En un mundo tan individualista que nos presiona a no pensar más que en nosotros, ser parte de una familia en la fe es un regalo hermoso dado por Dios mismo. En su plan perfecto, nos salvó y unió a otros creyentes para que no vivamos solas la vida cristiana. Sin embargo, esta convivencia también implica desafíos para nuestra comodidad y orgullo.
Una tarea noble para personas imperfectas
El plan de Dios para toda mujer incluye la tarea de involucrarnos en la vida de mujeres más jóvenes. En el segundo capítulo de la carta de Pablo a Tito, encontramos instrucciones claras sobre esta labor que podría definirse como mentoría. Sobre este tema discurre el libro Creciendo juntas: Una guía para profundizar las conversaciones entre mentoras y discípulas (Editorial Portavoz, 2021). Melissa Kruger nos dice lo siguiente en este nuevo recurso: «La mentoría es una relación de discipulado centrada en perfeccionar a los creyentes más jóvenes para la obra del ministerio, de modo que crezcan en madurez y unidad en la fe con el principal objetivo de glorificar a Dios» (p. 21).
No importa en qué etapa de la vida estés, cuánto tiempo «libre» tengas y cuáles sean tus recursos en este momento. Dios desea que te prepares para abrir tu vida y compartir tus ocupaciones con otras creyentes, y que estudien Su Palabra mientras caminan juntas en la vida cristiana, dándole gloria a Él. ¡Es una hermosa misión!

Creciendo juntas
Melissa Kruger
El plan de Dios para toda mujer incluye la tarea de involucrarnos en la vida de mujeres más jóvenes. En el segundo capítulo de la carta de Pablo a Tito, encontramos instrucciones claras sobre esta labor que podría definirse como mentoría. Sobre este tema discurre el libro Creciendo juntas: Una guía para profundizar las conversaciones entre mentoras y discípulas (Editorial Portavoz, 2021). Melissa Kruger nos dice lo siguiente en este nuevo recurso: «La mentoría es una relación de discipulado centrada en perfeccionar a los creyentes más jóvenes para la obra del ministerio, de modo que crezcan en madurez y unidad en la fe con el principal objetivo de glorificar a Dios» (p. 21).
Lo mejor de todo es que Dios no espera que seamos perfectas, sino que estemos dispuestas a caminar junto a otras porque «cuando enseñamos a otras mujeres las verdades de Dios, esas mismas verdades se arraigan más firmemente en nuestro propio corazón» (p. 20). Así crecemos juntas y Dios continúa trabajando en nosotras mientras nos disponemos a bendecir a otras mujeres.
Un riesgo: el discipulado desequilibrado
Existen dos verdades que nos sostienen cuando decidimos emprender este camino como mentoras: primero, Dios quiere usarnos y edificarnos mientras realizamos esta tarea, y desea que sepamos que contamos con Su ayuda. En segundo lugar, hay un riesgo que debemos tener en cuenta al iniciar una relación de discipulado: existe la posibilidad de volvernos arbitrarias y selectivas.
A medida que compartimos tiempo y conversaciones, podemos inclinarnos hacia algunos temas y descuidar otros. Puede ser que elijamos aquellos en los que tenemos más experiencia o que conocemos mejor, los que estén «más a la moda», los que más nos gustan o los que creemos más urgentes a trabajar en la otra persona, etc. Aunque esto no es malo en sí mismo, podría ser un problema.
Al igual que cuando queremos llevar una vida saludable necesitamos trabajar en muchas áreas personales de manera equilibrada (ejercicio, alimentación, descanso, etc.), también es importante que el discipulado atienda de manera integral nuestra vida espiritual. La selección arbitraria de temas de conversación puede derivar en relaciones de discipulado desequilibradas y Dios quiere transformar toda nuestra manera de vivir.
Tres áreas que no debemos descuidar
Melissa Kruger, en su libro Creciendo juntas, nos brinda una herramienta útil, clara y práctica para iniciar una relación de mentoría, advirtiéndonos del peligro posible para que, con el correr del tiempo, no se vuelva monotemática, sino que sea equilibrada. Ella cumple su propósito al señalar tres áreas importantes a abordar en una relación de discipulado: nuestra relación con Dios, con los creyentes y con el mundo.
1) La relación con Dios
La primera área que no debemos descuidar en una relación de discipulado es la relación con Dios: nuestro Creador, Señor y Salvador. Es importante tener bien claro que si no lo conocemos, entonces no podemos tener una relación con Él. Cómo expresa la autora: «Si queremos desarrollar una amistad con Dios, necesitamos tiempo en su presencia para que esa relación florezca. Leer la Biblia a diario nos da la oportunidad de conocer a Dios. ¿Qué le interesa? ¿Cómo responde? ¿A quién ama?» (p. 43).
La primera área que no debemos descuidar en una relación de discipulado es la relación con Dios: nuestro Creador, Señor y Salvador
Pero esto no debe quedar solo en el conocimiento. Orar es una manera humilde de responder ante lo que Su Palabra muestra en nuestros corazones y nos enseña de Dios y de nosotros. «Es el colmo del orgullo no orar. La humildad —el conocimiento de nuestra propia naturaleza— nos pone de rodillas para pedir ayuda. Oramos porque no somos Dios. No podemos cambiar opiniones, circunstancias ni corazones. Solo Dios puede hacerlo» (p. 87). Al leer Su Palabra, Dios nos habla. Al orar, nosotras acudimos a Él.
