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Para nadie es un secreto que hay hombres que pueden aportar cosas valiosas a sus familias, a la iglesia y a la sociedad, pero huyen de las responsabilidades y prefieren un camino fácil. Deciden pasar el día jugando videojuegos, navegando en las redes sociales y evitando todo lo que pueda ser incómodo o desafiante para su individualismo que se sostiene bajo la ley del mínimo esfuerzo.

Hace poco leí un artículo de Matthew Schmitz en donde reflexiona:

Más que cualquier otra generación previa, los millennials [y yo añadiría «y los que le siguen»] morirán solos: desatendidos por las esposas con las que nunca se casaron, no recordados por los hijos que nunca tuvieron, y no consolados por los pensamientos sobre un Dios al que nunca conocieron.

Pudiéramos ampliarlo: muchos jóvenes morirán habiendo desperdiciado la soltería, sin aportar nada significativo al mundo, sin dejar nada verdadero a la siguiente generación que viene detrás. Esto será así porque dependen siempre de la iniciativa de los demás y no están dispuestos a aprender y hacer cosas nuevas para la gloria de Dios.

Salvos para buenas obras

Me aterra pensar que muchos jóvenes en nuestra generación morirán siendo solo consumidores en la iglesia. Fueron una silla ocupada los domingos y nada más, desperdiciando el regalo de tener dignidad, al ser hechos a imagen de Dios, y poder servir en la edificación de Su pueblo. Nunca predicaron a nadie, nunca invirtieron sus vidas en alguien, nunca sacrificaron algo por otro hermano, nunca usaron sus talentos para servir en la expansión del reino.

Por eso las palabras del apóstol Pablo —inspirado por el Espíritu— son tan importantes para esta generación de jóvenes:

Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Ef 2:8-10).

En este pasaje vemos un resumen de cómo somos salvos en Cristo. Recibimos esta salvación por medio de la fe sola, totalmente por gracia.

Los hombres de Dios no son pasivos; son intencionales en vivir para la gloria de Dios

Hacemos bien en enfatizar esta verdad porque no queremos ser legalistas. No somos salvos ni amados por Dios por las cosas que hacemos o dejamos de hacer. Pero luego de poner ese fundamento esencial, quisiera llevarte a pensar en el para qué de esta redención.

La palabra griega traducida como «hechura suya» es poiema. De allí viene la palabra en español poema. Significa que somos una obra de arte de Dios. Somos Su obra maestra y en esto Él despliega Su gracia y sabiduría. Él toma de lo más bajo y vil, a pecadores que no merecen salvación, y los transforma como un artista que hace algo precioso con material que estaba dañado, renovándolo por completo.

Pero no somos una obra de arte que debe quedarse quieta en una vitrina. No somos como un Ferrari deportivo destinado a quedarse en exhibición, sino uno diseñado para correr una carrera y alcanzar la meta. No somos redimidos para la pasividad, sino para la actividad: «creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (énfasis añadido).

Varón, esto debe tener un impacto en tu masculinidad. Parafraseando para nuestros propósitos a Elisabeth Elliot: ser hombre no te hace una clase diferente de cristiano, pero ser cristiano te hace una clase diferente de hombre.

Al igual que el pueblo de Israel, no somos redimidos para quedarnos deambulando en el desierto y que nuestra posesión de la tierra prometida (el disfrute de la vida plena que Dios tiene para nosotros) no se haga efectiva. Somos llamados a adorar a Dios y ser intencionales en servirle, incluso en los momentos de espera que se sienten como el desierto, y ser obedientes en aquello a lo que Él nos llama, sabiendo que Él está de nuestro lado.

Manos a la obra

Esto significa que los hombres creyentes debemos ponernos manos a la obra y tener más iniciativa para vivir la vida a la que Él nos llama, recordando que Dios hizo al hombre para liderar y tomar la iniciativa de cultivar la tierra junto a la mujer para hacerla productiva.

Alabamos a Dios por las mujeres que buscan servir en la iglesia y a la sociedad (¡eso es tan necesario!), pero los hombres somos cada vez menos conocidos por nuestra valentía e iniciativa para crecer, emprender, soñar, trabajar y ser sacrificiales de las maneras en que Dios nos hizo para ello. De esa manera, los hombres pasivos contribuyen a una distorsión del diseño de Dios para el hombre y la mujer.

Así que hoy quiero hacerte unas preguntas:

  • ¿Cuáles tareas y proyectos que pueden ser bendición para tu vida, la de tu familia y la de tu iglesia deberías estar haciendo y estás postergando?
  • Las personas que te conocen, ¿dirían que eres un hombre con iniciativa y emprendedor para encarar desafíos?
  • Dentro de veinte años, o mejor aún, cuando estés frente al Rey de gloria, ¿podrás mirar hacia este momento y decir que hiciste lo mejor que pudiste con lo que tenías, y agradecer a Dios por eso?

Nuestro modelo de masculinidad es Jesús. Él en Su humanidad no lo hizo todo, sino aquello a lo que Su Padre lo llamó y para lo que fue capacitado

Nada de esto significa que tienes que hacerlo y saberlo todo. Como hombre, no tienes que ser un superconductor, un superpredicador, un experto en defensa personal, un mecánico capaz de arreglar todo en tu casa, un excelente cocinero, etc. Nuestro modelo de masculinidad no tiene que ser James Bond, quien parece que sabe hacer de todo.

Nuestro modelo de masculinidad es Jesús. Él en Su humanidad no lo hizo todo, sino aquello a lo que Su Padre lo llamó y para lo que fue capacitado. Él fue obediente hasta el final y completó Su obra con un enorme sacrificio para que tú y yo podamos ser obedientes y completar la nuestra. Empieza por ser diligente en obedecer lo que sabes que deberías estar haciendo y hazlo con todas tus fuerzas.

Somos una obra maestra de Dios para hacer las buenas obras que Él preparó para nosotros, dentro y fuera de las paredes de la iglesia. Este es un privilegio enorme y fue comprado por sangre cuando no lo merecíamos. Así que busquemos profundizar en el evangelio y responder como Dios nos llama a hacerlo. Los hombres de Dios no son pasivos; son intencionales en vivir para la gloria de Dios.

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