×

Muchas personas tienen la falsa impresión de que los protestantes y evangélicos no podemos encontrar respaldo histórico para nuestra interpretación de la doctrina de la justificación por la fe. Como si Martín Lutero hubiera sido el primero en haberla entendido de la manera en que lo hizo.

Si así fuera, podría plantear un problema serio, ya que la justificación por la fe es importante para la formulación protestante de ciertos componentes de la soteriología (teología de la salvación) y la eclesiología (teología sobre la iglesia).

Sin embargo, esto no es cierto. Contamos con muchos teólogos de los primeros siglos, llamados «padres de la iglesia», que formularon a partir de la Biblia la doctrina de la justificación por la fe de manera casi idéntica a la de los teólogos protestantes de siglos posteriores.

La esencia de la justificación por la fe

Antes de ver la evidencia, debemos preguntarnos: ¿A qué nos referimos cuando hablamos de la doctrina de la justificación por la fe desde una comprensión protestante? Aunque es un tema extenso, se puede resumir en tres componentes esenciales.

Primero, las doctrinas del hombre y el pecado: estamos muertos en nuestro pecado y, por tanto, no podemos justificarnos por nuestras obras.

La doctrina de la justificación por la fe no nos debe llevar a la polémica, sino a la alabanza

Segundo, la doctrina de la salvación: Dios es el agente activo en nuestra justificación, quien nos da convicción de nuestros pecados, nos da fe para creer y nos justifica (de aquí vienen las afirmaciones de que somos salvos por gracia sola, por fe sola y por Cristo solo). También es importante el hecho de que Dios imputa nuestra injusticia a Cristo y la justicia de Cristo a nosotros; es decir, la justificación es una declaración jurídica en la que Dios nos declara justos (en lugar de hacernos justos).

Tercero, las doctrinas de la iglesia y la vida después de la muerte: la justificación necesariamente implica la santificación; es decir, aunque se puede distinguir entre las dos cosas, nunca se las puede separar. Además, si nuestra aceptación por Dios depende de la justicia perfecta de Cristo imputada a nosotros, rechazamos la existencia del purgatorio.

El testimonio de los primeros siglos

Recordando estos aspectos esenciales, veamos algunas citas de diferentes padres de la iglesia que afirman la doctrina protestante de la justificación por la fe. Por cuestión de espacio, me centraré en los primeros dos componentes (el pecado y la salvación).

Esta recopilación no debe entenderse en el sentido de que todos los padres de la iglesia entendieron la justificación como los protestantes lo hacemos hoy, sino en que hay un número suficientemente alto de teólogos de los primeros siglos que entendieron la justificación de la misma manera. Esto sustenta la convicción de que la justificación por la fe es una doctrina bien representada desde el inicio del cristianismo y es una lectura fiel a la enseñanza bíblica. (Para facilitar la comprensión, enfatizaré las palabras y expresiones clave de cada cita en cursiva).

En el primer siglo, quizás el mejor representante sea Clemente de Roma, quien dijo:

Por tanto, todos fueron glorificados y engrandecidos no por ellos mismos ni por sus obras ni por la justicia que procuraron, sino por la voluntad de Aquel. Y nosotros, consiguientemente, habiendo sido llamados en Cristo Jesús por Su voluntad, no hemos sido justificados por nosotros mismos ni por nuestra sabiduría o conocimiento o piedad u obras, sino por la fe por la que Dios todopoderoso justificó a todos desde la eternidad. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén (1 Clem 32.3-4; trad. J. J. Ayán Calvo).

En el segundo siglo, la carta conocida como A Diogneto es probablemente el mejor representante:

Ningún hombre lo vio ni lo conoció, sino que Él mismo se manifestó. Se manifestó por medio de la fe, la única a quien se le ha concedido ver a Dios… ¿En quién podíamos ser justificados los inicuos y los impíos, sino tan solo en el Hijo de Dios? ¡Benévolo intercambio! ¡Inescrutable creación! ¡Inesperados beneficios! ¡La iniquidad de muchos quedó oculta en el único Justo, y la justicia de Uno justificó a muchos inicuos! Así pues, mostró en el tiempo establecido que nuestra naturaleza era incapaz de alcanzar la vida y ahora manifestó al Salvador, capaz de salvar incluso lo que no se puede. Por ambos medios quiso que creyéramos en Su bondad y que lo consideráramos Sustentador, Padre, Maestro, Consejero, Médico, Inteligencia, Luz, Honor, Gloria, Fuerza, Vida, para que no nos preocupemos ni del vestido ni del alimento… les envió a Su Hijo unigénito; les prometió el reino del cielo y lo dará a quienes lo aman. ¿Sospechas de qué alegría serás colmado cuando lo conozcas? ¿O cómo amarás al que te ha amado antes? Cuando lo ames, será imitador de Su bondad. No te asombres de que un hombre llegue a ser imitador de Dios. Puede porque Él lo quiere (Diog. 8.5-6; 9.4-10.4; trad. J. J. Ayán Calvo).

