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Una acusación usual hoy es que la Reforma protestante —en particular, la doctrina de la justificación— rompió con la unidad de los cristianos. Sin embargo, cuando repasamos la historia de la iglesia, podemos notar que la doctrina protestante sobre la justificación cuenta con un amplio respaldo de creyentes del primer milenio y una fuerte presencia durante la primera mitad del segundo.

Lo que es innegable es que en el siglo XVI hubo una ruptura entre católicos y protestantes, la cual perdura hasta nuestros días. Pero ¿hubo un momento en el que pudo haber una reconciliación entre ellos respecto a la justificación?

Tres perspectivas sobre la justificación

Al llegar al siglo XVI, las crecientes tensiones en torno a esta doctrina alcanzaron su punto álgido, dando lugar a tres respuestas diferentes que quiero analizar aquí: la perspectiva del protestantismo (por la fe sola), la del Coloquio de Ratisbona (ecuménico) y la del Concilio de Trento (fe y obras).

Se han escrito libros enteros sobre la doctrina de la justificación evaluando a diversos personajes y grupos del siglo XVI. Por lo que, al leer este artículo, debes tener en cuenta que solo se ofrece una muestra breve de las tres posturas en cuestión, priorizando las fuentes primarias.

1. La perspectiva protestante: la justificación por la fe sola.

Para comenzar, cabe recordar una vez más que Martín Lutero no inventó su doctrina de la justificación. Por el contrario, componentes cruciales de la doctrina protestante de la justificación fueron anticipados por humanistas y religiosos de finales del siglo XV y principios del XVI, como Lefèvre d’Étaples, John Colet y Johann von Staupitz.

Sin embargo, Lutero reaccionó contra el sistema teológico en el que se formó (condensado por la expresión: «al que hace lo que está en su poder, Dios no le negará la gracia») e insistió en priorizar la gracia de Dios en la justificación. Lutero hizo un gran énfasis en que Dios nos justifica gratuitamente (Ro 3:24), independientemente de cualquier obra que podamos realizar para iniciar o complementar la obra divina.

Mientras la Iglesia católica mantenga su enseñanza sobre la justificación, la reconciliación con los protestantes no parece posible

Como él y otros protestantes solían decir: «Así como una esposa está unida a su esposo y, por lo tanto, a todo lo que le pertenece, así también la iglesia está unida a Cristo y, por lo tanto, a todo lo que le pertenece, incluyendo Su justicia». La justicia de Dios nos transforma y nos hace nuevas criaturas, de tal manera que nuestras vidas cambian y entonces vivimos nuestra justicia en buenas obras.

El Domingo de Ramos de 1519, Lutero predicó un sermón titulado Dos especies de justicia, en el que explicó a su congregación la diferencia entre lo que ahora llamamos justificación y santificación:

Hay dos especies de justicia cristiana […] La primera es la justicia ajena, es decir, la justicia de Otro, inculcada desde fuera. Esta es la justicia de Cristo por la cual Él justifica por la fe […] Así como el esposo posee todo lo que es de su esposa y ella todo lo que es suyo —pues los dos tienen todas las cosas en común, porque son una sola carne (Gn 2:24)—, así Cristo y la iglesia son un solo espíritu (Ef 5:29-32)…

La segunda especie de justicia es nuestra justicia propia, no porque la obramos solos, sino porque trabajamos con esa justicia primera y ajena. Esta es esa forma de vida gastada provechosamente en buenas obras, en primer lugar, en matar la carne y crucificar los deseos con respecto a uno mismo […] En segundo lugar, esta justicia consiste en el amor al prójimo y, en tercer lugar, en la mansedumbre y el temor hacia Dios…

Esta justicia es producto de la justicia del primer tipo, en realidad su fruto y consecuencia […] Esta justicia continúa hasta completar la primera porque siempre se esfuerza por acabar con el viejo Adán y destruir el cuerpo del pecado (trad. del inglés de L. Satre).

Este texto del reformador alemán básicamente establece la comprensión protestante de la justificación: por la fe sola en Cristo, con las buenas obras como consecuencia necesaria.

2. La perspectiva ecuménica: el Coloquio de Ratisbona.

En 1541, el emperador Carlos V convocó un concilio en la ciudad de Ratisbona entre destacados teólogos protestantes y católicos, con la intención de formular una confesión de fe unificada que ambos grupos pudieran aceptar. Además de otros participantes (como Juan Calvino, testigo laico), del lado protestante estuvieron Martín Bucero, Felipe Melanchthon y Johann Pistorius; del lado católico, Johann Gropper, Johann Eck y Julius von Pflug.

