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En Esa horrible fortaleza de C. S. Lewis, el personaje Mark describe su vida como «el polvo y las botellas rotas, el montón de latas viejas, esos lugares secos y sofocantes». Junto con su esposa, Mark representa la modernidad, y sus creencias reflejan las de muchas personas seculares hoy. Sin embargo, a través de los acontecimientos de la trama, Mark despierta a la trascendencia. Mientras está encarcelado y sometido a tortura psicológica, tiene una profunda experiencia moral:

Contra este trasfondo de lo amargo y lo torcido surgió una especie de visión de lo dulce y lo recto. Algo más —algo que vagamente llamaba lo «Normal»— aparentemente existía. Nunca antes había pensado en ello. Pero ahí estaba: sólido, enorme, con forma propia, casi como algo que se podía tocar, o comer o amar. Todo estaba mezclado con Jane y huevos fritos, jabón y luz del sol, y el graznido de las grajillas en Cure Hardy y la idea de que, en algún lugar afuera, la luz del día seguía su curso en ese mismo instante.

En mis escritos, he usado este pasaje en el contexto de presentar un argumento moral a favor de la existencia de Dios. Pero, en términos más generales, es una expresión literaria maravillosamente creativa de cómo la desesperación moderna puede ser traspasada por la doctrina de Dios (o incluso una implicación de esta, como la noción de la bondad objetiva). Para muchas personas de la posmodernidad tardía, entrar en contacto con el evangelio se experimentará como una transición similar a la que va de esos «lugares secos y sofocantes» a los «huevos fritos, el jabón y la luz del sol». Se sentirá como una transición de lo plano a la plenitud, del desencanto al reencantamiento, de un mundo gris y monótono a uno rebosante de vida y color.

Explorar la naturaleza de la desesperanza moderna puede abrir formas nuevas e interesantes de hacer visible la esperanza del evangelio

Explorar la naturaleza de la desesperanza moderna puede abrir formas nuevas e interesantes de hacer visible la esperanza del evangelio a quienes nos rodean que tanto la necesitan.

Entendiendo la desesperanza moderna

En su aclamado libro A Secular Age [Una era secular], Charles Taylor señala el problema del desencanto y la pérdida de significado en la era moderna. Este fenómeno es históricamente reciente; aunque la mayoría de las personas modernas entienden intuitivamente el problema, sería difícil de explicar a quienes vivieron hace 500 años. Si bien las personas premodernas ciertamente podían sentir desesperanza, la sensación de desesperanza generalizada que caracteriza a Occidente en la posmodernidad tardía es un desarrollo histórico único. Para Taylor, esta desesperación es el resultado de otros acontecimientos, especialmente el eclipse de la trascendencia y los cambios en la noción del yo. Es la sensación de que «nuestras acciones, metas, logros y demás carecen de peso, gravedad, grosor y sustancia».

Por lo tanto, podríamos decir que habitamos un mundo que se ha ido desconectando progresivamente de las fuentes tradicionales de trascendencia, con el resultado de que nuestra experiencia ahora se caracteriza por una sensación de esterilidad y desencanto, a menudo mayor de lo que incluso somos conscientes. Puede sonar extraño pensar que podríamos estar experimentando desesperación sin ser plenamente conscientes de ello, pero no discernimos cómo la cultura que nos rodea nos influye. Nuestra cultura generalmente nos parece normal: son las gafas a través de las cuales miramos, no el paisaje que contemplamos. Por lo tanto, como una adolescente que no se da cuenta de que su familia es disfuncional hasta que va a la universidad, a menudo no nos damos cuenta de que vivimos y nos movemos entre esos «lugares secos y sofocantes» hasta que hemos experimentado la alternativa. En su libro Una fe lógica, Tim Keller incluso propone que la mayoría de las personas modernas son tan infelices que tardan años en darse cuenta plenamente de la naturaleza de su infelicidad:

En general, negamos la profundidad y la magnitud de nuestro descontento. Los artistas y pensadores que hablan de ello con más fuerza son vistos como casos aislados y mórbidos, pero en realidad son voces proféticas. Por lo general, se necesitan años para romper y disipar la negación con el fin de ver la magnitud y la dimensión de nuestra insatisfacción en la vida.

El problema de la desesperanza es una de las preocupaciones centrales de la filosofía existencialista. Muchos de los «nuevos ateos» (p. ej., Sam Harris) tienen un ateísmo más alegre y optimista, afirmando que podemos perder la creencia en Dios y conservar al mismo tiempo una moralidad objetiva y valores como la compasión y los derechos humanos. Los filósofos existencialistas más antiguos, por el contrario, generalmente veían el ateísmo como algo que desata la desesperanza moral y psicológica.

