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UN PLAN DE LECTURA BÍBLICA Y DEVOCIONAL EN COLABORACIÓN CON LA NUEVA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS Y ANDAMIO EDITORIAL
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Lectura de Hoy

Devocional: Rut 2

El narrador ya nos ha contado que, cuando Noemí y Rut regresaron a Belén, era el tiempo de la siega de la cebada (Rut 1:22). Ahora en (Rut 2) se nos revela la importancia de ese detalle.

Había una tradición antigua, nacida de la ley mosaica, según la cual los terratenientes no debían ser demasiado escrupulosos al recoger el producto de su tierra. De esta manera, se dejaba algo para que los pobres pudieran rebuscar (cf. Deuteronomio 24:19-22; ver meditación del 19 de junio). Así, Rut salió a trabajar detrás de los segadores en un campo no muy lejos de Jerusalén. No tenía forma de saber que este campo pertenecía a un terrateniente adinerado llamado Booz—un pariente lejano de Noemí y el futuro esposo de Rut.

La historia es conmovedora, con muchas personas decentes actuando con amabilidad en todas partes. Por un lado, Rut demostró ser trabajadora, pues apenas se detenía para descansar (2:7). Era terriblemente consciente de su estado como extranjera (2:10), pero trataba a la gente del lugar con respeto y cortesía. Al traerle a Noemí lo que había recogido, le contó todo lo que había sucedido y un comentario del autor nos recuerda que durante esta época de la historia de Israel, el mero hecho de que una mujer soltera hiciera este tipo de trabajo era casi una invitación al abuso (2:22). Esto nos reafirma la valentía y resistencia de Rut.

Noemí vio la mano de Dios. Desde la perspectiva meramente pragmá- tica de conseguir suficiente alimento, está agradecida. Pero al escuchar el nombre del dueño de la finca, no sólo reconoce la seguridad que esto le dará a Rut, sino que se da cuenta de que Booz es uno de sus “parientes-redentores” (2:20). Es decir, era uno de los que podía casarse con Rut, por la llamada ley del levirato, con el resultado de que su primer hijo cargaría los derechos legítimos y propietarios de su marido original.

Ahora bien, posiblemente es Booz quien queda mejor parado en este relato. Sin señales de romance en esta etapa, él se mostró preocupado por los pobres y conmovido por las calamidades de los demás. Es alguien que quiere ayudar sin hacer mucho alarde de ello. Conocía el regreso de Noe- mí y la fidelidad persistente de esta joven moabita. Dio instrucciones a sus obreros para que proveyeran para sus necesidades, afianzaran su seguridad e incluso dejaran un poco más de grano para que la labor de Rut fuera bien recompensada. Sobre todo, era un hombre de fe, así como de integridad, lo cual podemos percibir en su primera conversación con la mujer que luego sería su esposa: “Que el Señor te recompense por lo que has hecho! Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte, te lo pague con creces.” (2:12). Bien dicho, porque el Señor no es deudor de nadie.

 


Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.

Devocional: Jeremías 37

Hemos comprobado varias veces que los acontecimientos del libro de Jeremías no se encuentran ordenados cronológicamente. Ahora, pasamos del reinado de Joacim en el capítulo 36 al de Sedequías (Jeremías 37). Este rey fue un títere colocado por Babilonia después de la deportación de Jeconías, último monarca legítimo de Judá, en 597 a.C. Nos encontramos en 589-588. Los dos incidentes descritos en este capítulo reflejan la creciente degeneración del liderazgo e ilustran de nuevo la paciencia de Dios.

(1) El primer incidente (37:1-10) viene provocado aparentemente porque el faraón Hofra de Egipto hizo un amago de marchar hacia Jerusalén, con el fin de luchar contra los babilonios y liberarla. Las noticias que estos recibieron fueron lo suficientemente preocupantes como para levantar temporalmente el asedio y centrarse en esta nueva amenaza. Sedequías envió algunos emisarios a Jeremías, pidiendo su intercesión, presumiblemente para que este respiro momentáneo fuese definitivo. El profeta responde con las palabras de 37:7-10: los babilonios volverán y destruirán la ciudad. No deben engañarse creyendo otra cosa.