El documento completo contiene 23 artículos de fe, pero limitamos nuestro análisis al quinto, sobre la justificación. Este Artículo 5 consta de diez párrafos y está estructurado según la progresión lógica de la justificación, comenzando con el pecado original y terminando con la recompensa en la eternidad. Podría decirse que el cuarto párrafo es el más importante, ya que aborda directamente la naturaleza de la fe justificante (se añaden separadores de oraciones para facilitar la lectura y el análisis):

4.1 Por lo tanto, es una doctrina confiable y sana que el pecador es justificado por la fe viva y eficaz, porque a través de ella somos agradables y aceptables a Dios a causa de Cristo. 4.2 Y la fe viva es lo que llamamos el movimiento del Espíritu Santo, por el cual aquellos que verdaderamente se arrepienten de su vida anterior son elevados a Dios y verdaderamente se apropian de la misericordia prometida en Cristo, para que ahora reconozcan verdaderamente que han recibido la remisión de los pecados y la reconciliación a causa de los méritos de Cristo, por la bondad gratuita de Dios, y clama a Dios: «Abba Padre» (Ro 8:15; Gá 4:6). 4.3 Pero esto no le sucede a nadie a menos que al mismo tiempo se infunda el amor que sana la voluntad, para que la voluntad sanada comience a cumplir la ley, como dijo san Agustín. 4.4 Así que la fe viva es la que tanto se apropia de la misericordia en Cristo, creyendo que la justicia que es en Cristo le es imputada gratuitamente, como al mismo tiempo recibe la promesa del Espíritu Santo y el amor. 4.5 Por tanto, la fe que verdaderamente justifica es la fe que es eficaz por el amor (Gá 5:6). 4.6 Sin embargo, sigue siendo cierto que es por esta fe que somos justificados (es decir, aceptados y reconciliados con Dios) en la medida en que se apropia de la misericordia y la justicia que se nos imputan a causa de Cristo y Su mérito, no a causa de la dignidad o la perfección de la justicia que se nos comunica en Cristo (trad. del inglés de Anthony Lane).

La interpretación de este párrafo ha sido debatida desde su redacción y publicación, en gran parte debido a sus afirmaciones vacilantes, a veces a favor de los protestantes, a veces a favor de los católicos romanos.

Las oraciones uno y dos mencionan la fe, el Espíritu Santo y los méritos de Cristo, pero no las obras humanas y, por lo tanto, favorecen a los protestantes. La tercera oración comienza con el importante contraste «pero» y afirma la necesidad de la justicia impartida, favoreciendo así a los católicos romanos. La cuarta oración resume las oraciones uno a tres. La quinta oración reafirma que la fe justificante debe obrar por el amor, lo cual favorece a los católicos romanos. La sexta oración comienza con el importante contraste «sin embargo» y menciona la imputación de la justicia independientemente de las obras, lo cual favorece a los protestantes.

La recepción de esta declaración ha sido mixta desde el principio. Algunos protestantes y católicos romanos, como Felipe Melanchthon, Juan Calvino y Gasparo Contarini, inicialmente se mostraron entusiastas con la declaración, argumentando que zanjaba el asunto e incluso podía armonizarse con la Confesión de fe de Augsburgo (primera exposición oficial de los principios luteranos).

Otros protestantes y católicos, como Martín Lutero, Johann Friedrich y Caspar Cruciger, no estaban convencidos de que se hubiera alcanzado una declaración coherente sobre la justificación, sino que la veían como un «mosaico» de afirmaciones opuestas de las perspectivas protestante y católica.

Esta declaración del Concilio de Ratisbona sigue generando debate hoy en día, ya que algunos consideran que fue la mejor oportunidad para la unidad entre protestantes y católicos, mientras que otros la ven como una esquizofrenia desesperada por forzar una unidad.

3. La perspectiva católica: justificación por fe y obras.

El Concilio de Trento se reunió entre 1545 y 1563 para abordar una gama amplia de temas, pero el primer período (1545-1547) es el que importa aquí, ya que fue donde la Iglesia católica romana rechazó las ideas sobre la justificación promulgadas por los protestantes y el Coloquio de Ratisbona. La sexta sesión abordó directamente la doctrina de la justificación y será el foco de nuestro análisis.

