgresión y el pecado» (Éx 34:6-7).

La respuesta de Dios a esta confesión resalta aún más quién es Él: «Yo sanaré su apostasía; / Los amaré libremente. / Porque Mi ira se habrá apartado de él» (Os 14:4, trad. del autor). Dios es el sanador y dador de vida (Éx 15:26; Dt 32:39), Él es soberanamente libre (Sal 115:3) y ciertamente transforma el estado espiritual interno de Su pueblo restaurado (Os 2:17, 19-20; Ez 36:26-27).

Por encima de todo, el arrepentimiento consiste en estar de acuerdo con Dios sobre quién es Él, quiénes somos nosotros y cómo podemos ser restaurados a una relación correcta con Él.

3. El arrepentimiento es integral y comunitario

La liturgia demuestra la naturaleza integral del arrepentimiento genuino. En Oseas 14:3, el profeta ordena a Israel que se aparte de cada aspecto de su antigua idolatría.

Deben renunciar a su idolatría política externa («Asiria no nos salvará»; ver 5:13; 7:11; 8:9; 12:1), a la confianza en su propia destreza y seguridad militar («No montaremos a caballo»; ver 8:14; 10:13; Is 31:1; Sal 33:17), y a la adoración que viola la distinción entre Creador y criatura («Nunca más diremos: “Dios nuestro” / A la obra de nuestras manos»; ver Os 8:4-6; 13:2). Al renunciar a todos los ídolos en los que antes depositaron su confianza, el pueblo reconoce que, sin la paternidad de Su Dios, serían como huérfanos sin esperanza.

El verdadero arrepentimiento no se conforma con generalidades, sino que nombra los pecados específicos de nuestra vida que Cristo clavó en la cruz. Este arrepentimiento va más allá de un único momento de confesión. Como dijo Martín Lutero en la primera de sus noventa y cinco tesis: «Toda la vida de los creyentes debe ser una de arrepentimiento». La liturgia de Oseas le pone carne y hueso a la oración que Jesús nos enseñó: «Perdónanos nuestros pecados, / Porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben» (Lc 11:4).

El verdadero arrepentimiento no se conforma con generalidades, sino que nombra los pecados específicos de nuestra vida que Cristo clavó en la cruz

Si nos arrepentimos de verdad, esto afectará las relaciones con quienes nos rodean (1 Jn 1:7). Los pecadores que han sido verdaderamente reconciliados con Dios pueden confesarse sus pecados unos a otros en comunidad y ser sanados (Stg 5:16). Una relación correcta con Dios produce la humildad necesaria para buscar la paz con nuestro prójimo (Mt 5:23-24; Ro 12:18). El arrepentimiento que lleva a la salvación fomenta una vida de arrepentimiento continuo, tanto en privado como en público.

4. El arrepentimiento y la familia de Dios

En esencia, el libro de Oseas revela la asombrosa transformación de la casa de Dios. Quienes una vez fueron declarados «No son Mi pueblo [de Dios]» son rebautizados de forma dramática como «hijos del Dios viviente» (Os 1:10; ver 2:23; Ro 9:25-26). Esta transformación se produce a través del arrepentimiento.

Como quienes fueron hechos sabios para la salvación por la fe en Cristo Jesús (2 Ti 3:15), todos los que antes tropezaron en los justos caminos de Dios son invitados ahora a andar en el camino de Cristo (Os 14:9; Jn 14:6), el Rey mesiánico (Os 1:11; 3:5; 14:7). A través de este don divino del arrepentimiento, quienes eran huérfanos espirituales encuentran no solo un refugio temporal, sino un hogar permanente en la familia eterna de Dios (Jn 14:18).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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