Los filósofos existencialistas más antiguos generalmente veían el ateísmo como algo que desata la desesperanza moral y psicológica

En su famoso ensayo sobre el existencialismo, por ejemplo, Jean-Paul Sartre rechazó los esfuerzos de los primeros ateos franceses por conservar una moralidad objetiva al margen de Dios, al afirmar que «al existencialista le resulta sumamente embarazoso que Dios no exista, pues con Él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible». Para el filósofo existencialista Albert Camus, la pérdida del significado trascendente entrañaba el absurdo de la vida. Camus comparó la existencia humana con el personaje Sísifo de la mitología griega, quien estaba condenado por toda la eternidad a subir una piedra a una colina, solo para verla caer de nuevo cada vez.

La sensación de caos y desintegración introducida por el ateísmo se transmite con fuerza en la famosa parábola del «loco» de Friedrich Nietzsche. Este personaje (considerado generalmente como una representación de Nietzsche) corre al mercado y grita:

«¿Adónde se ha ido Dios?»… «Se lo diré. Lo hemos matado: ustedes y yo. Todos nosotros somos sus asesinos. ¿Pero cómo hemos hecho esto? ¿Cómo pudimos beber el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué estábamos haciendo cuando desencadenamos esta tierra de su sol? ¿Adónde se mueve ahora? ¿Adónde nos movemos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿Acaso no nos precipitamos continuamente? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia adelante, en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba o un abajo? ¿No nos extraviamos, como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el aliento del espacio vacío? ¿No se ha vuelto más frío? ¿Acaso la noche no se cierra continuamente sobre nosotros?».

El aura de la desesperanza moderna queda bien captada por estas metáforas: borrar el horizonte, desencadenar la tierra, precipitarse al espacio vacío, etc. Muchas personas modernas pueden relacionarse con las emociones que implican estas imágenes, aunque no estén seguras de por qué. De hecho, hay buenas razones para creer que el pensamiento secular del siglo XXI no ha superado las luchas básicas reflejadas en el pensamiento existencialista de los siglos XIX y XX. Aunque no pensemos tanto en la desesperanza, sigue siendo un elemento profundamente arraigado de la cultura moderna.

Para ilustrarlo, consideremos el siguiente experimento mental: Imaginemos que un banquero de Manhattan del siglo XXI viajara en una máquina del tiempo a un monasterio de Europa Occidental hace 1000 años, y que uno de los monjes del monasterio viajara en la máquina del tiempo al Manhattan del siglo XXI. Los dos intercambian sus lugares por una temporada. ¿Qué persona sufriría un mayor choque cultural? ¿Cuál se sentiría más rechazada y ofendida? ¿Cuál tendría más probabilidades de sobrevivir y prosperar en su nuevo entorno?

Sin duda, sería una experiencia estimulante para ambos. Hay mucho que el banquero echaría de menos del mundo del siglo XXI y mucho con lo que tendría dificultades para reconciliarse. No queremos idealizar el pasado. Pero sospecho que, en varios aspectos cruciales, sobre todo en lo que se refiere al corazón humano, el monje encontraría nuestro mundo más empobrecido de lo que nosotros encontraríamos el suyo. Estamos más conectados, pero más solos. Tenemos una esperanza de vida más larga, pero mayores tasas de suicidio. Tenemos más oportunidades, pero un aumento de la ansiedad y la depresión. Nuestro mundo es más llamativo, pero el suyo tiene un significado y una riqueza que ni siquiera sabemos que hemos perdido.

En resumen, la modernidad se caracteriza por la pérdida del significado trascendente. Esto influye profundamente en nuestras vidas, aunque a menudo de forma inconsciente o semiconsciente. Vivimos bajo la sombra de una vaga sensación de esterilidad, pero no estamos seguros de su causa, tal vez sin saber que existe alguna alternativa. Puede que no articulemos nuestras luchas con la palabra «desesperanza». Sin embargo, debajo de nuestra soledad, nuestras adicciones, nuestra inquietud, nuestra depresión, nuestras vidas sobrecargadas y distraídas, hay un vacío profundo y agitado. Al igual que Mark, vivimos entre «el polvo y las botellas rotas, el montón de latas viejas, los lugares secos y sofocantes».

¿Qué significa esto para cómo experimentamos y comunicamos el evangelio? ¿Cómo hacemos apologética en una era de desesperanza?

Cómo el evangelio enfrenta la desesperanza

Cuando el escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn recibió el Premio Templeton en 1983, relató todos los horrores de la violencia del siglo XX y luego los atribuyó, con gran notoriedad, a la pérdida de la fe en Dios: «Si hoy me pidieran que formulara con la mayor concisión posible la causa principal de la ruinosa revolución que se tragó a unos 60 millones de nuestro pueblo, no podría expresarlo con mayor exactitud que repitiendo: “Los hombres han olvidado a Dios; por eso ha ocurrido todo esto”». Lo que es cierto con respecto a la violencia del siglo XX es igualmente cierto con respecto a la desesperanza del siglo XXI: todo esto ha sucedido porque la gente ha olvidado a Dios.

