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Todo hombre asume, consciente o inconscientemente, que la verdad existe. Cada vez que emitimos una opinión como cierta o corregimos a una persona y tratamos de hacerle ver que está en un error, estamos asumiendo que la verdad existe.

La verdad no es otra cosa que pensar o expresar lo que corresponde con la realidad. Si yo afirmara que en este momento estoy corrigiendo un artículo para postearlo en mi blog, estaría diciendo la verdad, porque esa declaración corresponde con la realidad.

Pero si digo, en cambio, que me estoy bañando en la playa, estaría evidentemente equivocado. Así que podemos decir con toda confianza que la verdad existe y que es absoluta, porque la realidad es una sola. O estoy escribiendo para el blog o me estoy bañando en la playa; ambas cosas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo.

Ahora bien, la perspectiva que alguien tenga del mundo y de nuestro lugar en él será muy diferente si ese alguien parte de la premisa de que fuimos creados por Dios o de si el universo es el producto de fuerzas ciegas e impersonales.

Si la realidad es que ningún Ser inteligente nos trajo a la existencia, sino que estamos aquí por una causa completamente accidental, entonces no tenemos ninguna verdad que buscar, porque en un mundo así no podemos estar seguros de nada. Nos faltarían piezas claves para poder interpretarlo.

Pero tendríamos el mismo problema si partimos de la premisa de que Dios existe, pero que no se ha revelado al hombre. Nosotros no sabríamos cómo es ese Dios, ni cuál fue su propósito al crear todas las cosas, ni cómo Él espera que nosotros vivamos en este mundo. En fin, otra vez nos quedamos sin las claves de la interpretación correcta de la realidad.

Por ejemplo, si ese Dios es indiferente al pecado y no le importa en absoluto la manera como vivimos, “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Pero si ese Dios es santo y justo, y algún día juzgará a todos los hombres, el panorama de la vida cambia por completo.

Todos nosotros miramos la realidad a través de un lente; si ese lente está desenfocado no podremos ver bien, no percibiremos la realidad como la realidad es.

El problema de aquellos que niegan que Dios se haya revelado en un libro como la Biblia, es que tienen que aceptar el hecho de que carecen de muchas piezas claves para interpretar correctamente la realidad y, por lo tanto, lo mejor que pueden hacer es no opinar acerca de nada.

Permítanme explicarlo desde otra perspectiva. Si una persona insiste en que Dios no existe o en que El existe pero no se ha revelado, entonces tiene que constituirse a sí mismo juez de la verdad. El hombre que no descansa en Dios para determinar lo que es verdadero tiene que descansar en su propia mente para determinar tal cosa. El no tiene otra opción.

Ahora bien, aún dentro de esta opción este hombre tiene todavía dos opciones: O suponer que la verdad está dentro de su mente (en otras palabras, que la verdad es lo que él decide que es verdad), o suponer que la verdad está fuera de su mente, pero que él es el juez que decide lo que acepta como verdad.

En otras palabras, o nos consideramos a nosotros mismos la fuente de la verdad o los jueces de la verdad.

En cuanto a lo primero, eso es difícil de sostener porque es obvio que la verdad no es lo que yo decido que es verdad. El que un hombre piense que hoy es domingo no hace que este día sea domingo. Y si alguien se afana por convencerse de tal cosa lo único que logrará es engañarse a sí mismo. Así que el hombre no es la fuente de la verdad. La realidad está allá fuera y yo tengo que descubrirla.

Por ejemplo, si Dios existe, ni mil millones de ateos pensando lo contrario van a poder cambiar la realidad de que Él existe. Y si Dios es santo y justo, entonces todos nosotros nos presentaremos delante de Su tribunal algún día, aunque todos los hombres del planeta se confabulen para negarlo.

Así que sólo nos queda la opción de pensar que la verdad está fuera de nuestras mentes y que nosotros debemos descubrirla. Pero ¿quién es el juez que va a decidir qué aceptamos como verdad y qué no? Como decía hace un momento, el hombre que niega la revelación de Dios no tiene más opción que colocarse a sí mismo en esa posición.

