Este es un fragmento adaptado del libro Herman Bavinck: Una vida y teología para la gloria de Dios (B&H Español, 2024), por Israel Guerrero.
El cristiano vive para la gloria de Dios. Esto implica necesariamente que se deleita en la ley de Dios. He aquí la importancia de discutir el lugar de los diez mandamientos para todos aquellos que son miembros del cuerpo de Cristo.
Es necesario destacar que no somos salvos por guardar la ley y enfatizar que la gracia de Dios nos lleva a guardar la ley de Dios, para así vivir en agradecimiento al Dios que nos salvó por pura gracia, sin nuestras obras. En palabras de Herman Bavinck, la ley es «una regla de gratitud, es decir, la fuente de conocimiento para una vida agradable a Dios».
Para combatir el legalismo y el antinomianismo, Bavinck considera una cristología del pacto. Es decir, el creyente es libre de guardar la ley en un contexto del pacto de obras (donde Adán debía obedecerla perfectamente para tener vida eterna). Así también, el creyente es libre de la maldición de la ley y también libre de la ley como institución para Israel en el Antiguo Testamento.
Gloriosamente, Cristo pagó en nuestro lugar la maldición del pacto de obras (la muerte eterna o el infierno) y, así, nos dio vida en abundancia. Es decir, «Cristo ha satisfecho/cumplido en nuestro lugar la ley, como pacto de obras, para adquirir la vida por nosotros, pero no para liberarnos de la obediencia a esta ley como regla de vida… ahora, donde hay una ley, hay un deber».
Si los cristianos no guardamos la ley para ser salvos (¡porque somos salvos por gracia!), ¿por qué entonces debemos guardar la ley de Dios? La respuesta a la pregunta 86 del Catecismo de Heidelberg puede ser de gran ayuda. De hecho, Bavinck la cita:
Entonces, si somos librados de nuestra miseria solamente por gracia a través de Cristo y sin ningún mérito de parte nuestra, ¿por qué aún debemos hacer buenas obras? Porque Cristo, que nos ha redimido y liberado por Su sangre, también nos renueva a Su propia imagen por Su Espíritu Santo, para que así demos testimonio, a través de toda nuestra conducta, de nuestra gratitud a Dios por Sus bendiciones, y para que Él sea alabado por nosotros. Esta renovación también tiene por fin que cada uno de nosotros pueda tener seguridad de su propia fe a la luz de sus frutos y que otros puedan ser ganados para Cristo por nuestra piadosa manera de vivir.
En resumen, guardamos la ley para dar testimonio de cuán agradecidos estamos por la obra de gracia del Señor. En palabras simples, guardamos los mandamientos de Dios porque amamos a Dios. Bavinck indica que de manera apropiada hay un solo deber en la vida del cristiano: el amor a Dios. Todas las cosas, visibles e invisibles, deben ser amadas en Dios y para Dios, donde el único fin de todo, de «nosotros mismos, nuestro prójimo y del Estado», es la gloria de Dios. Si Dios debe ser amado, si nuestro prójimo debe ser amado, entonces es esencial que la ley de Dios ocupe un lugar primordial en nuestros corazones.
De esta manera, desde la tradición cristiana reformada, los primeros cuatro mandamientos tienen relación con nuestro amor a Dios (adoración) y los seis siguientes se relacionan con nuestro amor al prójimo (moralidad). En otras palabras, tenemos deberes para con Dios, para con el prójimo y también para con nosotros mismos que se centran en un solo deber: amar a Dios.
El amor a Dios
El primer mandamiento se opone directamente a la idolatría. Una disposición idolátrica del corazón se manifiesta cuando «se ha perdido el verdadero conocimiento de Dios».
En el Antiguo Testamento, la idolatría se asociaba al adulterio o fornicación espiritual. Dicho de otra manera, la idolatría es buscar la plenitud de gozo supremo en cosas creadas y caídas.
Quizás cuando piensas en la palabra «idolatría» viene a tu mente el acto de postrarse ante una escultura. Tal vez no estamos adorando imágenes construidas de yeso, sin embargo, podemos pecar al tener una idolatría «más refinada», dice Bavinck. «Porque un ídolo es todo lo que nos aleja del Dios viviente». Tristemente, podemos caer en actitudes idolátricas cuando se enfatiza demasiado el entusiasmo por ciertas personas.
Bavinck identifica parte de esto en algunos piadosos, que idolatran a los «antiguos escritores». ¿Quiénes eran? Los pastores y teólogos que escribían literatura devocional como los puritanos o pastores de la Nadere Reformatie. En otras palabras, lamentablemente podemos hacer ídolos de buenos teólogos.
Hermanos, guardémonos de los ídolos. Dios nos ha bendecido con grandes pastores y teólogos a lo largo de la historia de la iglesia. Hagamos un buen uso de sus libros y sermones.
Los padres de la iglesia, los teólogos medievales, los reformadores, los puritanos, Bavinck y ciertamente pastores y amigos tuyos han sido un tesoro para tu vida. Lo peor que podemos hacer con ellos es crear becerros de oro. Lo mejor que podemos hacer es utilizar sus escritos y sus vidas para amar más a Dios y a Su iglesia. De hecho, el primer mandamiento enseña sobre nuestra fe, amor y confianza en Dios.
