×
Editors’ note: 

Este es un fragmento adaptado del libro Femenina, no feminista: Sé la mujer que Dios te llamó a ser (Editorial Bautista Independiente, 2025), por Karla de Fernández.

Podemos decir que mostramos una identidad errónea cuando nos preocupamos por aparentar lo que no somos, cuando permitimos que lo externo defina quiénes somos o también cuando creemos lo que otros dicen que somos.

Esa no es la identidad verdadera. La identidad verdadera es nuestra esencia, lo que viene desde dentro de nosotras y nos permite darnos a conocer y ser conocidas. Somos quienes Dios dijo que somos.

Bryan Chapell en su libro Gracia sin límites, escribe acerca de la identidad lo siguiente: «Lo que hacemos no debe determinar quiénes somos; más bien, quienes somos por la gracia de Dios debería determinar lo que hacemos» (p. 31).

Es decir, todo cuanto hacemos y somos es en respuesta a la identidad que hemos recibido de Dios. Él dice quiénes somos. Esto, de inicio, puede parecer difícil de entender y mucho más de llevar a cabo, pero una vez que entendemos quiénes somos en Cristo, nuestra forma de vivir comenzará a ser diferente, nos veremos a través de los ojos de la fe y viviremos de manera distinta, con la identidad que de Cristo hemos recibido.

¿Quiénes somos entonces las mujeres cristianas? ¿Cuál es nuestra verdadera identidad? ¿Qué dice la Palabra de Dios acerca de quiénes somos? La Palabra nos dice que:

Somos imagen de Dios (Gn 1:26-27).

Somos valiosas porque tenemos la imagen de Dios estampada en nosotras. No necesitamos buscar que alguien determine que somos valiosas, porque, por ser creación de Dios a Su imagen y semejanza, ¡ya lo somos! Dios ha impregnado Su valor en nosotras.

Estamos unidas a Cristo.

Esta es una verdad que encontramos en Efesios 1:3-13, donde el apóstol Pablo habla acerca de quienes hemos recibido y aceptado el mensaje del evangelio. Dice que estamos «en Cristo» o «en Él» para referirse a esa unión que tenemos con Él. Esa porción de la Biblia dice que somos bendecidas, escogidas, amadas, adoptadas, redimidas, perdonadas y selladas con el Espíritu Santo. No solo nosotras, sino todos aquellos que han creído en la vida, muerte y resurrección de Cristo.

Una vez que entendemos quiénes somos en Cristo, nuestra forma de vivir comenzará a ser diferente, nos veremos a través de los ojos de la fe y viviremos de manera distinta

Leer esto nos deja claro que nuestra identidad, nuestro valor y nuestra dignidad no vienen de nada que no sea de Dios. Solo Él, como nuestro Creador y Padre, tiene todo el poder para decir quiénes somos. Nosotras tenemos que recordarnos todos los días esta verdad, que somos Sus hijas y todo lo que conlleva serlo. Es decir, necesitamos y debemos vivir sabiendo que somos amadas, perdonadas, justificadas, santificadas, así como que hemos sido selladas con el Espíritu Santo.

En Cristo, somos nuevas criaturas, pero también somos hijas, somos justificadas, estamos completas en Cristo, somos amadas, somos una nueva creación. ¿A qué se refiere todo esto? Veamos cada descripción, una a una.

Somos hijas (Ef 1:4-6).

Esta es una verdad que debemos atesorar y amar porque antes de ser adoptadas éramos huérfanas. Vivíamos lejos de Dios, sin pertenecer a Su familia, no teníamos herencia y tampoco podíamos acercarnos a Él buscando consuelo y amor.

Pero ahora, en Cristo y, por medio de creer en Él, podemos ser llamadas hijas de Dios. Fuimos adoptadas aun cuando no teníamos el derecho de ser consideradas hijas y herederas. ¡Ahora somos parte de Su familia, podemos sentarnos a Su mesa, somos hijas de Dios!

El teólogo J. I. Packer escribe, en su libro El conocimiento del Dios Santo, lo siguiente acerca de la adopción:

La adopción es un concepto relacionado con la familia, concebida en términos de amor, y que ve a Dios como Padre. En la adopción, Dios nos recibe en Su familia y en Su comunión, y nos coloca en la posición de hijos y herederos Suyos. La intimidad, el afecto y la generosidad están en la base de dicha relación. Estar en la debida relación con el Dios juez es algo realmente grande, pero es mucho más grande sentirse amado y cuidado por el Dios Padre (p. 266).

¡Somos hijas! No somos lo que otros dicen que somos. Nadie puede definirnos, sino solo nuestro Padre eterno.

Somos amadas (Jn 17:23).

¿Cuántas de nosotras hemos intentado cambiar nuestra imagen externa para sentirnos amadas? ¿Cuántas veces nos hemos visto en el espejo deseando cambiar alguna parte de nuestro cuerpo por la cual hemos sido rechazadas?

Quizá seamos más de las que podemos imaginar, lo cual es muy triste, pero podemos entendernos y recordarnos unas a otras que, aunque el mundo entero no nos ame nunca, nuestro Padre en el cielo nos ama con amor eterno.

