En su primera carta a su amigo Timoteo, Pablo escribe sobre la importancia de practicar una verdadera piedad: cuando la vida y obra de un cristiano está profundamente impactada y moldeada por la vida y obra de Cristo. Luego, en su segunda y última carta a Timoteo, Pablo advierte sobre el peligro de una falsa piedad.
Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, avaros, jactanciosos, soberbios… amadores de los placeres en vez de amadores de Dios; teniendo apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder. A los tales evita (2 Ti 3:1-2, 4-5).
El apóstol advierte a su discípulo que hay personas que tienen una «forma» o apariencia de piedad, pero cuya esencia y eficacia no está en los corazones. Estas personas proclaman con sus labios que aman a Dios, pero sus corazones están lejos de Él y, en realidad, se aman a sí mismos. Tristemente, dicen glorificar a Dios, pero son vanagloriosos, por lo tanto, no son humildes sino soberbios.
La sana doctrina nos debe llevar al ejercicio de una sana piedad, para vivir verdaderamente para la gloria de Dios
Para Pablo, debe existir una sana relación entre la doctrina que se confiesa y la vida que se debe vivir. La sana doctrina nos debe llevar al ejercicio de una sana piedad, para vivir verdaderamente para la gloria de Dios. Esta es una convicción que el teólogo neerlandés, Herman Bavinck, también sostuvo.
Dogmática y ética
En una carta a uno de sus amigos, Bavinck escribe: «Hay tanta estrechez de miras, tanta mezquindad entre nosotros, y lo peor es que eso se considera piedad». Estas palabras revelan el grave problema de algunos cristianos reformados del tiempo de Bavinck: un mal entendimiento de la piedad.
Para este gran profesor de dogmática y ética reformada, una sana doctrina debe estar unida a una sana forma de vivir. Por eso propone una teología que «nace en Dios y se dirige a Dios». Esto es justamente lo que necesitamos hoy. Una teología moldeada por Dios, que sea para la gloria de Dios. Esto es una sana doctrina, una sana dogmática.
Quizás te preguntes: «Pero ¿qué es dogmática? ¿Y cómo se relaciona con la ética y la piedad cristiana?». La dogmática se refiere básicamente a la descripción de quién es Dios y qué es lo que ha hecho por nosotros. La ética, por su parte, está relacionada a la respuesta que nosotros damos a las obras de Dios. En palabras de Herman Bavinck:
En la dogmática [tratamos con la pregunta]: ¿Qué hace Dios por nosotros y en nosotros? Ahí, Él es todo. La dogmática es una palabra de Dios para nosotros, que viene a nosotros desde afuera, desde arriba; [en la dogmática] somos pasivos, escuchamos… En la ética [tratamos con la pregunta]: ¿qué será de nosotros, si Dios obra en nosotros?1
Sí, es importante tener una sana doctrina. De la misma manera, es importante vivir de acuerdo con lo que creemos y confesamos, después de todo «la ética precisamente sirve para hacernos crecer en la gracia, y no permanecer en [el nivel de] la teoría».2
Cuando aprendemos algo doctrinalmente sano debemos preguntarnos cuál será el efecto en nuestra vida y en aquellos que nos rodean
Es aquí donde el recordatorio de Bavinck es esencial para todos aquellos que queremos crecer en Cristo. La acumulación de lenguaje teológico en nuestras mentes no es sinónimo de crecimiento espiritual. Por supuesto, no hay nada de malo en aprender teología, siempre y cuando estemos aplicando esa teología a nuestras distintas realidades.
Sin embargo, cada vez que aprendemos algo doctrinalmente sano debemos preguntarnos cuál será el efecto que esto traerá en nuestra vida y en la de aquellos que nos rodean. Dicho de otra manera, debemos pensar seriamente en cómo una sana teología centrada en Dios me lleva a responder en adoración a Dios y en edificación del cuerpo de Cristo.
El peligro de la hipocresía
Quizás, hasta este punto, entiendes la importancia de practicar la fe que se confiesa. Sin embargo, quiero invitarte a reflexionar con mayor profundidad en esta realidad urgente de nuestras iglesias hispanohablantes: no necesitamos solamente de una sana doctrina, sino también de una sana ética.
