En artículos anteriores, demostré brevemente que la doctrina de la justificación, articulada por los protestantes en el siglo XVI, concuerda bien tanto con la enseñanza bíblica como con la iglesia de los primeros cinco siglos. Esto nos da una gran confianza, como evangélicos y protestantes, en que nuestra comprensión de esta doctrina no es herética ni novedosa.
En este artículo, quiero continuar el recorrido histórico, lo que me lleva a analizar cómo se entendía la justificación durante la Edad Media, especialmente en Occidente. Si bien la iglesia se mantuvo fiel a los componentes clave de la doctrina de la justificación, fue durante la última parte de este largo período que la enseñanza comenzó a alejarse de sus raíces bíblicas y de las reflexiones patrísticas de los primeros cristianos.
Debido a la brevedad de este artículo, solo se pueden abordar algunos de los temas más importantes. Para mantener el orden y demostrar la transformación en la manera de entender la justificación, examinaremos la evidencia de manera cronológica, dividiendo la Edad Media en cuatro periodos.
Siglos VI al IX: conservando la enseñanza.
Durante este período, observamos muchas señales alentadoras de que se conservó gran parte de la enseñanza bíblica y patrística sobre la doctrina de la justificación.
Autores del norte de África, como Fulgencio de Ruspe (m. 522) y Primasio de Hadrumetum (m. c. 560), fueron lectores fieles de Agustín y continuaron enfatizando la prioridad de Dios en la elección, la justificación y la santificación. Por ejemplo, Fulgencio defendió la justificación solo por la fe y la gracia de Dios en la santificación: «Aquellos que han sido justificados gratuitamente por la fe (lat. gratis per fidem justificati) y también reciben la ayuda de la gracia subsiguiente para realizar buenas obras» (Ep. 17.48).
Cuando Lutero entró en escena, los cristianos llevaban siglos debatiendo la justificación. El monje alemán solo ofreció una resolución fiel a la Biblia
Quizás aún más impresionante fue el Segundo Concilio de Orange (529), convocado y presidido por Cesáreo de Arlés (m. 542). Pastores y teólogos de la actual Francia publicaron veinte cánones y una Definición de la fe firmemente agustinianos en temas como la depravación total, la servidumbre de la voluntad y el pecado original.
Además, rechazaron la idea de que la fe se origine en la voluntad de la humanidad caída (es decir, el semipelagianismo) y afirmaron que se debía a la gracia iniciadora de Dios (es decir, el agustinianismo). Desafortunadamente, este concilio fue ampliamente olvidado hasta el siglo XVI, cuando su redescubrimiento resultó ser una ayuda providencial para la causa protestante.
Incluso durante el siglo IX, autores como Claudio de Turín (m. 827) y Sedulio Escoto (m. mediados del s. IX) mantuvieron firmes posturas agustinianas sobre muchos temas relacionados con la justificación, incluyendo la justificación por la fe sola. Por citar un ejemplo, en su comentario sobre Romanos 4:4, Sedulio escribió:
Dios justifica al converso impío solo por la fe (lat. per solam fidem), no por las buenas obras, que previamente no tenía, pues de lo contrario debería haber sido castigado por sus obras impías. Dice esto porque la fe del impío que cree en Cristo le es contada por justicia (lat. reputatur fides ejus ad justitiam) sin las obras de la ley, como Abraham, y esto es justo (PL 103:47; trad. A. Messmer).
Siglos IX al XI: primeros signos de cambio.
Ya desde del siglo VI, pero con mayor énfasis a finales del s. VIII y principios del s. IX, muchos líderes de la iglesia comenzaron a conectar la doctrina de la justificación con la práctica de la penitencia. Una razón importante para esta conexión fue el comentario de Jerónimo de Estridón de que la penitencia era una «segunda tabla después del naufragio» (Ep. 130). Por citar solo un ejemplo, Haimón de Auxerre (mediados del s. IX) escribió:
Nuestra redención, por la cual somos redimidos y mediante la cual somos justificados, es la pasión de Cristo que, unida al bautismo, justifica a la humanidad mediante la fe y, posteriormente, mediante la penitencia. Ambos están unidos de tal manera que uno no puede justificar al hombre sin el otro (trad. de Alister McGrath).
