¿Es la música en la iglesia manipuladora? | #CoaliciónResponde

¿Es la música en la iglesia manipuladora? | #CoaliciónResponde

La música tiene el poder de mover a las personas. ¿Es esto manipulación? ¿Es moralmente objetivo hacerlo? ¿La Biblia dice algo al respecto?

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Gente cantando a todo pulmón, saltando, levantando sus manos, llorando, o tal vez gritando y aplaudiendo en 1 y 3 (haciendo sentir muy mal a los músicos). Algunos hincados y otros moviendo su cabeza al ritmo de la música. Lo sepamos o no, la música tiene el poder de hacer que las personas reaccionen de manera sincronizada a las ondas de sonido, moviéndose entre distintos estados emocionales. ¿Es esto manipulación? ¿Es moralmente objetivo hacerlo? ¿La Biblia dice algo al respecto?

Estas son preguntas que han tomado mucha fuerza en los últimos años. Cada día son más las personas que piensan en los efectos que puede tener la música en el contexto espiritual de nuestras reuniones semanales. Tenemos a quienes defienden en nombre de la ortodoxia el canto y ejecución exclusiva de lo descrito en la narrativa bíblica (salmos, címbalos, sistros, arpas, liras, etcétera), y quienes creen que el mandato cultural nos da una libertad estructurada dentro de la ortodoxia a ejecutar todo tipo de instrumentos y estilos de música contemporáneos bajo la autoridad de la Palabra de Dios.

Debido a este espectro de opiniones respecto al rol de la música en la liturgia cristiana, el conocer la utilidad de la música es sumamente importante.

Una teológía de la música

La música aparece como referencia por primera vez en Génesis 4:21. A lo largo de la narrativa bíblica podemos ver cómo la música ha sido parte de la vida del pueblo de Dios: Moisés escribió canciones, tenemos un libro entero dedicado a la poesía acompañada con música, Isaías también escribió cantos. La música ha sido un instrumento para expresar de manera profunda quién es Dios y qué hizo por su pueblo. En el Nuevo Testamento vemos al apóstol Pablo dando instrucción a la iglesia sobre cómo usar la música:

Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones”, Colosenses 3:16. 

La palabra Salmo en este texto traduce el griego psalmos (ψαλμός), una palabra que significa “canción tocada con instrumentos de cuerda”. Este verso entonces puede leerse como “canten canciones tocadas con instrumentos de cuerda”.

La música es un regalo de Dios para la gloria de su nombre y nuestro gozo, como todo lo que existe en este mundo. Como un regalo, debemos ser buenos mayordomos del mismo, y no elevarlo a un lugar donde se vuelva el objeto de nuestra adoración. A través de las diversas culturas y épocas, la música es la forma de mayor y mejor expresión de las emociones humanas y por ende, un gran instrumento para poder expresar nuestra alabanza y adoración a Dios por quién Él es y lo que ha hecho por nosotros.

Al entender esto, entonces podemos aclarar un poco mejor la pregunta de si la música en la iglesia es manipuladora. La respuesta es sí. Como cualquier otra cosa creada, la música puede usarse para las intenciones perversas de nuestro corazón.

La semántica

El diccionario define manipular la acción de “hacer cambios o alteraciones en una cosa interesadamente para conseguir un fin determinado”. De primera instancia podríamos deducir que puede existir una manipulación buena (manipular materia prima para crear una medicina que ayude a la humanidad) y una mala (manipular procesos con el fin determinado de mentir y llevar al engaño a las personas).

En nuestro contexto de liturgia, el púlpito y/o el escenario ofrece una gran responsabilidad derivada de la influencia que conlleva. Consciente o inconscientemente se ha caído en el error de pensar que necesitamos la ayuda de factores externos para que la gente pueda “experimentar a Dios”. Estos factores pueden incluir un tipo de música específico el cual apela a los sentimientos (ej. acordes menores y/o disminuidos tienen una sensación de tristeza). El problema es que, si creemos que el fin de nuestra liturgia es una experiencia, hemos empezado mal desde nuestra eclesiología.

Por cuestiones como esta, creo que la semántica juega acá un papel importante. Hablando con un amigo, discutíamos sobre emplear mejor la palabra persuasión y no manipulación. La manipulación puede llevar implícito un elemento de autoridad que va en función de conducir al engaño al esconder información y jugar con las emociones. La persuasión, por otro lado, es también un método para convencer a las personas, pero en un estilo muy diferente: presentando datos bajo una luz verídica y de beneficio a su libertad.

Al final de todo, la música es un regalo de Dios al hombre. Al ser buenos mayordomos de ella, damos gloria al Señor con su uso, y produce emociones en nosotros  bajo la sombrilla de la gloria de Dios. La música es como la leña, que debe de estar bien escogida para que al agregar el combustible —el corazón de un adorador verdadero— pedimos que nuestro buen y soberano Señor avive el fuego. Un cristiano dispuesto no necesita llegar a que lo motiven o manipulen para “adorar”, sino que ya posee un corazón agradecido por quien Dios es y lo que ha hecho.

La herramienta o el corazón

Si nuestra motivación está centrada en el evangelio, anhelaremos usar la música como un instrumento para gloria de Dios y nuestro deleite (1 Cor. 10:31).  Si nuestra motivación está centrada en el valor de la Sola Scriptura entenderemos que como diáconos de la congregación, nuestra labor no es ser intermediarios, ni llevar a la presencia de Dios a la congregación, ni mucho menos crear ambientes para manipular las emociones de la congregación para que sea “más fácil” el “sentir” la presencia de Dios.

Para un adorador en espíritu y en verdad, la música es un canal para ayudar a enfocarse en quién Dios es, lo que Él ha hecho por nosotros en Cristo Jesús, y la respuesta adecuada ante tal realidad. Un cristiano no necesita la música para adorar, pero puede y debe utilizarla para, como el salmista, recordarle a su alma “Bendice, alma mía, al Señor, Y bendiga todo mi ser Su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, Y no olvides ninguno de Sus beneficios” (Salmo 103:1-2).

Imagen: Lightstock