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Los creyentes aprecian Isaías 9:2-7 porque Isaías profetiza sobre el niño, un hijo, que será llamado «Consejero Admirable, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz». Sin embargo, a menudo pasamos por alto el versículo final: «El celo del SEÑOR de los ejércitos hará esto» (v. 7). Consideremos qué es el «celo del SEÑOR de los ejércitos» y por qué es importante para nosotros hoy.

Antes de profundizar en la comprensión de Isaías sobre el celo del Señor, consideremos la palabra «celo» y dónde aparece en la Escritura. El sustantivo hebreo detrás de esta traducción es qanah. La raíz verbal (qna) aparece ochenta y cinco veces en el Antiguo Testamento, y la forma nominal aparece cuarenta y tres veces. La mayoría de estas apariciones significan algo como «celoso» o «celos».

El celo y la promesa de Abraham

El Señor Dios se describe a Sí Mismo diciendo: «Yo, el SEÑOR tu Dios, soy Dios celoso» (Éx 20:5; énfasis añadido). Dios no tolera la idolatría. Su pueblo no le pertenece a nadie más.

Recuerda, el Señor acababa de sacar a Israel de la tierra de Egipto, aquella casa de servidumbre, con Su brazo poderoso (v. 2). El Señor ama a Su pueblo escogido; de hecho, Él hizo una promesa a Abraham, su padre, según la cual se acordaría de los descendientes de Abraham y los llevaría a la tierra (Gn 15:12-16).

El celo y la promesa de David

Al volver a Isaías, vemos a Dios actuar de manera similar. Dios cumple Su promesa a David, Él juró en 2 Samuel 7 que Su fiel amor no se apartaría de la casa de David. David tendría un hijo que se sentaría en el trono para siempre (vv. 12-16).

El celo del Señor está conectado con Su compasión. Su celo lo impulsa a salvar a la humanidad de su pecado

Isaías 9:2-7 reafirma esta promesa cuando habla de que este hijo es «dado». Según Isaías, este hijo no solo se va a sentar en el trono para siempre, sino que será el medio por el cual el Señor obrará salvación para el pueblo en tinieblas. Nadie más puede atribuirse el mérito de que este hijo venga al mundo. Este es el celo del Señor obrando en amor por David y por todo el pueblo de Dios.

El celo del Señor aparece en otras partes del libro de Isaías, afirmando que el celo del Señor está conectado con Su compasión. Su celo lo impulsa a salvar a la humanidad de su pecado. El pueblo de Dios, conociendo Sus firmes promesas, pide que el Señor actúe conforme a Su celo poderoso.

Por ejemplo, Isaías 26:11 suplica al Señor: «Oh SEÑOR, Tu mano está en alto, pero ellos no la ven. / Que vean Tu celo por el pueblo y se avergüencen» (Is 26:11; énfasis añadido).

El celo del Señor se manifiesta también en varios otros pasajes del libro de Isaías (Is 37:31-32; 42:13; 59:17; 63:15). En resumen, el Señor continúa cumpliendo Su promesa de que salvaría a Su pueblo de sus enemigos, principalmente de la muerte misma. John Oswalt escribe: «Si no fuera por el apego apasionado, aunque totalmente inmerecido, de Dios a Su mundo, nada de esto sería posible. Él nos habría abandonado hace mucho tiempo a nuestros pecados y transgresiones». Por Su gran celo por Su pueblo amado, el Señor cumple lo que promete.

Celo maravilloso

El celo del Señor es Su amor intenso y apasionado para salvarte. La promesa de un hijo no es solo para Abraham, David e Israel; es una promesa también para ti. Su celo es lo que impulsó al Señor a proveer a Su Hijo en el monte llamado Calvario a los que estaban sentados en tinieblas (Gn 22:8-18; Mt 27:33-44; Jn 3:14-17). La segunda persona de la Santa Trinidad se hizo hombre para nuestra redención. ¡Qué celo tiene el Señor por Su creación!

El celo de Jesús por salvar es el mismo celo de Su Padre. Él con gozo padece la cruz para llevar a cabo nuestra salvación

El celo de Jesús por salvar es el mismo celo de Su Padre. Él con gozo padece la cruz para llevar a cabo nuestra salvación. Cristo resucitó al tercer día, ascendió y ahora está sentado a la diestra del Padre para reinar como el Rey crucificado y resucitado. El celo del Señor lo ha hecho, y «es maravilloso a nuestros ojos» (Sal 118:23). Demos gracias a Dios por tal deseo y celo para salvarnos, para que podamos vivir y adorarle en justicia desde ahora y por la eternidad.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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