Esto no quiere decir que, al abordar la desesperanza, la iglesia tenga una tarea sencilla o formulista. Por el contrario, se necesitará sabiduría y dependencia de la ayuda del Espíritu Santo para aplicar el evangelio a las personas modernas de forma significativa y auténtica. Aquí hay dos maneras, en particular, en las que podemos hacer que el evangelio sea convincente en una época sin esperanza.

1. Proclama la plenitud del evangelio

El corazón del mensaje del evangelio es, como Pablo lo transmitió, que «Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras» (1 Co 15:3). Sin embargo, el propio Pablo comunicó este evangelio de forma diferente en diferentes contextos. En Hechos 13, cuando predicó el evangelio en una sinagoga judía, se limitó a citar varios pasajes de las Escrituras, declaró que se cumplían en Cristo y luego llamó a todos al arrepentimiento. Pero en Hechos 17, en el Areópago de Atenas, adoptó un enfoque diferente. En este entorno pagano, Pablo comenzó más atrás, con las doctrinas de Dios y la creación. A continuación, citó a sus propios poetas y encontró formas creativas de tender puentes hacia su mundo.

Debemos aplicar todas las implicaciones del evangelio a los anhelos y problemas más profundos de los corazones 

Hoy vivimos cada vez más en una cultura de Hechos 17. Por lo tanto, podemos aprender del ejemplo de Pablo al explicar el evangelio en el contexto más amplio de Dios y la creación. Si simplemente damos por sentadas estas creencias básicas, nuestro mensaje no será inteligible ni convincente para muchas personas modernas. Será como predicar un mensaje de Hechos 13 en un contexto de Hechos 17. John Stott, al comentar los discursos de Pablo en el libro de Hechos, lo expresó así:

Muchas personas rechazan nuestro evangelio hoy no porque perciban que es falso, sino porque lo perciben como trivial. La gente busca una cosmovisión integrada que dé sentido a toda su experiencia. Aprendemos de Pablo que no podemos predicar el evangelio de Jesús sin la doctrina de Dios, ni la cruz sin la creación, ni la salvación sin el juicio.

Como apologistas en una época de desencanto y desesperanza, debemos aplicar todas las implicaciones del evangelio a los anhelos y problemas más profundos de los corazones modernos. Básicamente, debemos identificar a Dios mismo como la respuesta a la desesperanza moderna. Como enseñó Agustín, Dios es la única fuente última de descanso y plenitud para el corazón humano. Dios es para la desesperanza moderna lo que la comida es para el hambre. Solo en relación con Él salimos de esos lugares secos y sofocantes. Esta es la razón por la que el perdón de los pecados es  noticia tan buena: nos lleva a la comunión con Dios mismo. Pero en el mundo moderno, como en Hechos 17, no podemos dar por sentado que los oyentes puedan conectar estos puntos.

Por lo tanto, predicar el evangelio en una época de desesperanza requerirá paciencia y una perspectiva a largo plazo. La evangelización será a menudo un proceso más largo y complicado. Consideremos de nuevo a Mark, de C. S. Lewis: solo después de su encuentro con lo «Normal» en su celda de prisión se encuentra en condiciones de responder a Cristo. La propia conversión de Lewis es similar: compara su viaje al teísmo con la pérdida de una larga y lenta partida de ajedrez, y pasaron dos años más después de convertirse en teísta en 1929 para que finalmente se convirtiera en cristiano en 1931. El mensaje de que «Cristo murió por tus pecados» no era todavía lo que Lewis pensaba que necesitaba en 1925 o 1927. Tampoco es donde podemos empezar con muchos de nuestros amigos, compañeros de trabajo, familiares y vecinos.

Por lo tanto, debemos ser conscientes de la magnitud de la tarea que tenemos por delante. La apologética en una época sin esperanza implica intentar ayudar a otros a despertar a un sentido de Dios, un sentido de la eternidad y la gloria. Estamos llamando a la gente para que salga de esos lugares secos y sofocantes. Les estamos diciendo, como dijo Pablo, «lo que ustedes adoran sin conocer, eso les anuncio yo» (Hch 17:23). Necesitaremos depender del Espíritu en cada momento del camino.