¿Cuánto nos amará Dios que envió a Su único Hijo a vivir en este mundo manchado por el pecado? ¿Cuánto nos amará que Cristo vivió la vida que nosotras no podíamos vivir? ¿Cuánto nos amará que Cristo murió para darnos libertad? Esa es la mayor muestra de Su inconmensurable amor.

Un amor que no fue condicionado por nuestra imagen ni por nuestra apariencia, un amor que sobrepasa nuestro entendimiento.

Quiero que nunca olvides que somos amadas con la misma intensidad con la que Cristo fue amado por el Padre (Jn 17:23). Nos amó, nos sigue amando y nos amará por siempre y no tenemos que lucir de cierta manera, o como la cultura y el mundo exigen, para recibir Su amor.

Estamos completas en Cristo (Col 2:9-10).

Nuestra identidad en Cristo nos recuerda que no necesitamos tener más fama, más reconocimiento, más éxito, más dinero, más propiedades, más viajes o todo lo que el mundo anhela y desea para estar completas y plenas.

En Cristo estamos completas. No necesitamos nada más. Todo lo que tenemos y lo que podemos alcanzar o lograr, no es más que un reflejo de la gracia de Dios en nosotras. Todo cuanto tenemos y somos le pertenece a Él, lo refleja a Él, pero no para que podamos sentirnos completas, sino porque ya estamos completas, eso es una añadidura a nuestra vida, nada más. Estamos completas en Cristo, no necesitamos nuestros logros para alcanzar la plenitud. ¡Cristo es nuestra plenitud!

Somos justificadas (Tit 3:5-7).

Hemos sido justificadas. Cristo tomó todos nuestros pecados como si fueran suyos y nos ha declarado inocentes de todos los cargos, ya no hay culpa ni condenación. Somos nuevas criaturas por medio de Cristo.

Nuestra identidad en Cristo nos recuerda que somos justificadas, no somos la forma como actuamos. Ya no somos culpables de los cargos que teníamos en nuestra contra, somos una nueva criatura, ya no somos quienes antes fuimos.

Somos nueva creación (Ef 2:10).

Tener a Cristo es tener la certeza de una nueva vida. Cristo nos salvó no solo para estar con Él en la eternidad, sino también para que mientras estemos en este mundo podamos reflejar —aunque no de manera perfecta— Su imagen al mundo que nos rodea. Somos almas encarnadas que muestran a otros cómo es que la vida es diferente cuando nuestro corazón comienza a ser transformado por la vida de Cristo.

Somos nuevas personas, y aunque el cambio en nosotras no es repentino ni inmediato, sí es visible con el paso del tiempo. Cada día nos vamos pareciendo más a Jesús. Cada día el pasado que pudo habernos marcado, comenzará a verse como un camino que transitamos para poder llegar hasta el día en que fuimos rescatadas por Dios.

Todo cuanto aconteció en nuestra vida, cada fragmento de nuestra historia, ha sido necesario para que hoy podamos gozar de una nueva vida y de nuestra esperanza eterna. Somos nuevas criaturas, nueva creación. ¡No somos nuestro pasado! El pasado solo fue el camino trazado para llegar hasta aquí, y poder decir: «¡Eben-Ezer! ¡Hasta aquí nos ha ayudado el Señor!» (cp. 1 S 7:12).

Como puedes ver, no siempre lo que pensamos que nos da identidad o nos define es lo correcto. Necesitamos con urgencia saber qué es lo que dice Dios acerca de nosotras, cómo es que nos da identidad, para que nosotras seamos diligentes al enseñar y modelar a otras mujeres, de diferentes edades y contextos, cómo es que deben verse a sí mismas a la luz del evangelio.

Al hacerlo estaremos siguiendo el consejo del apóstol Pablo en su carta a Tito al decir:

Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. Que enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada. (Tit 2:3-5).

Pero esto será poco a poco, un día a la vez, sin prisa, pero sin pausa. Termino este escrito con esta cita de Jaquelle Crowe, una autora cristiana que escribió en sus años de adolescencia un bello libro en el que dice:

Y como todo cristiano, voy aprendiendo en el camino. Todavía me equivoco y tengo que lidiar con mis errores, mis fracasos, mis frustraciones y mi orgullo. Que sea cristiana no significa que soy perfecta ni que piense que soy perfecta; significa que aspiro a la perfección. Estoy persiguiendo la santidad. Lucho contra el pecado porque ya no lo amo. Mi objetivo es andar por un nuevo camino y vivir para un nuevo reino. Los cristianos que viven para este nuevo reino tienen un nuevo Rey. Su nombre es Jesús. Por causa de Él, todo es transformado. Ahora somos parte de un movimiento contracultural (Esto lo cambia todo, p. 27).

Aún hay esperanza en Cristo para todos nosotros que tenemos la imagen de Dios. Así que, aprendamos a escuchar, leer y conocer a nuestras niñas, pero también a todas las mujeres con las que tenemos contacto. Seremos bendecidas, pero también podremos bendecirlas.

LOAD MORE
Loading