Este cambio tuvo dos efectos importantes: se incrementó el papel de la iglesia como intermediaria entre Dios y los laicos; y la justificación se concibió como un proceso transformador que se centraba cada vez más en las buenas obras y los sacramentos que oficiaba la Iglesia católica romana.
Aunque es una generalización burda, podríamos decir que, si bien los líderes de la iglesia continuaron enseñando que somos justificados por la gracia sola, se distanciaron de decir que somos justificados por la fe sola, prefiriendo en cambio hablar de un proceso de justificación que incluye nuestras buenas obras y la recepción de los sacramentos.
Siglo XII: la justificación como proceso.
El siglo XII fue crucial en el desarrollo de la doctrina de la justificación por dos razones.
En primer lugar, Pedro de Poitiers (m. 1205) desarrolló el «proceso de la justificación», un esquema cuádruple, por así decirlo, diseñado para comprender el funcionamiento interno de la justificación y proporcionar un marco para analizar la doctrina con mayor precisión. Su esquema de cuatro pasos era el siguiente:
- La infusión divina de la gracia. Además de ser el primer paso, la gracia de Dios llena los subsecuentes. Este paso es monérgico (solo Dios actúa).
- El acercamiento del ser humano a Dios como resultado de la gracia y el libre albedrío. Equivale a la fe en el evangelio. Este paso es sinérgico (Dios y hombre trabajan juntos), con énfasis en la gracia iniciadora de Dios.
- El alejamiento del ser humano del pecado como resultado de la gracia y el libre albedrío. Equivale al arrepentimiento por el pecado. Este paso es sinérgico, con énfasis en la gracia iniciadora de Dios.
- La remisión divina del pecado. Este es el último paso en el «proceso de la justificación». Este paso es monérgico, por parte de Dios.
En pocas palabras, Dios da la gracia, el ser humano responde (con la gracia de Dios) y Dios perdona. Desde una perspectiva protestante, hay que reconocer que el «proceso de justificación» de Pedro de Poitiers mantiene la prioridad de la gracia de Dios. Sin embargo, merece crítica, pues no menciona la imputación de la justicia de Cristo e interpreta la justificación como basada en el bautismo y la penitencia. Como resultado de esta perspectiva, los pasos uno y dos se corresponden con el bautismo, mientras que los pasos tres y cuatro corresponden a la penitencia, y por lo tanto son pasos que se repiten a lo largo de toda la vida.
Debemos aferrarnos a la doctrina bíblica e histórica de la Sola Scriptura, y adoptar una postura acorde con lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra
En segundo lugar, una frase muy importante se cristalizó y se difundió ampliamente durante estos siglos: «Al que hace lo que está en su poder, Dios no le negará la gracia» (lat. Facienti quod in se est Deus non denegat gratiam). Si bien la expresión se convirtió en una frase ampliamente aceptada, su interpretación no lo fue.
A grandes rasgos, se puede decir que los teólogos dominicos la interpretaron a la manera agustiniana, entendiendo a Dios como el actor principal que solicita la respuesta del ser humano para «hacer lo que está en su poder». Mientras que los teólogos franciscanos y nominalistas la interpretaron de manera semipelagiana, llegando algunos a afirmar que había ciertas cosas que las personas debían hacer, sin dependencia de la gracia de Dios, para prepararse para la justificación. Esta última postura fue rechazada explícitamente por Martín Lutero y otros reformadores protestantes durante el siglo XVI.
Aunque el espacio impide una mayor elaboración, vale rescatar que el siglo XII también fue una época de momentos brillantes, con teólogos como Bernardo de Claraval (m. 1153), quien ensalzaba las virtudes de la gracia de Dios y la fe como única fuente de justificación. Por ejemplo, en sus famosos Sermones sobre el Cantar de los Cantares, escribió:
Y tan capaz como eres de justificar, eres igualmente generoso para perdonar. Por tanto, quien sienta compunción por sus pecados y tenga hambre y sed de justicia, que crea en Ti, que justificas a los impíos, y así, justificado solo por la fe [lat. Solam justificatus per fidem], tendrá paz con Dios (trad. de un sacerdote de la Abadía del Monte Melleray).
Siglos XIII al XV: diversidad de posturas.
Nos encontramos en las puertas de la Reforma protestante, y hay dos cuestiones importantes que destacar en este período.
