Cada vez que enseño un curso sobre el Pentateuco, surge el tema de la ley de Dios. Normalmente pregunto: «Cuando escuchas la frase “la ley de Dios”, ¿te produce una sensación positiva, negativa o una mezcla de ambas?». La mayoría de los estudiantes se ubica en la segunda categoría (sensación negativa), y el siguiente grupo más numeroso en la tercera (una combinación de sentimientos negativos y positivos). Cuando se les pide que expliquen lo que sienten, dos respuestas suelen destacarse:
«En lugares como Gálatas, Pablo asocia la ley con estar bajo maldición. Parece que debemos verla de manera negativa».
«La idea misma de ley se siente restrictiva, como algo que limita y le quita al ser humano la posibilidad de florecer porque le quita libertad».
Ante pensamientos tan comunes como estos, es importante examinar lo que hay detrás de ellos y considerar cómo otros pasajes bíblicos nos animan a tener una visión mucho más positiva de la ley de Dios.
Examinando nuestras ideas sobre la ley
A medida que mis estudiantes y yo reflexionamos sobre sus sentimientos negativos hacia la ley, identificamos distintas ideas que los sostienen. Por ejemplo, ¿Pablo asocia en Gálatas a la ley con estar bajo maldición? En cierto sentido, sí, pero observa con atención qué dice exactamente Pablo que lleva a la maldición: «Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: “Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”» (Gá 3:10, énfasis añadido).
En el contexto de este capítulo, Pablo está diciendo, en efecto: «Si confías en la ley para ser salvo, estás bajo maldición, porque la ley no puede salvarte». Desde la perspectiva de la salvación, la ley solo puede condenar. (Por eso, en otro lugar, Pablo se refiere a la ley como un «ministerio de muerte» y un «ministerio de condenación»; 2 Co 3:7, 9). Pero la salvación nunca ha sido el propósito de la ley. Como demuestra el Antiguo Testamento, la salvación siempre ha sido por la fe en las promesas de Dios, un punto que Pablo destaca en el contexto inmediato de Gálatas 3 y que desarrolla con más detalle en otro capítulo completo (Ro 4).
¿Qué hay del sentimiento común de que la ley es restrictiva y limita el florecimiento porque limita la libertad? Hablamos de cómo ese sentimiento parte de la idea de que el florecimiento se encuentra en ser libres, y que la libertad consiste en no tener restricciones. Pero al pensar más a fondo, se hace evidente que muchos tipos de restricciones son necesarias para florecer. Florecer físicamente implica limitar la cantidad de horas que permaneces despierto al día y el tipo de alimento que consumes. Florecer como músico profesional implica restringir cómo usas tu tiempo para poder practicar lo suficiente.
Las restricciones correctas conducen al mayor florecimiento. Si un pez quiere florecer, no lo logrará saliendo de la «restricción» del océano para explorar la arena. Solo florecerá si permanece dentro de los límites del océano, porque solo allí puede vivir plenamente.
Cómo los creyentes del Antiguo Testamento veían la ley
La relación entre las restricciones correctas y el florecimiento nos lleva a otro enfoque que suelo tomar con mis estudiantes cuando reflexionamos sobre la ley de Dios: observamos cómo los creyentes del Antiguo Testamento veían la ley, para aprender desde su perspectiva.
El primer lugar al que acudimos es el Salmo 119, el salmo más largo de la Biblia, centrado por completo en la ley de Dios. El salmista no podría estar más agradecido por ella ni más entusiasmado con ella. Describe la ley de Dios como algo por lo que da gracias (v. 7), en lo que se deleita (v. 16), que anhela (v. 20), a lo que se aferra (v. 31), que ama (v. 47), sobre lo que canta (v. 54), en lo que medita (v. 78) y por lo que se regocija (v. 162).
Me pregunto cómo se compara nuestra visión de la ley de Dios. El Señor nos dio los salmos como oraciones que modelan cómo responder a Él y a Sus mandamientos. El Salmo 119 es una oración para nosotros tanto como lo fue para Israel. Esto nos lleva de nuevo a la pregunta inicial: ¿nuestra teología de la ley tiene espacio para el Salmo 119?
La ley: una ventana a los buenos valores del Señor
El salmista puede tener una perspectiva tan positiva de la ley porque entiende dos realidades. Primero, las leyes del Señor reflejan los valores del Señor. Así funcionan las leyes. ¿Por qué tenemos leyes contra el asesinato? Porque valoramos la vida. ¿Por qué tenemos leyes contra el robo? Porque valoramos el derecho a la propiedad privada.
La verdadera libertad no consiste en la ausencia de restricciones, sino en la capacidad de andar por los caminos para los que fuiste creado
Esto nos lleva a la segunda realidad que el salmista comprendía: los valores del Señor son buenos. «Bueno eres Tú y haces el bien; / Enséñame Tus estatutos» (Sal 119:68). En otras palabras: «Tus leyes, que reflejan Tus valores, son una ventana a Tu bondad. Si eso es verdad, graba esas leyes en lo profundo de mi corazón, porque seguirlas debe ser, al final, para mi bien y para que yo florezca». El libro de los Salmos comienza afirmando precisamente esto:
¡Cuán bienaventurado es el hombre […]
Que en la ley del Señor está su deleite,
Y en Su ley medita de día y de noche!
Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua,
Que da su fruto a su tiempo,
Y su hoja no se marchita;
En todo lo que hace, prospera (Sal 1:1–3).
Fructífero. Floreciente. A eso conducen las buenas leyes de Dios. La razón es que la verdadera libertad no consiste en la ausencia de restricciones, sino en la capacidad de andar por los caminos para los que fuiste creado. Las leyes de Dios marcan esos caminos. Él nos las ha dado en Su bondad para que podamos florecer.
Estamos bajo un nuevo pacto, no bajo el antiguo; por lo tanto, no estamos sujetos a las leyes del Antiguo Testamento del mismo modo que lo estaba un israelita. Sin embargo, como estas leyes siguen siendo una ventana a los valores del Señor, el creyente de hoy querrá estudiarlas, comprenderlas y procurar reflejar los valores que contienen, sabiendo que imitar los valores del Señor es andar en un campo de florecimiento.