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«Si tuvieras el poder de adelantar rápidamente los momentos más difíciles de tu vida pulsando un botón, ¿te los saltarías?».

Esta es una pregunta planteada por Antón Barba-Kay en A Web of Our Own Making [Una red de nuestra propia creación], su obra fundamental sobre la era digital y sus efectos en nuestra forma de pensar y vernos a nosotros mismos. Él cree que la mayoría de nosotros diría que sí. Estaríamos tentados a adelantar los momentos difíciles, aunque quizás con un matiz de autoconciencia de que lo «tedioso, exasperante e imprevisto es a menudo lo que acaba importándonos más, dando textura y sustancia a nuestras vidas».

La aspiración digital: Una vida sin resistencia

¿Cómo sería la vida si pudiéramos eliminar toda fricción? ¿Si pudiéramos prescindir de la resistencia? ¿Si satisfacer nuestros deseos fuera tan simple como pulsar un botón, de modo que la brecha entre lo que queremos y lo que experimentamos se redujera a nada?

«Esta es la aspiración de lo digital», argumenta Barba-Kay. Es «hacer el mundo completamente dócil a nuestra voluntad». El objetivo es reducir la resistencia entre el deseo y la satisfacción. Y, en teoría, esto debería hacernos más felices. Si pudiéramos eliminar la lucha, ¿no sería más fácil alcanzar la alegría?

No ha funcionado así.

Imagina retroceder cien años y mostrarle a la gente de entonces la comodidad de la vida actual. Se quedarían asombrados.

Considera un ejemplo sencillo de mis años en Rumanía. La casa en la que me alojaba los fines de semana, en un pueblo a las afueras de la ciudad, no tenía tubería interior ni calefacción central. En invierno, dependíamos de una gran estufa empotrada cubierta de azulejos para calentar dos habitaciones. Encendíamos el fuego por la noche antes de irnos a la cama, pero a las cuatro de la madrugada se apagaba. En ese momento, tenías una opción: levantarte en la oscuridad helada para echar otro leño al fuego y mantenerte caliente hasta el amanecer, o acurrucarte más bajo las mantas, esperando que alguien más lo atendiera.

Hoy, pulso un botón y mi casa se mantiene a la temperatura precisa que deseo. No se requiere ningún trabajo para llevar la casa a una temperatura confortable para toda la familia, aparte de las facturas que pagamos a las compañías de electricidad y gas. El esfuerzo de cortar leña, encender un fuego y mantenerlo vivo —una tarea esencial en otro tiempo— ha desaparecido.

Una vida de gratificación instantánea y creciente descontento

Este tipo de comodidad define casi todos los aspectos de la era digital. La comunicación es instantánea. Los dispositivos inteligentes anticipan nuestras necesidades. Con cada innovación, reducimos la resistencia y la fricción, eliminando obstáculos entre nosotros y nuestros deseos.

Pero ¿somos más felices?

Barba-Kay revela una idea que parece contraintuitiva, pero que sabemos que es cierta:

Somos hechos por la prueba y probados por lo que nos pone a prueba.

Las dificultades no interrumpen nuestra formación, la constituyen. La fricción y la resistencia pulen nuestras almas. El sufrimiento forja nuestro carácter. Si conseguir lo que queremos de la manera más rápida y fácil posible fuera el bien supremo, entonces la vida en la era moderna debería rebosar de alegría. En cambio, a menudo nos sentimos inquietos, insatisfechos.

Él escribe:

Es una extraña paradoja que tener las cosas a nuestra manera podría no ser todo lo que buscamos, que conseguir todo en nuestros propios términos nos condenaría a una desolación solitaria: un infierno perfecto.

Si trajeras a alguien de hace cien años a nuestro mundo, se quedaría asombrado por nuestros lujos. A pesar de la inmensa riqueza y estatus de Thomas Jefferson, su gran mansión de Virginia era tan fría en invierno que la tinta de su pluma a veces se congelaba, dificultándole escribir. La reina Isabel I de Inglaterra luchaba por hacer habitable su palacio, lidiando con un hedor abrumador, alimañas rampantes y condiciones insalubres que obligaban a su corte a trasladarse constantemente. (Para sobrellevarlo, dependían de perfumes, hierbas aromáticas y flores para enmascarar los olores y protegerse de la contaminación).