Conocer a Dios y fortalecer nuestra relación con Él resulta en una vida plena y llena de gozo que no mira las circunstancias sino a Dios, quien nos da una vida de contentamiento: «El contentamiento no está basado en nuestras circunstancias, sino en la naturaleza inmutable de Dios. Cuanto más lo conocemos más confiamos en Él» (p. 128).
El estudio de la Palabra, la oración y el contentamiento son temas importantes para nuestra vida espiritual y no deben quedar fuera de nuestras conversaciones para que una relación de discipulado sea equilibrada. Los capítulos 3-9 del libro nos ayudan a abordarlos.
2) La relación con los creyentes (iglesia, familia y servicio)
Dios no nos salvó para vivir solas, sino para ser parte de un cuerpo. Su Palabra está llena de mandatos que debemos obedecer y que nos llevan a servirnos unos a otros. Por esto la segunda área que debemos trabajar es la relación con otros creyentes. «La iglesia es tu hogar lejos de casa. Necesitas a la iglesia y la iglesia te necesita a ti» (p. 66).
Dios nos manda a amar a la iglesia. No podemos vivir aislados. «No somos miembros individuales, sino que nos pertenecemos unos a otros. Al amarnos unos a otros, proclamamos el gran amor de Dios. A Dios le importa mucho que seas parte de una iglesia. Es parte de su buena providencia y plan para ti» (p. 64). Sin embargo, compartir nuestras vidas con los demás puede volverse difícil, principalmente con aquellos con quienes pasamos más tiempo (nuestros familiares y amigos).
Nuestro pecado está presente en medio de nuestras relaciones, pero Cristo quiere darnos libertad para amar, incluso a aquellos que más nos hieren y ofenden. «Arraigadas en Cristo, somos libres para amar al prójimo con humildad, y compasión, y considerar las necesidades de los demás antes que las nuestras» (p. 100).
Conocer a Dios y fortalecer nuestra relación con Él resulta en una vida plena y llena de gozo
Nuestro Señor y Salvador no vino para ser servido, sino para servir y nos manda a seguir su ejemplo poniendo las necesidades de los demás por encima de las nuestras. La manera en que Él vino a servir debe caracterizar nuestras relaciones: «Fuimos creados y dotados para ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Debemos usar nuestros dones para servir a los demás y ser una bendición para el mundo que nos rodea» (p. 140).
Mejorar nuestra relación con los creyentes al amarlos y mostrarles el evangelio con nuestra vida es clave en nuestro crecimiento espiritual. Debemos aprender sobre estos temas y los capítulos 4-10 están escritos para ayudarnos a enfrentarlos.
3) La relación con los incrédulos (evangelismo, tentaciones y discernimiento)
Por último, un área no menos importante es la de nuestra relación con los incrédulos. Jesús enseñó que somos la luz y sal del mundo. Las cristianas no debemos aislarnos de los incrédulos, pero tampoco podemos ser como ellos y pasar inadvertidas. Debemos alumbrar con nuestras vidas y discernir entre lo bueno y lo malo.
Satanás ha cegado a las personas de este mundo para que no vean la verdad. Así que, en primer lugar, para ser luz debemos crecer en evangelismo. «Debemos ser creativas y buscar nuevas maneras de testificar, porque conocemos la terrible naturaleza de su situación. Están atrapados y necesitan la libertad que solo el evangelio puede ofrecer» (p. 75). Sin embargo, no debemos olvidar que Satanás no engaña solamente a los incrédulos, sino que persiste en sus ataques hacia nosotras.
Hay una realidad espiritual que existe más allá del mundo material observable: estamos en una guerra. «Cuando olvidamos que la vida cristiana es una batalla, toda la vida puede parecerse a un ataque sorpresa» (p. 112). Las tentaciones vienen de mil maneras diferentes, pero debemos estar alertas. Satanás es padre de mentira y «la mejor manera de crecer en nuestro discernimiento es estudiar la verdad» (p. 163).
La mentoría tiene como objetivo que crezcamos en santidad junto a otras mujeres y demos más gloria a Dios con toda nuestra vida
Para crecer en santidad en nuestras relaciones con los incrédulos, necesitamos hablar de evangelismo, de las tentaciones y del discernimiento. Los capítulos 5-11 nos ayudarán a tratar estos temas para tener un discipulado equilibrado.
Conclusión
La mentoría tiene como objetivo que crezcamos en santidad junto a otras mujeres y demos más gloria a Dios con toda nuestra vida.
Antes de conocer a Cristo, estábamos muertas en nuestros delitos y pecados, éramos esclavas de las presiones del mundo, pero Su obra fue suficiente para librarnos y darnos la posibilidad de crecer en santidad. No somos conscientes de cuánto pecado hay en nuestras vidas y por eso debemos examinarnos a la luz de todo el consejo de la Escritura.
Al compartir nuestras vidas con otras creyentes, necesitamos humildad para exponernos a Su Palabra de manera completa. Tenemos una hermosa tarea, muchas debilidades, pero un gran Dios. La gracia de Dios nos ha brindado recursos que nos ayudan a encontrar esperanza en el evangelio mientras aprendemos juntas la Palabra de Dios. Uno de ellos es el libro Creciendo juntas.