Hay aspectos de nuestra vida a los que no les prestamos mucha atención porque los damos por sentado. No andamos contando nuestros respiros y menos los latidos del corazón, pero en cuánto sentimos un leve ahogo o una breve palpitación nos damos cuenta de su importancia y temblamos pensando que algo anda mal en nuestro cuerpo.
Lo mismo sucede con nuestra audición. Estamos tan acostumbrados a oír con claridad que ni nos percatamos de su importancia o de los peligros de su carencia. Solo los que no oyen muy bien saben cuán importante es escuchar con claridad frases tan sencillas como «Puede pasar», «Permiso» o «¿Quién pidió café?».
Debo confesar que este asunto resuena mucho en mí, porque desde hace años padezco una sordera bastante inusual. No tengo gran pérdida de volumen auditivo, sino de ciertas frecuencias, especialmente los agudos. No escucho los timbres, las alarmas, los teléfonos o el canto de los pajaritos.
Lo cierto es que los cristianos podemos sufrir de una sordera espiritual, que es un mal más común de lo que suponemos.
La sordera espiritual
Es muy conocido el Shemá hebreo, que es simplemente un llamado intenso de Dios que se traduce como «¡Escucha!» (Dt 6:3). Solo en Deuteronomio aparece más de treinta veces la palabra «escucha», por lo que es indudable que se trata de una expresión importante en el corazón de Dios. Desde mi propia experiencia, sé que no se le dice «¡Escucha!» repetidamente a alguien que tiene su audición al 100 %, ¿cierto?
El mayor llamado de atención con respecto a la sordera voluntaria espiritual viene de nuestro Señor Jesucristo
El autor de Hebreos presenta este problema auditivo de la siguiente manera: «…tenemos mucho que decir, y es difícil de explicar, puesto que ustedes se han hecho tardos para oír» (He 5:11, énfasis añadido).
La palabra «tardos» me permite entender que la sordera espiritual no tiene que ver exactamente con volumen, sino con velocidad. Decimos que algo es «tardo» porque es lento, perezoso en obrar. Decimos que algo es «tardío» cuando llega fuera de tiempo y ya no es conveniente. No solo eso, sino que incluye también cierto retraso en la comprensión oportuna.
El inconveniente con este tipo de sordera es que se trata de una condición propiciada voluntariamente, porque el texto dice: «Ustedes se han hecho tardos para oír». Es evidente que no hay nadie a quien echarle la culpa de la sordera espiritual más que a uno mismo.
De seguro has escuchado la frase: «¡Eres sordo cuando te conviene!», dando a entender que la falta de audición tiene que ver más con la voluntad que con alguna molestia o daño en el conducto auditivo. Bueno, ese es un gran problema porque el autor de Hebreos dice que tiene mucho que decir y explicar, pero no lo puede hacer porque ese embotamiento voluntario y reticencia a oír ha llevado a sus destinatarios a retroceder en su caminar cristiano y, en vez de ser maestros, son como niños que solo pueden tomar leche y no alimentarse con alimento sólido (He 5:12-14).
La verdad es que nos gusta muchísimo hablar, pero no tenemos la misma afición por escuchar con atención. De seguro podremos reconocer los momentos en que aparentamos escuchar con atención a nuestro interlocutor en una conversación, pero en nuestra mente estamos ocupados en nuestros pensamientos y en todo lo que queremos decir en la primera ocasión que tengamos para hablar (¡y mucho!). Deberíamos escuchar en la proporción de dos a uno, ya que tenemos dos orejas y una sola boca, pero nos gusta más ser oídos que escuchar lo que tengan que decir los demás.
Habladores sordos
Ya vimos cómo Moisés advirtió a Israel que «escuche», y hasta en un momento le dijo: «Guarda silencio y escucha, oh Israel» (Dt 27:9). También vimos que el autor de la carta a los Hebreos muestra su frustración al ver que los cristianos no se disponen a escuchar con atención y esa indisposición auditiva afecta directamente su crecimiento y madurez espiritual. Sin embargo, el mayor llamado de atención con respecto a la sordera voluntaria espiritual viene de nuestro Señor Jesucristo.
Jesús contrapone a dos tipos de personas hacia el final de Sus enseñanzas del Sermón del monte (Mt 7:15-27). Empecemos reflexionando en el primer grupo: los que hablan demasiado y parece que no escuchan absolutamente nada.
Los cristianos no nos alimentamos por la boca, sino por el oído; no masticamos, sino que oímos la Palabra de Dios
A estos los llama «falsos profetas» (Mt 7:15) porque, justamente, como dice Ezequiel, «profetizan por su propia inspiración» y ante esa realidad el profeta les tiene que decir: «Escuchen la palabra del Señor» (Ez 13:2). Lo que más me llama la atención es que el Señor no tiene ningún interés en juzgar el mensaje equivocado de esos falsos mensajeros. Por el contrario, le basta con decir que «por sus frutos los conocerán» (Mt 7:16). Aquellas personas podrían decir lo que quisieran, pero será evidente su falta de filiación con Dios porque no darán los frutos espirituales que solo puede producir una persona que «escucha» la Palabra de vida.