La fricción y la resistencia pulen nuestras almas. El sufrimiento forja nuestro carácter

Cuanto más nos alejamos incluso de un conocimiento superficial de la fricción que hemos superado —cuanto más tiempo pasamos sin darnos cuenta de la maravilla que es poder entrar en una ducha y disfrutar de la refrescante sensación del agua (¡limpia!) a la temperatura que deseamos (algo que la mayoría de la gente a lo largo de la historia nunca soñó experimentar)—, más probable es que perdamos de vista estos avances. Dirigimos nuestra atención a otros elementos de fricción y resistencia aún por conquistar, y los obstáculos restantes adquieren un papel sobredimensionado en nuestra imaginación. Nos obsesionamos con el próximo inconveniente a superar.

Cuanto más rápida es la vida, más resentimos la lentitud

Barba-Kay observa cómo se desarrolla este ciclo:

Cuanto más rápido pueden ir las cosas, más lentas se sienten otras; cuanto más convenientes son las cosas, más evidentes son los inconvenientes; cuanto más absortos estamos en la novedad, más aburrida se vuelve.

Valoramos la velocidad porque creemos que liberará tiempo, escribe Barba-Kay, y queremos dedicar ese tiempo liberado a lo que «realmente importa». Pero al final, no nos sentimos más libres. En cambio, desarrollamos un contraste cada vez más agudo entre lo que nos gusta hacer y lo que preferimos no hacer. Cuanto más esperamos que la vida sea fluida, más nos frustramos cuando no lo es.

Irónicamente, los reyes y reinas de la historia, cuyos caprichos eran satisfechos por sirvientes, probablemente tenían expectativas de comodidad más bajas que las nuestras hoy en día. Todos vivimos como la realeza ahora, y nuestros estándares de confort han crecido a la par.

Por qué necesitamos resistencia para ser felices y para ser buenos

Está es la paradoja: necesitamos una medida de resistencia y fricción en nuestras vidas, no solo para ser felices, sino para ser buenos.

Instintivamente sabemos que las dificultades moldean el carácter. Los padres que eliminan toda restricción y dificultad de la vida de sus hijos no producen una familia feliz: los niños son desdichados. Cuando eliminamos la fricción de nuestras vidas, cuando obtenemos lo que queremos cuando queremos, nos volvemos espiritual y emocionalmente frágiles. Ahora todos somos niños mimados.

Esta verdad tiene profundas implicaciones para la vida cristiana. A menudo trasladamos las mismas expectativas de eficiencia y comodidad a nuestro andar con Dios.

  • Luchamos con la lectura de la Biblia porque es exigente para nosotros. La Palabra de Dios no cambia ni se amolda a cada capricho nuestro. Requiere esfuerzo y sumisión.
  • Luchamos con la oración porque estar quietos ante el Señor requiere que abracemos la incomodidad de abrir nuestros corazones ante Su santidad. Enfocar nuestras mentes en una gloria que no es la nuestra es un acto de resistencia contra el egocentrismo.
  • Luchamos con el ayuno porque solo valoramos la abnegación cuando sirve a otro objetivo egocéntrico, como bajar de peso para vernos mejor o mantener el ritmo de nuestros amigos en el gimnasio.
  • Luchamos con la asistencia a la iglesia porque las relaciones profundas traen resistencia, inconveniencia y molestia. Toman tiempo para crecer. Las verdaderas amistades no son fáciles, al menos no tan fáciles como el autoaislamiento.

El don de la limitación

Sin resistencia, sin fricción, no seremos felices. Tampoco seremos buenos.

Las restricciones son esenciales. Las limitaciones nos recuerdan nuestra condición de criaturas. Los obstáculos cultivan la gratitud, ayudándonos a apreciar el calor de un fuego que tuvimos que avivar, la profundidad de una amistad por la que tuvimos que luchar, la alegría de una verdad con la que tuvimos que forcejear.

La era digital nos ofrece la ilusión de una vida sin fricción. Pero una vida sin fricción no es una vida de alegría. Es, como advierte Barba-Kay, una vida de desolación.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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