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Definición

La orientación sexual es una capacidad o predisposición perdurable y no elegida para los deseos sexuales hacia uno o ambos sexos. La redefinición moderna del género es la autopercepción subjetiva de ser hombre o mujer.

Sumario

Al discutir el comportamiento y los deseos sexuales entre personas del mismo sexo, algunos afirman que la Biblia no tiene nada que decir sobre la orientación sexual. Pero el uso que hace Pablo de la palabra sarx (“carne” o “naturaleza pecaminosa”) puede ser una categoría útil para comprender mejor y ministrar a las personas que tienen una predisposición perdurable y no elegida. Lo que está en la raíz de la confusión actual sobre lo que es masculino o femenino, es la elevación de la experiencia subjetiva sobre la verdad objetiva. En otras palabras, la autopercepción eclipsa a la biología. Pero las personas que luchan contra la disforia de género no deben ser estigmatizadas indebidamente. Luchan con las consecuencias de la Caída como con toda la humanidad, y la solución comienza y termina con la fe en Cristo.

Comprendiendo la orientación sexual

El concepto de orientación sexual se origina en las disciplinas seculares de la psiquiatría y la psicología. Desafortunadamente, los cristianos a menudo se encasillan en estas construcciones de las ciencias sociales en lugar de basar su comprensión crítica de la orientación sexual en torno a la enseñanza bíblica y teológica.

Los defensores de la homosexualidad e incluso algunos cristianos afirman que la Biblia no tiene nada que decir sobre la “orientación sexual” y, por lo tanto, no condena o es ambigua al condenar las relaciones entre personas del mismo sexo.[1] Después de todo, dicen, este término no aparece en ninguna parte de las páginas de las Escrituras. Pero esta comprensión ingenua de cómo se formula la teología sistemática —que la ausencia de una palabra equivale al silencio— significaría que la Biblia no tiene nada que decir acerca de muchas doctrinas fundamentales, entre las cuales encontraríamos la Trinidad. Más bien, las Escrituras pintan un cuadro teológico que enmarca toda la vida.

Incluso si la frase “orientación sexual” no aparece en las Escrituras, ¿se refiere la Biblia a algo similar a ello? Deberíamos comenzar con una definición. La Asociación Estadounidense de Psicología lo describe de esta manera: “La orientación sexual se refiere a un patrón duradero de atracciones emocionales, románticas y / o sexuales hacia hombres, mujeres o ambos sexos”.[2] La APA también afirma que estas atracciones generalmente no se eligen.[3]

En 2006, activistas internacionales de derechos humanos elaboraron los Principios de Yogyakarta, definiendo la orientación sexual como una “capacidad de profunda atracción emocional, afectiva y sexual”.[4] En su libro Gay, Straight, and the Reason Why: The Science of Sexual Orientation, el neurocientífico gay Simon LeVay, define la orientación sexual como “el rasgo que nos predispone a experimentar atracción sexual”.[5] Al consolidar estas definiciones, vemos que la orientación sexual se entiende como una capacidad o predisposición perdurable y no elegida para los deseos sexuales hacia uno o ambos sexos.

Definiendo los deseos pecaminosos perdurables y no elegidos: la carne

Antes de considerar si la Biblia aborda alguna predisposición perdurable o no elegida, primero debemos romper con el paradigma secular de los deseos del sexo opuesto y del mismo sexo y, en su lugar, utilizar las categorías bíblicas de buenos deseos sexuales y deseos sexuales pecaminosos. Los deseos sexuales buenos y románticos son aquellos cuyo fin está dentro del contexto del matrimonio bíblico. Los deseos sexuales y románticos pecaminosos son aquellos cuyo fin está fuera del contexto del matrimonio bíblico.

Debido a que todos los deseos sexuales y románticos entre personas del mismo sexo son pecaminosos, ¿existe algún concepto bíblico que describa una capacidad o predisposición perdurable y no elegida para los deseos pecaminosos? ¿Proporcionan las Escrituras un marco teológico lúcido para desenredar la compleja y confusa conversación sobre la orientación sexual? Sí, se llama carne (sarx) o naturaleza pecaminosa —en otras palabras, una orientación al pecado— y la doctrina del pecado (hamartiología).

