Leyendo la defensa espontánea de sí mismo que Pablo expone ante la multitud (Hechos 22), sorprende la escasa simplicidad de la narración. Dos detalles instan aquí a la reflexión:
En primer lugar, debemos analizar por qué se airaron los presentes cuando lo hicieron. Al comenzar Pablo a hablar, se dirige a ellos en su lengua materna, el arameo, “guardaron más silencio” (22:2). Escuchan atentamente todo el relato de su conversión y su llamamiento al ministerio, pero al afirmar que el propio Señor le dijo “Vete; yo te enviaré lejos, a los gentiles” (22:21), la maldad desatada de la turba solo quedará satisfecha con la muerte del apóstol. ¿Por qué?
Inevitablemente, las respuestas son complejas. Algunas de las presiones que sentían los judíos por mantenerse diferentes que los gentiles eran, sin duda, sociológicas: su propia identidad estaba vinculada a las leyes alimenticias, la observancia del día de reposo, la circuncisión y otras. Ellos sentían que Pablo estaba reduciendo esas barreras, constituyendo así una amenaza para su identidad. Sin embargo, el ardor de su pasión no debe explicarse con un análisis meramente horizontal. Deben reconocerse, al menos, otros dos factores.
(1) Para los judíos de Jerusalén, devotos y conservadores, estaba en juego la ley de Dios, la exclusiva primacía del templo, su entendimiento de las Escrituras. Desde su perspectiva, Pablo estaba destruyendo lo que Dios mismo había establecido. Estaba involucrando al pueblo de Dios en compromisos con paganos. No sólo estaba poniendo en peligro su identidad, sino que blasfemaba contra el Todopoderoso cuyo pueblo eran ellos y cuya revelación tenían la obligación de obedecer y preservar como escogidos suyos. (2) Al mismo tiempo, es difícil obviar el sentimiento de propiedad: estas personas actuaban como si Dios perteneciese exclusivamente a los ancestrales judíos y los gentiles no tuviesen derecho a acercarse a él. Desde la perspectiva de Pablo, ese punto de vista demostraba que interpretaban el Antiguo Testamento de una forma totalmente errónea y perversa, con una visión tristemente tribal de un Dios domesticado. Por supuesto, ese error se repite frecuentemente en la actualidad, con menos justificación, por parte de aquellos que vinculan del mismo modo su cultura a su entendimiento de la religión cristiana, domesticando también la propia Biblia y congelando el impulso misionero.
En segundo lugar, debemos preguntarnos por qué alega aquí ser ciudadano romano para evitar los azotes, mientras en otras ocasiones calla y recibe el castigo. Al menos, una de las razones es que tiende a apelar a su posición legal cuando, haciéndolo, puede sentar un precedente que ayudará a proteger a los cristianos. Uno de los argumentos de Lucas en estos capítulos es que el cristianismo no es políticamente peligroso; más bien, es repetidamente vindicado en el plano legal. Como siempre, Pablo actúa pensando en el beneficio de sus hermanos.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.
Los versículos finales de Mateo 22 (Mateo 22:41-46) contienen uno de los más sorprendentes diálogos del conjunto de los Evangelios. Tras eludir hábilmente caer en la trampa de una serie de preguntas tendenciosas, planteadas más para su descrédito que por un genuino deseo de saber, Jesús reacciona ante sus oponentes haciendo él a su vez una pregunta: “¿Qué pensáis del Cristo?” “¿De quién es hijo?” (22:42). Algunos judíos creían que iba de hecho a haber dos Mesías: el de la línea de David (de la tribu de Judá) y otro de la tribu de Leví. No sorprende por tanto que los fariseos respondan acertadamente: “De David” (22:42). Pero es entonces cuando Jesús plantea la cuestión clave, que cae como una bomba: “¿Cómo pues David, en el Espíritu, le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” (22:43-44).