Si este mandamiento habla del verdadero Dios, el segundo mandamiento trata con «la verdadera adoración». Es decir, cómo debemos adorar/servir a Dios, de acuerdo con Su voluntad y mandato. No simbólicamente sino espiritualmente, lo cual habla de la naturaleza espiritual de Dios.
Un correcto y sano entendimiento de lo que es la adoración ha sido siempre un punto esencial para Bavinck y la tradición reformada. De hecho, Calvino nos habla de que el tema de la adoración fue primordial para comprender la necesidad de reformar la iglesia en su contexto.
En palabras del reformador francés:
Si se pregunta, entonces, por qué cosas principalmente la religión cristiana tiene una existencia firme entre nosotros y mantiene su verdad, se verá que las siguientes dos no solo ocupan el lugar principal, sino que encierran bajo ellas todas las demás partes, y consecuentemente la sustancia entera del cristianismo: a saber, un conocimiento, primero, del modo en el que Dios debe ser adorado apropiadamente; y, en segundo lugar, el origen de donde se obtiene nuestra salvación. Cuando estas cosas no se consideran, aunque nos gloriemos con el nombre de cristianos, nuestra profesión es hueca y vana.
¿Quién decide cómo Dios debe ser adorado?
Si bien toda nuestra vida es un servicio a Dios, debemos distinguir entre el servicio/adoración en un sentido general y el servicio/adoración en un sentido propio/real. Este punto es clave para comprender el concepto de adoración de la teología reformada en general, y en este caso, el planteado por Bavinck.
El servicio a Dios en todas las áreas de la vida puede estar regulado por leyes u ordenanzas estipuladas por personas, siempre y cuando no contradigan la ley de Dios. Es así como, por ejemplo, el tiempo y contenido que vemos al frente de un televisor puede estar regulado de distintas maneras entre distintas familias cristianas. Lo mismo ocurre con el tipo de comida, la forma de vestir, el tipo y la forma de educación que damos a nuestros hijos.
Toda nuestra vida debe ser un gozo de adoración a Dios en todo lo que hacemos. Nuevamente, ese servicio es regulado por distintas personas de acuerdo con los distintos contextos en que los creyentes nos encontramos (padres, profesores, ancianos y pastores de iglesias).
La manera de educar a nuestros hijos, el tiempo que destinamos a la investigación científica o a un trabajo en particular, la forma de ayudar al prójimo o la cantidad de comida que voy a comer puede ser comprendido bajo el servicio a Dios en un sentido amplio o general. La forma en que regulamos nuestras distintas actividades, con conciencias cautivas a la Palabra de Dios, debe expresar adoración a Dios.
Sin embargo, ninguno de los anteriores es adoración en un sentido particular o real. Es por eso que, en el caso de la esencia de la verdadera adoración, esta solamente es regulada por Dios de acuerdo a lo que Él ordena en Su Palabra escrita. En palabras de Bavinck, «solamente Dios tiene el derecho de determinar cómo Él será servido».
A partir de lo anterior podemos entender que la esencia de la adoración en el culto público del día del Señor está esencialmente regulada por Su Palabra. Así, podemos distinguir entre la adoración general y particular.
En otras palabras, la forma en cómo servimos y adoramos a Dios cuando, por ejemplo, vamos de compras al centro comercial, el número de libros que compramos o el tiempo que destinamos a ver una serie de televisión junto a nuestro cónyuge está de alguna manera definida por nosotros (con vidas rendidas al Señor) de acuerdo con el contexto particular en que nos encontramos. Eso es adorar en un sentido general. Santificar el día del Señor para adorar a Dios en el culto público de acuerdo a como Él lo regula en Su Palabra, eso es adorar en sentido particular.
Toda la vida del creyente debe ser una adoración a Dios
En resumen, toda nuestra vida es una adoración a Dios. Sin embargo, debemos ser sabios en distinguir la forma en que adoramos a Dios. ¿Glorifica al Señor pintar un cuadro? ¡Por supuesto que sí! Los cristianos que hacen arte deben continuar desarrollando sus dones para así reflejar la belleza de las cosas creadas. Sin embargo, si pintar un cuadro implica abandonar la adoración comunitaria domingo tras domingo, ¿traerá esto gloria al Señor? Personalmente, creo que no.
Otro ejemplo: ¿glorifica al Señor juntarse con amigos a comer una rica comida para cultivar la amistad? ¡Absolutamente! Entonces, piensa en cómo Dios es glorificado si, luego del culto público del domingo, las familias y amigos se juntan a comer juntos para conversar sobre lo que Dios habló a sus corazones hace un par de horas. De hecho, la amistad es fortalecida cuando, con nuestros amigos y familia, apartamos todo un día (el día del Señor) para adorar y gozar de Dios tal como Él lo ordena y regula en Su Palabra.
Lo anterior debería llevarnos a orar para que cada día del Señor sea una delicia para nuestras familias al juntarnos con más familias a santificar ese día. Tal vez eso significa acostarnos más temprano el sábado para no estar cansados durante el sermón. Quizás eso implica invitar a personas a almorzar a nuestros hogares como actos de hospitalidad y fraternidad. Quizás eso supone dejar de hacer cosas que regularmente realizamos durante la semana para aprovechar el tiempo y orar y leer más de manera personal o familiar. Quizás eso implica tener otro servicio en la tarde para terminar el día meditando en las maravillas de Dios y, así, comenzar una semana con corazones descansados y gozosos. Que el día del Señor nunca sea una carga para ningún cristiano, sino un día de gozo para todo cristiano.