Algunas traducciones del Nuevo Testamento traducen la palabra griega sarx como “naturaleza pecaminosa”, mientras que otras la traducen literalmente como “carne”. Sarx es un concepto importante y particular en la teología de Pablo. El experto en teología paulina, Douglas Moo, explica que en los escritos de Pablo (como Romanos y Gálatas), el significado de sarx conlleva la idea de “las limitaciones de la condición humana que han sido impuestas por el pecado”.[6]

En Gálatas 5:16-17, Pablo explica cómo la carne lucha contra el Espíritu y el Espíritu lucha contra la carne. Esta tensión dicotómica no sugiere que tengamos naturalezas divididas en nuestro interior las cuales luchan entre sí; más bien, sarx se refiere a toda la persona marcada por la rebelión––la “corruptibilidad y la mortalidad” ––de esta era maligna actual.[7]

Esto refleja la realidad histórico-redentora entre la vieja naturaleza, caracterizada por la carne, y la nueva naturaleza, caracterizada por el Espíritu Santo. Esta tensión entre la carne y el Espíritu es evidencia de la superposición entre la presente era mala y la era venidera. La carne representa esta era inicua y nuestra posición bajo el dominio del pecado y la muerte. El Espíritu representa la era venidera y nuestra libertad del poder del pecado y la ley.[8] En esta superposición, los aspectos de ambas edades están presentes juntos.

La realidad es que “el presente siglo malo” (Gá 1:4) no ha pasado y las implicaciones del pecado y del “viejo hombre” persisten. Como creyentes redimidos, aunque somos renovados y transformados día a día, vivimos sin embargo con los vestigios de nuestra vieja naturaleza y con nuestra imagen distorsionada posterior a la caída. Por tanto, debemos estar atentos en medio de las tentaciones. Como lo expresaron acertadamente Denny Burk y Heath Lambert, a diferencia de Jesús, quien no tenía una naturaleza pecaminosa, tenemos una “pista de aterrizaje” para esas tentaciones que rápidamente pueden convertirse en deseos pecaminosos.[9]

Luchando contra la carne

Se está librando una batalla espiritual “entre el Espíritu de Dios y el impulso de pecar”.[10] Este impulso ya no esclaviza al creyente, pero aún puede tener influencia. Por tanto, nos enfrentamos a una lucha diaria. En Romanos 8:13, Pablo nos suplica: “si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán”.

La obra salvífica de Cristo ciertamente ha inaugurado una nueva era, pero esta nueva era tampoco se ha consumado por completo: el ya pero todavía no. Hemos sido liberados, pero debemos continuar perseverando en la batalla hasta que llegue ese glorioso y último día. ¿Qué significa esto para aquellos que tienen una predisposición hacia ––pero mortifican a diario–– las tentaciones románticas y sexuales del mismo sexo?

Debemos reconocer que la predisposición no equivale a la predeterminación. En Romanos 6:6-7, Pablo escribe que el individuo en virtud de la unión con Cristo es libertado de la esclavitud del pecado y de la naturaleza humana caída: “Sabemos esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado”.

Esta libertad del reino del pecado no implica la libertad de todo pecado o una ausencia total de tentaciones, pero es una ruptura decisiva con el pecado y un cambio cualitativo en el que nuestra mente es menos oscura y nuestra voluntad es menos rebelde. Esta nueva vida es la obra soberana de Dios.

El Espíritu Santo es la causa divina de nuestro nuevo nacimiento (Jn 3:5-6), y esta libertad del pecado es un acto de la gracia de Dios: “Porque el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, pues no están bajo la ley sino bajo la gracia.” (Ro 6:14). Como explica John Piper, “la gracia no es simplemente indulgencia cuando hemos pecado. La gracia es el don de Dios que nos permite no pecar. La gracia es poder, no solo perdón”.

La otra cosa a recordar es evitar los extremos. En un extremo, no debemos menospreciar la gracia de Dios y asumir que podemos seguir pecando porque “el amor cubre multitud de pecados” (1 P 4:8). Esto sería una distorsión, y Pablo habla directamente sobre esto: “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Ro 6:1-2).

Pero en el otro extremo, algunos que tienen tentaciones sexuales hacia personas del mismo sexo están abrumados por la vergüenza y la culpa porque sienten que no son dignos de la gracia de Dios. Se han arrepentido y no están actuando mal, pero creen que esta lucha es el pecado imperdonable. Al reconocer que el problema es nuestra carne ––nuestra naturaleza humana caída–– podemos darnos cuenta a diario de que no somos muy diferentes de los demás.

En la raíz, todo se reduce al pecado original. La consecuencia moral de la caída ha corrompido a todas las personas. La forma de la tentación puede ser diferente, pero la causa o raíz sigue siendo la misma. La cuestión no es si somos tentados, sino cómo responderemos.