Jesús estaba ahí citando el Salmo 110, designado por los escribas como salmo de David. De haber sido compuesto por un simple escriba de la Corte, al escribir “El SEÑOR dijo a mi Señor,” lo habría entendido como “El Señor [Dios] dijo a mi Señor [el Rey]”. Y, de hecho, así es como lo han interpretado muchos teólogos de la escuela liberal, haciendo caso omiso de lo indicado en el rótulo. Pero, si en verdad fue David el autor del salmo, ese ‘mi Señor’ estaría obviamente apuntado a alguien distinto al autor. La explicación propuesta por muchos expertos en Biblia, tanto judíos como cristianos, durante siglos, es por tanto adecuada: David, “en el Espíritu” (22:43), habría escrito ahí un salmo oracular (esto es; un oráculo, o profecía, inspirado por el Espíritu), en referencia al futuro Mesías que habría de venir: “El SEÑOR [Dios] dijo a mi Señor [el Mesías]”. El contenido del resto del salmo, lo establece por tanto como rey universal y verdadero y perfecto sacerdote.
En unos tiempos en los que las jerarquías familiares señalaban a los hijos como inferiores respecto al padre, Jesús hace patente la intención de sus palabras: “Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo?” (22:45).
Las implicaciones son realmente impresionantes. El Mesías del linaje de David tendría que ser de la estirpe de David, separado por un milenio del propio David, pero aun así genuino heredero con derecho a ese trono. Por otra parte, además, iba a ser tan grandioso monarca que hasta el propio David tendría que dirigirse a él como “mi Señor”. Toda otra forma de entenderlo sería excesivamente limitada y reduccionista. Los textos relacionados del Antiguo Testamento apuntan en la dirección adecuada ya desde generaciones atrás. Pero eso no evita que vaya siempre a haber quien prefiera las simplificaciones del reduccionismo antes que las profundidades de la revelación del conjunto de la Biblia en su totalidad.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
23 Sara vivió 127 años. Estos fueron los años de la vida de Sara. 2 Sara murió en Quiriat Arba, que es Hebrón, en la tierra de Canaán. Abraham fue a hacer duelo por Sara y a llorar por ella.
3 Después Abraham dejó a su difunta, y habló a los hijos de Het: 4 «Yo soy extranjero y peregrino entre ustedes; denme en propiedad una sepultura entre ustedes, para que pueda sepultar a mi difunta y separarla de delante de mí». 5 Los hijos de Het le respondieron a Abraham: 6 «Escúchenos, señor nuestro: usted es un príncipe poderoso entre nosotros. Sepulte a su difunta en el mejor de nuestros sepulcros, pues ninguno de nosotros le negará su sepulcro para que sepulte a su difunta».
7 Abraham se levantó e hizo una reverencia al pueblo de aquella tierra, los hijos de Het, 8 y habló con ellos: «Si es su voluntad que yo sepulte aquí a mi difunta separándola de delante de mí, escúchenme e intercedan por mí con Efrón, hijo de Zohar, 9 para que me dé la cueva de Macpela que le pertenece, que está al extremo de su campo. Que en presencia de ustedes me la dé por un precio justo en posesión para una sepultura».
10 Efrón estaba sentado entre los hijos de Het. Y Efrón, el hitita, respondió a Abraham a oídos de los hijos de Het y de todos los que entraban por la puerta de su ciudad: 11 «No, señor mío, escúcheme. Le doy el campo y le doy la cueva que está en él. A la vista de los hijos de mi pueblo se lo doy. Sepulte a su difunta».
12 Entonces Abraham se inclinó delante del pueblo de aquella tierra, 13 y a oídos del pueblo de aquella tierra le habló a Efrón: «Le ruego que me oiga. Le daré el precio del campo. Acéptelo de mí, para que pueda sepultar allí a mi difunta».
