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Editors’ note: 

Este es un fragmento adaptado de la predicación Recuerda al Profeta (y los profetas) de Dios, por Josué Barrios.

En el Nuevo Testamento vemos cómo Jesús delegó en Sus discípulos la tarea de hablar Su mensaje a otras personas de parte de Él. Es lo que encontramos en el pasaje conocido como la gran comisión:

Acercándose Jesús, les dijo: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:18-20).

Los discípulos de Jesús somos llamados a enseñar a otros de parte de Dios. En ese sentido, todo creyente tiene un rol profético y es capacitado por Dios para hablar a otras personas de parte de Jesús.

Esto puede sonar controversial incluso para algunos cristianos en nuestros días porque el término «profético» ha sido muy abusado y malinterpretado en la actualidad. Sin embargo, hay una historia en la Biblia que nos ayuda a entender por qué esta enseñanza es tan asombrosa.

Un anhelo hecho realidad

En Números 11 vemos cómo Dios toma a un grupo de ancianos en el pueblo de Israel y coloca sobre ellos Su Espíritu Santo y entonces empezaron a profetizar. Lo que sucede a continuación es muy llamativo:

Pero dos hombres habían quedado en el campamento; uno se llamaba Eldad, y el otro se llamaba Medad. Y el Espíritu reposó sobre ellos, (ellos estaban entre los que se habían inscrito, pero no habían salido a la tienda), y profetizaron en el campamento. Y un joven corrió y avisó a Moisés: «Eldad y Medad están profetizando en el campamento». Entonces respondió Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde su juventud: «Moisés, señor mío, detenlos». Pero Moisés le dijo: «¿Tienes celos por causa mía? ¡Ojalá todo el pueblo del SEÑOR fuera profeta, que el SEÑOR pusiera Su Espíritu sobre ellos!» (vv. 26-29).

Uno de los puntos más claros de esta historia es que Moisés anhelaba que todo el pueblo tuviera el Espíritu Santo para hablar a otros de parte de Dios.

Haciendo eco de este deseo, mucho más adelante el profeta Joel anunció que llegaría el día en que Dios derramaría Su Espíritu sobre todo Su pueblo, para que ellos profeticen y puedan hablar a otros de parte de Dios (2:28-29).

Esa promesa se está cumpliendo hoy en la iglesia. Este es uno de los puntos del apóstol Pedro en su gran sermón en Pentecostés, cuando el Espíritu descendió sobre la iglesia y los creyentes empezaron a hablar de las maravillas de Dios como nunca antes:

Esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel:
«y sucederá en los últimos días», dice Dios,
«que derramaré de mi espíritu sobre toda carne;
y sus hijos y sus hijas profetizarán,
sus jóvenes verán visiones,
y sus ancianos soñarán sueños;
y aun sobre mis siervos y sobre mis siervas
derramaré de mi espíritu en esos días,
y profetizarán» (Hch 2:16-18).

Ahora bien, hay muchas preguntas que este texto puede generar en nosotros y no es mi intención abordarlas en este escrito. Aquí se habla de señales apocalípticas que muchos se debaten cuándo se cumplieron, si en la crucifixión de Jesús, o de manera alegórica en Pentecostés, o si todavía faltan por cumplirse.

Lo que era un anhelo en el corazón de Moisés y un privilegio reservado para pocos en el Antiguo Testamento, es una realidad de la iglesia en nuestros días

Sin embargo, si algo es claro en estos versículos de la enseñanza de Pedro, es que por la venida del Espíritu Santo, como parte del plan de Dios para los últimos días que se inauguraron con la venida de Jesús, hay un sentido en que todos los creyentes ahora somos profetas de Dios. Hemos recibido poder, con la venida del Espíritu Santo, para ser testigos de Cristo hasta lo último de la tierra (Hch 1:8).

Entonces, mientras que en el Antiguo Testamento el Espíritu solo capacitaba a algunas personas para el ministerio, en el Nuevo Testamento leemos que ahora el Espíritu capacita con Su presencia y poder a todo el pueblo de Dios para que proclame el evangelio, el mensaje de quién es Jesús y qué hizo para redimirnos.

En otras palabras, lo que era un anhelo en el corazón de Moisés y un privilegio reservado para pocos en el Antiguo Testamento, es una realidad de la iglesia en nuestros días. Es una realidad que debe moldear nuestras vidas.

Vivamos como embajadores de Dios

No me malinterpretes: esto no significa que todo creyente tiene un don de profecía o el derecho a inventar nuevas revelaciones. Tampoco queremos decir que todo creyente debe ser predicador o algo así. Todo eso sería equivocado y contrario a lo que vemos enseñado claramente en el resto de la Biblia.

Dios habla al mundo por medio de nosotros cuando hablamos el mensaje de la Biblia

Lo que queremos decir más bien es que todos los creyentes somos capacitados y enviados a hablar a otros de parte de Jesús conforme a la Escritura (por lo que necesitamos profundizar en la Palabra de Dios para poder enseñar a otros). Es así como deberíamos entender el llamado profético que todo hijo de Dios tiene sobre su vida.

El apóstol Pablo habla sobre esto con estas palabras: «Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos: ¡Reconcíliense con Dios!» (2 Co 5:20). Dios habla al mundo por medio de nosotros cuando hablamos el mensaje de la Biblia.

Si no queremos tener crisis de identidad como iglesia en nuestros días, necesitamos combatir nuestra amnesia espiritual todos los días y recordar esta verdad. Si eres creyente, es bueno que te preguntes: ¿Estás viviendo como un representante de Jesús ante los demás? ¿Estás llamando a las personas a vivir para Dios y conocer a Jesús? Además de eso, ¿estás siendo humilde para escuchar con discernimiento lo que Dios habla a tu vida por medio de otros hermanos que te abren la Biblia?

No subestimemos este glorioso llamado a vivir como embajadores de nuestro Dios.

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