El consuelo proviene de saber que no estamos solos. Necesitamos ser honestos y transparentes con otras personas de confianza sobre nuestras luchas con tentaciones no elegidas y, a menudo, continuas. Una mayor segregación en “cristianos heterosexuales” y “cristianos homosexuales” da la falsa impresión de que somos fundamentalmente diferentes en el centro de nuestro ser.

En cambio, debemos encontrar solidaridad en el hecho de que todos sufrimos del pecado original ––la consecuencia moral de la caída–– y que todos necesitamos la gracia. Juntos nos recordamos mutuamente nuestra desesperada necesidad de la única solución para nuestra naturaleza pecaminosa: Cristo y su cuerpo, la iglesia.

Hombre y mujer: Identidad de género

¿Es el “género” una construcción social? ¿Hay más de dos “géneros”? Aunque el Occidente moderno ha perdido sus límites y celebra una plétora de las llamadas opciones de género, ¿cómo deberían los cristianos entender y criticar la redefinición actual del género a la luz de las Escrituras?

El término sexo tiene un par de definiciones. A menudo se refiere al acto de tener relaciones sexuales, pero también puede referirse a las categorías de hombre y mujer. Para esta discusión, nos enfocaremos en la segunda definición. El sexo como hombre o mujer es una categoría binaria objetiva que describe la clasificación reproductiva del cuerpo.

Sin embargo, hoy en día muchos afirman que el sexo no es objetivo sino arbitrario––por ejemplo, afirmar que el sexo se “asigna” al nacer. Pero esto no es arbitrario: el sexo de un recién nacido es observado físicamente por los órganos sexuales visibles del bebé y puede confirmarse genéticamente mediante una prueba de ADN. El sexo tiene rasgos fenotípicos muy explícitos. Decir lo contrario es completamente acientífico y significaría que debemos reescribir cada libro de texto de biología que se haya escrito.

Pero, ¿qué pasa con las personas que son “intersexuales”? ¿Esta condición excepcionalmente rara (según las estadísticas, uno en miles, no cientos) prueba que el sexo no es binario y está en un espectro? No. La intersexualidad es un fenómeno biológico en el que un individuo puede tener ambigüedad genital o variación genética. En biología humana, sin embargo, las anomalías no anulan categorías ni suprimen los binarios.

La redefinición moderna de “género” se refiere a una realidad psicológica independiente del sexo biológico. Es la autopercepción subjetiva de ser hombre o mujer. Dado que el sexo es objetivo y el género es subjetivo, podrías pensar que lo lógico sería adaptar las ideas subjetivas a la verdades objetivas. En cambio, ocurre lo contrario: nuestra cultura ahora valora alterar la realidad física objetiva de nuestros cuerpos para acomodar la impresión subjetiva de nosotros mismos.

Esta nueva forma de dualismo gnóstico separa la mente del cuerpo y eleva la autocomprensión como determinante de la personalidad, de ahí el neologismo de la identidad de género. La verdad del asunto es esta: el sentir del yo, en el mejor de los casos, describe cómo nos sentimos, no quiénes somos.

La Biblia y la identidad de género

En el primer capítulo de la Biblia, Dios crea los cielos y la tierra y llena la tierra de seres vivientes. La corona de la creación es adam, o el hombre (la humanidad). Y entre todas las diversas características humanas, Dios destaca una en particular: masculina y femenina.

Génesis 1:27 transmite una conexión innegable entre “la imagen de Dios” y las categorías ontológicas de hombre y mujer. Este verso consta de tres líneas de poesía, con la segunda y tercera líneas estructuradas en paralelo, comunicando una correlación entre la imagen de Dios y “masculino y femenino”.

Dios creó al hombre a imagen Suya,  a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Ser creado a imagen de Dios y ser hombre o mujer es esencial para ser humano. El sexo (masculino y femenino) no es simplemente biológico o genético, así como ser humano no es simplemente biológico o genético. El sexo es ante todo una realidad espiritual y ontológica creada por Dios. Ser hombre o mujer no puede ser cambiado por manos humanas; el sexo es una categoría de la obra de Dios, su diseño original e intencionado.

Por mucho que alguien intente alterar este hecho en su propio cuerpo, lo máximo que se puede hacer es eliminar o aumentar artificialmente partes del cuerpo o usar productos farmacéuticos para suprimir de manera antinatural la realidad biológica y hormonal de la esencia de uno mismo como hombre o mujer. En otras palabras, la psicología usurpa la biología; lo que siento se convierte en quien soy. Al negar esta realidad física y genética permitimos que la experiencia supere la esencia y, lo que es más importante, la imagen de Dios. El transgénero no es exclusivamente una batalla por lo que es masculino y femenino, sino más bien una batalla por lo que es verdadero y real.