14 Efrón respondió a Abraham: 15 «Señor mío, escúcheme: una tierra que vale 400 siclos (4.56 kilos) de plata, ¿qué es eso entre usted y yo? Sepulte, pues, a su difunta». 16 Abraham escuchó a Efrón. Y Abraham pesó la plata que este había mencionado a oídos de los hijos de Het: 400 siclos de plata, medida comercial.
17 Así el campo de Efrón que está en Macpela, frente a Mamre, el campo y la cueva que hay en él, y todos los árboles en el campo dentro de sus confines, fueron cedidos 18 a Abraham en propiedad a la vista de los hijos de Het, delante de todos los que entraban por la puerta de su ciudad. 19 Después de esto, Abraham sepultó a Sara su mujer en la cueva del campo de Macpela frente a Mamre, es decir, Hebrón, en la tierra de Canaán. 20 El campo y la cueva que hay en él fueron cedidos a Abraham en posesión para una sepultura por los hijos de Het.
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22 Jesús comenzó a hablarles otra vez en parábolas, diciendo: 2 «El reino de los cielos puede compararse a un rey que hizo un banquete de bodas para su hijo. 3 Y envió a sus siervos a llamar a los que habían sido invitados a las bodas, pero no quisieron venir. 4 De nuevo envió otros siervos, diciéndoles: “Digan a los que han sido invitados: ‘Ya he preparado mi banquete; he matado mis novillos y animales cebados, y todo está preparado; vengan a las bodas’”. 5 Pero ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a sus negocios, 6 y los demás, echando mano a los siervos, los maltrataron y los mataron.
7 »Entonces el rey se enfureció, y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos asesinos e incendió su ciudad. 8 Luego dijo* a sus siervos: “La boda está preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos. 9 Vayan, por tanto, a las salidas de los caminos, e inviten a las bodas a cuantos encuentren”. 10 Aquellos siervos salieron por los caminos, y reunieron a todos los que encontraron, tanto malos como buenos; y el salón de bodas se llenó de invitados.
11 »Pero cuando el rey entró a ver a los invitados, vio allí a uno que no estaba vestido con traje de boda, 12 y le dijo*: “Amigo, ¿cómo entraste aquí sin traje de boda?”. Pero el hombre se quedó callado. 13 El rey entonces dijo a los sirvientes: “Atenle las manos y los pies, y échenlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes”. 14 Porque muchos son llamados, pero pocos son escogidos».
15 Entonces los fariseos se fueron y deliberaron entre sí cómo atrapar a Jesús en alguna palabra que Él dijera. 16 Y los fariseos enviaron* algunos de sus discípulos junto con los partidarios de Herodes, diciendo: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con verdad, y no buscas el favor de nadie, porque eres imparcial. 17 Dinos, pues, cuál es Tu opinión: ¿Está permitido pagar impuesto a César, o no?».
18 Pero Jesús, conociendo su malicia, dijo: «¿Por qué me ponen a prueba, hipócritas? 19 Traigan la moneda que se usa para pagar ese impuesto». Y le trajeron un denario. 20 Y Él les preguntó*: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?». 21 Ellos le dijeron*: «De César». Entonces Él les dijo*: «Pues den a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios». 22 Al oír esto, se maravillaron; lo dejaron y se fueron.
23 Ese día se acercaron a Jesús algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, 24 y le dijeron: «Maestro, Moisés dijo: “Si alguien muere sin tener hijos, su hermano, como pariente más cercano, se casará con su mujer y levantará descendencia a su hermano”. 25 Ahora bien, había entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; pero no teniendo descendencia, le dejó la mujer a su hermano. 26 De igual manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo. 27 Y después de todos, murió la mujer. 28 Por tanto, en la resurrección, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque todos ellos la tuvieron».
29 Pero Jesús les respondió: «Están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios. 30 Porque en la resurrección, ni se casan ni son dados en matrimonio, sino que son como los ángeles de Dios en el cielo. 31 Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído lo que les fue dicho por Dios, cuando dijo: 32 “Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob”? Él no es Dios de muertos, sino de vivos». 33 Al oír esto, las multitudes se admiraban de Su enseñanza.