En primer lugar, si bien muchos teólogos cristianos daban por sentado que debíamos «hacer lo que estuviera a nuestro alcance» para prepararnos para la justificación, existía un debate sobre la naturaleza de esta preparación.
Los teólogos medievales distinguieron entre dos tipos de preparación: el «mérito de condigno», que se refiere al mérito en sentido estricto; y el «mérito de congruo», que se refiere al mérito en sentido débil.
El mérito de condigno puede considerarse aproximadamente equivalente al pelagianismo: podemos ganarnos la salvación —de una forma u otra, en mayor o menor medida— por nuestras obras. Es importante que los protestantes comprendamos que tanto el pelagianismo como el mérito de condigno fueron rechazados por la iglesia medieval, por lo que es incorrecto decir que los cristianos de aquella época creían que podían ganarse la salvación por las obras.
El mérito de congruo puede considerarse como la preparación apropiada, pero, en última instancia, indigna del ser humano para recibir la gracia de Dios. Un ejemplo usado con frecuencia era el de la moneda devaluada: así como un rey acepta la moneda de plata devaluada con cobre como si fuera plata pura, Dios acepta nuestras buenas obras devaluadas con el pecado como si fueran realmente buenas obras. Los franciscanos y nominalistas estaban especialmente interesados en este tipo de pensamiento (Lutero se formó en teología nominalista y apoyó esta perspectiva antes de que se le abriera la mente durante su estudio de Salmos y Romanos), mientras que los dominicos y agustinos solían rechazarla, considerándola una distinción sin diferencia (tal como afirmamos los protestantes hoy).
En segundo lugar, durante los siglos XIII y XIV, existían cuatro perspectivas distintas sobre la justificación: la escuela franciscana temprana, la escuela dominicana, la escuela franciscana posterior/nominalista y la escuela agustiniana.
Cristo siempre ha tenido Su iglesia, y esta no desapareció durante siglos entre Agustín y Lutero
Ya hemos señalado algunas de las principales diferencias entre franciscanos y nominalistas, por un lado, y dominicos y agustinos, por otro. Aunque existían otros matices que los separaban aún más, lamentablemente no podemos explorarlos aquí. Sin embargo, menciono la existencia de una diversidad de perspectivas sobre la doctrina de la justificación para subrayar que es incorrecto pensar que Martín Lutero fue el primero en ofrecer una «teoría alternativa» o novedosa a una supuesta enseñanza monolítica y unificada de la iglesia. Este es el tipo de acusación que suele hacer el catolicismo.
La realidad es que, cuando Lutero entró en escena, los cristianos llevaban varios siglos debatiendo la doctrina de la justificación. El monje alemán solo ofreció una resolución fiel al testimonio bíblico y bien apoyada por los documentos patrísticos.
Sigamos solo la verdad
Para concluir, quisiera señalar dos cosas que me parecen importantes.
En primer lugar, los protestantes no deberíamos hablar del cristianismo medieval como completamente ciego, como si nadie en aquella época fuera verdaderamente cristiano y como si todos creyeran que los seres humanos se salvan por sus buenas obras. La salvación por obras fue rechazada explícitamente en el siglo V. El Segundo Concilio de Orange, Sedulio Escoto y Bernardo de Claraval son solo la punta del iceberg en lo que respecta al testimonio positivo sobre la doctrina de la justificación en la iglesia medieval.
No hemos podido interactuar con otras figuras importantes, como Pedro Lombardo y Tomás de Aquino, pero ellos y muchos otros ofrecen un testimonio que concuerda con la enseñanza bíblica y protestante sobre esta doctrina (aunque con algunas diferencias importantes). Cristo siempre ha tenido Su iglesia, y esta no desapareció durante siglos entre Agustín y Lutero.
En segundo lugar, a pesar del amplio consenso que tenemos con la doctrina medieval de la justificación, debemos reconocer que tenemos importantes desacuerdos. Se levanta entonces una pregunta crucial: ¿cómo decidimos quién tiene razón y quién no?
Como protestantes, debemos aferrarnos siempre a la doctrina bíblica e histórica de la Sola Scriptura, y adoptar una postura acorde con lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra. Por muy doloroso que sea tomar distancia de nuestros predecesores espirituales, en realidad les mostramos mayor honor cuando seguimos la verdad de las Escrituras, en vez de seguir los errores que cometieron hombres falibles que aún así buscaban ser fieles a Dios.