Antes de continuar, cabe señalar que expertos católicos, como John O’Malley, y protestantes, como Alister McGrath, argumentan que la mayoría de los asistentes al Concilio tenían poco conocimiento directo de los escritos de los reformadores y no comprendieron los fundamentos de la postura protestante, como su distinción entre justificación y santificación.

Esto ha llevado a algunos expertos a pensar que el dogma del Concilio de Trento sobre la justificación es esencialmente irrelevante para la postura protestante. Si bien esto puede ser cierto con respecto a algunos pronunciamientos del Concilio, no parece serlo en todos.

Durante la sexta sesión, la Iglesia católica romana promulgó su enseñanza sobre la justificación, compuesta por 16 capítulos que afirmaban sus creencias sobre la justificación, seguidos de 33 cánones que condenaban lo que rechazaban.

En el cuarto capítulo, el concilio proporcionó una definición de justificación:

Por las cuales palabras se insinúa la descripción de la justificación del impío, de suerte que sea el paso de aquel estado en que el hombre nace hijo del primer Adán, al estado de gracia y «de adopción de hijos de Dios» (Ro 8:15) por el segundo Adán, Jesucristo Salvador nuestro; paso, ciertamente, que después de la promulgación del evangelio, no puede darse sin el lavatorio de la regeneración (can. 5 sobre el bautismo) o su deseo, conforme está escrito (Jn 3:5) (texto de H. Denzinger y P. Hünermann).

Al definir la justificación como un «paso», los miembros del Concilio afirmaban que la justificación es un proceso de transformación, no una declaración divina.

En cuanto a los cánones, muchos son caricaturas de la postura protestante, como cuando condenan a quienes excluyen «la gracia y la caridad que se difunde en sus corazones por el Espíritu Santo y les queda inherente», como si los protestantes negaran que la santificación está necesariamente conectada con la justificación. Sin embargo, al menos dos cánones parecen ir directamente en contra de una correcta interpretación de la postura protestante:

Canon 9: Si alguno dijere, que el pecador se justifica con sola la fe, entendiendo que no se requiere otra cosa alguna que coopere a conseguir la gracia de la justificación; y que de ningún modo es necesario que se prepare y disponga con el movimiento de su voluntad; sea excomulgado.

Canon 24: Si alguno dijere, que la santidad recibida no se conserva, ni tampoco se aumenta en la presencia de Dios, por las buenas obras; sino que estas son únicamente frutos y señales de la justificación que se alcanzó, pero no causa de que se aumente; sea excomulgado.

El canon 9 condena a quienes rechazan que los seres humanos se preparen por su propia voluntad para recibir la justificación y parece respaldar el mérito congruente (la preparación apropiada, aunque, en última instancia, indigna del ser humano para recibir la gracia de Dios). Mientras que el canon 24 condena a quienes afirman que las buenas obras no aumentan la justificación, sino que simplemente son efectos y signos de la justificación, y, por lo tanto, parece ser una condena directa de la distinción que los protestantes hacemos entre la justificación y la santificación.

Estos son cánones que contradicen directamente la Escritura y generalmente se describen en la teología como semipelagianos. Esto implica, en términos generales, una mezcla de elementos pelagianos y agustinianos; en definitiva, hace que la justificación dependa de alguna manera de las obras.

¿Es posible una reconciliación entre católicos y protestantes?

Hemos examinado brevemente tres posturas sobre la justificación en el siglo XVI. Como he mencionado, nuestra postura protestante sobre esta doctrina está bien fundamentada en precedentes históricos y, sobre todo, en la clara enseñanza de las Escrituras.

Sin embargo, aunque pueda sorprender a muchos protestantes, hay aspectos de la doctrina católica romana de la justificación con los que coincidimos: nacemos en pecado y la fe debe manifestarse en el amor. No obstante, faltan puntos importantes, como nuestra incapacidad para cooperar con Dios en nuestra justificación y una distinción clara entre justificación y santificación, basada en una comprensión clara de la imputación de la justicia de Cristo al pecador.

Mientras la Iglesia católica romana mantenga su enseñanza sobre la doctrina de la justificación, la reconciliación con los protestantes no parece posible. La mayor esperanza que tenía la iglesia quizás fue el Coloquio de Ratisbona, y hasta ahora no ha logrado convencer a suficientes personas como para marcar una diferencia, debido a ser considerado como ambigüo al abordar este asunto tan central para nuestra fe.

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