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Cross and BibleMillones de cristianos alrededor del mundo se congregan cada domingo en una iglesia local donde la Palabra de Dios es predicada. ¿Estarán conscientes del enorme privilegio y la enorme responsabilidad que eso implica? Hablando en el capítulo 2 de lo ocurrido con esos gentiles que habían creído en el evangelio, Pablo dice en los versículos 17 y 18:

“Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”. 

¿Quién fue el que vino a los gentiles en Éfeso y les anunció las buenas nuevas de salvación? El contexto revela claramente que Pablo se refiere a Cristo. Pero ¿cuándo Cristo hizo eso? Porque Él nunca salió de los contornos de la Palestina durante Su ministerio terrenal. Respuesta: Cuando los apóstoles y otros predicadores fueron a Éfeso y predicaron el evangelio con el poder del Espíritu Santo.

Cuando la Palabra de Cristo es expuesta correctamente, y el evangelio es fielmente proclamado, es la voz de Cristo mismo la que llama a los hombres a la fe y al arrepentimiento. Nosotros no somos más que Sus embajadores, que en nombre de Él llamamos a los hombres a la reconciliación.: “Así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2Cor. 5:20).

Es en el nombre de Cristo que proclamamos este evangelio, es en Su nombre que llamamos a los pecadores al arrepentimiento, es Su voz la que obra en el corazón de los hombres por medio de la predicación de la Palabra.

Pablo dice en Rom. 10:17 que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Noten que allí no dice que la fe es por el oír la Palabra de Dios, sino que la fe proviene de oír, y ese oír ocurre a través de la Palabra de Dios. Tenemos que oír algo para poder tener fe, y ese algo solo será oído a través de la exposición de la Palabra. Pero ¿qué es eso que debemos oír para que podamos ejercer fe? La respuesta nos la da el mismo pasaje. Pablo dice en el vers. 14: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”

En nuestras versiones RV60 la segunda pregunta es formulada: “¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?” Pero lo que el texto dice literalmente es: “¿Y cómo creerán en aquel a quien no han oído?” Para creer en Cristo el hombre tiene que escuchar la voz de Cristo.

Lean con atención este pasaje de Juan 10: “De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. Más el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Más al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños… También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor… Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Jn. 10:1-5, 16, 27).

Nadie creerá en Cristo a menos que escuche la voz de Cristo; y nadie puede escuchar la voz de Cristo a no ser a través de la sana predicación de Su Palabra. Así que no es cosa ligera lo que ocurre cada domingo en las Iglesias de Cristo.  Dios se hace presente en el culto de adoración y la voz de Su Hijo es escuchada cuando Su Palabra es fielmente expuesta. Como alguien ha dicho: “Aquellos que rechazan el evangelio no están rechazando al predicador que lo trae, sino al Hijo de Dios mismo”.

Dice el Señor en Lc. 10:16: “El que a vosotros oye, a mi me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió”. ¡Cuánta atención debemos poner a la Palabra de Dios predicada por aquellos a quienes El ha llamado!

El predicador tiene sobre sus hombros una enorme responsabilidad: traspasar fielmente la mente de Cristo a través de la exposición de Su Palabra. Pero los que escuchan tienen también una enorme responsabilidad cuando esa Palabra es fielmente expuesta: atender a la predicación como si fuese a la voz del mismo Cristo. ¡Que el Señor prepare nuestros corazones para poner toda diligencia en escuchar, atesorar y poner en práctica la Palabra que escucharemos en Su día!

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