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Hay momentos cuando el creyente se dispone a orar, y entonces Satanás se alía con las corrupciones de su corazón, y comienza a acusarle diciéndole que, dada la condición espiritual en que se encuentra, sería un acto de gran hipocresía si se acerca a Dios en oración.

Tal vez traiga a tu memoria algún pecado recientemente cometido que te haya perturbado, y ahora te perturba aún más trayendo a tu alma el temor de añadirle al pecado que has cometido una dosis de hipocresía. “¿Cómo serás capaz de venir delante de Dios después de haber hecho lo que hiciste? ¿Acaso crees que Dios no te ha visto? ¿Cómo piensas tú que Dios recibirá tu oración?”

Satanás suele minimizar el pecado antes de cometido, para convencernos y seducirnos; pero una vez cedemos a sus demandas, entonces magnifica el hecho para convencernos de que para nosotros no puede haber perdón.

Puede ser también que nos encontremos en un momento dado indispuestos para orar; no sentimos el deseo de hacerlo y sentimos el temor de que si nos acercamos ante el trono de la gracia, movidos únicamente por la necesidad y el sentido del deber, estaremos actuando con hipocresía por estar haciendo algo a lo que nuestros deseos se oponen. Cuando experimentes esa lucha y ese temor, he aquí algunos remedios que debes emplear para defenderte:

Estás temeroso de ser un hipócrita si oras; pero recuerda que aquel que no ora está demostrando con ello que es un inconverso:

La oración es una marca distintiva de todo creyente. Todo verdadero creyente ora, porque eso es parte integral de su nueva naturaleza (Hch. 9:11). Los creyentes tienen lucha con su vida de oración, y por momentos pueden pasar por períodos de decaimiento en el ejercicio de ese deber espiritual.

Pero todo creyente genuino acudirá a Dios en oración; si es creyente orará, tarde o temprano, no sólo porque su sentido de necesidad lo moverá a ello, sino también porque sabe que Dios lo ha mandado.

Dios desea que oremos, y nos ha ordenado que oremos. La oración es un deber impuesto sobre los hijos de Dios, y por lo tanto debemos ocuparnos en este deber cuando lo deseemos y cuando no lo deseemos. No debemos confundir la obediencia con la hipocresía.

Cuando cumplo un deber, no porque lo deseo, sino porque sé que Dios lo ha mandado, y porque el vigor de mi vida espiritual depende de ello, eso no es hipocresía, sino obediencia.

Si en esos momentos Satanás te acusa de que serás un hipócrita si lo haces, recuerda que es más sabio ocuparte en un deber conocido, que cometer el pecado de no intentarlo siquiera por temor a fallar en medio del cumplimiento de ese deber. Esa es la actitud paralizante que asume el perezoso, y finalmente no hace nada: “El león está fuera; seré muerto en la calle” (Pr. 22:13).

Gurnall pregunta al respecto: “¿Vas a quedarte atrapado en un pecado conocido (es decir, en la falta de oración) porque tienes el temor de encontrarte con un león cuando salgas por el camino de la obediencia para cumplir un deber que es indispensable?” (Vol. 2; pg. 305).

El perezoso sabe que debe salir a trabajar, pero por miedo a encontrarse con un león decide quedarse en su casa sin hacer nada. El perezoso espiritual tiene temor de caer en hipocresía, y en vez de orar y luchar contra ese león, decide mejor dejar a un lado la oración.

El hecho de que tengas temor de ser un hipócrita, es un buen argumento para probar tu sinceridad:

Nadie está exento de caer en el pecado de la hipocresía, pero está más seguro el que tiene temor de caer en él. Si sientes temor de ser un hipócrita, créeme que Satanás le tiene más miedo a tu sinceridad que a tu hipocresía. Cuando Satanás ve a un hipócrita disponiéndose a orar hipócritamente, en vez de obstaculizar su oración, más bien lo estimula a hacerlo, y después que el hipócrita ora, Satanás lo felicita por haberlo hecho.

Esto es lo mismo que sucede con aquellos cristianos sinceros que por una mala instrucción se atormentan a sí mismos creyendo que han cometido la blasfemia contra el Espíritu Santo. Pero el mismo hecho de que esto los atormenta es una prueba de que no han cometido ese pecado. El hombre que posee un corazón endurecido no se preocupa por la dureza de su corazón.
Da gracias a Dios que ha puesto en ti ese temor a la hipocresía, pero no permitas que ese temor te paralice. Dios lo ha puesto allí para que no nos conformemos con la ejecución de nuestros deberes, sino para que vigilemos nuestras motivaciones. Pero nunca fue la intención del Espíritu de Dios infundir el temor de ser hipócritas con el propósito de paralizarnos.

Si ese temor se está convirtiendo en un obstáculo para tu vida de oración, ataca tu temor, no tu vida de oración:

¿Qué hizo Moisés cuando vio a un egipcio golpeando a un israelita? Que mató al egipcio y libró al israelita. Tú debes hacer lo mismo. Destruye el pecado, de modo que puedas rescatar tu alma de ser negligente en el cumplimiento de tu deber.

Debes hacer la resolución de combatir todo pecado o insinuación que vaya en contra de tu vida de oración. Cuando Darío emitió el famoso decreto que impedía la oración, Daniel combatió contra el decreto orando. De igual modo, cuando Satanás intenta alejarnos de la cámara secreta de la oración, es el momento cuando con más ahínco debemos dedicarnos a orar.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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