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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro En espíritu y en verdad: Una introducción a la espiritualidad bíblica (B&H Español, 2021), escrito por Samuel Masters.

La espiritualidad bíblica siempre pasa por la cruz. En este artículo, observaremos algunas perspectivas que nos ayudan a dimensionar su importancia.

La muerte de Jesús produce un sacrificio aceptable

¿Cómo puede ser que un Dios justo haya permitido un mundo con tanta injusticia? Resulta irónico que pocas veces formulemos esta pregunta desde la perspectiva de Dios: ¿Cómo puede un Dios justo tolerar la existencia de una raza malvada como la nuestra? La solución la encontramos en la cruz.

El sacrificio de Cristo representa la propiciación perfecta a la ira de Dios. «Propiciación» es una palabra bíblica muy importante. Se refiere al sacrificio que por su naturaleza satisface los santos requerimientos de la ley divina. Entre otras cosas, el sacrificio no podía tener defectos o impurezas. Pablo nos explica que Dios, en su intachable justicia, no puede tolerar de forma indefinida el pecado en el mundo. El carácter justo de Dios se expresa en su santa cólera, su repudio y su juicio: «Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad» (Ro 1:18).

La cruz de Cristo, al satisfacer la ira justa de Dios, logra nuestra redención, nuestra justificación y nuestra reconciliación

Dios no es relativista. La verdad absoluta existe y todos nuestros intentos por manipularla a nuestro favor incrementan nuestra culpa. Sin embargo, en la cruz se resuelve el dilema de la ira justa de Dios contrapuesta con su infinita misericordia. Esto se logra a través de la naturaleza del sacrificio. Cristo representa la propiciación perfecta. Pablo escribe que los pecadores podemos ser «justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó» (Ro 3:24). Pablo sigue explicando que esto es posible porque Dios acepta a Jesús «como propiciación por su sangre a través de la fe, como demostración de su justicia, porque en su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente» (Ro 3:25).

Jesús fue a la cruz por nosotros a pesar de su inocencia

Extrañamente, la justicia de Dios permitió que una persona inocente como Cristo sufriera en lugar de nosotros, los culpables. Dios lo tolera «a fin de que Él sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús» (Ro 3:26). Dios es el justo justificador. A diferencia de un juez corrupto que recibe un soborno, el mismo Juez Santo ha pagado nuestra pena. Sin faltar a su propia justicia impecable, encuentra en la muerte de Jesús la forma de responder con misericordia en vez de ira a los que creen en Jesús.

La cruz de Cristo, al satisfacer la ira justa de Dios, logra nuestra redención, nuestra justificación y nuestra reconciliación. Éramos esclavos antes de ser redimidos. El mundo entero «está bajo el control del maligno» (1 Jn 5:19). Por temor a la muerte, las personas estamos sujetas a la esclavitud toda la vida (He 2:15). Sin embargo, por la cruz somos librados «del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados» (Col 1:13-14.). Además…

Somos justificados por medio de la obra perfecta de Jesús en la cruz

Esto quiere decir que somos declarados libres de culpa judicial ante la corte suprema de Dios. Nuestras ofensas son perdonadas: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con Él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica» (Ro 8:32-33).

Si Dios nos declara justos, ¿quién nos condenará? La respuesta obvia es que nadie

Si Dios nos declara justos, ¿quién nos condenará? La respuesta obvia es que nadie: «Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8:1). Es increíble que no solo se nos perdone toda ofensa, sino que también se atribuye a nuestra cuenta la justicia moral de Cristo. Como un hombre pobre con una gran deuda, al que no solo se le perdona la deuda, sino también se le deposita una gran fortuna en su cuenta. Pablo declara:

«Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe» (Filipenses 3:8-9).

En otro lugar resume: «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2 Co 5:21). Por último…

Somos reconciliados con Dios y santificados por medio de la cruz

Pasamos de ser enemigos de Dios a ser sus amigos. En realidad, más que amigos. Por la cruz de Jesucristo somos hechos hijos adoptivos de Dios: «En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte» (Col 1:21-22). Junto con la reconciliación, recibimos una misión:

«Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió con Él mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; es decir, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con Él mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Co 5:18-19).


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