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Tengo una amiga aficionada a las caminatas al aire libre. A veces te enteras de que está subiendo alguna montaña en algún lugar hermoso y remoto, lejos del ajetreo de la ciudad. Sus perfiles sociales están repletos de fotos de paisajes memorables: cielo azul, árboles frondosos, riachuelos por doquier.

Durante el embarazo de su primera hija, todavía hacía esas largas y a veces empinadas caminatas, para mi asombro e inspiración. Cuando su bebé nació, no estaba segura de qué pasaría con su pasatiempo.

Confieso que me sorprendió cuando publicó una foto subiendo una montaña empinada con su niña de una semana de nacida en un portabebé. La imagen era impresionante. Pero uno de los comentarios de la foto me marcó todavía más. Alguien le escribió: «¡Muy bien! Me alegro de que, aunque ahora eres mamá, no dejas de hacer lo que te gusta».

¿Ser mamá me limita?

Como mamá primeriza, he estado en muchas conversaciones que presentan la maternidad como un problema: una limitante de tu potencial, oportunidades, objetivos, sueños, pasatiempos, vida en pareja, proyectos personales, etc. Según esa narrativa, tu vida con hijos no será tan buena, divertida, exitosa o satisfactoria como tu vida sin hijos.

Por tanto, el objetivo para muchas mujeres hoy consiste en no permitir que la maternidad nos limite. Se nos desafía a subir las montañas figurativas de la vida tal como lo hacíamos antes de tener hijos. Se aplaude a las mujeres que, además de ser madres, hacen otras cosas: fundan empresas, van al gimnasio todos los días, organizan eventos sociales, etc. No son madres «y ya». Se nos dice que debemos tener y alcanzar metas más allá de eso.

Pero esta no siempre ha sido la normal social.

La maternidad según distintas culturas y épocas

En culturas antiguas, como la judía en los tiempos de Jesús, no se esperaba que la mujer hiciera algo aparte de cuidar su hogar y criar a sus hijos. Su casa era su lugar honroso, su esfera de influencia. El trabajo como esposa y madre era completo y suficiente para ella: el pináculo de la realización femenina. Su rol en el hogar le daba mérito y valor a los ojos de los demás. Aunque la forma en que estas culturas valoraban la maternidad era provechosa en muchos sentidos, al mismo tiempo no había mucho espacio para las mujeres que por una u otra razón no podían concebir.

De hecho, cuando la madre de Juan el Bautista finalmente quedó embarazada, estas fueron sus palabras de gratitud al Señor: «Esto —decía ella— es obra del Señor, que ahora ha mostrado su bondad al quitarme la vergüenza que yo tenía ante los demás» (Lc 1:25, NVI). Sus palabras dicen mucho sobre los valores y estándares sociales de su época. La infertilidad de Elizabeth le trajo vergüenza ante la sociedad por no cumplir con la tarea que, según la norma, le traería mayor satisfacción y honra.

Afortunadamente, en Cristo, todo ha sido hecho nuevo. El apóstol Pablo incluso presentó la soltería como un estado honroso a los ojos de Dios (1 Co 7:8, 34). Esto, sin embargo, no significa menospreciar el bello rol de ser madre. Este mantiene su valor delante del Señor y su beneficio invaluable a la causa del evangelio (2 Ti 1:5-7 cp. 2 Ti 3:14-15).

Las madres creyentes participan en la gloriosa labor de testificar del amor de Dios a sus hijos y formar discípulos de Cristo

Ciertamente, en muchos lugares y culturas hoy, la esfera de influencia de la mujer se ha expandido más allá del hogar, de modo que ahora puede incursionar exitosamente en otros ámbitos. La infertilidad, aunque dolorosa, ya no le impide a una mujer encontrar un lugar digno en los ojos de la sociedad.

Sin embargo, este cambio positivo ha llevado a muchos hacia el otro extremo, el de menospreciar la maternidad. Esto es un error y no es bíblico. Hoy en día, a veces la maternidad ha perdido su lugar de honor. De hecho, en vez de apreciar su aporte, se enfatiza las dificultades que esta trae consigo. Las mujeres han pasado de valorarse «exclusivamente» por su maternidad a valorarse por lo que pueden hacer «a pesar de» su maternidad. El rol de madre ha llegado a percibirse con rechazo o resentimiento, pues muchas conversaciones ahora giran en torno a lo que una madre no puede hacer por causa de sus hijos.

Por supuesto, una mujer no debe hallar su identidad en la maternidad o ser valorada solo basándose en ella, pero su trabajo como madre tampoco es poca cosa.

La maternidad es un trabajo productivo

Las madres creyentes participan en la gloriosa labor de testificar del amor de Dios a sus hijos y formar discípulos de Cristo. Las madres siempre han tenido un papel fundamental en los planes soberanos del Señor.

Desde el Antiguo Testamento, vemos a mujeres destacadas precisamente por su maternidad: Sara, Lea, Raquel, Rebeca y Ana. En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo expresó su confianza en la fe de su colaborador Timoteo, pues conocía a sus más grandes influencias: su abuela Loida y su madre Eunice (2 Ti 1:5-7). Su legado, aunque oculto para los demás, no pasó desapercibido para Pablo. La influencia de estas mujeres en Timoteo fue un elemento clave en su ministerio.

Día tras día, por años y años, cuidaron de él en sus necesidades básicas: alimentación, protección, descanso; y, además, le enseñaron las Escrituras (2 Ti 3:15). Así, Timoteo llegó a ser un adulto fuerte, independiente y conocedor del Señor; enteramente preparado para servirle a Él. Con el tiempo, la labor de Loida y Eunice impactó no solo a Timoteo, sino a todos aquellos que se beneficiaron por la labor ministerial de Timoteo.

La maternidad es un trabajo suficiente, productivo y digno de honra

Estas mujeres engrandecieron el nombre del Señor al ser fieles en el rol de madres que el Señor les permitió tener. Criar a Timoteo no fue un inconveniente para su productividad, sino su trabajo más productivo e importante. También hoy, en medio de una cultura a veces cruel con la maternidad, las madres cristianas hacemos bien en abrazar nuestro rol en obediencia y devoción al Señor.

La cultura cambiante a veces valorará excesivamente nuestro trabajo en el hogar; otras veces lo menospreciará. Por eso, la percepción de la sociedad no es el indicador de cuánto valemos o de qué debemos hacer: el Señor lo es. Las madres cristianas, desde nuestra identidad en Cristo y con libertad, podemos enfocarnos en la honrosa y suficientemente productiva tarea de formar hombres y mujeres para el Señor.

La búsqueda insaciable por hacer otras cosas para triunfar según criterios humanos pone sobre las mujeres una carga innecesaria. Sí, una mujer puede involucrarse en tantas oportunidades como el Señor le permita, siempre sin afán y buscando la sabiduría; pero esto por voluntad de Dios y no porque su rol de madre sea poca cosa. Debemos honrar al Señor con todas las cosas que Él ponga en nuestras manos, ya sean las labores maternas, el desarrollo profesional, el servicio en la iglesia o cualquier otra cosa a la que Él nos dirija.

Pero no olvidemos que la maternidad es un trabajo suficiente, productivo y digno de honra. No decimos que dejamos de hacer «lo que nos gusta» porque tenemos hijos, como si no nos gustara criarlos. Simplemente, cambiamos nuestras prioridades por la convicción de que nuestra tarea como madres tiene un valor eterno.

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