34 Los fariseos se agruparon al oír que Jesús había dejado callados a los saduceos. 35 Uno de ellos, intérprete de la ley, para poner a prueba a Jesús, le preguntó: 36 «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?».
37 Y Él le contestó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el grande y primer mandamiento. 39 Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas».
41 Estando reunidos los fariseos, Jesús les hizo una pregunta: 42 «¿Cuál es la opinión de ustedes sobre el Cristo? ¿De quién es hijo?». «De David», le contestaron* ellos.
43 Jesús les dijo*: «Entonces, ¿cómo es que David en el Espíritu lo llama “Señor”, diciendo:
44 “Dijo el Señor a mi Señor:
‘Siéntate a Mi diestra,
Hasta que ponga a Tus enemigos debajo de Tus pies’”?
45 Pues si David lo llama “Señor”, ¿cómo es Él su hijo?». 46 Y nadie le pudo contestar ni una palabra, ni ninguno desde ese día se atrevió a hacer más preguntas a Jesús.
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12 Estos son los sacerdotes y los levitas que subieron con Zorobabel, hijo de Salatiel, y con Jesúa: Seraías, Jeremías, Esdras, 2 Amarías, Maluc, Hatús, 3 Secanías, Rehum, Meremot, 4 Iddo, Ginetón, Abías, 5 Mijamín, Maadías, Bilga, 6 Semaías, Joiarib, Jedaías, 7 Salú, Amoc, Hilcías y Jedaías. Estos eran los jefes de los sacerdotes y sus parientes en los días de Jesúa.
8 Y los levitas eran Jesúa, Binúi, Cadmiel, Serebías, Judá y Matanías; este y sus hermanos estaban encargados de los cánticos de acción de gracias. 9 También Bacbuquías y Uni, sus hermanos, estaban frente a ellos en sus ministerios respectivos. 10 Y Jesúa fue el padre de Joiacim, y Joiacim el padre de Eliasib, y Eliasib el padre de Joiada, 11 y Joiada fue el padre Jonatán, y Jonatán el padre de Jadúa.
12 En los días de Joiacim, los sacerdotes jefes de casas paternas fueron: de Seraías, Meraías; de Jeremías, Hananías; 13 de Esdras, Mesulam; de Amarías, Johanán; 14 de Melicú, Jonatán; de Sebanías, José; 15 de Harim, Adna; de Meraiot, Helcai; 16 de Iddo, Zacarías; de Ginetón, Mesulam; 17 de Abías, Zicri; de Miniamín y de Moadías, Piltai; 18 de Bilga, Samúa; de Semaías, Jonatán; 19 de Joiarib, Matenai; de Jedaías, Uzi; 20 de Salai, Calai; de Amoc, Eber; 21 de Hilcías, Hasabías; de Jedaías, Natanael.
22 En cuanto a los levitas, jefes de casas paternas, fueron inscritos en los días de Eliasib, Joiada, Johanán y Jadúa; también los sacerdotes hasta el reinado de Darío el Persa. 23 Los hijos de Leví, jefes de casas paternas, fueron inscritos en el libro de las Crónicas hasta los días de Johanán, hijo de Eliasib. 24 Los principales de los levitas eran Hasabías, Serebías y Jesúa, hijo de Cadmiel, con sus hermanos frente a ellos, para alabar y dar gracias, según lo prescrito por David, hombre de Dios, sección frente a sección. 25 Matanías, Bacbuquías, Obadías, Mesulam, Talmón y Acub eran porteros que mantenían guardia en los almacenes junto a las puertas. 26 Estos sirvieron en los días de Joiacim, hijo de Jesúa, hijo de Josadac, y en los días de Nehemías, el gobernador, y de Esdras, el sacerdote y escriba.