Entonces, ¿cómo fue que llegamos hasta aquí? El transgénero es el fruto de la posmodernidad. El posmodernismo, resultado del romanticismo y el existencialismo, nos dice que “eres lo que sientes”. Por lo tanto, la experiencia es la reina, y todo lo demás debe inclinarse ante ella. Sola experientia (“la experiencia sola”) ha ganado sobre la sola Scriptura (“la Escritura sola”).

Pero Dios está diciendo, te creé para ser quien eres. La verdad no es algo que sentimos; no se basa en nuestra autopercepción. De hecho, la Escritura nos dice que el corazón caído es “más engañoso que todo… Y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?” (Jer 17:9). No podemos confiar en nuestros propios pensamientos y sentimientos, así que debemos someterlos a Dios porque podemos confiar “en el Señor para siempre, porque en Dios el Señor, tenemos una Roca eterna” (Is 26:4).

La autopercepción de la mayoría de las personas es congruente con su sexo biológico. Para un pequeño porcentaje de otros, no lo es. La angustia mental de esta disonancia se llama disforia de género. Algunos eligen identificarse como transgénero de hombre a mujer o de mujer a hombre, en esencia elevando la psicología sobre la biología.

Aunque identificarse es una opción y someterse a una “terapia hormonal” o una cirugía es una opción, la lucha no lo es. Para algunos, la lucha es muy real. Sin embargo, por más peculiar e inusual que sea, debemos reconocer que tener pensamientos no elegidos e incluso persistentes que no concuerdan con el sexo real es una consecuencia psicológica de la caída. Todo cristiano comparte la experiencia de mortificar diariamente las consecuencias de la caída.

En el contexto del quebrantamiento humano, la incongruencia entre género y sexo puede no ser tan extraña como muchos piensan. Así como ceder a la tentación es pecado, mientras que ser tentado no lo es, ceder a una autopercepción caída del género es pecado, pero la lucha no lo es.

¿Debería sorprendernos que el Engañador susurre a algunos con respecto a su sexo? “¿Dijo Dios eso realmente?”. Comprometámonos a orar por aquellos con disforia de género para que sigan a Cristo y su verdad en lugar de sus mentes oscurecidas y las agendas mundanas de justicia social y políticas de identidad.

En nuestras propias iglesias, hay quienes temen confesar su lucha y buscar oración, no sea que sean rechazados y ridiculizados. Acerquémonos a hermanas y hermanos que no se conforman con este mundo pero que están renovando sus mentes, resistiendo los pensamientos caídos de disforia de género y tomando cautivo cada pensamiento.

Unámonos todos en la lucha contra la supremacía de nuestra psicología sobre nuestra biología. Más bien, entreguemos todo a Dios y reconozcamos que él no comete errores, y que nos creó a su propia imagen.

 


Este ensayo hace parte de la serie Teología Concisa. Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios, formatos y adaptar o traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y la misma licencia. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Notas al pie

1James V. Brownson, Bible, Gender, Sexuality: Reframing the Church’s Debate on Same-Sex Relationships (Grand Rapids: Eerdmans, 2013), 170; Matthew Vines, God and the Gay Christian: The Biblical Case in Support of Same-Sex Relationships (New York: Convergent Books, 2014), 106.
2American Psychological Association, Answers to Your Questions: For a Better Understanding of Sexual Orientation and Homosexuality (Washington, DC: APA, 2008), 1.
3American Psychological Association, Answers to Your Questions, 2.
4The Yogyakarta Principles: Principles on the Application of International Human Rights Law in Relation to Sexual Orientation and Gender Identity, March 2007, 6, PDF, http://yogyakarta principles.org/wp-content/uploads/2016/08/principles_en.pdf.
5Simon LeVay, Gay, Straight, and the Reason Why: The Science of Sexual Orientation, 2nd ed. (New York: Oxford University Press, 2017), 1.
6Douglas J. Moo, Galatians (Grand Rapids: Baker Academic, 2013), 344.
7N. T. Wright, Paul for Everyone: Romans, Part 1 (Louisville: Westminster John Knox, 2004), 140.
8Thomas R. Schreiner, Paul, Apostle of God’s Glory in Christ: A Pauline Theology (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2001), 143.
9Denny Burk and Heath Lambert, Transforming Homosexuality: What the Bible Says About Sexual Orientation and Change (Phillipsburg, NJ: P&R, 2015), 50.
10Moo, Galatians, 354.