Y, por favor, te pido que no mires a tu alrededor para ver cuán bien o cuán mal lo están haciendo las distintas iglesias. Más bien, te pido que examines tu corazón y que medites si en realidad estás viviendo para la gloria de Dios, la edificación de la iglesia y para que muchas personas conozcan a Cristo. De lo contrario, aunque tengamos un buen conocimiento de sana doctrina, estaremos propagando «estrechez de miras» y mezquindad. Lo peor de todo, en palabras de Herman Bavinck, es que estaríamos considerando como «piedad» aquello que justamente no glorifica a Dios.
Hay un peligro enorme si divorciamos la sana doctrina de una sana ética. El peligro puede ser definido en una palabra: hipocresía
Hay un peligro enorme si divorciamos la sana doctrina de una sana ética. El peligro puede ser definido en una palabra: hipocresía.
Cuando Herman Bavinck realizó sus estudios doctorales en la ética del reformador Ulrico Zuinglio (1484-1531), escribió en su tesis: «En la hipocresía, que se adorna con la apariencia de piedad y que siempre nos aleja más de Dios, Zuinglio vio “el enemigo más cruel de la humanidad”… el más dañino de todos los pecados, el más odiado por Dios y el más pernicioso para la vida cristiana».3
El poder del Espíritu Santo
No hay tiempo para perder tiempo. Nuestros corazones, familias, amigos, iglesias y compañeros de trabajo no necesitan de esa hipocresía que separa la sana doctrina de la sana ética. Todo lo contrario, necesitamos vivir de acuerdo con lo que confesamos. Pero hay esperanza: la gracia de Dios es tan hermosa, que es capaz de transformar el corazón de los hipócritas.
Por eso, una de las cosas que la iglesia de hoy necesita con urgencia es ser llena del Espíritu de Dios (Ef 5:18). Vidas llenas del Espíritu Santo serán vidas que mortifican la hipocresía cada día. De hecho, son vidas llenas del Espíritu Santo las que verdaderamente disfrutarán y harán un buen uso de la teología, porque el Espíritu es quien aplica la Palabra de Dios a nuestros corazones para que seamos hombres y mujeres de Dios.
El Espíritu de Dios es el único que puede dar una armonía entre nuestra teología y ética
Tanto la teología como la ética reformada deben ser bautizadas con el poder del Espíritu de Dios. Es el Espíritu de Dios quien restaura tanto el gozo de estudiar dogmáticamente sobre la doctrina de la salvación, como también el supremo gozo de ser perdonados y libres de la hipocresía.
Déjame terminar de la misma manera en que Abraham Kuyper —exprimer ministro de los Países Bajos y colega de Herman Bavinck— terminó sus conferencias sobre el calvinismo en el Seminario de Princeton:
A menos que Dios envíe Su Espíritu, no habrá ningún cambio… Pero ustedes recuerdan el arpa eólica que a los hombres les gustaba poner fuera de sus ventanas para que la brisa pudiera convertir la música en vida. Hasta que el viento soplaba, el arpa permanecía en silencio; mientras que, nuevamente, a pesar de que el viento soplaba, si el arpa no se hallaba lista, un susurro del viento podía oírse, pero ni una nota de música etérea deleitaba el oído. Ahora bien, puede que el calvinismo no sea otra cosa sino un arpa eólica —absolutamente impotente, por así decirlo, sin el avivamiento del Espíritu de Dios—, pero aún sentimos que es nuestro deber impuesto por Dios preservar nuestra arpa y sus cuerdas entonadas correctamente, lista en la ventana de la Sión santa de Dios, esperando el aliento del Espíritu.4
El Espíritu de Dios es el único que puede dar una armonía entre nuestra teología y ética. Por eso, en una época donde la hipocresía amenaza a la iglesia, el imperativo de Pablo sigue vigente para todos aquellos que anhelamos vivir de acuerdo a lo que confesamos: «Sean llenos del Espíritu [Santo]» (Ef 5:18).