27 En la dedicación de la muralla de Jerusalén buscaron a los levitas de todos sus lugares para traerlos a Jerusalén, a fin de celebrar la dedicación con alegría, con himnos de acción de gracias y con cánticos, acompañados de címbalos, arpas y liras. 28 Y se reunieron los hijos de los cantores del distrito alrededor de Jerusalén, de las aldeas de los netofatitas, 29 de Bet Gilgal y de los campos de Geba y Azmavet, pues los cantores se habían edificado aldeas alrededor de Jerusalén. 30 Los sacerdotes y los levitas se purificaron; también purificaron al pueblo, las puertas y la muralla.
31 Entonces hice subir a los jefes de Judá sobre la muralla, y formé dos grandes coros, el primero marchaba hacia la derecha, por encima de la muralla, hacia la puerta del Muladar. 32 Y tras ellos iban Osaías y la mitad de los jefes de Judá, 33 con Azarías, Esdras, Mesulam, 34 Judá, Benjamín, Semaías, Jeremías, 35 así como algunos de los hijos de los sacerdotes con trompetas; y Zacarías, hijo de Jonatán, hijo de Semaías, hijo de Matanías, hijo de Micaías, hijo de Zacur, hijo de Asaf, 36 y sus parientes, Semaías, Azareel, Milalai, Gilalai, Maai, Natanael, Judá y Hananí, con los instrumentos musicales de David, hombre de Dios. Y el escriba Esdras iba delante de ellos. 37 Y a la puerta de la Fuente subieron directamente las gradas de la ciudad de David por la escalera de la muralla, por encima de la casa de David hasta la puerta de las Aguas al oriente.
38 El segundo coro marchaba hacia la izquierda, y yo iba tras ellos con la mitad del pueblo por encima de la muralla, pasando por la torre de los Hornos, hasta la muralla Ancha, 39 y por la puerta de Efraín, junto a la puerta Vieja, junto a la puerta del Pescado, y la torre de Hananeel, y la torre de los Cien hasta la puerta de las Ovejas, y se detuvieron en la puerta de la Guardia. 40 Luego los dos coros tomaron su lugar en la casa de Dios. También yo, y la mitad de los oficiales conmigo, 41 y los sacerdotes Eliacim, Maasías, Miniamín, Micaías, Elioenai, Zacarías y Hananías, con trompetas, 42 y Maasías, Semaías, Eleazar, Uzi, Johanán, Malquías, Elam y Ezer. Los cantores cantaban, con su director Izrahías. 43 Aquel día ofrecieron gran cantidad de sacrificios y se regocijaron porque Dios les había dado mucha alegría, también las mujeres y los niños se regocijaron. El regocijo de Jerusalén se oía desde lejos.
44 Aquel día fueron designados hombres a cargo de las cámaras destinadas a almacenes de las contribuciones, de las primicias y de los diezmos, para que de los campos de las ciudades recogieran en ellas las porciones dispuestas por la ley para los sacerdotes y levitas. Pues Judá se regocijaba por los sacerdotes y levitas que servían. 45 Ellos ministraban en la adoración de su Dios y en el ministerio de la purificación, junto con los cantores y los porteros, conforme al mandato de David y de su hijo Salomón. 46 Porque en los días de David y Asaf, en tiempos antiguos, había directores de los cantores, cánticos de alabanza e himnos de acción de gracias a Dios. 47 Y todo Israel, en días de Zorobabel y en días de Nehemías, daba las porciones correspondientes a los cantores y a los porteros como se demandaba para cada día, y consagraban parte para los levitas, y los levitas consagraban parte para los hijos de Aarón.
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22 «Hermanos y padres, escuchen mi defensa que ahora presento ante ustedes», decía Pablo.
