La manera en que vemos el mundo moldea la manera en la que vivimos en él.
Piensa en algo tan simple como comer. En muchas partes de Latinoamérica, la carne de res es la primera opción para una celebración familiar, pero en la mayor parte de la India sería impensado por motivos religiosos.
Los usos y costumbres, la forma de vivir, la manera de responder a cada situación y la comprensión de las cosas está afectada por cuál sea nuestra visión del mundo. Por lo tanto, si un cristiano quiere vivir de una manera que agrade a Dios, debe procurar que el mensaje del evangelio transforme y moldee su cosmovisión.
¿Qué es y qué hace la cosmovisión?
Como explica el apologista cristiano James W. Sire, la cosmovisión es «un marco o conjunto de creencias fundamentales a través del cual vemos el mundo y nuestro llamado y futuro en él». No estamos del todo conscientes de este marco de creencias y, por lo tanto, no es un conjunto coherente ni sistematizado. En cambio, la visión del mundo es un canal para que nuestras creencias fundamentales —con sus coherencias e incoherencias— le den dirección y significado a nuestras vidas.
En resumen, la cosmovisión es un conjunto de creencias fundamentales que funcionan como un «marco integrador interpretativo» que nos ayuda a entender el mundo y nuestro lugar en él (The Universe Next Door, p. 6).
Si un cristiano quiere vivir agradando a Dios, debe procurar que el mensaje del evangelio transforme y moldee su cosmovisión
En cierta manera, funciona como un filtro que forma y moldea nuestra opiniones, pensamientos, convicciones y conductas de una manera casi imperceptible pero contundente. Por lo tanto, nuestra cosmovisión nos dará una perspectiva de lo bueno y lo malo, de lo justo y lo injusto, de quién es Dios, quién es ser humano —y quién soy yo en el mundo—, qué podemos conocer, cómo debemos actuar, qué está mal en el mundo y cuál es el camino a la solución, es decir, la salvación.
Una cosmovisión manchada por el pecado
Después de entender que nuestra cosmovisión guía todo lo que hacemos, es necesario reconocer el efecto corruptor del pecado en este «marco interpretativo» de la vida y el mundo.
El apóstol Pablo muestra que el ser humano natural no puede ni quiere obedecer a Dios (Ro 8:7-8). Ha cometido la locura de intercambiar lo bueno por lo malo, la gloria eterna de Dios por ídolos corruptibles (Ro 1:23). La humanidad rechazó a Dios y se volvió vana en sus pensamientos, cayendo en un espiral descendente de pecado (1:24-32). Por eso, Pablo concluye: «No hay justo, ni aun uno» (3:10).
Esta corrupción del pecado es evidente en la actualidad. El posmodernismo rechaza la idea de que existe un Ser supremo que pueda ofrecer una verdad o una razón absoluta. Bajo esta forma de pensar, cada persona establece y vive su verdad, sin que nadie pueda llamarlo a cuentas de nada. Este pensamiento es la base de la «revolución sexual» contraria a Dios, que vemos en nuestros días.
Tal vez es evidente a nuestros ojos que esos pecados contradicen la cosmovisión cristiana. Pero el efecto corruptor del pecado actúa también de formas más sutiles.
Por ejemplo, la corrupción política y económica está inmersa en toda la cultura latinoamericana, de modo que llegamos a ser tolerantes con ciertos comportamientos incorrectos. En mi país (Bolivia) es común ver a un funcionario público aceptando dinero para apresurar un trámite. En algunos casos, hasta lo exigen de forma abierta y sin pudor. Es tan común, que mucha gente piensa que es parte del trámite mismo y no se dan cuenta; otros simplemente lo aceptan como un mal necesario e inevitable. El problema es que muchos cristianos se han acomodado a esta cultura de corrupción y participan de ella porque se hizo parte de su visión del mundo en el que viven.
Aún en contextos cotidianos, el pecado ha distorsionado nuestra cosmovisión. Por ejemplo, hemos normalizado la mentira si nos ayuda a salir de los problemas en casa o en el trabajo. Nos convencemos de que no es un pecado tan grave y permitimos que nuestra conciencia ya ni nos moleste por cómo usamos las palabras.
Estos ejemplos demuestran cómo el pecado mancha hasta las convicciones más profundas y fundamentales de nuestro corazón. Ese fue parte del mensaje de Jesús en el Sermón del monte al hablar sobre el cumplimiento de la ley: demostrar que somos incapaces de vivir de acuerdo con la norma de Dios (Mt 5:17-20). El pecado ha corrompido nuestra manera de pensar e interpretar el mundo, nuestra manera de entender quiénes somos y quién es Dios.
En última instancia, Jesús demostró que necesitamos una transformación radical. No un cambio superficial sino estructural, una reconstrucción, un nuevo nacimiento. Y los que están en Jesús son nuevas criaturas (2 Co 5:17), han recibido un nuevo corazón, y esta es la única manera de reconstruir una cosmovisión dañada por el pecado.
No obstante, aunque solo Dios puede hacernos nacer de nuevo, los cristianos debemos esforzarnos en esta reconstrucción, para que nuestra visión del mundo sea moldeada por y conformada al evangelio y la Palabra de Dios.
El evangelio moldea nuestra cosmovisión
La idea de ser transformados impregna toda la Biblia y en ella se expone cómo el evangelio de Cristo es el medio por el cual podemos ser transformados (2 Co 3:18). Por eso debemos volver una y otra vez a este mensaje para renovar nuestra manera de pensar y, desde allí, nuestra manera de vivir. En palabras de Pablo: «No se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto» (Ro 12:2).
El evangelio es parte de nuestra justificación como también de nuestra santificación
Si no renovamos nuestra mente, nunca entenderemos por completo lo que es bueno, aceptable y perfecto; y nunca viviremos como le agrada a Dios. Un error común en muchos cristianos es ver el evangelio solo como la puerta de entrada a la fe, pero no como el medio por el cual Dios transforma nuestra forma de vivir. Sin embargo, el evangelio es parte de nuestra justificación como también de nuestra santificación.
El evangelio nos transforma, por ejemplo, al convencernos de que no podemos ser parte de la corrupción que domina nuestra cultura (al menos en las formas que somos conscientes). Dar dinero para agilizar un trámite es priorizar nuestra comodidad por sobre nuestra honestidad. El soborno nos hace cómplices y es una distorsión de la justicia (Dt 16:19). Si tenemos un Padre que es justo y santo, debemos procurar vivir de esa manera en todas las áreas de nuestra vida (1 P 1:16).
Si hemos creído en el evangelio de Jesús, tampoco podemos vivir en la mentira. Él es la verdad (Jn 14:6), mientras que Satanás es el padre del engaño (Jn 8:44). La verdad nos salvó y la mentira no puede ser nunca parte de nuestra identidad, por lo tanto debemos dejar a un lado la falsedad (Ef 4:25).
Así es como el evangelio renueva nuestra mentalidad en todas las áreas de la vida. Por eso debemos empaparnos de la Palabra, predicarnos a nosotros mismos el evangelio cada día y ser intencionales para aplicar su mensaje en todo lo que hacemos. De esta manera estaremos renovando nuestra mente, permitiendo que sea Dios quien moldee nuestra cosmovisión.
Quiero animarte a vivir como C. S. Lewis nos anima: «Creo en el cristianismo como creo que el sol ha salido, no solo porque lo veo, sino porque por él veo todo lo demás» (El peso de la gloria). Que el Espíritu Santo transforme nuestra vida por el evangelio y la Palabra, cambiando nuestra forma de pensar y actuar en el mundo, para la gloria de Dios.