Pero eso también plantea un gran problema. Como bien señala Richard Ramsay, todas las verdades fuera de nuestras mentes están relacionadas entre sí, y cualquier nueva verdad que se descubra podría echar por tierra lo que nosotros creíamos como verdad (Integridad Intelectual; pg. 37).

Eso lo vemos una y otra vez en la ciencia. Los hombres elaboran una hipótesis científica, hacen algunas pruebas en el laboratorio y parecen tener algo seguro. Pero luego viene alguien y les hace ver que estaban equivocados, que había algo importante que ellos no habían descubierto o no habían tomado en cuenta; y de repente toda la hipótesis se cae.

Así que para estar completamente seguros de algo tendríamos que saberlo todo. Pero todo hombre en su sano juicio sabe que no lo sabe todo. ¿Qué opción le queda, entonces? Ninguna. El hombre que decide hacerse el juez de la verdad no tiene otra opción que aceptar su propia ignorancia.

El incrédulo no tiene otra opción que el silencio. En realidad él no tiene nada que opinar. Debería aceptar que él no sabe cómo son las cosas. Yo sé que muchos incrédulos no han visto aún que esa es la implicación de su incredulidad. Pero otros sí lo han visto. Y se han atrevido a afirmar que ellos están dispuestos a pagar el precio de entender que la verdad no existe.

Uno de ellos fue el filósofo alemán Fiedrich Nietzsche. Según Nietzsche la verdad no es más que una ilusión, una ficción creada por los hombres para poder sobrevivir. Nietzsche fue un apóstol de la irracionalidad.

Pero si una persona realmente creyera eso no se dedicaría a escribir todos los libros que este hombre escribió, llenos de declaraciones categóricas que él plantea como verdaderas.

Como bien ha dicho R. C. Sproul: “El acto más consistente de los filósofos irracionales sería simplemente callarse la boca.”

Sigue diciendo Sproul: “Si no pueden decir nada con significado (ya que no hay nada significativo que decir) ¿por qué continuar balbuceando? Sin embargo, ellos insisten en hablar y escribir. En una palabra, ellos arguyen por la ‘verdad’ de su posición, pero sus argumentos no tienen base para validarlos o invalidarlos ya que han abandonado la ley de la validez” (pg. 169).

Cuando alguien clame creer que la vida es irracional y que la verdad no existe, no hay necesidad de que tratemos de refutar sus argumentos; él ya lo hizo por nosotros.

Pero, ¿saben qué? En realidad ellos no viven así, porque nadie puede vivir consistentemente con esa postura; por eso es que siguen hablando y opinando. Negar que Dios se haya revelado es negar la posibilidad de conocer toda verdad.

Pero no sólo eso: Nadie puede negar que la verdad sea imposible de conocer, porque negar algo así presupone un gran conocimiento. ¿Qué dirían Uds. de una persona que se detiene frente a un pizarrón donde alguien escribió un complicadísimo problema matemático y dice de repente: “Ese problema no tiene solución”?

Que tiene que ser una persona con mucho conocimiento de matemática. Pues el incrédulo se detiene frente al pizarrón de la vida y frescamente dice: “Eso no tiene solución, la verdad no puede ser conocida.” ¡Es que al afirmar una cosa así estás presuponiendo que tienes un conocimiento enorme, similar al de Dios mismo!

¿Cuál es el problema, entonces? Deshonestidad. El problema es que no estás manejando las evidencias con honestidad y eso te está llevando al terreno del absurdo. Ni tu ni nadie puede constituirse en el juez de la verdad. Necesitamos una revelación divina para poder conocerla.

Como bien señala Ramsay, descansar en la revelación que Dios nos ha dado “es la única manera de estar seguro de algo” (Ibíd.; pg. 39).

En Juan 17:17 el Señor Jesucristo pide al Padre en oración que los discípulos sean santificados en la verdad, y entonces añade: “Tu Palabra es verdad”. Cristo aceptó las Escrituras como la verdad revelada de Dios; y sin esa revelación el hombre está completamente perdido.

Apreciaría que enriquecieran este post con sus comentarios.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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