2 Cuando oyeron que se dirigía a ellos en el idioma hebreo, observaron aún más silencio. El continuó*:
3 «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, educado bajo Gamaliel en estricta conformidad a la ley de nuestros padres, siendo tan celoso de Dios como todos ustedes lo son hoy. 4 Perseguí este Camino hasta la muerte, encadenando y echando en cárceles tanto a hombres como a mujeres, 5 de lo cual pueden testificar el sumo sacerdote y todo el Concilio de los ancianos. De ellos recibí cartas para los hermanos, y me puse en marcha para Damasco con el fin de traer presos a Jerusalén también a los que estaban allá, para que fueran castigados.
6 »Y aconteció que cuando iba de camino, estando ya cerca de Damasco, como al mediodía, de repente una luz muy brillante fulguró desde el cielo a mi alrededor. 7 Caí al suelo y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. 8 Y respondí: “¿Quién eres, Señor?”. Y Él me dijo: “Yo soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues”.
9 »Los que estaban conmigo vieron la luz, ciertamente, pero no comprendieron la voz de Aquel que me hablaba. 10 Y yo dije: “¿Qué debo hacer, Señor?”. Y el Señor me dijo: “Levántate y entra a Damasco; y allí se te dirá todo lo que se ha ordenado que hagas”.
11 »Pero como yo no veía por causa del resplandor de aquella luz, los que estaban conmigo me llevaron de la mano y entré a Damasco. 12 Y uno llamado Ananías, hombre piadoso según las normas de la ley, y de quien daban buen testimonio todos los judíos que vivían allí, 13 vino a mí, y poniéndose a mi lado, me dijo: “Hermano Saulo, recibe la vista”. En ese mismo instante alcé los ojos y lo miré.
14 »Y él dijo: “El Dios de nuestros padres te ha designado para que conozcas Su voluntad, y para que veas al Justo y oigas palabra de Su boca. 15 Porque tú serás testigo Suyo a todos los hombres de lo que has visto y oído. 16 Y ahora, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados invocando Su nombre”.
17 »Cuando regresé a Jerusalén y me hallaba orando en el templo, caí en un éxtasis, 18 y vi al Señor que me decía: “Apresúrate y sal pronto de Jerusalén porque no aceptarán tu testimonio acerca de Mí”.
19 »Entonces yo dije: “Señor, ellos saben bien que en las sinagogas, una tras otra, yo encarcelaba y azotaba a los que creían en Ti. 20 Cuando se derramaba la sangre de Tu testigo Esteban, allí estaba también yo dando mi aprobación, y cuidando los mantos de los que lo estaban matando”. 21 Pero Él me dijo: “Ve, porque te voy a enviar lejos, a los gentiles”».
22 La multitud lo oyó hasta que dijo esto, entonces alzaron sus voces y dijeron: «¡Quita de la tierra a ese hombre! No se le debe permitir que viva».
23 Como ellos vociferaban, y arrojaban sus mantos, y echaban polvo al aire, 24 el comandante ordenó que llevaran a Pablo al cuartel, diciendo que debía ser sometido a azotes para saber la razón por qué la gente gritaban contra él de aquella manera. 25 Cuando lo estiraron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba allí: «¿Les es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle hecho juicio?».
26 Al oír esto el centurión, fue al comandante y le avisó: «¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano». 27 Vino el comandante a Pablo y le dijo: «Dime, ¿eres ciudadano romano?». «Sí», contestó él. 28 Y el comandante respondió: «Yo adquirí esta ciudadanía por una gran cantidad de dinero». «Pero yo soy ciudadano romano de nacimiento», le dijo Pablo.
29 Entonces los que iban a someterlo a azotes, al instante lo soltaron. También el comandante tuvo temor cuando supo que Pablo era ciudadano romano, y porque lo había atado con cadenas.
30 Al día siguiente, queriendo el comandante saber con certeza la causa por la cual los judíos lo acusaban a Pablo, lo soltó, y ordenó a los principales sacerdotes y a todo el Concilio que se reunieran. Después llevó a Pablo y lo puso ante ellos.
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