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Si bien los hijos tienen el deber de obedecer a sus padres porque ellos poseen una autoridad legítima dada por Dios, los padres deben tener mucho cuidado con la forma como ejercen su autoridad. En Colosenses 3:21 se advierte a los padres que no exasperen a sus hijos, y en Efesios 6:4 que no los provoquen a ira.

Y aunque ambas ideas son similares, la palabra “exasperar” que Pablo usa en Colosenses es un poco más amplia; también incluye la idea de “quebrantar el espíritu”, “descorazonar”, “desesperanzar”, “sacarles el aire”.

¿Cuál es el resultado que suele producir ese tipo de crianza? Por un lado, hijos desalentados, desanimados, inseguros, sin iniciativa, resignados. O por el otro lado, hijos amargados, profundamente resentidos, no sólo contra sus padres, sino también contra el cristianismo que sus padres representan.

Por supuesto, no siempre que los hijos reaccionan así es por culpa de los padres, y el ejemplo más claro que tenemos en la Biblia es el de Dios mismo (comp. Deut. 1:25-27; Is. 1:3).

Pero es obvio que los padres podemos acarrear una cuota de culpa en la amargura y el resentimiento de nuestros hijos si los provocamos a ira o los exasperamos.

¿Qué es lo que Dios espera de nosotros, entonces? Que desarrollemos un estilo de paternidad que tienda a producir hijos esperanzados, estables, gozosos, proactivos, obedientes. La gran pregunta es ¿cómo? ¿Qué debemos hacer para producir hijos así?

Para responder esta pregunta, permítanme que vuelva a repetir algo que dije en una entrada anterior: En la medida en que el mensaje del evangelio de la gracia de Dios en Cristo permea toda nuestra vida, nuestra relación de intimidad con Él se acrecienta, nuestro proceso de santificación avanza y de ese modo vamos siendo equipados para ser los padres que debemos ser.

¿Saben por qué los padres podemos exasperar a nuestros hijos y provocarlos a ira?

Por nuestra hipocresía. Tenemos un doble estándar de evaluación, uno para ellos y otro para nosotros (la madre que exige sumisión de sus hijos, pero ella misma no se somete a su marido).

Por exigir de ellos cosas que son irrazonables, sin tomar en cuenta la inexperiencia o inmadurez de nuestros hijos.

Por corregirlos de forma vergonzosa y humillante. Algunos padres no saben corregir a sus hijos sin gritarles, o sin hablarles con ironía y aspereza, o los corrigen y disciplinan delante de otras personas.

Por una disciplina impulsiva, errática e inconsistente. Una falta que fue disciplinada hoy tal vez no lo será mañana o viceversa.

Por prometer cosas que no cumplimos.

Por mostrar favoritismo hacia un hijo en particular.

Por limitarnos a señalar lo que nuestros hijos hacen mal, sin alabarlos nunca o casi nunca por lo que hacen bien.

Todas esas cosas provocan a ira a nuestros hijos y los desalientan. Pero si hurgamos un poco más profundo encontraremos que la raíz del problema se encuentra en nuestros corazones. Pero eso lo veremos en nuestra próxima entrada.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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