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¿Qué creemos sobre el Espíritu Santo?

Que Él es Dios, coeterno con el Padre y el Hijo, y que Dios lo da irrevocablemente a todos los que creen.

Que Él es Dios, coeterno con el Padre y el Hijo.

Respuesta para Niños

Versículo bíblico

Juan 14:16–17

Y yo le pediré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes.

Devocional

SAM STORMS

Para los cristianos no suele ser difícil ver a Dios como Padre. Y a muchos tampoco les cuesta ver a Dios como Hijo. Estos términos personales son fáciles para nosotros porque nuestras vidas y relaciones están entretejidas inevitablemente con padres e hijos aquí en la tierra. Pero cuando se trata de Dios como Espíritu Santo, la cosa suele cambiar. Gordon Fee relata que uno de sus estudiantes dijo: “Dios el Padre tiene perfecto sentido para mí, y puedo entender bastante bien a Dios el Hijo; pero el concepto del Espíritu Santo es como una niebla oscura en mi mente”.

Cuán diferente es esto de lo que leemos en la Escritura. Ahí observamos que el Espíritu no es tercero en el rango de la deidad, sino igual al Padre y al Hijo, y coeterno con ellos, compartiendo con ellos toda la gloria y el honor que merece nuestro Dios trino.

El Espíritu Santo no es un poder impersonal ni una energía etérea y abstracta. El Espíritu es personal en todo el sentido de la palabra. Tiene una mente y piensa (Is. 11:2; Ro. 8:27). Es capaz de experimentar afectos y sentimientos profundos (Ro. 8:26; 15:30). El Espíritu tiene voluntad y toma decisiones en cuanto a lo que es mejor para el pueblo de Dios y lo que glorifica más al Hijo (Hch. 16:7; 1 Co. 2:11).

Vemos más de la personalidad del Espíritu cuando se nos describe que se duele cuando pecamos (Ef. 4:30). El Espíritu, sin ser menos que el Padre y el Hijo, tiene una relación íntima con todos aquellos en quienes Él habita (2 Co. 13:14). El Espíritu habla (Mr. 13:11; Ap. 2:7), testifica (Jn. 15:26; 16:13), anima (Hch. 9:31), fortalece (Ef. 3:16), y nos enseña, especialmente en tiempos de emergencia espiritual (Lc. 12:12). Sabemos que el Espíritu es personal porque vemos que se le puede mentir (Hch. 5:3), insultar (Heb. 10:29), e incluso blasfemar (Mt. 12:31-32).

Sobre todo, el Espíritu Santo es “el Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9). Su papel principal en nosotros, el templo de Dios en el cual Él habita (Ef. 2:21-22), es ministrar para dirigir nuestra atención a la persona de Cristo y para despertar en nosotros afecto y devoción al Salvador (Jn. 14:26; 16:12-15).

Por encima de todas las cosas, el Espíritu Santo se deleita en servir como un faro que se coloca detrás de nosotros (aunque ciertamente viviendo en nuestro interior) para enfocar nuestros pensamientos y nuestra meditación en la belleza de Cristo y en todo lo que Dios es para nosotros en Él y a través de Él.

Al meditar en la persona y en la obra del Espíritu, y darle gracias por Su poderosa presencia en nuestras vidas, haríamos bien en considerar las palabras de Thomas Torrance, quien nos recuerda que “el Espíritu no es simplemente algo divino o algo parecido a Dios que viene de Él, no se trata de una especie de acción a distancia o de un regalo que puede ser separado de Él, ya que Dios el Espíritu Santo actúa direc­tamente en nosotros; y al darnos Su Santo Espíritu, Dios se da a Sí mismo”.

Oración

Dios Consolador, te agradecemos por enviar a tu Espíritu a vivir en nosotros. Gracias porque Él nos disciplina, nos fortalece, y nos consuela. Permítenos vivir una vida de fe confiando en Su poder, no en el nuestro. Permítenos caminar la senda de la obediencia, llenos de Su gozo. Amén.