En el tercer siglo, Cipriano de Cartago también habló de la justificación de manera muy amena a los protestantes:

Y aquella primera bendición dada a Abraham se extendía a nuestro pueblo. Pues si Abraham se fió de Dios y eso se le imputó como justicia, también todos los que creen en Dios y viven en la fe son tenidos por justos y ya mucho tiempo antes aparecen bendecidos y justificados en el fiel Abraham, como lo prueba el apóstol san Pablo cuando dice: [Gá 3:6] (Ep. 63.4; trad. M. L. García Sanchidrián).

En el cuarto siglo, hay muchos testigos, pero solo podré mencionar dos ejemplos valiosos. Basilio de Cesarea dijo:

Porque este es el gloriar en Dios verdadera y perfectamente, cuando el hombre no es ensalzado por su propia justicia, sino que sabe que le falta la verdadera justicia y es justificado solo por la fe en Cristo. Y Pablo se gloría de que menosprecia su propia justicia y busca la justicia que es por medio de Cristo, es decir, la justicia de Dios en la fe (Hom. Fil. 22; trad. A. Messmer).

De manera parecida, Juan Crisóstomo dijo:

¿En qué consiste la ley de la fe? Que la salvación tiene lugar mediante la gracia. Así es como se demuestra el poder de Dios, porque no solo nos salvó, sino que también nos hizo justos y nos condujo a un motivo de vanidad, sin necesidad de obras, sino buscando únicamente la fe (Hom. Rom. 7.4.1; trad. M. Merino Rodríguez).

Comentando sobre Cantar de los Cantares, Gregorio de Nisa comparó la salvación al matrimonio para ilustrar la doble imputación:

En bien de las que aprenden añade el milagro que ha tenido lugar en ella, para que conozcamos mejor la benignidad inmensa del esposo, el cual, mediante su amor, infunde en su amada la hermosura. No se extrañen de que me ame el que es la misma perfección. Lo admirable es que siendo yo negra por el pecado, semejante y compañera de las tinieblas, con Su amor Él me ha hecho hermosa; mi torpeza Él la ha trocado en Su belleza. Llevando sobre Sí las manchas de mis pecados, me ha enriquecido con Su pureza, me ha hecho participar de Su hermosura. Por eso, a mí, que al principio era fea, me ha hecho amable (trad. M. Merino Rodríguez).

En el quinto siglo, Cirilo de Alejandría dijo lo siguiente:

Entonces, cuando los griegos estaban bajo pecado porque no conocían al Creador y los judíos estaban bajo pecado porque eran culpables de transgredir la ley, todos del mundo necesitaban a Cristo, quien justifica. Porque hemos sido justificados «no por obras de justicia que hayamos hecho, sino según Su gran misericordia» (Com. Rom. 3:21-25; trad. A. Messmer).

De manera parecida, Teodoreto de Ciro dijo:

Trayendo solo la fe, recibimos el perdón de los pecados, ya que Cristo el Señor ofreció Su propio cuerpo como especie de rescate por nosotros… Cristo el Señor es Dios y Propiciatorio, sumo Sacerdote y Cordero, y con Su propia sangre obró nuestra salvación, requiriendo de nosotros solo fe (Com. Rom. 3:24-25; trad. A. Messmer).

Para nuestra firmeza y devoción

¿Qué podemos concluir de estas citas representativas de los padres de la iglesia sobre la justificación? Mucho se podría decir, pero me gustaría abordar solo dos temas relacionados con la firmeza de nuestra convicción y nuestra devoción a Dios.

En primer lugar, no es sostenible la acusación obsoleta —tan a menudo utilizada en la apologética de nivel laico y, en especial, en las redes sociales— de que la concepción protestante de la justificación se inventó en el siglo XVI. De hecho, si el espacio lo hubiera permitido, se podrían proporcionar más citas de todos aquellos padres de la iglesia cuyo entendimiento de la justificación anticipó al de los protestantes en la Reforma. Entonces, sería aún más claro cuán extendida y bien sustentada está nuestra posición en la iglesia primitiva.

En segundo lugar, y a un nivel más práctico, recordemos que nuestro celo por defender la doctrina de la justificación por la fe no es, en última instancia, para derrotar a los católicos romanos en una discusión, sino para deleitarnos en la gracia escandalosa de Dios. Un Dios santo nos acepta a nosotros, pecadores, como justos ante Sus ojos, debido a la obra de Cristo en la cruz, que se nos imputa por la fe, aparte de las obras (Ro 3:28; Gá 2:16).

Toda nuestra deuda ha sido borrada y somos considerados las personas más ricas del mundo porque hemos sido unidos a Cristo por la fe, como una esposa está unida a su esposo. Y nuestro Esposo ha asumido toda nuestra deuda y nos ha dado todas Sus riquezas. Así que, la doctrina de la justificación por la fe no nos debe llevar a la polémica, sino a la alabanza.

LOAD MORE
Loading