Aquí debemos reflexionar en una peculiaridad interesante que tenemos los cristianos. No nos alimentamos por la boca, sino por el oído. No masticamos, sino que oímos la Palabra de Dios. Quizás por eso el salmista dice: «¡Cuán dulces son a mi paladar Tus palabras!, / Sí, más que la miel a mi boca» (Sal 119:103). Ese «paladar» es auditivo más que gustativo.
También la recomendación de Pedro es más que oportuna: «Deseen como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para la salvación» (1 P 2:2). Más que un biberón que permita beber la leche de la Palabra, lo que necesitamos es unos audífonos que nos permitan captar todo el mensaje de la Palabra de Dios.
Pablo no se queda atrás y señala que el dar fruto constante es producto de oír el evangelio:
De esta esperanza ustedes oyeron antes en la palabra de verdad, el evangelio que ha llegado a ustedes. Así como en todo el mundo está dando fruto constantemente y creciendo, así lo ha estado haciendo también en ustedes, desde el día que oyeron y comprendieron la gracia de Dios en verdad (Col 1:5b-6).
¿Puedes notar el énfasis paulino en la «audición alimenticia» para dar fruto? Por eso es que los falsos profetas a los que se refiere Jesús no eran evaluados por sus palabras, sino por sus frutos, porque, al tener sordera espiritual, sus vidas no darían los frutos espirituales que solo produce el oír la Palabra de Dios con fe.
Jesús también habla de otros habladores sordos del mismo primer grupo de personas. Estos se jactaban llamándolo «Señor, Señor» y contándole que ellos profetizaron, que realizaron exorcismos y que hasta hicieron muchos milagros (Mt 7:21-22). Todas esas proezas, dicen ellos, las hicieron «en Tu nombre», es decir, en el de Jesús.
Allí tenemos un problema bastante serio, porque el hecho de que alguien haga algo «en mi nombre» significa que lo hace bajo mis indicaciones expresas y en representación mía. Eso demanda tener mucho cuidado en saber lo que quiero y haber estado muy atento a mis palabras. Parece que los habladores sordos de la enseñanza de Jesús se llenaron la boca con esas palabras, pero Él puso en evidencia que sus oídos no estaban llenos de la Palabra de Dios como para que supieran cuál era la voluntad del Padre (Mt 7:21).
La vida cristiana no tiene que ver tanto con lo que diga, sino más con lo que oiga de parte de Dios, para luego vivir en obediencia
De hecho, Jesús ni siquiera los conoce y expone que todos sus actos son prácticas de iniquidad (v. 23). La palabra griega que traducimos como «iniquidad» se podría traducir como «sin ley», por lo que se demuestra que estos habladores nunca se dieron el tiempo para escuchar y atesorar bien la ley de Dios en sus corazones.
Me entra un profundo temor al pensar que me puedo convertir fácilmente en un hablador sordo, alguien que habla en nombre de Dios sin escucharle, sin alimentarse, un desconocido para Dios que no puede dar fruto porque no se alimenta con las Escrituras.
Cualquiera que oye
Agradezco que Jesucristo no me deja en la desesperanza, sino que ahora presenta un segundo grupo de personas en Su enseñanza del Sermón del monte. No es un grupo altisonante, ni siquiera dicen algo y hasta Jesús los denomina como «cualquiera». No son profetas, exorcistas o milagreros, ni se sienten voceros del Señor. ¿Dónde radica su diferencia? Simplemente en que ¡escuchan y entonces obedecen!
Por tanto, cualquiera que oye estas palabras Mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca (Mt 7:24-25, énfasis añadido).
Es notable la diferencia que hace en la vida espiritual el escuchar bien, con responsabilidad y disposición voluntaria. Es prioritario porque la vida cristiana no tiene que ver tanto con lo que diga, sino más con lo que oiga de parte de Dios; no se trata, en primer lugar, de lo que haga, sino de prestar suma atención para luego hacer lo necesario en obediencia y con responsabilidad. Es dejar de estar preocupado con tantas cosas, como Marta, y asumir la posición de María, «que sentada a los pies del Señor, escuchaba Su palabra» (Lc 10:39).
No en vano Jesús dijo con un tono tan enfático, «Él que tiene oídos, que oiga» (Mt 13:9). La promesa de una buena audición espiritual y voluntaria es evidente:
Escucha, pues, oh Israel, y cuida de hacerlo, para que te vaya bien y te multipliques en gran manera, en una tierra que mana leche y miel, tal como el SEÑOR, el Dios de tus padres, te ha prometido (Dt 6:3).