(2) Durante este paréntesis, Jeremías intenta salir de Jerusalén por la puerta de Benjamín, aparentemente con la intención de inspeccionar su nueva propiedad adquirida en Anatot (37:11-21; cp. 32:9). Sin embargo, lo arrestan, azotan y encarcelan acusado de deserción. Los oficiales no creen una sola palabra de las explicaciones del profeta, por lo que permanece prisionero en una mazmorra subterránea de la casa del secretario de Estado. Los oficiales son muy diferentes de sus predecesores en el reinado de Jeconías (26:19; 36:19), que parecían simpatizar con Jeremías, pero se encontraban bajo el yugo de un monarca malvado y tozudo. Aquí, tratan al profeta con desprecio y son realmente crueles con él, mientras el rey Sedequías busca mantener el contacto con él y finalmente suaviza las condiciones de su reclusión, más por su miedo y desesperación que por una cuestión de principios.

Todo esto indica que, en cualquier jerarquía, incluyendo el gobierno y la iglesia, existen muchas formas diferentes de hacer mal las cosas. En algunas ocasiones, un líder malvado manipula a muchos subordinados, que no son profundamente amorales, pero sí débiles e indecisos. En otras, un líder inseguro está a merced de un grupo de oficiales malvados, incompetentes e infieles.

Reflexionemos: “¿Por qué, Señor, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia? Con arrogancia persigue el malvado al indefenso, pero se enredará en sus propias artimañas. El malvado hace alarde de su propia codicia; alaba al ambicioso y menosprecia al Señor. El malvado va con la cabeza levantada, y no da lugar a Dios en sus pensamientos” (Salmos 10:1-4).

 


Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.

Rut 2

Rut en el campo de Booz

2 Noemí tenía un pariente de su marido, un hombre de mucha riqueza, de la familia de Elimelec, el cual se llamaba Booz. Y Rut la moabita dijo a Noemí: «Te ruego que me dejes ir al campo a recoger espigas en pos de aquel a cuyos ojos halle gracia». Ella le respondió: «Ve, hija mía». Partió, pues, y espigó en el campo en pos de los segadores; y fue a la parte del campo que pertenecía a Booz, que era de la familia de Elimelec. En ese momento vino Booz de Belén, y dijo a los segadores: «El Señor sea con ustedes». «Que el Señor te bendiga», le respondieron ellos. Entonces Booz dijo a su siervo que estaba a cargo de los segadores: «¿De quién es esta joven?». Y el siervo a cargo de los segadores respondió: «Es la joven moabita que volvió con Noemí de la tierra de Moab. Y ella me dijo: “Te ruego que me dejes espigar y recoger tras los segadores entre las gavillas”. Y vino y ha permanecido desde la mañana hasta ahora; solo se ha sentado en la casa por un momento».

Rut y Booz

Entonces Booz dijo a Rut: «Oye, hija mía. No vayas a espigar a otro campo; tampoco pases de aquí, sino quédate con mis criadas. Fíjate en el campo donde ellas siegan y síguelas, pues he ordenado a los siervos que no te molesten. Cuando tengas sed, ve a las vasijas y bebe del agua que sacan los siervos». 10 Ella bajó su rostro, se postró en tierra y le dijo: «¿Por qué he hallado gracia ante sus ojos para que se fije en mí, siendo yo extranjera?». 11 Booz le respondió: «Todo lo que has hecho por tu suegra después de la muerte de tu esposo me ha sido informado en detalle, y cómo dejaste a tu padre, a tu madre y tu tierra natal, y viniste a un pueblo que antes no conocías. 12 Que el Señor recompense tu obra y que tu pago sea completo de parte del Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte». 13 Entonces ella dijo: «Señor mío, he hallado gracia ante sus ojos, porque me ha consolado y en verdad ha hablado con bondad a su sierva, aunque yo no soy ni como una de sus criadas».

14 A la hora de comer, Booz le dijo a Rut: «Ven acá para que comas del pan y mojes tu pedazo de pan en el vinagre». Así pues ella se sentó junto a los segadores. Booz le sirvió grano tostado, y ella comió hasta saciarse y aún le sobró. 15 Cuando ella se levantó para espigar, Booz ordenó a sus siervos y les dijo: «Déjenla espigar aun entre las gavillas y no la avergüencen. 16 También sacarán a propósito para ella un poco de grano de los manojos y lo dejarán para que ella lo recoja. No la reprendan».

