Esperanza en medio del dolor silente de la infertilidad

«Humanamente hablando, con esos resultados es muy poco probable que puedan tener hijos». Esas fueron las palabras que nuestro doctor nos dijo en el día de nuestro segundo aniversario. Tener hijos era un anhelo grande de nuestro corazón y un solo resultado médico parecía arrebatarnos ese sueño.

Por mucho tiempo, «infertilidad» se convirtió en una palabra presente en nuestras vidas. Mes tras mes, cuando me daba cuenta otra vez de que no estaba embarazada, oraba pidiéndole a Dios que me diera la fortaleza para el momento y la esperanza para el mañana, porque en esos momentos parecían desvanecerse. 

La infertilidad trae dolor porque un anhelo natural no nos es concedido y cada mes recordamos que algo que anhelamos no llegó. La infertilidad también trae dolor porque muchas veces involucra intentos fallidos y porque pareciera que amamos algo que nunca hemos tenido.

Jesús nos invita a abrazar Su compasión, a saber que Él llora con nosotras y que tiene un propósito de bondad para Su gloria con nuestra infertilidad

Pero el dolor que experimentamos en la infertilidad es un dolor que muchas veces es silente. A muchos se nos dificulta la cualidad de la empatía, esa capacidad de entender el dolor del otro, aun cuando no sea yo quien lo vive. Entonces, como la infertilidad no representa un dolor a simple vista, nadie sabrá que la estás atravesando a menos que lo digas. Al final, pareciera que todos esperan y asumen que es algo que debemos superar de manera inmediata porque, por lo menos (en muchos casos), nuestra salud «está bien».

No está mal que duela

La infertilidad trae dolor, un dolor que no muchos entienden y que otros incluso esperan que no sintamos, pero, ¿sabes qué?, no está mal que duela. En ninguna parte de las Escrituras se nos llama a no tener dolor; al contrario, se nos garantiza que vamos a sufrir (Jn 16:33) y el sufrimiento por definición involucra dolor.

Una de mis narraciones favoritas del Nuevo Testamento es la resurrección de Lázaro (Jn 11), quien con sus hermanas era muy amado por Jesús (v. 5). El relato nos cuenta que Lázaro se enfermó y que, al enterarse, Jesús decidió esperar unos días en el lugar que estaba. Él sabía bien lo que Su «retraso» implicaría: Lázaro murió. Entonces, Jesús finalmente decidió visitar a esta familia, cuando ya habían pasado cuatro días de la muerte de Su amigo Lázaro.

Cuando Jesús llegó a Betania, María se le acercó y se echó a Sus pies llorando, mientras todos los que estaban a Su alrededor lloraban también (Jn 11:31-33). «Y cuando Jesús la vio llorando, y a los judíos que vinieron con ella llorando también, se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció» (Jn 11:33). Jesús pidió que lo llevaran a donde estaba sepultado Lázaro (aquí viene lo que quiero mostrarte): «“Señor, ven y ve”, le dijeron. Jesús lloró» (vv. 34-35).

Si conoces la historia de Lázaro, sabías que no se quedaría muerto porque Jesús lo resucitaría. Pero ¿por qué se entristeció Jesús, ya que sabía lo que iba a hacer? ¿Por qué, en lugar de decirle a María y a los demás que dejaran de llorar porque Él iba a resucitar a Lázaro, Su respuesta fue llorar con ellos?

Jesús sabía que iba a usar ese dolor para Su gloria, pero aun así se dolió con ellos, aun así Él se entristeció por el dolor de Sus amigos

Porque, a pesar de lo que iba a hacer, aquellos a quienes amaba estaban experimentando dolor. Jesús lloró por el dolor de Sus amigos. Jesús lloró por la realidad de la muerte. Jesús lloró porque Él es el Dios de gran compasión.

Sí, Él definitivamente tenía un propósito detrás mucho mayor. Sin duda Él iba a usar ese dolor para Su gloria. Pero aun así se dolió con ellos, aun así Él se entristeció por el dolor de Sus amigos. Es cierto que Dios obra en nuestras vidas a través del sufrimiento. Cada anhelo insatisfecho es parte del plan perfecto de Jesús para darnos más de Él, pero Él sabe que duele y no minimiza nuestro dolor, sino que nos muestra Su compasión.

Jesús entiende el dolor de cada prueba negativa de embarazo y no solo lo entiende, también se duele contigo.

Un dolor con esperanza

Sin lugar a dudas, no está mal que la infertilidad duela, pero las creyentes nos dolemos como aquellas que tienen esperanza. Nos dolemos recordando:

Nos dolemos recordando las verdades de Su Palabra: «Les daré en Mi casa y en Mis muros un lugar, / Y un nombre mejor que el de hijos e hijas. / Les daré nombre eterno que nunca será borrado» (Is 56:5).

Invitemos a otros a nuestro dolor

Una cosa más. Es cierto que la infertilidad representa un dolor silente, pero no tiene por qué seguir siendo así. Yo sé que es difícil abrir el corazón y dejar que otros vean nuestro dolor, pero la Biblia nos llama a hacerlo. Estamos llamadas a llevar unas las cargas de las otras y así cumplir la ley del amor (Gá 6:2). Pero no hay manera en la que otros puedan llevar mis cargas si no las conocen; no hay forma en que otros nos acompañen en nuestro dolor si no lo conocen.

En medio del dolor de la infertilidad, te animo a que abras tu corazón a, por lo menos, alguien más que pueda sostener tus brazos, alguien que pueda llevarte en oración en los días duros. Comparte tu situación con alguien que llore contigo.

Jesús, quien se duele y llora con nosotras, también nos dejó un ejemplo de cómo invitar a otros a nuestras vidas en medio del dolor:

Entonces Jesús llegó con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a Sus discípulos: «Siéntense aquí mientras Yo voy allá y oro». Y tomando con Él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quédense aquí y velen junto a Mí» (Mt 26:36-38).

Mi querida amiga, Jesús nos invita a ver y abrazar Su compasión, a saber que Él llora con nosotras y que Él tiene un propósito de bondad para Su gloria con nuestra infertilidad. Jesús nos llama a apoyarnos en la familia de la fe y a abrir nuestros corazones para que otros puedan conocer nuestro dolor y llevar las cargas con nosotras.