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Dicen que los Padres de la Iglesia son como el buen café: toma tiempo acostumbrarse al sabor, pero una vez que a tu paladar le gusta, no puedes vivir sin él. Durante mis primeros años como cristiano leí cientos de libros, y lo curioso es que todos ellos (a excepción de las Confesiones de Agustín) tenían como común denominador que habían sido escritos durante o después de la Reforma.

Fue hasta el primer semestre de mis estudios de maestría en el seminario que un profesor me abrió los ojos a los escritos patrísticos. Su pasión por ellos al enseñar se volvió en mi propia pasión por descubrir. Desde ese semestre no he dejado de descubrir joyas en los escritos de los Padres. Este verano decidí solo leer libros patrísticos y resultó ser un ejercicio muy refrescante. En este breve artículo me gustaría darte una defensa de por qué deberías leer a los Padres de la Iglesia.

1. Los Padres nos dan raíces más profundas

Los Padres de la Iglesia son una raíz que va más allá de la Reforma, y trazan nuestros orígenes hasta la era del Nuevo Testamento.

Cicerón dijo alguna vez que el que no conoce lo que sucedió antes de nacer “permanece por siempre un niño”. A esta declaración le sigue una aguda pregunta: “¿Pues qué es el tiempo del hombre sino ser entretejido en la memoria de cosas antiguas de una era superior?”.[1]

Los Padres de la Iglesia son una raíz que va más allá de la Reforma, y trazan nuestros orígenes hasta la era del Nuevo Testamento. Por ejemplo, las cartas de Ignacio de Antioquía fueron escritas en el primer siglo, durante la época de los apóstoles. Algunas de esas cartas fueron dirigidas a las mismas iglesias a las que el apóstol Pablo escribió.

En su carta a los efesios, Ignacio les advierte sobre los judaizantes, diciendo: “No seáis engañados, mis hermanos y hermanas: aquellos que adulteran corruptamente no heredarán el reino de Dios” (Carta de Ignacio a los efesios, 16:1). Ignacio cita en numerosas ocasiones al apóstol Pablo, presentando a Jesús como “piedra de tropiezo para los que no creen, pero salvación para los que creen” (Carta de Ignacio a los efesios, 18:1).

2. Los Padres nos ayudan a lidiar con herejías actuales

Edmund Burke, el historiador escocés, dijo que “el que ignora la historia está condenado a repetirla”.⁠[2] Así, de los Padres podemos aprender que muchas de las herejías grandes de nuestros días ya han sido refutadas por ellos. Por ejemplo, Atanasio y Basilio de Cesarea escribieron sobre Cristo y el Espíritu Santo, respectivamente, donde ambos refutan abiertamente el arrianismo. Arrio, como los Testigos de Jehová hoy día, argumentaba que Jesús y el Espíritu Santo eran seres creados por el Padre. Estudiar a los Padres nos puede ayudar a no caer en herejías que ya han sido refutadas en el pasado. Como escuché decir a un predicador: “Todas las nuevas noticias son viejas noticias que le suceden a nuevas personas”.

3. Los Padres entendían la naturaleza del pecado

Algo que noté al leer las Confesiones de Agustín es que realmente entendía el problema más grande de la humanidad: el pecado. Agustín, hablando de su propia experiencia, recuenta cómo en su naturaleza amaba al pecado, y que de hecho tenía miedo de convertirse al cristianismo porque sabía que tendría que dejar de amar a su pecado. En su historia de conversión, Agustín recuerda cómo solía robar peras de un jardín ajeno solo por el placer de robar. El punto es que leer a los Padres nos beneficia al poder conocernos mejor y ver cómo la gracia de Dios cambia nuestra voluntad al atraernos a Cristo.

4. Los Padres practicaban la santidad

En un escrito no muy conocido, Gregorio de Nisa (hermano menor de Basilio) escribe en una carta la biografía de su hermana mayor, Macrina, y es realmente una joya para nosotros. ¡Macrina nos deja ver que la santidad no solo era algo prevalente en los puritanos! Gregorio dice de su hermana que “su vida era tal que nunca dejó de trabajar con sus manos en el servicio de Dios”. Luego, en su funeral, Gregorio imploró a los que asistieron: “No dejen que la vida de esta santa mujer pase desapercibida”.⁠[3]

Necesitamos en nuestro cristianismo contemporáneo una apreciación de nuestras raíces y un corazón agradecido por aquellos que han peregrinado antes que nosotros.

5. Los Padres entendían la importancia de las Escrituras

Aunque es cierto que encontramos en los Padres ciertos problemas de hermenéutica, también es verdad que el amor que los Padres tenían por las Santas Escrituras es evidente en sus escritos. Por ejemplo, Gregorio de Nisa exhorta a sus lectores: “Progresarás en entender la Santa Escritura solo en medida que tú mismo hayas progresado en tener contacto con ella”.⁠[4] Su devoción a la Palabra de Dios es tan notable como la que generalmente se le atribuye a los reformadores. Gregorio nos recuerda que “entenderemos las palabras de Dios verdaderamente cuando nos sumerjamos en ellas”.⁠[5]

A manera de conclusión, me parece que no le hacemos un servicio a la Iglesia del siglo veintiuno cuando ignoramos a los Padres de la Iglesia, así como su legado histórico y espiritual. Es cierto, algunas veces leerlos puede ser una experiencia abrumadora, puesto que nos sentimos tan lejanos en tiempo y espacio (¡y en lenguaje!). Sin embargo, es raro llamarse a uno mismo cristiano y al mismo tiempo ignorar lo que el Señor ha hecho durante siglos en nuestra historia cristiana. Tal vez lo que necesitamos en nuestro cristianismo contemporáneo es una apreciación de nuestras raíces y un corazón agradecido por aquellos que han peregrinado antes que nosotros, reconociendo que nos han dejado un gran legado; imperfecto, por su puesto, pero en gran medida rico.


1. “Nescire autem quid ante quam natus sis acciderit, id est semper esse puerum. Quid enim est aetas hominis, nisi ea memoria rerum veterum cum superiorum aetate contexitur?”, http://www.thelatinlibrary.com/cicero/orator.shtml#120

2. Edmund Buker, Biografía:  Volumen I 1730-174, 99.

3. Gregorio de Nisa, La vida de Macrina.

4. Citado en Robert Louis Wilken, The Spirit of Early Chrtistian Thought. Yale University Press, 2002, 79.

5. Ibid., 7.


IMAGEN: LIGHTSTOCK.
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