2. Proclama la belleza del evangelio

Los filósofos griegos hablaban de los tres trascendentales: lo bueno, lo verdadero y lo bello. Si bien la apologética moderna suele centrarse en demostrar que el cristianismo es verdadero, históricamente los cristianos han enfatizado también la bondad y la belleza del evangelio. Esta apologética se relaciona de forma más completa con la persona humana. Por ejemplo, en un pasaje muy citado de sus famosas Pensées, Blaise Pascal propuso una estrategia triple para recomendar la creencia en Dios:

Los hombres desprecian la religión. La odian y temen que pueda ser verdad. La cura para esto es primero demostrar que la religión no es contraria a la razón, sino que es digna de reverencia y respeto. Luego hacerla atractiva, hacer que los hombres buenos deseen que fuera verdad, y luego demostrar que lo es.

En resumen, Pascal está diciendo que debemos demostrar que el cristianismo es respetable y luego deseable antes de demostrar que es verdadero. Esto es necesario debido a la resistencia innata y natural al evangelio en el corazón humano («La odian y temen que pueda ser verdad»).

En el evangelio, tenemos el mensaje que anhelan los corazones modernos. Tenemos el alimento por el que el mundo se consume de hambre

Este enfoque pascaliano es profundamente relevante para la apologética en la época de la desesperanza. Nuestro gran desafío es más a menudo la apatía y la distracción que los contraargumentos agudos. Vivimos en una época de constantes clics y ruido constante, que nos insensibiliza a los asuntos del alma. Por lo tanto, muchas personas modernas ni siquiera están interesadas en si el evangelio es verdadero. Tenemos que empezar más atrás, ayudando a la gente a entender por qué vale la pena considerar el evangelio en primer lugar. Para ello, la belleza del evangelio es una herramienta profundamente útil. Puede atravesar la apatía para captar la atención de nuestros oyentes.

Por ejemplo, incluso en una época de desesperanza, las personas suelen experimentar anhelos religiosos profundos al contemplar las estrellas, escuchar música o leer literatura. Charles Taylor, tras describir cómo la modernidad tiende a desanimar la fe, señala no obstante:

Todo esto es cierto y, sin embargo, la sensación de que hay algo más se hace presente. Un gran número de personas lo siente: en momentos de reflexión sobre su vida; en momentos de relajación en la naturaleza; en momentos de duelo y pérdida; y de forma bastante salvaje e impredecible. Nuestra época está muy lejos de instalarse en una incredulidad cómoda… La inquietud sigue saliendo a la superficie.

Esto significa que la apologética debe abordar la «inquietud» que ocasionalmente sale a la superficie en los corazones modernos. Debemos situar el evangelio en relación con los anhelos profundos del corazón humano. Nuestra labor se parecerá menos a ganar una discusión y más a romper un hechizo. Como dijo Lewis en su época, tras referirse al profundo anhelo humano por algo más allá de este mundo: «Ustedes y yo necesitamos el hechizo más poderoso que pueda encontrarse para despertarnos del malvado encantamiento de la mundanidad que se ha impuesto sobre nosotros durante casi cien años. Casi toda nuestra educación se ha dirigido a silenciar esta voz interior tímida, persistente».

La apologética en una época sin esperanza también significará mostrar la monotonía de las explicaciones seculares del deseo humano. Por ejemplo, la mayoría de las personas seculares no están dispuestas a renunciar a la percepción humana innata de que el amor y la justicia tienen un valor trascendente. Pero en una cosmovisión secular, es muy difícil ver de dónde sacan ese valor. Se explican de forma reduccionista como los productos de la psicología evolutiva: valoramos el amor y la justicia porque estos valores ayudaron a nuestros antepasados animales a sobrevivir. No tienen una referencia objetiva en el mundo no biológico y no tendrán una resolución o un significado final.

En el evangelio, tenemos el mensaje que anhelan los corazones modernos. Tenemos el alimento por el que el mundo se consume de hambre

Charles Taylor llama a estas tensiones «las fronteras inquietas de la modernidad». En pocas palabras, las personas seculares anhelan cualidades religiosas que ya no tienen sentido dentro del secularismo. Esto puede explicar el reciente auge de varias formas de «no teísmo religioso». Parte de la tarea de la apologética es insistir en estos puntos de inconsistencia. Debemos ayudar a nuestros oyentes a experimentar la esterilidad y el confinamiento que resultan de las cosmovisiones seculares y la felicidad y el asombro encantadores del evangelio como alternativa. Porque, en el evangelio, todo aquello que el corazón humano anhela con respecto al amor y la justicia —y mucho más— tiene un significado y una plenitud gloriosos.

En el evangelio, tenemos el mensaje que anhelan los corazones modernos. Tenemos el alimento por el que el mundo se consume de hambre. Estamos ofreciendo a la gente una antigua tradición a la que unirse, una causa trascendente por la que luchar y una gloria eterna de la que disfrutar para siempre. Una vez más, para ayudar a nuestros amigos a comprender la magnitud de lo que está en juego, necesitaremos la ayuda del Espíritu Santo en cada paso del camino.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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