17 Rut espigó en el campo hasta el anochecer, y desgranó lo que había espigado, y fue como 22 litros de cebada. 18 Ella lo tomó y fue a la ciudad, y su suegra vio lo que había recogido. Rut sacó también lo que le había sobrado después de haberse saciado y se lo dio a Noemí. 19 Entonces su suegra le dijo: «¿Dónde espigaste y dónde trabajaste hoy? Bendito sea aquel que se fijó en ti». Y ella informó a su suegra con quién había trabajado, y dijo: «El hombre con quien trabajé hoy se llama Booz». 20 Noemí dijo a su nuera: «Sea él bendito del Señor, porque no ha rehusado su bondad ni a los vivos ni a los muertos». Le dijo también Noemí: «El hombre es nuestro pariente; es uno de nuestros parientes más cercanos». 21 Entonces Rut la moabita dijo: «Además, él me dijo: “Debes estar cerca de mis siervos hasta que hayan terminado toda mi cosecha”». 22 Noemí dijo a Rut su nuera: «Es bueno, hija mía, que salgas con sus criadas, no sea que en otro campo te maltraten». 23 Y Rut se quedó cerca de las criadas de Booz espigando hasta que se acabó la cosecha de cebada y de trigo. Y ella vivía con su suegra.

   

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Hechos 27

Pablo sale para Roma

27 Cuando se decidió que deberíamos embarcarnos para Italia, fueron entregados Pablo y algunos otros presos a un centurión de la compañía Augusta, llamado Julio. Embarcándonos en una nave Adramitena que estaba para salir hacia las regiones de la costa de Asia, nos hicimos a la mar acompañados por Aristarco, un macedonio de Tesalónica.

Al día siguiente llegamos a Sidón. Julio trató con benevolencia a Pablo, permitiéndole ir a sus amigos y ser atendido por ellos. De allí partimos y navegamos al amparo de la isla de Chipre, porque los vientos eran contrarios. Después de navegar atravesando el mar frente a las costas de Cilicia y de Panfilia, llegamos a Mira de Licia. Allí el centurión halló una nave alejandrina que iba para Italia, y nos embarcó en ella.

Después de navegar lentamente por muchos días, y de llegar con dificultad frente a Gnido, pues el viento no nos permitió avanzar más, navegamos al amparo de la isla de Creta, frente a Salmón. Costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea.

La tempestad en el mar

Cuando ya había pasado mucho tiempo y la navegación se había vuelto peligrosa, pues hasta el Ayuno había pasado ya, Pablo los amonestaba, 10 diciéndoles: «Amigos, veo que de seguro este viaje va a ser con perjuicio y graves pérdidas, no solo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras vidas».

11 Pero el centurión se persuadió más por lo que fue dicho por el piloto y el capitán del barco, que por lo que Pablo decía. 12 Como el puerto no era adecuado para invernar, la mayoría tomó la decisión de hacerse a la mar desde allí, para ver si les era posible arribar a Fenice, un puerto de Creta que mira hacia el nordeste y el sudeste, y pasar el invierno allí.

13 Cuando comenzó a soplar un moderado viento del sur, creyendo que habían logrado su propósito, levaron anclas y navegaban costeando a Creta. 14 Pero no mucho después, desde tierra comenzó a soplar un viento huracanado que se llama Euroclidón, 15 y siendo azotada la nave, y no pudiendo hacer frente al viento nos abandonamos a él y nos dejamos llevar a la deriva.

16 Navegando al amparo de una pequeña isla llamada Clauda, con mucha dificultad pudimos sujetar el bote salvavidas. 17 Después que lo alzaron, usaron amarras para sujetar la nave. Temiendo encallar en los bancos de Sirte, echaron el ancla flotante y se abandonaron a la deriva.

18 Al día siguiente, mientras éramos sacudidos furiosamente por la tormenta, comenzaron a arrojar la carga. 19 Al tercer día, con sus propias manos arrojaron al mar los aparejos de la nave. 20 Como ni el sol ni las estrellas aparecieron por muchos días, y una tempestad no pequeña se abatía sobre nosotros, desde entonces fuimos abandonando toda esperanza de salvarnos.

21 Cuando habían pasado muchos días sin comer, Pablo se puso en pie en medio de ellos y dijo: «Amigos, debían haberme hecho caso y no haber salido de Creta, evitando así este perjuicio y pérdida. 22 Pero ahora los exhorto a tener buen ánimo, porque no habrá pérdida de vida entre ustedes, sino solo del barco.

