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Editors’ note: 

Este es un fragmento adaptado de la predicación Recuerda al Profeta (y los profetas) de Dios, por Josué Barrios.

Uno de los puntos que más se enfatizan en los primeros capítulos de Éxodo es que Dios instituyó a Moisés como Su profeta ante el pueblo de Israel y ante Faraón.

De hecho, la Biblia en hebreo hace un énfasis todavía mayor en Éxodo 7:1. Lo que el versículo relata no tiene que ver con Dios diciéndole a Moisés: «Mira, Yo te hago como Dios para Faraón». Lo que en realidad dice es: «Yo hago Dios para Faraón». Esto obviamente no significa que Moisés era Dios, sino que enfatiza con fortaleza la autoridad que Dios le dio a este hombre.

El pueblo de Dios y Faraón —quien se creía un dios— debían entender que Moisés era el profeta, vocero autorizado y embajador del Dios verdadero.

Desde las primeras palabras del Génesis leemos que el hombre debía representar a Dios en la tierra al ser imagen de Dios. Ahora, en el relato de Éxodo vemos que Moisés tenía la misma responsabilidad de representar a Dios fielmente y que esto formaba parte del plan de Dios para la redención de Su pueblo.

A primera vista, parece que esto no tiene nada para decirnos a nosotros miles de años después. Pero más adelante en el Pentateuco leemos que el Señor le prometió lo siguiente a Moisés: «Un profeta como tú levantaré de entre sus hermanos, y pondré Mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que Yo le mande» (Dt 18:18).

En la Biblia vemos que Israel tuvo muchos profetas luego de Moisés. Ellos hablaron al pueblo de parte de Dios, pero ninguno igualó en importancia a Moisés. Por eso esta promesa citada arriba se convirtió en la base de una expectativa en el pueblo por un futuro profeta a la altura, un profeta con P mayúscula.

Una expectativa que se cumple en Jesús

Nosotros vemos esta expectativa en la época de Jesús y se evidencia de manera especial en el Evangelio de Juan. Allí leemos que las personas le preguntaban a Juan el Bautista si él era el profeta Elías. Él les respondió que no, y entonces ellos le preguntaron si él era el Profeta (no un profeta más, sino el profeta), a lo que también respondió que no (Jn 1:21).

Más adelante, encontramos a Jesús alimentando con pan a una multitud hambrienta. Esto era algo que en la mente de cualquier judío de inmediato lo relacionaba con Moisés, quien también fue usado por Dios para proveer a Su pueblo alimento en el desierto. «La gente, entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decían: “Verdaderamente Este es el Profeta que había de venir al mundo”» (Jn 6:14).

Moisés fue como Dios para Faraón y un profeta para el pueblo de Israel, y así nos apunta a Jesús. Él es Dios para nosotros y es el Profeta final y definitivo de parte Dios

Ahora bien, algo clave en el mensaje del evangelio es que Jesús es el cumplimiento de esta promesa. El apóstol Pedro habla explícitamente de esto en su segundo sermón en el libro de Hechos (Hch 3:21-24). El apóstol es guiado por el Espíritu Santo para afirmar que Jesús es el Profeta con P mayúscula al que Moisés nos apunta. Alguien que en realidad es mayor que Moisés.

Mientras Moisés como hombre debía reflejar y representar a Dios, Jesús es Dios hecho hombre. Como Pablo señala, Jesús es la imagen del Dios invisible y en Él fueron creadas todas las cosas (Col 1:15-16). ¡Y Él vino a nosotros!

Él no puede mantenerse distante

Hace poco vi una película llamada Los asesinos de la luna, dirigida por Martin Scorsese. La película está basada en hechos reales y habla de cómo en los Estados Unidos había personas que se casaban con gente de una tribu norteamericana para luego matarlas y heredar sus terrenos con petróleo.

Ellos hicieron esto de manera sistemática y la película muestra la maldad de esta gente y el sufrimiento de quienes lloraron a sus familiares y fueron engañados por sus cónyuges. Esta historia, que fue uno de los primeros casos del FBI, impactó al director y por eso quiso hacer esta película.

Durante la narración, hay algunos personajes que sirven cómo voceros del director dentro de la historia, quienes señalan en varias ocasiones la injusticia que estaba sufriendo el pueblo. Pero pasa algo interesante al final de la película. Las últimas palabras del largometraje son habladas por un personaje que aparece en el último momento y —sin decirte ahora—, sus palabras te hacen sentir el peso del mensaje que el director quiere transmitir.

Si sabes sobre cine, cuando veas esa escena, te vas a dar cuenta de que ese personaje es interpretado por el mismo director de la película.

Vemos que este hombre no podía evitar involucrarse de manera íntima con su obra; no puede evitar involucrarse con la historia de sufrimiento y pecado que está narrando. Él no puede mantenerse distante y por eso toma la decisión artística de entrar a su obra para hablarnos su palabra final y dejar claro su mensaje.

Algo similar es lo que tú y yo tenemos en Cristo, pero mucho mejor. El Dios eterno que gobierna sobre nuestras vidas nos ama tanto en medio de nuestra maldad y nuestro sufrimiento, que no puede mantenerse distante y por eso planeó desde la eternidad entrar a la historia de este mundo como el Profeta definitivo a quien tú y yo debemos escuchar. Él es la Palabra final de Dios para nuestras vidas:

Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por Su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo también el universo. Él es el resplandor de Su gloria y la expresión exacta de Su naturaleza (He 1:1-3).

Prioriza la voz del Profeta definitivo

Moisés fue como Dios para Faraón y un profeta para el pueblo de Israel, y así nos apunta a Jesús. Él es Dios para nosotros y es el Profeta final y definitivo de parte Dios. Él es Dios hecho hombre por nosotros y para nuestra redención.

No busques en las voces de este mundo la sabiduría, la paz y la seguridad que solo la voz de Cristo en Su Palabra puede darte

Entonces viene una pregunta: si Israel en medio del desierto debía combatir su amnesia espiritual recordando que Dios les habló por medio de Moisés, ¿cuánto más nosotros deberíamos recordar que Dios nos ha revelado Su palabra final en Jesús? ¿Cuánto más deberíamos recordar permanentemente quién es Jesús y vivir en obediencia a Él?

Tal vez decimos que priorizamos la voz de Dios y nuestro máximo Profeta, ¿pero qué dicen nuestras acciones sobre eso?

Por ejemplo, en algo tan sencillo como cuando despertamos en las mañanas: ¿Estamos más deseosos de escuchar a Cristo en Su Palabra, o de ver nuestro teléfono para escuchar primero lo que otra gente tiene para decirnos sobre qué deberíamos hacer? O cuando estamos en una situación difícil: ¿Acudimos a la Palabra de Dios en primer lugar o buscamos primero consejo en otra parte?

Te invito a reflexionar: ¿Cuál es la voz que priorizas en tu vida? ¿La voz de Dios, quien te habla por medio de Jesús en la Palabra, o las voces de este mundo?

No busques en las voces de este mundo la sabiduría, la paz y la seguridad que solo la voz de Cristo en Su Palabra puede darte… en el desierto de tu vida y en cualquier otra circunstancia. Prioriza la voz de Jesús, el Profeta definitivo de Dios.

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