23 »Porque esta noche estuvo en mi presencia un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, 24 diciendo: “No temas, Pablo; has de comparecer ante César; pero ahora, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”. 25 Por tanto, tengan buen ánimo amigos, porque yo confío en Dios, que acontecerá exactamente como se me dijo. 26 Pero tenemos que encallar en alguna isla».

27 Llegada la decimocuarta noche, mientras éramos llevados a la deriva en el Mar Adriático, a eso de la medianoche los marineros presentían que se estaban acercando a tierra. 28 Echaron la sonda y hallaron que había 20 brazas (36 metros) de profundidad. Pasando un poco más adelante volvieron a echar la sonda y hallaron 15 brazas (27 metros). 29 Temiendo que en algún lugar fuéramos a dar contra los escollos, echaron cuatro anclas por la popa y ansiaban que amaneciera.

30 Como los marineros trataban de escapar de la nave y habían bajado el bote salvavidas al mar, bajo pretexto de que se proponían echar las anclas desde la proa, 31 Pablo dijo al centurión y a los soldados: «Si estos no permanecen en la nave, ustedes no podrán salvarse». 32 Entonces los soldados cortaron las amarras del bote y dejaron que se perdiera.

33 Cuando estaba a punto de amanecer, Pablo exhortaba a todos a que tomaran alimento, diciendo: «Hace ya catorce días que, velando continuamente, están en ayunas, sin tomar ningún alimento. 34 Por eso les aconsejo que tomen alimento, porque esto es necesario para sobrevivir. Porque ni un solo cabello de la cabeza de ninguno de ustedes perecerá».

35 Habiendo dicho esto, Pablo tomó pan y dio gracias a Dios en presencia de todos; y partiéndolo, comenzó a comer. 36 Entonces todos, teniendo ya buen ánimo, tomaron también alimento. 37 En total éramos en la nave 276 personas. 38 Una vez saciados, aligeraron la nave arrojando el trigo al mar.

39 Cuando se hizo de día, no reconocían la tierra, pero podían distinguir una bahía que tenía playa, y decidieron lanzar la nave hacia ella, si les era posible. 40 Cortando las anclas, las dejaron en el mar, aflojando al mismo tiempo las amarras de los timones. Izando la vela de proa al viento, se dirigieron hacia la playa. 41 Pero chocando contra un escollo donde se encuentran dos corrientes, encallaron la nave; la proa se clavó y quedó inmóvil, pero la popa se rompía por la fuerza de las olas.

42 El plan de los soldados era matar a los presos, para que ninguno de ellos escapara a nado. 43 Pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, impidió su propósito, y ordenó que los que pudieran nadar se arrojaran primero por la borda y llegaran a tierra, 44 y que los demás siguieran, algunos en tablones, y otros en diferentes objetos de la nave. Y así sucedió que todos llegaron salvos a tierra.

   

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Jeremías 37

Jeremías encarcelado

37 Sedequías, hijo de Josías, a quien Nabucodonosor, rey de Babilonia, había hecho rey en la tierra de Judá, reinó en lugar de Conías, hijo de Joacim. Pero ni él, ni sus siervos, ni el pueblo de la tierra escucharon las palabras que el Señor había hablado por medio del profeta Jeremías.

Sin embargo, el rey Sedequías envió a Jucal, hijo de Selemías, y al sacerdote Sofonías, hijo de Maasías, a decir al profeta Jeremías: «Ruega ahora por nosotros al Señor nuestro Dios». Y Jeremías entraba y salía en medio del pueblo, porque todavía no lo habían puesto en la cárcel. Entretanto, el ejército de Faraón había salido de Egipto, y cuando los caldeos que tenían sitiada a Jerusalén oyeron la noticia acerca de ellos, levantaron el sitio de Jerusalén.

Entonces vino la palabra del Señor al profeta Jeremías: «Así dice el Señor, Dios de Israel: “Así dirán al rey de Judá, que los envió a Mí para consultarme: ‘El ejército de Faraón que salió para ayudarles a ustedes, volverá a su tierra de Egipto. Y los caldeos volverán y pelearán contra esta ciudad, la capturarán y le prenderán fuego’”. Así dice el Señor: “No se engañen, diciendo: ‘Ciertamente los caldeos se apartarán de nosotros’, porque no se apartarán. 10 Pues aunque ustedes hubieran derrotado a todo el ejército de los caldeos que peleaba contra ustedes, y solo quedaran heridos entre ellos, se levantaría cada uno en su tienda, y prenderían fuego a esta ciudad”».

11 Y cuando el ejército de los caldeos levantó el sitio de Jerusalén por causa del ejército de Faraón, 12 Jeremías trató de salir de Jerusalén para ir a la tierra de Benjamín a tomar allí posesión de una propiedad en el pueblo. 13 Estando él a la puerta de Benjamín, había allí un capitán de la guardia que se llamaba Irías, hijo de Selemías, hijo de Hananías, el cual apresó al profeta Jeremías, diciéndole: «Tú vas a pasarte a los caldeos». 14 Pero Jeremías dijo: «¡No es verdad! No voy a pasarme a los caldeos». Sin embargo, él no le hizo caso. Apresó, pues, a Jeremías y lo llevó a los oficiales. 15 Entonces los oficiales se enojaron contra Jeremías y lo azotaron, y lo encarcelaron en la casa del escriba Jonatán, la cual habían convertido en prisión. 16 Entró, pues, Jeremías en el calabozo, es decir, en la celda abovedada; y allí permaneció Jeremías muchos días.

17 El rey Sedequías envió a sacarlo, y en su palacio el rey le preguntó secretamente, y le dijo: «¿Hay palabra del Señor?». «La hay», respondió Jeremías. Y añadió: «En manos del rey de Babilonia será entregado». 18 Dijo también Jeremías al rey Sedequías: «¿En qué he pecado contra usted, o contra sus siervos, o contra este pueblo para que me haya puesto en prisión? 19 ¿Dónde, pues, están sus profetas que les profetizaban: “El rey de Babilonia no vendrá contra ustedes ni contra esta tierra”? 20 Pero ahora, le ruego que escuche, oh rey mi señor; venga ahora mi súplica delante de usted, y no me haga volver a la casa del escriba Jonatán, no sea que yo muera allí». 21 Entonces el rey Sedequías ordenó que pusieran a Jeremías en el patio de la guardia y le dieran una torta de pan al día de la calle de los panaderos, hasta que se acabara todo el pan en la ciudad. Así que Jeremías permaneció en el patio de la guardia.

   

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Salmos 10

Oración pidiendo la caída de los impíos

10¿Por qué, oh Señor, te mantienes alejado, Y te escondes en tiempos de tribulación? Con arrogancia el impío acosa al afligido; ¡Que sea atrapado en las trampas que ha preparado!

Porque del deseo de su corazón se gloría el impío, Y el codicioso maldice y desprecia al Señor. El impío, en la arrogancia de su rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es: «No hay Dios».

Sus caminos prosperan en todo tiempo; Tus juicios, oh Dios, están en lo alto, lejos de su vista; A todos sus adversarios los desprecia. Dice en su corazón: «No hay quien me mueva; Por todas las generaciones no sufriré adversidad». Llena está su boca de blasfemia, engaño y opresión; Bajo su lengua hay malicia e iniquidad. Se sienta al acecho en las aldeas, En los escondrijos mata al inocente; Sus ojos espían al desvalido. Acecha en el escondrijo como león en su guarida; Acecha para atrapar al afligido, Y atrapa al afligido arrastrándolo a su red. 10 Se agazapa, se encoge, Y los desdichados caen en sus garras. 11 El impío dice en su corazón: «Dios se ha olvidado; Ha escondido Su rostro; nunca verá nada».

12 Levántate, oh Señor; alza, oh Dios, Tu mano. No te olvides de los pobres. 13 ¿Por qué ha despreciado el impío a Dios? Ha dicho en su corazón: «Tú no le pedirás cuentas». 14 Tú lo has visto, porque has contemplado la malicia y el maltrato, para hacer justicia con Tu mano. A Ti se acoge el desvalido; Tú has sido amparo del huérfano. 15 Quiébrale el brazo al impío y al malvado; Persigue su maldad hasta que desaparezca.

16 El Señor es Rey eternamente y para siempre; Las naciones han perecido de Su tierra. 17 Oh Señor, Tú has oído el deseo de los humildes; Tú fortalecerás su corazón e inclinarás Tu oído 18 Para hacer justicia al huérfano y al afligido; Para que no vuelva a causar terror el hombre que es de la tierra.

   

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